Juan Carlos Mestre, el viernes 7 de febrero de 2014, en el Centro Niemeyer.
A
veces puede dar la impresión de que haber nacido en El Bierzo es una
especie de ventaja; ahí están -aparte de los Best- Amancio Prada y Juan
Carlos Mestre, poeta, actor, recitador, pintor y excelente dibujante.
Mestre,
tan joven como nosotros y cien siglos más sabio que algunos que
gobiernan, conoce los
secretos de la poesía y sabe que las estrellas sólo son para quien las
merece, para quien las trabaja. Sabe que nuestros antepasados también
inventaron y anhelaron imposibles y que amaron lo inverosímil con la
misma fuerza que los árboles.
Con
un pantalón negro y una camisa blanca inmaculada por encima del
pantalón, recitó maravillas y cantos de nuestro monte de los pájaros; al
sentarse se descubrieron sus calcetines rojos y los cordones rojos de
sus zapatos negros, señales inequívocas de sus saltos sorprendentes a
las alturas más elevadas, signos rotundos de sus raptos y de sus éxtasis
poéticos.
Al
final, entre sus entusiastas seguidores, de un simple bolsillo, fue
capaz de extraer estrellas que tenían la forma de confetis. Así se llega
al alma, así se entiende casi todo.
Estaba
acompañado por un músico prodigioso, Cuco Pérez, capaz de llenar de
mundos el escenario con una acordeón electrónica; nos regaló sonidos y
efectos de ángeles, de orquestas completas entregadas al divino don de
la paz, nos trajo violones, flautas y vientos con árboles.
Así
debería ser el mundo, tan perfecto; sólo faltaban
las lunas, el sol y las estrellas; por eso, a los que tuvimos la suerte
de que nos dedicara un libro, nos iba dibujando y pintando con
acuarelas de colores, líneas saltarinas y palabras encendidas y
llenádonos de elogios agradeciéndonos a todos, espectadores, oyentes y
escuchantes, que seamos refugio vivo de poetas. Algunos eran poetas en
silencio y él los animaba a seguir escribiendo.
Así cualquiera vive, tan bien acompañado.
Juan Carlos Mestre, siempre necesario.
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