ALGUNOS COMENTARIOS TEMPORALES SOBRE “LA VIDA ETERNA”, de Fernando Savater.
El libro de Savater me ha gustado, aunque tengo que reconocer que se me hizo a veces algo largo. Me gusta desde la dedicatoria, cuando dice que sus reflexiones van dirigidas “fraternalmente a todos los que no creen en ella” (en la vida eterna). Empezamos bien.
Para los que nos dedicamos medio en broma y medio en serio a la Filosofía, convivir con preguntas que no tienen respuesta definitiva es algo muy normal; por supuesto podemos aceptar que algunos, para calmar su impaciencia o disminuir su angustia, se embarquen en respuestas religiosas que les parecen definitivas (16); cada uno se las arregla como puede. La Filosofía es algo más provisional y, como mucho, nos puede ayudar a vivir con cierta entereza en un mundo no del todo comprensible (16).
Como decía nuestro amigo Russell ese Dios no nos ha dado “suficientes pruebas” (17); lo cierto es que quedaría muy sorprendido si existiera realmente tal Dios Omnipotente y Bueno, en cualquier caso, y como decía Francisco Ayala (17), lo saludaría educadamente y hasta lo invitaría a merendar a casa y así podríamos hablar largo y tendido.
A los que apenas sabemos algo con claridad nos abruma la gente que va por la vida con la absoluta convicción, seguridad y certeza de la existencia de ese Dios en el que creen o dicen creer; tal vez sería conveniente –y hasta prudente- desconfiar un poco de tanta exageración (20). Es difícil que un científico, un filósofo, un artista y hasta un teólogo honrado, hablen con absoluta seguridad de algo de lo que nadie tiene seguridad toral, ya que no se ha verificado (21). Tal vez lo mejor que se puede decir de ellos es que sus palabras pertenecen a un juego de lenguaje diferente (29), que diría Wittgenstein. Las “imposturas intelectuales” (31) también son un juego intelectual y un peligroso juego de poder; pero a mí no me parecen muy interesantes.
Si tuviera que creer en algo lo haría por motivos emocionales, sentimentales, pasionales y apasionantes; ya que no hay pruebas, al menos que haya una recompensa afectiva. Todos sabemos que escuchar la “Misa en Mi Menor” de J. S. Bach es más efectiva en este sentido que mil tratados de teología.
Si hubiese una posibilidad de que existiese algo mejor que esta vida (34) no dudaría ni un instante en apuntarme, siempre y cuando esa hipotética super-vida no requiera sacrificar totalmente la única que tenemos disponible. Si vamos a tener creencias, al menos que sean algo justificables (34).
Si se tratase de cantidades creo que los nietzscheanos podríamos soportar cantidades ingentes de realidad (36); de hecho muchas veces sospechamos que esto podría ser un aperitivo de una vida mejor que, si existe, estaríamos dispuestos a disfrutar con mucho gusto. Si alguien quiere ampliar nuestra vida, nuestra realidad y nuestros sentidos, que lo haga, siempre estamos dispuestos a recibir buenas ofertas.
Si los deseos son el fundamento de nuestras creencias (39) entonces hemos de creer en cosas maravillosas, cielos celestiales, paraísos terrenales y toda clase de maravillas. Lo que hemos visto hasta ahora nos da pie a imaginar mundos mejores (no es tan difícil) e incluso algún que otro mundo perfecto. Sin duda uno de nuestros mejores deseos es evitar o aplazar lo más posible la muerte (40); además, los que de alguna manera somos inmortales (?), encontramos que la idea de una vida eterna feliz es deliciosa y fantástica. Que “todo se pierda como si jamás hubiera sido” (40) no nos parece la mejor de las opciones. Se pueden pensar cosas mejores.
Es posible que los modernos lo único que hagan es ejecutar “tecnologías de salvación” (41). En este sentido, y adelantándome un poco, es conveniente citar al filósofo Nicolai Hartman, que indicaba que el cristianismo (y por extensión las demás religiones), después de criticar tanto al hedonismo, no eran mucho más que un “hedonismo del más allá”; es decir, un negocio de supervivencia, una inversión y hasta un chantaje.
