Hannah Arendt, en su libro "Eichmann en Jerusalén", indica el método que usaba Himmler para eliminar la piedad instintiva que todo ser humano experimenta ante el espectáculo del sufrimiento ajeno:
"Consistía en invertir la dirección de esos instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio sujeto activo. Por esto, los asesinos en vez de decir: "¡Qué horrible es lo que hago a los demás!", decían: "¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!".
Tal vez ese mismo mecanismo explique por qué algún ministro griego, y alguno español, han dicho que gobernar es repartir dolor; como si quisieran indicar el inmenso sacrificio que les supone cumplir con su ingrato deber.
Se les podría aconsejar que no se "sacrifiquen" tanto (que no nos sacrifiquen tanto a los demás) y que se dediquen a deberes gratos, a repartir placer y felicidad, a ser útiles para la humanidad.
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¿Quién necesita piedad sino aquellos que no tienen compasión por nadie? (Albert Camus)
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