Después
de la gran crisis decidieron que las siguientes fiestas del solsticio
de invierno serían diferentes y pusieron todo su empeño en
lograrlo.
Los mejores ingenieros calcularon y diseñaron los nuevos anillos de la Tierra (muy parecidos a los de Saturno, todo
hay que decirlo) y les salieron maravillosos; además podían ser observados desde cualquier punto del planeta.
Otros
decidieron escribir los más hermosos cuentos que llenasen de respeto y
de esperanza a los seres que a veces se olvidaban de su naturaleza
sensible y humana.
Los
más generosos dedicaron sus esfuerzos a ayudar a elevar el nivel y el
número de los colibríes, para infundir gracia y altura a todas las
decisiones.
Más tarde, un grupo reducido de seres colocaron en emplazamientos emblemáticos del universo algunos
móviles de Calder, tan raros como excelsos y maravillosos.
A esas noches y a esos días se les llama, con razón, buenos.
A esas noches y a esos días se les llama, con razón, buenos.
http://www.lamalla.cl/%C2%BFanillos-en-la-tierra/
En el novísimo planeta recién estrenado, una plétora de colibríes surfeaba los anillos remedo de los de Saturno y todos los terráqueos los confundían con estrellas fugaces: por su brillo cálido, su titilar deslumbrante, su vuelo errático en busca de lo inasible allá en la altura, su picoteo interpretable y la sinfonía del viento agitado por sus aleteos compulsivos. (Es sabido que los cuerpos celestes y plumíferos emiten sonidos que sólo los humanos tocados por la gracia escuchan; especialmente en noches de luna nueva, la bóveda del universo se ve invadida por un adagio maestoso y pianísimo de cellos temblorosos,cuyas cuerdas son frotadas por rayos de intensa luz y vibran en una frecuencia que no recogen los libros de física más eruditos).
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