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jueves, 12 de enero de 2012

La fantasía interminable

Al segundo día atravesaron el País de los Árboles Cantores.
Cada uno de los árboles tenía una forma distinta,
hojas distintas, distinta corteza, pero la razón
de que se llamara así esa tierra era que se podía escuchar
su crecimiento como una música suave, que sonaba
de cerca y de lejos y se unía para formar un potente
conjunto de belleza sin igual en toda Fantasia.
Se decía que no dejaba de ser peligroso caminar
por aquella región, porque muchos se habían quedado
encantados, olvidándose de todo.


La historia interminable, Michael Ende

1 comentario:

  1. Sucumbir al otoño
    (En recuerdo de Cioran)




    El timbal de las hojas más antiguas
    entrechocando apenas,
    llenaba de pianísimos
    vegetales el viento
    siquiera perceptible
    entre ahullido interior…, humus…, silencio.

    El contrapunto leve de los pasos
    le enlosaba corcheas al sendero
    entre el musgo y la piedra.

    El mosaico de otoño
    policromaba el monte y la mirada
    con ocres inauditos.

    El alma, arrodillada a la belleza,
    se volvía hacia el éxtasis interno
    a punto de estallar de amor y ausencia.

    Era noviembre y frío: quizá el bosque
    hacía magisterio de excelencia
    dándonos su lección de desapego,
    de despojo ritual, de desnudez.

    Morir como los árboles:
    desnuda, enhiesta, altiva, disidente
    del ritual de la vida.

    Ser árbol, ya lo he dicho, ser profunda,
    humana, desgarradamente árbol,
    habitado de luz
    oblicua cada otoño.

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