La realidad es que no tengo nada contra los “consuelos poéticos” (41), aunque sean vacuos y vanos; nada que objetar al consuelo poético que ha de permitirnos sobrevivir a ciertas amargas horas de silencio y soledad a chorros. Si alguien quiere y puede “anestesiarse” (42) con sus creencias que lo haga, lo único que le vamos a pedir es que no inunde de anestésico los depósitos de agua de la ciudad, que no nos haga la anestesia obligatoria.
No me molesta nada que la gente crea ni siquiera que sus creencias dependan de lo que más les apetece (42), siempre y cuando les apetezca un mundo mejor para todos, un mundo más feliz, alegre, placentero y gozoso. Y mejor si todo eso se hace con cierta honestidad intelectual (42), con optimismo, inteligencia y tolerancia.
Los problemas que pretende resolver la religión son problemas para siempre (46), sin solución, con una continuidad garantizada mientras haya seres realmente humanos. Claro, siempre nos va a costar mucho trabajo reconciliarnos con la muerte (46), aceptarla, integrarla en nuestros proyectos. Me temo que a los diosecillos no nos ha sido dada la capacidad de sentir empatía con la muerte, por más que nos den mucha pena cada uno de los seres humanos que mueren. Tal vez porque cada uno de los humanos se lleva consigo “parte del significado del resto de sus semejantes” y de los juegos sociales y familiares que ha establecido (49). En este sentido la muerte es uno de los peores finales que se le podría ocurrir a un Dios o a un guionista Omnipotente y medianamente preparado.
Tal vez porque la muerte apenas me interesa, me inclino más a pensar que el misterio, el secreto y la clave reside en el amor, “ese ciego deseo incondicional de que siga existiendo lo que puede dejar de existir” (51). Sin duda los enamorados, los que aman y se aman, saben en ese presente que son inmortales.
Es cierto que, tal vez, sea mejor referirse a la muerte de forma indirecta, con ironía y como si no fuese con nosotros, como hacía Borges: “Otros hombres murieron, pero fue en el pasado/ que es estación propicia a la muerte” (52). Pero es más divertido ser algo inconsciente y sentir y hasta estar convencidos de nuestra inmortalidad (52). Claro que nuestro querido Nietzsche podría llamar a todo esto nuestras pequeñas verdades, que no son mucho más que errores (53) de andar por casa.
La muerte no es el mejor negocio del mundo y, aunque sea obligatoria, no creo que merezca la victoria de considerarla irremediable; me parece mejor considerarla una injusticia desmedida que, en el peor de los casos no merece teñir con su sombra la maravillosa vida que podemos disfrutar. Si lo sé, nazco antes o nazco siempre (55). Que algo parecido a un espíritu, alma inmaterial sobreviva a la muerte del cuerpo es un relato fantástico a veces, otras es de terror; en ambos casos es un buen relato, aunque ya está muy usado.
No estoy seguro de que el sueño de cada noche haya originado la idea de una vida perdurable posterior al sueño de la muerte (56), ni es fácil considerar la posibilidad de un estado de la materia en el que podría darse la reconciliación y el encuentro final con las personas que tanto quisimos. Todavía peor cuando eso ocurre en vida y los amigos y los hermanos se distancian, se van a vivir a lugares lejanos y los encuentros apenas son posibles. Sería preferible insistir, con Bataille, que el erotismo es “la afirmación de la vida hasta en la muerte” (57), la afirmación de la vida en el gozo sonriente.
Sí es posible que haya mucho de vanidad y de “narcisismo ontológico” (59) en la creencia de nuestra propia inmortalidad. Si consideramos a la muerte como un mal inevitable (59) al menos podemos hacer de toda la vida anterior un hermoso paraíso. Ese debería ser nuestro principal objetivo.
Como decía Espinosa, “el hombre libre nada piensa menos que en la muerte y que toda su sabiduría es solamente sabiduría de un mundo mejor” (60). Esa debería ser nuestra vocación, nuestra tarea y nuestro trabajo, la ampliación de las sabidurías de la vida. Claro que no queremos morir; insistamos con Woody Alllen cuando decía que no quería ser inmortal en el cielo, que quería ser inmortal en su apartamento. Pues eso.
