Segundo día. 31-7-2012
Volamos de Doha-Qatar- a Katmandú -Nepal-.
Hemos visto ríos poderosísimos desde el avión y una coordillera del Himalaya impresionante. Parece imposible que se puedan hacer esculturas tan bellas. Así es la Naturaleza.
Llegamos por la mañana a Katmandú, a un aeropuerto pequeño, propio de un país poco desarrollado económicamente, pero que tiene una inmensa vitalidad. Nos trasladamos al Hotel Manaslu, nos duchamos y descansamos un poco.
Después de concertar algunas cosas con el encargado de la agencia nepalí, Base Camp, salimos a ver la ciudad. Desde las doce de la mañana hemos recorrido la fiebre vital de las calles de Katmandú, es como si todos quisieran vivir, transitar, moverse y vender algo a la vez; todas las calles con un tráfico agobiante. La vida sigue en todo su esplendor, se amplían calles, se circula por la izquierda como se puede (un estilo bastante caótico) y con todos los sentidos abiertos, con nervio y agilidad.
Hemos visto templos, estupas y todo tipo de comercios y artesanos; después hemos regresado al hotel y nos hemos bañado en la piscina.
Si la agitación y el movimiento de estas calles fueran una metáfora de la vida, los nepalíes tendrían la tensión vital elevadísima.
A las pocas horas ya estamos deseando abandonar la ciudad y llegar a las montañas donde todo es más auténtico, libre y valioso; allí la vida te mide y sabes que muy pocas veces das la talla.
Y seguimos caminando, deslizándonos, tropezando. Tal vez Buda tuviera algo de razón y la vida tenga sus dosis de sufrimiento vinculado a ese deseo que no se deja apagar porque no somos capaces de seguir ni uno solo de los ocho caminos rectos que podríamos y deberíamos seguir.
La vida continúa, aunque sea difícil olvidar, aunque emociones y sentimientos sean monos intranquilos, aunque la mente tarde en descansar.
Y es difícil llenar de palabras el silencio y es todo un arte compartir el lenguaje sin molestar.
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