No estamos muy seguros pero creemos que, hasta hace poco, se consideraba que era propio de los dioses completar la tarea inacabada de sus antepasados de llenar de grandes Himalayas la Tierra.
Todo ha cambiado mucho y muy deprisa últimamente y ya sólo quedamos una minoría de seres de altura, conscientes casi siempre de lo maravillosamente absurda que es la vida, esa combinación de tragedia y cariño sensible, de belleza arrebatadora y de descuido culpable.
Los últimos dioses nos abandonaron en esta guerra callada de intensidad difusa, de dudosa elegancia y de la lógica más borrosa que pueda imaginarse.
Encontrarse con ellos, con seres tan superiores, no estaba al alcance de las posibilidades humanas; simplemente sucedía y cada uno debía solucionarlo como pudiera, es decir, como los mismos dioses le dieran a entender.
Diré aquí y ahora, y nunca más, que en aquel pasado los dioses muchas veces se convertían en montañas aparentemente inmóviles, en aves soñadoras, en auroras boreales, en leyendas, en cuentos, en esculturas de oro desaparecidas hace tiempo de los templos más sagrados. Y no es que echemos de menos lo sagrado, lo que añoramos es el respeto a lo esencial, a lo más importante: la dignidad, el respeto y el cuidado con los que debemos tratarnos. Y lleva tanto tiempo aprenderlos...
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Me apunto a ese cóctel de tragedia y belleza, cariño, sensibilidad y descuido: la tragedia del hambre para acabarla de un sólo bocado; la belleza del mundo sin hacerle un retoque (salvo a la especie homo sapiens sapiens); el cariño - mejor el amor - de mil maneras e ilimitado; la sensibilidad, hiperestésica, atragantándonos la vida a cada paso; el descuido infinito de la muerte.
ResponderEliminarQuienes pertenecen a esa “minoría de altura” están conminados a explorar la senda de la humildad, a ver si logran dar con un ancla que los acerque a la litosfera, al alcance de la mirada de los humanoides… o casi.
¡Qué descanso saber que, cuando nadie recuerde que hemos sido, formaremos parte de los Himalayas del universo con el consenso de los dioses o sin él! Al fin el yo, ego, self... convertido en unas motas de polvo en la cara más amable de cualquier ocho mil y al relente de la luna per omnia saecula saeculorum.