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miércoles, 20 de marzo de 2013

El escultor ingenuo



El escultor ingenuo

Un día un escultor llegó invitado a un colegio para hablar con los niños. Después de explicarles su trabajo empezó a contarles sus proyectos.
-Estoy imaginando algo especial, quiero hacer unas esculturas nunca vistas, altísimas y alargadas, inimaginablemente altas, como si se perdiesen en el cielo…
-¡Ya existen!, le dijeron los niños con entusiasmo, son las farolas; no, son los postes; no, la torre Eiffel, dijo otro niño; los rascacielos, dijeron otros…
-¡Vaya!, no sabía que ya estaba inventado todo eso. Entonces quiero hacer unas esculturas líquidas que se deslicen por los valles y que brillen y que lleven toda su riqueza a un grandísimo depósito que se mueva…
-Son los ríos y el mar y los océanos…
-¿Ya existen?
-¡Sí!, le dijeron entusiasmados.
-Qué suerte tenéis en este mundo, parece que aquí hay de todo. En el mundo del que procedo no hay nada de esto.
-Aquí sí existen esas cosas y muchas otras, le contestaron.
-Es igual, tengo más proyectos, también quiero hacer unas esculturas gigantescas, altas y grandes, como si la tierra se levantase y no quisiera ser por más tiempo horizontal, y se pudiera trepar por ellas…
-Esas son las montañas, las cordilleras, los Picos de Europa, los Alpes, el Himalaya…
-Pues haré unas esculturas que sean gaseosas, les dijo como si estuviera algo contrariado porque adivinaban todas sus sorpresas..
-Son las nubes, le dijeron.
-¡Las nubes!, eso es excepcional. Entonces quiero hacer unas esculturas que no conocéis aquí, unas que caminan, respiran, viven…
-Los animales, dijeron unos; las personas, dijeron otros…
-Pues unas que vivan sin moverse del sitio donde están…
-Los árboles…
-¿También tenéis árboles  aquí?
-¡Sí!, le dijeron todos juntos.
-Ya sé, haré unas pequeñas, de colores, que huelan bien y que tengan formas delicadas.
-¡Las flores!
-Ya sé, haré entonces unas que sean ligeras, que se abran y cuenten historias fascinantes…
Los niños tardaron unos momentos en contestar, pero una niña dijo:

-Los libros.
-¿Hay libros en este mundo?
-Claro, muchísimos…
-No sabéis la suerte que tenéis. Esto se pone difícil, a ver… también quiero hacer unas esculturas que transmitan alegría, placer, felicidad y todos los grados de entusiasmo.
De repente se hizo el silencio en la clase y los niños no contestaban nada; ponían cara de pensar y de discurrir, pero no acertaban con la solución.

-Las sonrisas, dijo una niña.
-¡Qué barbaridad!, lo sabéis todo, lo tenéis todo. No se me va a ocurrir ninguna escultura nueva. Esperad a ver. Ya sé, quiero hacer unas que sean alargadísimas y estiradísimas, que crucen a lo largo y a lo ancho del planeta, que pasen por encima de los valles sobrevolándolos, que comuniquen las poblaciones…
-Esos son los cables de alta tensión, los que llevan la electricidad.
-¡También existen! Entonces voy a hacer unas con formas irregulares que circulen cerca de vuestro planeta.
-¡Los asteroides!, dijeron como si recordasen una lección bien aprendida.
-Si ya existen los asteroides crearé una esfera brillante que ilumine el cielo y llene de esperanza y de calor la vida de las personas...
-Es el sol, son las estrellas, y además hay miles, millones de estrellas.
-Ya sé, crearé conjuntos de miles de millones de esas luces y de otras esferas que giren a su alrededor.
-Esas son las galaxias y nosotros estamos en una.
-¡Caramba! Así cualquiera. Entonces como quiero ser original voy a crear algo sorprendente y admirable, unos seres ideales que inspiren a  los artistas y les ayuden a descubrir nuevas formas de belleza.
-Son las musas, dijo otra vez la misma niña, después de pensar unos momentos.
-¡Es increíble, también existen las musas en este mundo! Crearé seres perfectos, extraordinarios y fascinantes, hermosos, capaces de las más maravillosas rarezas y manifestaciones. Seguro que de estos no tenéis.
-Serían los dioses.
-¿También existen aquí las diosas y los dioses?
-No lo sabemos, pero se cree que podrían ser así, así se han imaginado y pensado.
-Ya sé, haré esculturas pequeñas, muy bonitas, que se muevan y jueguen y se pasen el día aprendiendo.
-¡Seríamos nosotros, los niños!

El artista se sentía perdido. Se quedó pensando un rato y les dijo:
-Ahora lo sé, haré una escultura de luz con la lluvia y el sol, y lograré, todavía no sé cómo, que tenga forma circular y muchos colores.
-¡Es el arcoiris!
-¿Lo conocéis?
-Claro, lo vemos cuando llueve y hace sol a la vez.
-¡Qué extraño y qué fascinante es vuestro mundo!, todo lo que había soñado o imaginado, lo que me parecía irreal, es totalmente real y aquí existe.
-Así es, le dijeron.
-Ahora sí creo que os voy a ganar, se me ha ocurrido la idea de una escultura única, se trataría de una obra delicada que tendría que depositarla lentamente o de forma tormentosa sobre todo en las alturas en esas elevaciones que vosotros llamáis montañas. Creo que me gustaría cubrir todo de un delicado manto blanco.
-¡Es la nieve!, gritaron alborozados.
-¿También tenéis nieve?
-Sí, y jugamos con ella todo los inviernos.
-Entonces no diré nada de las esculturas que vuelan…
-Los aviones…
-Ni de las que saldrían de la atmósfera del planeta…
-Los cohetes espaciales, los satélites…
-Ni de unos planetas tan especiales y bellos que estarían rodeados por círculos concéntricos de colores…
-Los anillos de Saturno…
-No se os puede decir nada, lo conocéis todo, así es imposible desarrollar la fantasía; en este mundo cualquier cosa que se pueda imaginar, existe. No sé, creo que no podré crear nada nuevo, parece que ya todo está inventado, creado y fabricado en vuestro mundo.

Entonces la misma niña que había hablado antes, levantando la mano, le dijo:
-Todavía hay una cosa que se puede hacer, que nunca antes se ha hecho y que ni siquiera se ha intentado.
-¿Qué es?, le pregunto el escultor.
-Una escultura extranjera.
-¿Y cómo sería una escultura extranjera?
-Si lo supiera no  sería extranjera ni extraña.
-¿Y cómo se sabría que es extranjera?
-Esa es la dificultad, sería tan diferente que no podríamos reconocerla.

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