UNA INTERPRETACIÓN DE LA ESCULTURA CINÉTICA DE ALEXANDER CALDER DESDE LA FILOSOFÍA DE NIETZSCHE. revista DESTIEMPOS. México.
Nietzsche era un laboratorio hiperactivo del pensamiento, una central eléctrica para la producción y puesta en marcha de interpretaciones. Exploró todo lo posible y, todavía hoy, quien tenga curiosidad para pensar cualquier asunto vital, nunca podrá despedirse de Nietzsche. Mientras Kant no se atrevió a abandonar el suelo firme de la razón para adentrase en el mar abierto de lo desconocido, Nietzsche se lanzó a la mar abierta (Safranski). Kant, y la mayoría de los filósofos, eligió el puerto, el terreno seguro, las tareas de la cartografía y la realización de cartas de navegación desde un cómodo despacho en tierra; Nietzsche pone rumbo a lo desconocido, sin rumbo fijo, utilizando nuevas brújulas y recorriendo todos los laberintos que, después, aparecerán en las cartas de “marear”. Y es que algunos nunca se conformarán con ver mapas que recorrieron, dibujaron y vivieron otros, y quieren gobernar su barco, vivir su aventura, aunque se mareen, aunque se pierdan mercancías durante la travesía, aunque haya riesgos, obstáculos imprevistos y no todo esté asegurado, aunque no esté claro ni fijo el rumbo, aunque no esté cerrado el regreso, aunque se pierda el tiempo, aunque no se llegue a ninguna parte ni se saquen conclusiones, aunque no haya resultados ni moralejas.
Intentamos defender el placer en la vida, en el arte y en la filosofía, por eso consideramos que lo que descubre Calder es maravilloso, el equilibrio, la suspensión, el movimiento... no es necesario saber mucho para disfrutar de un móvil, pero cuanto más lees, estudias y averiguas, más satisfacciones obtienes. Pero también es cierto que, aunque no pudiéramos explicar nada, aunque no supiésemos nada de Historia del Arte ni de Filosofía, podríamos emocionarnos muchísimo contemplando el movimiento sutil de un móvil de Calder, y estamos convencidos de que Nietzsche puede decirle mucho incluso al hombre menos preparado. Este es nuestro gusto, y vamos a defenderlo porque forma parte de nuestra vida; este trabajo es una apología, atrevida dirán unos, descarada dirán otros, tanto de Calder como de Nietzsche. No nos gustan las necrológicas ni los que anuncian la muerte de la Filosofía, del Arte, del Cine, del Libro o del Teatro, nos complace mucho más que nos inviten a los comienzos (sean bautizos o celebraciones civiles de nacimiento, sean bodas o uniones de hecho). Todos los días hay algo que festejar, decía Zaratustra que el mundo, que “la vida es un manantial de placer” (¡qué lejos estamos ya del valle de lágrimas!), siempre y cuando se sepa buscar y encontrar el manantial y el arroyo (J. S. Bach) adecuado. De Nietzsche manan, surgen y se desarrollan las vanguardias, en él se originan, del contacto entre las vanguardias artísticas del siglo XX en París y de un inquieto ingeniero-artista norteamericano nace la escultura cinética.
Nuestra interpretación de Nietzsche es, y no podía ser menos, vitalista, tal vez superabundantemente vitalista, o exageradamente vital, siempre y cuando se pueda ser “exagerado” en cuestiones vitales; aunque la misma vida no parece estar delimitada por fronteras ni máximos de realización o de vitalidad que pudieran excluir a alguien por exceso. Por tanto lo excesivo, lo superabundante, lo desorbitado, lo exaltado, lo que sobrepasa lo razonable y lo que prudentemente se espera, lo dionisiaco, también es y forma parte de la vida misma. También nuestra interpretación es optimista y hedonista, nunca una interpretación nazi, antisemita ni partidaria del darwinismo social; seguimos en esto a Zaratustra: “a nadie debe ocurrirle daño alguno”, “en mi casa, aquí en mi hogar, nadie debe desesperar”... Estamos seguros de que la obra de Nietzsche contiene uno de los más atrevidos y dinámicos optimismos que se hayan formulado jamás, una especie de gran hedonismo utópico.
