Cuando llegaron a la cima de la montaña más alta todo estaba envuelto en nubes y niebla.
Se desvanecieron las nubes, se disiparon las nieblas y apareció un paisaje magnífico de montañas y valles resplandecientes.
Cuando estaban disfrutando del espectáculo se desdibujaron las montañas y los valles y se mostró la luz.
Cuando se sentían iluminados, sin distinguir casi nada, la luz también se disipó y quedaron en el vacío.
El vacío descorrió su velo y todas las ilusiones cayeron una a una, el tiempo, la edad, la juventud, la belleza, la bondad, el amor, la inteligencia, la justicia, la vida, la muerte, los proyectos, los amigos...
No pudieron descender, ya no había montañas ni alturas, ni valles que recorrer ni origen ni paisajes, ni luz ni ilusiones, ni proyecto ni destino.
Ahora ya sólo tenían que volver a fundar la realidad.
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No quiero ir de excursión a la montaña más alta. Sospecho que no me queda tiempo, ni energía, ni fe para volver a construir la realidad bella y amistosa y, sin belleza ni amigos, dimito de la vida. No me interesa. Y si tras alguna 'pindia' cuesta he de fajarme con el vacío absoluto, defenderé con uñas, dientes y puños - como un ángel fieramente humano, que diría mi paisano Blas de Otero, aunque propendo más a lo divino que a lo angélico - el reducto del alma donde albergo el Altamira de la Belleza y el de la Amistad, en el que me deleito con placer y altas miras, cada rato en el que la Vida afloja y da un respiro.
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