jueves, 25 de octubre de 2012
El Himalaya y otras alturas superiores-17
Día 17 Miércoles 15-8-2012
11ª etapa Saldang (4.200 m)-Nangung (4.450 m.) Prepración para ascender al Gela-la (5.093 m.)
Amanecemos con el canto de los pájaros, parece que no llueve. Ascendemos unos 400 metros o más durante una hora, nos alejamos de saldang en dirección Oeste, poco a poco se va viendo la cadena de montañas nevadas de más de 5.000 o 6.000 metros.
Un paisaje espectacular, duro, agreste. En apenas 3 horas hemos llegado al lugar del campamento base desde donde mañana atacaremos y subiremos el Gela-la.
Estamos cerca de un pueblo que parece de unos indios americanos con alguna construcción metida en una entrada de la roca, hay un pequeño río que circula por el valle.
Comemos, montamos las tiendas y ordenamos todas nuestras cosas.
Hay unas masas nubosas blancas y grises jugando por las montañas, cuando sale el sol hace un calor espantoso dentro de las tiendas.
Nos ha contado nuestro guía Gomé que al grupo de militares que estaban la primera noche con nosotros en Dunai también se les cayó una mula y que perdieron el equipaje. Todavía peor, a un grupo de franceses les cedió una ladera y uno de ellos cayó al río y se ha ahogado. Esperemos que no den la noticia en España.
Vimos bharales hoy por la mañana, estarían a unos 100 metros y no huían de nosotros.
Sigo pensando por qué consideramos bellas a las montañas. Tal vez Rilke tuviese razón al afirmar que "la belleza es el comienzo de lo terrible y que la admiramos tanto porque, serenamente, desdeña destruirnos". En el caso de las grandes montañas, en los ocho miles, esa belleza de la máxima altura sí que puede considerarse el comienzo de lo terrible, de lo difícil, de lo desacostumbrado, de lo inverosímil, de la tentación desconcertante. Las admiramos tanto porque nos indican el camino de lo imposible, de la mística de lo absoluto, del que no sabe quedarse sólo en la prudencia; porque el hielo, la nieve y las rocas son lo más alto a lo que podemos aspirar. San Juan de la Cruz lo llamría la "Subida al Monte Carmelo", al monte al que no se puede ir con comodidades, que nos mide y nos toma la medida, que nos indica si podemos seguir o nos dice que tenemos mal de altura, que eso no es para nosotros. es el dominio de lo superlativo.
El comienzo de las verticalidades también nos atrae porque vivimos en lugares fáciles y horizontales.
Después de comer bajamos a Nangung, un pueblo con pocas casas y un monasterio cerrado. Está enclavado en un lugar curioso, entre el curso de un río y un barranco. También aquí, a 4.600 metros de altura, cultivan trigo. Se ven ruinas de edificios construidos en la pared de la montaña, aprovechando una cueva.
Intentamos cruzar el río y no encontramos el paso. Paseamos un rato y contemplamos el paisaje.
No sé si todo cambia o todo permanece, si el río fluye y erosiona y desgasta o si es la montaña la que obliga al río a desviarse por donde ella quiere;no sé si Heráclito tenía razón o la tenía parménides, no sé si la tienen los dos juntos a la vez o ninguno. No sé, ese escepticismo, esa limpieza de ánimo me lleva a examinarme y a querer ser menos codicioso, ¿por qué deseamos tantas cosas?, ¿no sería suficiente una para regalar? Si deseásemos menos, si codiciásemos menos, ¿mejoraría algo? Si no exiges mucho es muy fácil conseguirlo casi todo.
En este paisaje de impermanencias todo es tan enorme que es complicado dar con el sentido de la medida. Tal vez lo mejor sería conformarse con la excelente sopa de ajo que nos hace el cocinero todas las noches, parace ser que le pone salsa de tomate, alguna verdura, algún día champiñones, ajos picados y -el secreto- algo de jengibre.
El mundo es grande y hasta esta región remota, que es el Dolpo en eNepal, tiene pueblos, caminos, senderos, montañas y, sobre todo, tienen nombres para todas las cosas.
¡Qué maravilloso es que exista el mundo exterior, qué triste si sólo existiera la conciencia interior, el pennsamiento y la mente en soledad!
Mientras tanto espero la luz no emitida, la sonrisa que todavía está dormida, la vida que se prepara para dar, la alegría que se inventa, la belleza que se anuncia con el mismo amanecer.
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