I-Escultura y vida de Calder
La escultura cinética de Calder no surge de la nada, se produce en un ambiente filosófico y cultural europeo de gran nivel en el que se conoce y se lee a Nietzsche, a Freud, a Marx, en el horizonte del triunfo de la sociedad industrial de un capitalismo avanzado (tanto los EEUU como el París donde vive y trabaja Calder son exponentes de ese triunfo); los móviles son hijos del ambiente de las ciudades, de la luz artificial, de los automóviles y de los aviones, del cine y de la prensa, de la progresiva secularización de la sociedad, de la superación de los academicismos, del cambio científico y técnico, del desarrollo de los sistemas educativos en los países más avanzados, del dinamismo de las sociedades y grandes ciudades (Nueva York y sus rascacielos y grandes puentes colgantes, París y su torre Eiffel) durante la primera mitad del siglo XX.
Alexander Calder (Filadelfia 1898-Nueva York 1976) no es ajeno a este mundo, no es un extraterrestre ni un idealista que, leyendo a Nietzsche y encerrado en su burbuja, cambiase el desarrollo de la escultura. Nace en Filadelfia, es hijo y nieto de escultores académicos, realistas y figurativos, hombres que conocen el duro oficio del escultor; su madre es pintora. De niño le encantaba hacer juguetes para su hermana y para él, siempre tuvo un pequeño taller con sus herramientas para hacer sus “cosas”; se graduó como ingeniero mecánico (fue un destacado y sobresaliente alumno en las asignaturas de Dibujo Técnico, Geometría Descriptiva, Delineación, Laboratorio de Ingeniería Mecánica y Cinética Aplicada), pero abandonó esta profesión por sus inquietudes artísticas; “Apolo” estaba preparado. Estudió dibujo y pintura en Nueva York, en la Art Students League. En 1926 llega a París pues, como decía Nietzsche, “quien es artista no tiene otra patria en Europa que París”; toma contacto con las vanguardias, conoce y es amigo de todos los artistas importantes: Picasso, Miró, Le Corbusier, Klee, Mondrian, Lèger, Duchamp, Tanguy, Arp, Pevsner, Sartre, Hemingway, Satie... Desarrolla su famoso Circo con el que hace muchas representaciones con las que se gana la vida; después aparecerán las esculturas de alambre, los móviles, los estables, los móviles de pie, las constelaciones, los gongs, las torres...
Calder forma parte de la “rive gauche”, el conjunto de todos los intelectuales, músicos, pintores, escultores, escritores, músicos, gentes del ballet, y artistas en general, de la vida bohemia, de “izquierdas”, no demasiado aburguesados todavía; todos se conocían, estaban relacionados, eran amigos y vivían cerca unos de otros. En 1928 conoce a Miró y serán amigos ya toda su vida; en 1930 visita el estudio de Mondrian, el “impacto” es tan fuerte que, a partir de ahí, hace “mondrianes en movimiento”. Conoce a los surrealistas y, a partir de ellos le llega la influencia de Nietzsche (Giorgio de Chirico, los artistas de París y, sobre todo Miró, leían a Nietzsche). Calder sigue su trayectoria dotado de una gran vitalidad, una gran fortaleza física, una gran corpulencia y un excelente y celebrado sentido del humor (decían que era un “bon vivant”). En 1937, a través de su amigo Miró y del arquitecto Joseph Lluís Sert, colabora con el Gobierno de la República Española realizando la Fuente de mercurio para el Pabellón español de la Exposición Universal de París.
