Al segundo día atravesaron el País de los Árboles Cantores.
Cada uno de los árboles tenía una forma distinta,
hojas distintas, distinta corteza, pero la razón
de que se llamara así esa tierra era que se podía escuchar
su crecimiento como una música suave, que sonaba
de cerca y de lejos y se unía para formar un potente
conjunto de belleza sin igual en toda Fantasia.
Se decía que no dejaba de ser peligroso caminar
por aquella región, porque muchos se habían quedado
encantados, olvidándose de todo.
La historia interminable, Michael Ende
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Sucumbir al otoño
ResponderEliminar(En recuerdo de Cioran)
El timbal de las hojas más antiguas
entrechocando apenas,
llenaba de pianísimos
vegetales el viento
siquiera perceptible
entre ahullido interior…, humus…, silencio.
El contrapunto leve de los pasos
le enlosaba corcheas al sendero
entre el musgo y la piedra.
El mosaico de otoño
policromaba el monte y la mirada
con ocres inauditos.
El alma, arrodillada a la belleza,
se volvía hacia el éxtasis interno
a punto de estallar de amor y ausencia.
Era noviembre y frío: quizá el bosque
hacía magisterio de excelencia
dándonos su lección de desapego,
de despojo ritual, de desnudez.
Morir como los árboles:
desnuda, enhiesta, altiva, disidente
del ritual de la vida.
Ser árbol, ya lo he dicho, ser profunda,
humana, desgarradamente árbol,
habitado de luz
oblicua cada otoño.