Desde que se fue a vivir a Madrid iba todas las tardes al Museo del Prado, a partir de las seis de la tarde la entrada era libre y necesitaba contemplar sus obras favoritas.
Siempre empezaba por "El jardín de las delicias" de El Bosco y todos los cuadros del mismo autor en la misma sala, no se olvidaba nunca de los de Brueghel.
Una vez comprobado que el mundo y la vida tenían sentido se dirigía a la sala de Velázquez donde estaba situado el cuadro de "Las Meninas".
Los vigilantes ya conocían sus rutinas, todas las tardes a la misma hora hacía el mismo recorrido y la misma trayectoria.
Delante de "Las Meninas" se detenía mucho tiempo, a veces releyendo el texto que le dedicó Michel Foucault, a veces fascinado ante el genial atrevimiento de Velázquez.
En realidad lo que deseaba era que el pintor le hiciese un gesto y lo invitase a entrar en el cuadro para quedarse al otro lado de la pintura y del espejo, y así poder disfrutar con detenimiento de las miradas curiosas de los visitantes.
Algún día, de eso estaba seguro, entendería el cuadro. Vería a la Infanta, a los Reyes y a la Reina Maga que había hecho posible el milagro que allí se representaba.
viernes, 3 de marzo de 2017
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