viernes, 30 de noviembre de 2012
Hallazgos
Según los últimos descubrimientos realizados en varias regiones de Nepal y del Tibet, las altísimas montañas que forman la cordillera del Himalaya podrían ser restos arqueológicos, ruinas de pasadas civilizaciones que habrían logrado elevar sus edificaciones a alturas superiores a los 8.000 metros. Con su obsesivo apego a los glaciares, al viento y a la nieve, aquellos habitantes fueron olvidándose del mundo de abajo y, poco a poco, ensimismados en su helado cenit, sus corazones quedaron helados y desaparecieron.
Otros arqueólogos señalan que existen las mismas posibilidades para las grandes montañas de los Alpes, de los Pirineos, de los Picos de Europa y de otras cordilleras del planeta.
Que unas civilizaciones del pasado hayan logrado hace tantos cientos de miles de años alturas semejantes supone un desafío científico de primer orden y pone en serios aprietos a toda la geología, la biología, la arqueología, la antropología y la historia actuales.
Según estos estudios no deseaban el poder ni el dinero, ni la fama ni el éxito; lo que querían era dominar las alturas, las máximas alturas, para ver más lejos, no para conquistas a nadie.
Hoy, cuando nuestro edificio terrestre más alto apenas sobrepasa los 800 metros, estamos a tiempo de reflexionar sobre lo que significa construir hacia arriba y olvidar lo de abajo, sobre lo que supondría dominar las cimas olvidándonos de la base de todo.
Si la tesis es correcta, los montañeros, los alpinistas y los himalayistas se convertirían en escaladores de edificios, en aficionados a la arqueología vertical y, en vez de denominar cresta cimera a esa parte de la montaña que nos conduce a la cumbre, tendrían que denominarla alero, tejado o azotea.
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