No sé si la muerte suprime o no los males que nos afligen (62), en el peor de los casos acepto la posición de Epicuro sobre la muerte, cuando afirmaba que no es nada para los vivos ni para los muertos, para los primeros porque no ha llegado y para los segundos porque ya se han ido; no hay contacto con tal siniestra dama de negro con guadaña. Mejor todavía. Es más, “en vista de las alternativas” (62), es preferible la vejez y la ancianidad que la desaparición; con lo que nos gusta vivir, estar con los demás, amar y que nos amen, compartir, ascender a las montañas sagradas…
Nuestro apego a la vida y a todas sus dulzuras no nos hace ser más temerosos de la muerte (64), como mucho nos hace endulzar más nuestro deseo de ser fieles a la vida y a la tierra (Nietzsche).
La falta de tiempo (66) es una condición de la vida, peor sería la falta de vida y la sobreabundancia de tiempo. Tal vez en cada una de las vidas se produzca el estallido de eternidad y sólo por haberlo vivido merezca la pena asistir sin resignación al espectáculo del acabamiento.
Tampoco es fácil saber si “uno mismo” es todo lo que se pierde en la muerte o si hay algo más, común o no, que persevera (68); no sé si somos demasiado modernos o demasiado egoístas, ególatras y egocéntricos para pensar esto con claridad. En cualquier caso, tal y como imagino esta vida y hasta una hipotética vida eterna, creo que tendría mucho interés no estar solo, mucho mejor estar muy bien acompañado.
No hay que descartar que la religión no sea mucho más que un excelente producto publicitario sin nada detrás, es cierto que la vida eterna (69) es mejor que un buen detergente o un buen coche. Hasta ahí. de acuerdo. Otra cosa es la garantía de que eso se cumpla, y ya se sabe que en nuestras legislaciones las garantías duran dos años. En fin.
Que la vida sea transitoria (72) no quiere decir que no sea intensa, fuerte, potente, inolvidable… puro Nietzsche. Quien ha vivido de verdad, ha vivido para siempre, eso se ha cumplido.
Más insoportables son los dogmáticos y fanáticos, los que se creen en posesión de la verdad (76), son difíciles de aguantar, se sienten convencidos, no piensan, no dialogan, todos los demás están en el error y ellos solos conocen la verdad. Como si la verdad pudiera ser conocida, cómo se sabe, cómo se alcanza.
Sin embargo los más inteligentes y menos dogmáticos nos caen mejor. Es dudoso que a una personalidad humana le corresponda una personalidad divina (77); también es bastante exótico considerar que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, ya que eso no diría mucho a favor de Dios… sólo hay que mirar para algunos humanos.
De los dioses, si es que existen, repetiría lo que decía Epicuro, son seres perfectos y felices, pero no se preocupan de nosotros. Considerarlos arbitrarios (80), repartiendo gracias según su santa voluntad o aceptando pequeños halagos y chantajes, diría poco en su honor.
Tal vez una solución sincera sea vivir como Job (80), sin desesperarnos ni resignarnos y mandando al diablo a todos los que nos quieran amargar la vida con premios y sanciones imaginarias cuando sus intermediarios se las arreglan siempre para vivir como curas o como dioses.
Tal vez la mayor dificultad filosófica para aceptar la existencia de Dios es la existencia del mal en el mundo, el mal natural y el mal intencionado (82) y todas las teodiceas no han hecho mucho más que enredarse en palabras sin lograr justificar ni librar de responsabilidad a su jefe de los desaguisados de la naturaleza y de otras perversidades realizadas por humanos y humanoides. Sin ningún género de dudas un dios como Dios manda debería impedir los desastres (82), no limitarse a castigarlos, ya que si se limita a sancionar sólo sería una especie de Dirección General de Tráfico (de influencias).
Los individuos (tipo Aznar; recordemos que en el atentado que sufrió murió una mujer mayor que iba por la calle)) que se salvan de un atentado terrorista e interpretan que se han salvado por intervención divina, me producen escalofríos por su falta de rigor y de inteligencia; o sea, que si mueren cien y se salva uno, eso uno le da las gracias a Dios por haberse salvado… pero se olvida de agradecerle los 99 muertos; lo podríamos aceptar siempre y cuando los familiares de los otros 99 reclamasen enérgicamente. a….?
Un Dios que se alegrase de los sufrimientos y desdichas de los pecadores (84) sólo podría transmitirme escalofríos, un sádico todopoderoso es alguien muy peligroso. Sería mucho más gratificante contar con un Dios benevolante, bondadoso y bonachón, que no necesitase ninguna teodicea (85). Por otra parte, considerar que Dios es como es y que nosotros no somos capaces de entenderlo (88), me parece pueril y bastante incoherente, y es que si hubiera algún miembro de nuestra comunidad de humanos que fuese capaz de considerarlo en su auténtica dimensión tendríamos que preguntarle cómo lo hace.
