1401-1500
Un
poco más al sur del trópico sin cáncer se encuentra la Isla Verde Esmeralda,
también conocida como Isla Esperanza. Dicen que los que llegan hasta allí se
sienten tan afortunados que, suceda lo que les suceda, ya nunca volverán a
vivir ningún infierno.
Por
desgracia el número de afortunados es muy limitado.
Por
suerte el número de límites es desconocido.
En
cualquier caso el número de desconocimientos es impresionante.
Todo
indica que el número de impresionistas sigue creciendo.
Aseguran
que el número de lo que crece es otro número.
Pero
el número que se refiere a sí mismo es autorreferencial, se mira al espejo y se
vuelve todavía más virtual.
Los
números impresionistas solo se calculan aproximadamente… y de lejos.
En la isla de las Ideas
Fabiano y Ángel se sintieron a gusto. La mayor parte de la superficie de la
isla era fácil y cómoda, todo estaba bien indicado.
Las ideas más atrevidas se situaban en las partes más
elevadas, llamadas en otros lugares montañas, Picos de Eudea, Los Alpeas,
Himaladeas. Pero no todos se atrevían a ir tan arriba ni a llegar tan lejos.
En el pasado, porque
todas las ideas tienen historia y pasado, a los pensadores más avanzados se les
llamaba montañidearos y escalidearos; y aunque muchos miraban hacia arriba
pocos se preparaban para el largo, esforzado, áspero a veces, duro, escarpado y
prolongado camino de ascenso.
Fabiano y Ángel
decidieron subir al Monte Olimpo para saludar a los antiguos dioses, al Monte
Carmelo, al Monte Ararat y a la Montaña de Cristal. Que eso pudiera hacerse en
un día se debe a las habilidades de una narración que se atreve con todo y que
hace que no parezca absurdo lo que es ilógico, que no parezca irreal lo que es
inverosímil o que no pase por ficción lo que no es más que un espacio
inventado.
Hay quien se atreve a
afirmar que las montañas más bellas son puros atrevimientos de dioses que no se
conforman con las llanuras, que son absurdamente hermosas, tan irreales como
ensueños, tan inverosímiles que parecen mentiras, tan de ficción que pocos se
atreven a clasificarlas, tan inventadas que parecen imaginadas por poetas
elevados.
Se puede suponer, y así
lo hicieron Fabiano y Ángel, que si el planeta hubiera sido una esfera
perfecta, no habríamos conocido ríos ni valles, ni montañas ni mares, ni islas
ni océanos.
1501-1600
Los
cartógrafos que han intentado hacer un mapa del Archipiélago han reconocido que
no es posible, las islas cambian de lugar, se mueven, se transforman y también
se desarrollan con el tiempo. Así ha ocurrido que un náufrago adulto, que ha regresado a la que creía su isla años
más tarde, solo ha podido reconocer la espuma de las olas y la insistencia de
los granos de arena de las playas para seguir siendo prácticamente incontables.
Los
que pretenden capturar la situación actual de las islas acaban dibujando el
futuro, los que quieren remitirse al pasado de la disgregación se pierden en mil
actualidades, los que desean conocer el futuro son los que mejor acaban prediciendo
el pasado incierto.
Tampoco
han faltado poetas con vocación de empresarios mineros que, confundiendo el
brillo dorado de los granos de arena de las playas en los atardeceres, han
llegado a creer que todo el oro estaba disponible.
Los
que han visitado y sobrepasado la niebla conocen algunas cosas que hay que
saber.
La isla de Cervantes es
la más importante de todo el archipiélago, así lo hicieron notar Ángel y
Fabiano en su informe. Y esa importancia se debe no solo a la superficie que
ocupa, a la cantidad y calidad de comentarios que ha suscitado a lo largo de su
historia, sino también a su propio valor que se manifiesta y es evidente para
todo el que se atreva a disfrutarla por sí mismo.
Nadie debería
conformarse tanto como para dejar que le contasen otros lo que es la vida, el
viaje, la experiencia, la aventura, el enamoramiento, la ilusión, la amistad y
cualquier otro tipo de vicisitud y de andadura.
O, lo que es casi lo
mismo, todos deberían atreverse alguna vez a vivir el gesto quijotesco y salir
al mundo a deshacer entuertos y a socorrer a los débiles.
En este sentido Fabiano
de Montiel y Ángel del Toboso también vivieron sus aventuras en isla tan
caballeresca y principal, la isla sin par en la que sus almas se entregaron a
felices y ocurrentes desmesuras. Tales desmesuras irán siendo contadas a lo
largo de los diferentes capítulos del archipiélago de las islas nómadas, unos
francamente expuestos, otros transformados y algunos convenientemente
disimulados.
Serán dignas de ver y de
contemplar sus andanzas, tropiezos, abollones, brillos y ordalías.
En la isla se
encontraron a Cervantes dialogando con Don Quijote.
–Es complicado. Me dice
que no entiende que, estando tan triste y sensible, haya llegado a pensar que
no quiere hablar conmigo, dijo Cervantes.