Mientras los móviles aéreos conquistan el espacio, colabora con el mundo del teatro y del ballet haciendo decorados y escenografías con Martha Graham, para la ópera Sócrates de Eric Satie hará el decorado; los más importantes arquitectos también le encargan obras para completar sus proyectos arquitectónicos. En 1943 el MOMA le hace una exposición retrospectiva y el crítico Henry McBride atribuye a su obra una capacidad moral capaz de alegrarnos y salvarnos de la maldad y la negrura del mundo de la IIª Guerra Mundial. Calder manifiesta su “profusión vitalista”, trabaja en sus estudios de EEUU y de Francia, viaja constantemente, reparte su tiempo de escultor de fama internacional (de hecho es el primer estadounidense en triunfar en Europa) entre Francia y EEUU. “El forzudo con alma de ruiseñor”, como lo llamó su amigo Miró, prosigue su triunfo internacional, crea e instala grandes móviles y estables, de hasta 30 metros de altura, por muchas ciudades del mundo (en EEUU, en Europa, en Brasil, en Méjico, en India…). Las esculturas móviles de Calder están transmitiendo su sonrisa desde que se crearon, su alma soleada siempre ha superado el puritanismo. Sus últimas creaciones, Crags y Critters, de 1974, tienen formas sarcásticamente humanas. Muere en Nueva York en 1976. Cuando un artista se muere “ya serán menos los que se den cuenta del vuelo de los pájaros o del deslizarse de las ardillas” (Salvador Pániker).
Calder logra, como quería Zaratustra, que todo lo pesado se vuelva ligero. Ya no hay arañas ni telarañas eternas de la razón, ya es posible pensar algo más que lo que pensaron Platón, Aristóteles y Kant; lo mismo que supone el cine respecto a la fotografía, el tiempo entra de lleno en la escultura como despliegue y desarrollo envolvente, un móvil no es todo lo que puede ser en un sólo momento, Aristóteles hablaría encantado de lo que los móviles son en “acto” y en “potencia”, el devenir está permitido.
La escultura será capaz de expresar algo más que tensiones inmóviles; se puede expresar lo flotante, lo danzante, lo dichoso, lo que es libre para volar, como decía Nietzsche en El Gay Saber; con Calder se logra, además, expresar fragilidad, contingencia, fugacidad, dinamismo, impermanencia. La escultura puede superar la inmovilidad parmenídea, el mundo detenido de las Ideas platónicas y el cielo inmóvil (firmamento); el movimiento ha llegado al arte de la escultura para quedarse, y con el movimiento la vida, el cambio, la alegría, la risa, el placer, la felicidad… Los monumentos se van a sustituir por movimientos.
Un móvil de Calder es una obra en la que coexisten varillas y formas recortadas de chapas de hierro, una acertadísima disposición de péndulos compuestos para el movimiento, un juego prodigioso de equilibrios conseguido mediante palancas múltiples, toda una ingeniería aplicada, la superación de la sacrosanta estatuaria académica, el triunfo del cinetismo urbano, la creación de formas apolíneas inundadas por el entusiasmo dionisíaco, la liberación de las estatuas, el dinamismo y el cambio constante que caracterizan al capitalismo del siglo XX, el juego de Heráclito, la risa de las estrellas danzantes de Zaratustra, la alegría de una vida sin transmundos, las nuevas auroras que superan el nihilismo, Zaratustra el ligero, el que ríe de verdad, que camina y corre, que salta, que tiene alas, dispuesto a volar como los pájaros y las mariposas, bienaventurado en su ligereza, en su gracia para la levedad.
II- Placer, alegría, felicidad
Zaratustra invita a toda la civilización occidental a superar el socratismo-platonismo-cristianismo, que han inventado un mundo ideal y abandonado esta vida y este mundo terreno; invita a bailar por encima de las tribulaciones, a moverse para que no se fosilicen las estructuras de pensamiento, a reír como se debe reír para no quedar amargado por el espíritu de la pesadez.
Nietzsche y Calder están cerca: el arte surge para Nietzsche de la embriaguez y para Calder del júbilo; si todo sale bien el arte se constituye en “los domingos de la vida”, decía Baudelaire, y puede responder con ligereza a la visión trágica del mundo. Porque una vez contemplado el caos primordial que revela Sileno (la visión trágica que indica el horror primordial, que sería mejor no haber nacido o, en el caso de haber nacido, abandonar cuanto antes esta vida), lo más adecuado no es caer en la desesperación que anula todo valor sobre la superficie de la tierra ni coleccionar “sentimientos y resentimientos trágicos de y contra la vida” (Unamuno), sino dar la pirueta más graciosa, atrevida y risueña y saltar por encima del abismo con la habilidad del mejor funámbulo. El mejor artista es el que da el salto más asombroso y maravilloso, y aunque los mejores atletas también estén destinados a envejecer, eso no hace desmerecer nada sus proezas de juventud, alegría y dinamismo.
