El escultor ingenuo
Un
día un escultor llegó invitado a un colegio para hablar con los niños. Después
de explicarles su trabajo empezó a contarles sus proyectos.
-Estoy
imaginando algo especial, quiero hacer unas esculturas nunca vistas, altísimas
y alargadas, inimaginablemente altas, como si se perdiesen en el cielo…
-¡Ya
existen!, le dijeron los niños con entusiasmo, son las farolas; no, son los
postes; no, la torre Eiffel, dijo otro niño; los rascacielos, dijeron otros…
-¡Vaya!,
no sabía que ya estaba inventado todo eso. Entonces quiero hacer unas
esculturas líquidas que se deslicen por los valles y que brillen y que lleven
toda su riqueza a un grandísimo depósito que se mueva…
-Son
los ríos y el mar y los océanos…
-¿Ya
existen?
-¡Sí!,
le dijeron entusiasmados.
-Qué
suerte tenéis en este mundo, parece que aquí hay de todo. En el mundo del que
procedo no hay nada de esto.
-Aquí
sí existen esas cosas y muchas otras, le contestaron.
-Es
igual, tengo más proyectos, también quiero hacer unas esculturas gigantescas,
altas y grandes, como si la tierra se levantase y no quisiera ser por más
tiempo horizontal, y se pudiera trepar por ellas…
-Esas
son las montañas, las cordilleras, los Picos de Europa, los Alpes, el Himalaya…
-Pues
haré unas esculturas que sean gaseosas, les dijo como si estuviera algo
contrariado porque adivinaban todas sus sorpresas..
-Son
las nubes, le dijeron.
-¡Las
nubes!, eso es excepcional. Entonces quiero hacer unas esculturas que no
conocéis aquí, unas que caminan, respiran, viven…
-Los
animales, dijeron unos; las personas, dijeron otros…
-Pues
unas que vivan sin moverse del sitio donde están…
-Los
árboles…
-¿También
tenéis árboles aquí?
-¡Sí!,
le dijeron todos juntos.
-Ya
sé, haré unas pequeñas, de colores, que huelan bien y que tengan formas
delicadas.
-¡Las
flores!
-Ya
sé, haré entonces unas que sean ligeras, que se abran y cuenten historias
fascinantes…
Los
niños tardaron unos momentos en contestar, pero una niña dijo:
-Los
libros.
-¿Hay
libros en este mundo?
-Claro,
muchísimos…
-No
sabéis la suerte que tenéis. Esto se pone difícil, a ver… también quiero hacer
unas esculturas que transmitan alegría, placer, felicidad y todos los grados de
entusiasmo.
De
repente se hizo el silencio en la clase y los niños no contestaban nada; ponían
cara de pensar y de discurrir, pero no acertaban con la solución.
-Las
sonrisas, dijo una niña.
-¡Qué
barbaridad!, lo sabéis todo, lo tenéis todo. No se me va a ocurrir ninguna
escultura nueva. Esperad a ver. Ya sé, quiero hacer unas que sean alargadísimas
y estiradísimas, que crucen a lo largo y a lo ancho del planeta, que pasen por
encima de los valles sobrevolándolos, que comuniquen las poblaciones…
-Esos
son los cables de alta tensión, los que llevan la electricidad.
-¡También
existen! Entonces voy a hacer unas con formas irregulares que circulen cerca de
vuestro planeta.
-¡Los
asteroides!, dijeron como si recordasen una lección bien aprendida.
-Si
ya existen los asteroides crearé una esfera brillante que ilumine el cielo y
llene de esperanza y de calor la vida de las personas...
-Es
el sol, son las estrellas, y además hay miles, millones de estrellas.
-Ya
sé, crearé conjuntos de miles de millones de esas luces y de otras esferas que
giren a su alrededor.
-Esas
son las galaxias y nosotros estamos en una.
-¡Caramba!
Así cualquiera. Entonces como quiero ser original voy a crear algo sorprendente
y admirable, unos seres ideales que inspiren a
los artistas y les ayuden a descubrir nuevas formas de belleza.
-Son
las musas, dijo otra vez la misma niña, después de pensar unos momentos.
-¡Es
increíble, también existen las musas en este mundo! Crearé seres perfectos,
extraordinarios y fascinantes, hermosos, capaces de las más maravillosas
rarezas y manifestaciones. Seguro que de estos no tenéis.
-Serían
los dioses.
-¿También
existen aquí las diosas y los dioses?
-No
lo sabemos, pero se cree que podrían ser así, así se han imaginado y pensado.
-Ya
sé, haré esculturas pequeñas, muy bonitas, que se muevan y jueguen y se pasen
el día aprendiendo.
-¡Seríamos
nosotros, los niños!
El
artista se sentía perdido. Se quedó pensando un rato y les dijo:
-Ahora
lo sé, haré una escultura de luz con la lluvia y el sol, y lograré, todavía no
sé cómo, que tenga forma circular y muchos colores.
-¡Es
el arcoiris!
-¿Lo
conocéis?
-Claro,
lo vemos cuando llueve y hace sol a la vez.
-¡Qué
extraño y qué fascinante es vuestro mundo!, todo lo que había soñado o
imaginado, lo que me parecía irreal, es totalmente real y aquí existe.
-Así
es, le dijeron.
-Ahora
sí creo que os voy a ganar, se me ha ocurrido la idea de una escultura única,
se trataría de una obra delicada que tendría que depositarla lentamente o de
forma tormentosa sobre todo en las alturas en esas elevaciones que vosotros
llamáis montañas. Creo que me gustaría cubrir todo de un delicado manto blanco.
-¡Es
la nieve!, gritaron alborozados.
-¿También
tenéis nieve?
-Sí,
y jugamos con ella todo los inviernos.
-Entonces
no diré nada de las esculturas que vuelan…
-Los
aviones…
-Ni
de las que saldrían de la atmósfera del planeta…
-Los
cohetes espaciales, los satélites…
-Ni
de unos planetas tan especiales y bellos que estarían rodeados por círculos
concéntricos de colores…
-Los
anillos de Saturno…
-No
se os puede decir nada, lo conocéis todo, así es imposible desarrollar la
fantasía; en este mundo cualquier cosa que se pueda imaginar, existe. No sé, creo
que no podré crear nada nuevo, parece que ya todo está inventado, creado y
fabricado en vuestro mundo.
Entonces
la misma niña que había hablado antes, levantando la mano, le dijo:
-Todavía
hay una cosa que se puede hacer, que nunca antes se ha hecho y que ni siquiera
se ha intentado.
-¿Qué
es?, le pregunto el escultor.
-Una
escultura extranjera.
-¿Y
cómo sería una escultura extranjera?
-Si
lo supiera no sería extranjera ni
extraña.
-¿Y
cómo se sabría que es extranjera?
-Esa
es la dificultad, sería tan diferente que no podríamos reconocerla.
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