miércoles, 5 de diciembre de 2012
La luz impaciente
Abrió la ventana y vio que los operarios municipales estaban desmontando la farola que estaba delante de su casa, observó como bajaban con una grúa el soporte vertical y que la luz seguía allí, a unos diez metros de altura sobre el suelo, flotando, iluminando.
Los trabajadores intentaban bajarla, pero no podían.
Sin cables, sin electricidad, sin columna que la sujetase al suelo, sin hilos que la mantuviesen en el aire, desafiando las leyes de la gravedad y de la lógica, la luz se apagaba durante el día y se encendía al anochecer.
Días más tarde el globo de luz se acercaba a su ventana, como para saludarlo. Llegó a pensar que su reino tampoco era de este mundo y también algo sobre la impaciente tendencia de la materia hacia la luz.
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Era (es) la luz de la sabiduría excedente, huida de la cabeza del filósofo y enseñoreada del ajetreo de la miniciudad, en un vano intento de iluminar las oscuridades del pensamiento de los habitantes de los rellanos y aceras, pero completamente ayunos de alturas.
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