La influencia de Nietzsche sobre las vanguardias se puede constatar en el expresionismo, en el futurismo, en el dadaísmo, en el surrealismo (en Giorgio De Chirico, en Joan Miró, amigo de Calder); Nietzsche influía de un modo invisible en todos los movimientos culturales y artísticos europeos, no era necesario leerlo para estar influido por él (Safranski); todo lo vital y joven era nietzscheano, todos los artistas vivían a Nietzsche con mayor o menor intensidad. La influencia sobre intelectuales, músicos, artistas y escritores es importante: Thomas Man, Gustav Mahler, Richard Strauss, Herman Hesse, Vasily Kandinsky, Boccioni, los futuristas italianos y rusos, el dadaísmo que no se deja dirigir por el “tú debes”; el suprematismo con Malevich también rompe el anillo del horizonte y se aparta del arte académico; Breton, Dalí que quiere emular al superhombre. Vattimo también señala esta conexión entre Nietzsche y las vanguardias.
La influencia objetiva de Nietzsche sobre el cinetismo de Calder sabemos que le llega desde los surrealistas y, sobre todo, a través de su amigo Miró, que conoce y lee a Nietzsche, aunque no sea un estudioso de su obra; esto indica que es posible interpretar la escultura de Calder como un experimento nietzscheano, como la realización escultórica de la fiesta de Zaratustra. De Nietzsche surgen nuevas posibilidades, auroras y genealogías para todas las artes y los móviles de Calder son el saber alegre, la euforia del movimiento. Calder traslada a sus formas en movimiento el texto de Zaratustra de Nietzsche: ¡Elevad vuestros corazones, alegres bailarines, alto, más alto! ¿Y tampoco os olvidéis de reír a carcajadas!... He canonizado la risa; ¿hombres superiores, aprended a reír!”. Retomando otra expresión de Nietzsche, se puede decir que las esculturas de Calder constituyen la imagen de una ciencia alegre, que se parece al baile (afirma Gilbert Lascault, profesor emérito de Arte de la Sorbona). La misma forma del Zaratustra es una invitación que anuncia que es posible un nuevo evangelio, un nuevo lenguaje, una nueva libertad. Nietzsche está en las vanguardias, Zaratustra sonríe en los móviles y vive en Calder. Lo que Nietzsche había diagnosticado, el vacío de un mundo sin Dios, la búsqueda de expresión, el cuerpo no reprimido, el sentido de la tierra... es vivido y plasmado artísticamente por los mejores vanguardistas. Si Nietzsche es el “Van Gogh de la filosofía”, Calder es el “filósofo” jovial de los móviles; la línea y la luz de Nietzsche, no la sombra, es alargada y llega hasta Calder.
III-Movimiento
El cinetismo de Calder es un tipo de escultura característica de las vanguardias del siglo XX. Antes de las vanguardias el arte había sido estático demasiado tiempo, el mundo moderno es un mundo inquieto y dinámico y el arte tenía que incorporar el movimiento (igual que hoy incorpora las nuevas tecnologías); el cambio es señal de vida y de libertad, de expansión vital.
Por eso las estatuas se han metamorfoseado y las esculturas pueden transformarse; “la verdad es un ejército móvil de metáforas”, decía Nietzsche, un ejército de móviles, de placas escultóricas que bailan por encima de las tribulaciones para que renazca la vida y la belleza. La escultura ni era ni es inmóvil.
El gran historiador del arte Gombrich dice que Calder suspendía objetos para experimentar con el equilibrio más delicado, que esto requería deliberación y experiencia, y pocos son los que al ver un móvil piensan en el universo en movimiento constante; también llama a los móviles acertijos de equilibrio, creaciones insospechadas; nosotros los llamamos “experimentos nietzscheanos”, algo que no existía y que el artista se atreve a crear. Para Gombrich artistas como Calder nos hacen retroceder a nuestra infancia y mirar las cosas con la misma confianza que los niños; los niños siempre han disfrutado mucho en las exposiciones de Calder. Y es que, como decía Calder, “si se puede imaginar, se puede hacer”.