Que nosotros, los humanos, podamos vivir en un reino superior al de la irremediable fatalidad (94), que sería el reino de la libertad, me parece convincente desde el punto de vista ético, no tanto desde el punto de vista existencial. Puestos a ser obscuros mejor decir como san Juan de la Cruz: “Aquí no hemos venido a ver, sino a no ver”. Y, de todos modos, las bellezas y maravillas que vemos nos compensan y nos recompensan, vaya si nos compensan…
Creo que voy a estar de acuerdo con Lessing (103) cuando escribió que basta que los humanos practiquen el amor cristiano y que por tanto poco importaba lo que le sucediera a la religión cristiana, a las iglesias… Lo que nos importa es la abundancia de buenas personas, no que sean cristianas, budistas o montañeras.
Pagano, soy un pagano (104), y no estoy dispuesto a sacrificar los placeres de esta vida por el hipotético logro de una supuesta verdad. Es más, me parece sospechoso que una religión llegue y se afirme a sí misma diciendo que es la única verdadera; pero, ¡por Dios! –nunca mejor dicho- eso lo puede decir cualquiera. Como decía Nietzsche, los dioses de la antigüedad murieron… de risa, cuando escucharon que uno decía que Él era el único Dios. Me gustaban más los tolerantes paganos de las antiguas Grecia y Roma, capaces de levantar templos al Dios desconocido. Eso sí que es interesante.
No me gustan los inquisidores (105), coincido más con los escépticos, con los que no están demasiado seguros de sus planteamientos y, por si acaso, no se les ocurre matar a nadie por sus dudosas ideas. También los cristianos fueron considerados “impíos” y “ateos” (105) en la antigüedad, también fueron insumisos y objetores al servicio militar obligatorio del imperio romano, también fueron pacifistas… ¡quién lo diría!
Si existen los dioses, al menos que no nos compliquen las cosas demasiado, que no agraven nuestro estado, que no nos intoxiquen más (112); bastante tenemos con las enfermedades, los dolores, los sufrimientos y la muerte. Si tienen que existir que sean empáticos, buenos, frágiles… pero no para ser crucificados y contarnos el cuento de que se sacrifican por nosotros; que se sacrifiquen para salvar a los débiles, no para colgarles otra cruz.
Los dioses pueden ser reconocidos (112), son los humanos sonrientes, bondadosos, inteligentes, amigos, bellos, trabajadores, dispuestos a ayudar. ¿Quién necesita otro tipo de dioses?, ¿quién necesita otra vida que empieza en el acto de despilfarrar esta? (115).
Sí, cada momento de sensibilidad (humana, poética, artística, amorosa…) es un don precioso que carga de sentido a la vida (117), ¡ojalá los dioses nos regalasen a todos este tipo de esplendor todos los días!
Lo que queremos es la vida buena y la buena vida, vivir como curas y como dioses, disfrutar del bálsamo del compañerismo (119). Queremos religiones suaves, “dulces, tolerantes, humanistas y pacíficas” (131), religiones placenteras, gozosas, alegres, felices… poco vaticanas, poco medievales en definitiva.
A mí tampoco me gustan las disputas religiosas ni enfrentarme a clérigos (140) siempre cómodos en su papel de intermediarios, más bien uno asiste entre resignado y harto al lamentable y continuo espectáculo de la Conferencia Episcopal Española y afines, ¡qué pelmas son!, ¿y Rouco Varela?, ¿su cara será el espejo de su alma? No le confiaría ni un céntimo de euro.
Estoy de acuerdo con Savater, no me molesta que cada ciudadano tenga derecho a vivir su creencia religiosa, siempre y cuando no quiera convertirla en un obligación para los demás (140); igual que no deseo para nadie este sistema inmoral e innoble de explotación de las personas y de los recursos naturales que llaman capitalismo ultraliberal que consiste en justificar la acumulación de inmensas fortunas en pocos bolsillos y la reducción de los derechos y de la riqueza para la mayoría. Que los pobres subvencionen a los ricos (como en las mejores religiones) es un buen invento para las derechas; que haya pobres de derechas es un mal invento para la humanidad en general. Pero ese es otro tema.
