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lunes, 9 de enero de 2012

El globo

Su aire, su vida, su sonrisa y su alma estaban en aquel globo aerostático medio desinflado que, a cientos de kilómetros de distancia, se mantenía a escasos centímetros del suelo como si ya su único afán fuese no sentir la dureza de todas las caídas.

Un larguísimo y finísimo tubo invisible lo unía al resto de su esfera central; el mundo se había desviado todo lo posible y apenas había atmósfera para sostener un ser flotante, anemófilo, cuya única tarea parecía consistir precisamente en soñar.

No es necesario insistir en todos los tipos de dificultades que había que vencer cada día por el hecho de mantenerse tan lejos del principio y del centro de la alegría. Incluso le costaba a veces respirar.

Los días en los que el viento soplaba con más fuerza el globo se movía un poco a la deriva, pero no eran mejores los días calmados; flotar así, con tan poco sentido y sustancia, no era lo más indicado para su ser, ya casi sin ley ni destino.

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