Calder mantiene una amistad privilegiada con Miró, de él viene su relación con España. Calder es el único artista extranjero que es invitado por el Gobierno de la República Española a participar en el Pabellón de España de la Exposición Universal de París de 1937, gracia a la intervención de su amigo Joan Miró y al arquitecto Joseph Lluís Sert, del que seguirá siendo amigo y recibirá en su casa cuando Sert se vaya al exilio en EEUU. Para el Pabellón Español realizó la famosa Fuente de mercurio, colocada al lado del Guernica de Picasso y de un mural de Miró. La Fuente pretendía destacar la importancia de las minas de Almadén, bombardeadas por las tropas franquistas, pero logró mucho más, hacer un móvil-fuente y jugar con el único metal líquido a temperatura ambiente, tan fluido como los móviles de Calder. Por esta obra se convierte en el “Padre Mercurio” y en “Calderón de la Fuente”, además fue la obra de arte más exitosa del Pabellón Español, muchos visitantes se entretenían lanzando monedas sobre el mercurio y viendo como flotaban.
Fundamentalmente hemos interpretado a Calder desde Nietzsche y se puede asegurar que los dos comparten el mismo recorrido de lo que es una auténtica obra de arte: partiendo de la embriaguez como el estado estético fundamental llegamos a la belleza, a los estados esenciales de creación artística y de recepción de la obra de arte; de aquí a lo que los determina, a la forma; de la forma al placer por lo ordenado, que es condición de la vida corporal, la misma vida que siempre pugna por acrecentarse, por elevarse, por expandirse, por ser y aspirar a ser más, y la vida que crece y se eleva es la embriaguez, los móviles que se expanden. Hay relaciones claras entre la embriaguez y la belleza, la creación, la recepción y la forma, eso es el gran estilo, la esencia del arte, tanto en Nietzsche, en Calder y en todo gran artista.
Con esta interpretación me quedo, con este mensaje que apoya una vida en estado de fermentación y en ebullición constantes, con esta doctrina y teoría y práctica de la vida como arte creador, con este arte risueño y este significado eufórico; como el mismo Nietzsche que sale al mundo a descubrir el origen del arco iris sabiendo que no es posible localizarlo, con esta aurora que roza el vuelo de los móviles y este alegre conocimiento, con esta filosofía apolíneamente dionisíaca y esta escultura siempre enardecida, con esta ampliación urgente e inevitable de la vida y del cosmos, con este gozo que agradece lo que existe, con esta bendición del santo devenir, con esta risa liberadora, feliz, resplandeciente y transformadora. Con el ser humano que es criatura y creador, que es materia alegre y exuberancia mental, que es cosmos y fragmento radiante, acero y escultor.
Nietzsche y Calder tuvieron la lucidez de percibir el sistema que gobernaba la filosofía y la escultura durante milenios, un sistema que no había sido muy bien identificado y catalogado como tal pero que dirigía la vida y la cultura occidentales; Nietzsche reconoció el sistema metafísico platónico-cristiano y Calder el sistema académico-estatuario inmóvil y ambos nos convencieron de que podían, debían y tenían que ser superados, que era preciso “abandonarlos” (Hofstadter, 43).
Pero la cercanía de Calder y de Nietzsche también tiene sus peligros y sus efectos secundarios, la familiaridad con sus escritos hace que no se soporten otros libros, especialmente los filosóficos (EH, 59), la familiaridad con sus móviles hace que no sea fácil soportar otras esculturas, especialmente las estatuas. Si la filosofía comienza haciendo una legislación de la grandeza (Nietzsche, 2001, 49) y Nietzsche es uno de sus más altos legisladores, Calder también ha sabido ascender y moverse. Parafraseando a Nietzsche: Muertas están todas las estatuas: ahora queremos que viva el movimiento.
Faustino López
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