Deberíamos dedicarnos a esa “parte preciosa del esfuerzo humano para comunicar y compartir la rara aventura de saberse mortal en un mundo enigmáticamente transitorio” (148); incluso la aventura de saberse mortal sin creérnoslo del todo y la aventura ampliable de vivir, porque en el fondo no estamos hablando de religión, hablamos del valor de nuestra existencia (148), que no puede ser la de sacrificarla, la de no vivirla.
Sobre la libertad religiosa sería adecuado recordar que muchos de los que la piden ahora (católicos) se la negaron a todo el mundo cuando pudieron. Me parece bien que un sano ejercicio de humor recorra la insufrible y aburrida seriedad de tantos personajes vestidos de negro (como cuervos, decía Nietzsche). Evidentemente no me gustan las supersticiones, los miedos (150) y la escasez intelectual que provoca la creencia religiosa en sus versiones más dogmáticas. Desenmascarar las imposturas del clero (151) debería ser uno de nuestros deportes favoritos; que la religión no sea obligatoria, que nunca esté por encima de las leyes civiles, que no nos adoctrinen… ¿quiénes se han creído que son? (151). Luchar contra los fanáticos y dogmáticos es realizar un bien para la Humanidad (151).
Está bien que la sociedad no adoctrine y que eduque de tal modo que evite que los niños estén “determinados” desde la cuna, blindados contra cualquier otra forma de pensar (152). Seguramente no es bueno que la religión sea hereditaria, se trata de enseñar cómo pensar, no qué pensar (153). De acuerdo, y mejor todavía: no necesitamos escuelas para formar creyentes, sino para formar seres pensantes (154), críticos, lúcidos, felices, autónomos, libres.
También parece cierto que es posible un Proyecto Gran Simio entre los humanos, pero no un Proyecto Gran Hombre entre los simios (158).
Lo que no me convence tanto es esa ironía en contra del “parque temático de masajes para el Alma” (161); en el proyecto hedonista los masajes del alma y del cuerpo son bienvenidos. Claro que, como bien decía Nietzsche, tampoco queremos caer en el pequeño placer para el día y el pequeño placer para la noche, donde estén los grandes placeres…
No sé si necesitamos mitos aceptables (164), tal vez para eso tenemos el arte, la literatura, el cine, los deportes de aventura montañera. Que todo esté a nuestro alcance, disponible (165) no debe ser la mejor solución, me temo que si no nos lo merecemos llega un momento en que deja de interesarnos. Por eso las nuevas tecnologías con toda su eficacia y su poder de cálculo me parecen sólo instrumentos de distracción.
Tampoco sé si la mejor posición es llegar a la incredulidad (170), para los que creemos en la vida nos viene bien la frase de Hegel: “pensar la vida, ésa es la tarea”; y mucho mejor esta otra frase suya en la que desea que a todos les llegue el domingo de la vida.
No sé si la vida sólo es el cuerpo, pero es bien difícil imaginarla sin él. Lo que sí sé es que es la vida la que debe ser el territorio de las aventuras personales de los humanos (178), la verdadera aventura de vivir cada día como si fuera fuente de eternidades, porque lo vivido se ha vivido para siempre. Sin duda tiene razón Hannah Arendt cuando dice que no hemos nacido para morir, sino para comenzar (179), para comenzar de nuevo siempre; vivimos para vivir, para crear y generar, para dar a luz (180), para ascender, para llenar el aire.
A mí no me molesta nada ser escéptico y pienso que a todos los creyentes dogmáticos, fundamentalistas y fanáticos, les vendría muy bien una dosis de escepticismo (182). Tal vez no sepamos mucho, pero algo sabemos; creer sin saber es una opción, siempre que sea personal y no se quiera imponer a los demás.
Hermosa reflexión es la que afirma que los dioses (y las diosas) son tan deseables que es dudoso que sean verdaderos, “¡resultaría demasiado bonito!” (188); pero sería estupendo que existiese una diosa o un dios así.
