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viernes, 28 de septiembre de 2012

El Himalaya y otras alturas superiores-7

7º día  5-8-2012                                 Primer día de expedición

Cuarto intento...éxito                           Nepalgunj (100 m.)- Hupal (2.400 m.)

Hoy es nuestro día de suerte, al fin podemos volar de Nepalgunj a Jupal. Nos hemos levantado a las 5 de la mañana, alas 5,30 en taxi al aeropuerto, a las 6 revisión del equipaje, 6,30 embarque y a las 7,15 despegamos del aeropuerto. Un día de nubes altas y mucha claridad.
Atravesamos las primeras estribaciones del Himalaya, cada cordal de montañas tiene sus valles y sus ríos llenos de meandros; aparecen algunos pueblos pequeños, campos de arroz, una naturaleza dura e infinita.
El avión o avioneta de 12 pasajeros remonta las montañas y sigue hacia el Norte. Se ven inmensas montañas nevadas de 5.000, 6.000, 7.000 metros..., glaciares, nubes, todo espectacular y fantástico.
A las 8 aterrizamos en la pista de tierra del aeródromo de Jupal, que es inclinada, ascendente para aterrizar y descendente para despegar. La pista es corta, unos 300 metros, pero hay maestría y habilidad en los pilotos. Sólo se notan las vibraciones que produce las piedras y la tierra de la pista.
A las 8,30 todo el equipaje está en el suelo, hay muchos militares controlándolo todo. Jupal se encuentra rodeado de inmensas montañas, llenas de nieve y de nubes, con unos valles espectaculares.
Vamos a un lodge (hotel) a desayunar, nos invitan a sentarnos en una construcción circular con techo, abierta al paisaje. El guía y los porteadores preparan todo lo que tiene que llevar la expedición y cargan todo el peso (unos 30 kg. por persona) en una cinta que sujetan en su frente.

El guía y nosotros empezamos a descender hacia DUNAI (2.150 m) y hasta el río por un valle pintoresco y soleado, por el que aperecen niños que van al colegio. Comemos a medio camino al lado de un río caudalosísimo, gris, lleno de sedimentos; un paisaje muy parecido al de los Alpes suizos, pero con menos vegetación. Unas mujeres ascienden por un monte empinadísimo con un cesto d emimbre a la espalda para recoger hierbas, tal vez té.
El camino es interesante, un valle en forma de V formado por la erosión fluvial, estrecho a veces, amplio como una pista más cerca de Dunai. El monje budista que nos ha acompañado tres días en la espera del avión en el aeropuerto de Nepalgunj, y que ha volado hoy con nosotros, también va cargadísimo y con un paraguas de color rojo obscuro. Descansamos de vez en cuando y observamos con los prismáticos a los quebrantahuesos.

Se podría escribir (no decir) que nuestras vidas son como estos ríos del Himalaya, que van a dar a la mar (seguramente al Ganges y al Golfo de Bengala), que no es el morir (Jorge Manrique), sino el incesante cambio (Heráclito), la impermanencia de todas las cosas (budismo), el fluir incesante desde las grandes alturas y las durísimas rocas erosionadas por los glaciares, la lluvia y el viento, que luego son arrrastradas como piedras y arenas sedimentarias por los ríos hasta completar la tierra más abajo. Desdel el fondo del mar volverán a emerger dentro de millones de años para formar parte de nuevas cordilleras imponentes (para deleite de montañeros y geólogos).

Las grandes montañas son como los grandes sueños, si no existiesen tendríamos que crearlas, las inventaríamos, las descubriríamos de nuevo. ¡Cómo no intentar recorrerlas!, ¡cómo evitar la pasión de querer ser como ellas, altas, nobles, esbeltas, enteras, blancas, depositarias de la nieve y del hielo más puros y siempre sin quejarse.

Llegamos a las 14,20 a DUNAI, una población bastante limpia, ordenada y en crecimiento; muchas nuevas construcciones indicaban un resurgir de este lugar.
Se montan las tiendas de campaña, colocamos las bolsas de viaje dentro y salimos a dar un paseo por el pueblo. Hay muchos negocios y tiendas, y muchos militares que parecen ocupar y controlar el pueblo.
Dunai se ha levantado y ha crecido al lado de un río muy caudaloso, de nada sirve recordar que todo pasa cuando cada habitante quiere colocar cada piedra de su casa con la intención  de que dure toda su eternidad.
Y después llegaron grandes máuinas al pueblo para colocar grandes piedras y controlar el cauce del río, más tarde se harán muros de hormigón armado...

A las 6 vamos a ver el hospital al que ayuda la ONG de los americanos que conocimos en el viaje. Lo mejor el puente colgante sobre el río turbulento. Pronto sabremos la potencia que tiene.
Dormimos en tiendas de campaña.

Si un buscador de las ruinas del pasado se convierte en un melancólico arqueólogo o historiador, es por esa exposición prolongada al peligro de la intemperie, el abandono y el olvido. Pero mucho más delicado es ser un inquieto viajero que recorre el mundo con precisión para buscar y señalar las ruinas del futuro, de la destrucción que encierran las recién inauguradas construcciones de la mejor tecnología y diseño.
A todos los que se adelantan tanto en sus descripciones se les suele llamar pesimistas, agoreros... pero tal vez sólo sean geólogos de la vida cotidiana, poetas que adivinan casi lo que está punto de llegar.

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