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viernes, 20 de enero de 2012

La eternidad desde este instante

Perdidos en un presente cambiante, provisional, móvil, efímero y escurridizo, algunos seres humanos se imaginan a sí mismos en posesión de sus "verdades", convencidos de ser, estar y sentir lo más definitivo de su vida, su pequeño tiempo presente.

Podemos pensar que intentan no darse cuenta de que estuvieron ausentes de este universo hasta que empezaron a existir y de que volverán a desaparecer de este presente magnificado a la primera de cambio.

Tampoco nos parece hoy la mejor solución creer en la eternidad desde este instante, ni siquiera perder la noción del tiempo nos parece adecuado. Tal vez ascender por el tiempo, sin temor al peligro de las máximas alturas cronológicas, sea una de las opciones para este viernes.

O simplemente ser como la nieve, silenciosa, blanca, pura, suave, sin exigencias, perfecta.

1 comentario:

  1. ¡Anda, filósofo! ¿Cómo vivir si no tienes alguna verdad pequeñita de la que echar mano en las procelas del alma? Creo que todos tenemos nuestras raquíticas verdades, famélicas verdades, como granitos de anís diminutos de los que echar mano para hacer una infusión de aliento en las encrucijadas del camino.

    Y, parafraseando al lunauta aquel, mi existencia terráquea es un pequeño e irrelevante paso para la humanidad, pero la experiencia de vivir es un gigantesco paso para mí. Ya sé que el sol se asomará por el Este el día en que el latido de mi corazón ya no interprete la sinfonía del universo, lo mismo que hizo el astro, sin aparentar asombro alguno cuando, nada más nacer, me procuré un lugar en el concierto. Pero, admitida nuestra total prescindibilidad y sin creer en ningún más allá que no esté vertiginosamente cerca del más acá, ¿qué nos queda sino admitir que la Vida, nuestra vida, este tiempo de pulsos y palabra que tenemos, es lo mejor que nos ha pasado? Eso y la media docena de instantes eternos en los que los instrumentos universales interpretaron, como un solista poseso, sólo los arpegios de nuestra personal partitura.

    Ahora que mi tiempo está congelado, sólo quiero ascender por la imaginación y el recuerdo y, si acaso, a las escarpadas cimas que hienden el firmamento cuando la niebla se funde con un suspiro silente.

    Nieve, no. Perfección, no. Fuego interno implacable empedrado de errores para poder sobrevivir y desvivirse.

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