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martes, 9 de octubre de 2012

Un sueño en el Himalaya


El hombre llegó a la gran construcción a última hora, unos segundos antes de la hora del cierre. El vigilante, en vez de levantarse para empujar la gran puerta de acceso, le dio la llave para que él mismo cerrase desde el interior. La fortaleza quedaba clausurada.
Se suponía que deberían estar esperándolo pero, en aquel laberinto de salas y de pasillos sin indicaciones, sólo encontró a otro invitado tan desorientado y perdido como él.
Después de perderse por varias salas llegó a una donde se estaba proyectando una película desconocida que le recordó vagamente a "La dama de Sanghai", de Orson Welles. Lo curioso es que la gran sala de cine, inmensa, estaba vacía, ni un espectador.
Salió con intención de encontrar a alguien que le llevase a su habitación o le explicase tanta soledad y silencio, pero sólo vio desde una ventana que por el gran patio central de la gran edificación se acercaba el Presidente, el Director y otros dirigentes. Quiso acercarse a ellos bajando algunas escaleras y lo único que conseguía era confundirse más.
Entró en una sala en la que coincidió de nuevo con el invitado que estaba perdido pero, cuando iba a hablarle, se dio cuenta de que lo que veía formaba parte de una proyección cinematográfica y que el proyector estaba a su espalda; el invitado no era real, sólo una imagen proyectada.
Algo aturdido y  confuso, regresó sin saber cómo al cine donde, evidentemente, seguían proyectando una película de espejos y de reflejos.
Al salir de la sala de cine vio que, por el ancho pasillo, se acercaban los directores; apresuró el paso para acercarse a ellos y se encontró con otra pantalla, esta vez mejor disimulada y dispuesta. Desde detrás o desde el techo se proyectaba la escena en la que se aproximaban. Por miedo a verse a sí mismo en la escena abrió una puerta lateral y entró en otra gran sala que parecía dedicada a las recepciones.
Como ya casi no se sorprendía por nada, no se asustó al comprobar que todo era una proyección, que en realidad todo estaba vacío, excepto la pantalla o el velo en la que se proyectaba la sala que parecía ocupar ahora.
Salió por otra puerta y se vio a sí mismo buscando a una mujer muy hermosa, también una apariencia, un hermoso espejismo proyectado por ese delirio panóptico de proyecciones que no lograba entender.
Cuando ya todo le parecía un sinsentido, observó con asombro que él m ismo aparecía representado como un personaje más que deambulaba por el Palacio vacío, que el palacio a su vez era una proyección que procedía de la Capital de la provincia, que la capital era un simulacro emitido desde el Centro de la provincia, que la provincia era una aparición proyectada desde el Estado, que el estado mismo era una quimera visual creada desde el Imperio, que el imperio era una imagen filamada y emitida desde el Continente, que el continente entero procedía del Planeta que habitaba, que todo el planeta no era más que una imagen llena de luces y de sombras que procedía de la estrella más cercana, que todo el sistema de estrellas y de planetas era una proyección alucinada que venía de los confines de la galaxia, que la galaxia no era otra cosa que una forma emitida desde desde el Universo, que el universo entero era una luz que emenaba de la mirada más sonriente.
No había dudas, las dudas también estaban proyectadas.

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