Nuestro querido Bertrand Russell dice de una forma muy razonable que es raro un Dios omnipotente y bondadoso que, después de haber creado y esperado miles de millones de años de evolución cósmica para que se formasen la energía y la materia, las galaxias, las estrellas, los planetas y, al menos, la vida en este planeta nuestro… pueda conformarse sin intervenir ante experiencias desgraciadas como las de Hitler, Stalin y las bombas atómicas (190). Los librepensadores intentamos pensar con cierta libertad y, por eso, consideramos que casi todas las religiones son “misóginas, antihedonistas, jerárquicas, enemigas de la libertad de pensamiento y de investigación”… hay que recordar siempre que “los matemáticos no cometen atentados contra quienes no saben sumar” (207)…por eso es preferible seguir pensando en otras cosas.
Claro, “Hay que abrirle los ojos a la gente, no sacárselos”, decía Madame du Deffand (193). De acuerdo también con Lacan, si Dios existe es inconsciente (194) y su “autoridad” divina deja mucho que desear.
Parece claro que a esa vida divina se llega con más facilidad desde la poesía (202) y las emociones que desde los razonamientos e investigaciones. Tal vez “los que dicen la verdad, dicen las sombras” (203), como decía Paul Celan, pero no creo que aumentar la ciencia signifique necesariamente aumentar el dolor, como afirma el Eclesiastés (203). Aunque hay que reconocer que es muy inteligente decir, como Ramón Eder: “El fin justifica los miedos” (203).
Si, se puede vivir de ilusión, de emoción y de entusiasmo; a veces hasta son prestados, parciales, provisionales. Y lo que debe quedar siempre claro es que queremos vivir, incluso aquello que supere nuestra escala ontológica (207).
Si algo me gusta de los seres humanos es que sean humanos, que no sean intransigentes ni soberbios ni engreídos, que sean capaces de respetar a los perdedores y vencidos, que no sean maleducados, que no molesten en exceso. Por eso, repito, si alguien quiere creer, que crea, pero que no se lo imponga a nadie (212); es evidente que ningún delincuente –por muy cargado de motivaciones sagradas que esté- deja de ser un delincuente.
En cualquier caso siempre hay que reír y considerar, como Ciorán, que “todas las religiones son cruzadas contra el sentido del humor” (217). Que aquellos cristianos perseguidos acabasen siendo perseguidores produce la misma tristeza y desolación que contemplar como los descendientes de los judíos perseguidos por los nazis tratan ahora a los palestinos.
Me gusta mucho ese fragmento del Ulises de Joyce: “Nada de patriotismo… Dinero gratis, alquileres gratis, amor libre e iglesia laica libre, y estado laico libre” (223). Un buen mandamiento para toda la humanidad sería superar toda idolatría (228) y fomentar el espíritu crítico.
Humanos no fanáticos, que no inspiren miedo, que acepten la crítica y que tengan sentido del humor. Buena utopía.
La gran experiencia estética también salta con un verso, con una sonrisa o con una caricia (248); por eso deberíamos entendernos y compartir experiencias placenteras, para plantearnos empresas y propósitos interesantes y astutos que nos llenen la vida y que nos hagan desear la inmortalidad y de paso considerar que “combatir el mal es el origen de todo placer y hasta de toda diversión” (Gilbert Keith Chesterton).
Hagamos como Don Quijote y atrevámonos a desafiar la melancolía con nuevos planes para corregir el mundo y conquistar todas las bellezas (257); como muy bien dice Savater, mientras Don quijote “se mantiene quijotesco, vive y hace vivir con intensidad a su alrededor” (257), lo importante es el ánimo, no los resultados ni los pequeños fracasos.
“Nada tengo contra la risa, desde luego, porque acierta en lo fundamental” (258). Absolutamente de acuerdo.
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a) A tal señor, tal honor. Cualquier otro comentario alteraría la profundidad y la enjundia de tus comentarios a la obra de nuestro común maestro Savater.
ResponderEliminarb) Si yo tomara las decisiones en el ministerio de sanidad – Hygeia no lo permita nunca – laboraría para reducir al mínimo las consultas de los médicos de familia, los psicólogos y los psiquiatras, y para inyectar en vena a todos los ciudadanos - sobre todo a los más infelices y angustiados - las palabras y los conceptos de los sabios, los filósofos, los poetas y los artistas todos que han fecundado la tierra con sus pensamientos y obras, desde que el mundo viene siendo. Estoy convencida de que tienen mayor poder curativo que la biomedicina, su farmacopea y su facundia inoperante. Y todo ello, bien sustentado ‘a propósito de un caso’, como dicen las revistas médicas: el mío mismo. El amor y la belleza de cualquier clase son los más eficaces redentores.