–No le he castigado con
mi silencio, jamás lo haría, contestó Don Quijote.
–Pero si se ha marchado
otra vez a la aventura provocando situaciones más que incómodas a todo el mundo
y a mí mismo, que me he visto obligado, en honor a la verdad y a la ficción, a
veces queriendo y otras a mi pesar, a escribirlas, replicó Cervantes.
–Sabe vuestra merced
que, como verdadero caballero andante, jamás haría cosa igual. Que me haya
marchado no quiere decir que haya querido provocar problemas por doquier, sino
resolver injusticias y deshacer tantos entuertos como a lo largo y a lo ancho
del mundo existen, respondió Don Quijote.
–Ha de saber, ilustre
criatura, que no es tan fácil entenderle ni seguirle por esos enrevesados
caminos que transita.
–Tampoco entiende que de
alguna manera siga en contacto con mi amada Dulcinea y que ella siga siendo lo
más importante de mi alma.
–Si lo que quiere es
claridad, replicó Cervantes, ahora le diré lo que no entiendo.
–Puede ser tan sincero
como desee.
–Pues bien, le diré que
no entiendo que, a tan avanzada edad y con tantos años ya cumplidos, no haya
conseguido un trabajo que le permita ser autónomo, autosuficiente,
independiente de sus rentas y que siga como alma en pena intentando dar lástima
y compasión para que le ayuden y le mantengan, como si fuera un eterno hidalgo
y joven aventurero sin responsabilidad por administrar su vida y su hacienda.
–Un verdadero hidalgo,
señor mío, no ha de implicarse en trabajo alguno que menoscabe los afanes y voluntades
de su deseo o que vaya en contra de las altas aspiraciones de su alma. Eso
sería caer en una actividad servil impropia de la noble tarea de un Caballero
Andante y caminante, contestó Don Quijote.
–La respuesta es
ingeniosa y viene a indicar que, en el fondo, quiere seguir haciendo lo que le
dé la real y santa gana.
–La verdadera nobleza,
autor de mis aventuras y desventuras, está en dedicar los talentos que se nos
han concedido a celebrar y agradecer todo lo que en el mundo hay de bello,
bueno y verdadero, no a colaborar en mantener la vulgaridad rampante.
–¿Y eso no puede
hacerse desde un trabajo que organice y cambie el mundo para mejor y que sea
retribuido como se merece?, contestó Cervantes.
–Algunos lo hacen así,
pero yo he de intentarlo como surge y viene de mis entendederas y de acuerdo a
las sagradas leyes y reglas de la Orden de la Caballería Andante que, en esto
como en todo, son muy estrictas.
–Tampoco entiendo, dijo
entonces Cervantes, que, por más sensatez que intente poner en su historia,
siempre me haya despreciado, rechazado, chillado, faltado al respeto, que haya
salido por peteneras y hasta escapado de su casa de noche y sin avisar a nadie,
y que me haya hecho sentir rabia, frustración e impotencia ante la dificultad
de contarlo con un mínimo de lógica, de credibilidad y hasta de verosimilitud.
–Como buen caballero
que sois, seréis capaz de entender que, el que siente lo que realmente siente
un caballero y sale en busca de aventuras para probar su temple y su ánimo,
puede encontrarse con cualquier tipo de infortunio y hasta quebrantarse la
cabeza. Y que ese salir y hasta huir de casa no es más que otra exigencia del
guión caballeresco que exige más atrevimiento que comodidad.
–Hay cosas que se
pueden y hasta deben entenderse pero, por qué tantas y tan desatinadas
aventuras?, ¿fueron… eran… son todas necesarias?, preguntó entonces Cervantes.
–El destino y los
dioses así lo habrán querido, o el capricho del autor o autores de tan
desmañada historia. Y en eso, me parece, a vuestra merced le corresponde alguna
responsabilidad.
–Sí, alguna he de
tener, concedió Cervantes. Pero lo que no entiendo es que sienta tanto
desprecio y rechazo por la realidad, y que no agradezca la ayuda. ¡Eso no
parece muy honorable! Y lleva muchos años haciéndolo.
–Pero, ¿quién se ha
creído que es para tratarme así, con tal desfachatez?, ¿no sabe que está ante
un caballero que es emperador de sí mismo, rey de su propia condición, señor de
su imprevisto destino y hasta amo de su impaciencia?, replicó airado Don Quijote.
–Es que es algo elemental:
no se rechaza ni se denigra a los que nos ayudan y no se pide ayuda a los que
uno no aprecia. Es una cuestión de dignidad. Siempre he cuidado su relato con
mimo mientras que usted ha hecho lo que ha querido y deseado.
–No querrá ahora, un
escritor tan poco valorado y desconocido, darme a mí lecciones de dignidad.
Dignidad es lo único que me dieron y hasta me concedieron los cielos, aunque he
de reconocer que aquí, en la tierra, me las veo y me las deseo para que se note
y no se confunda con la insensatez.
–Me alegro, le dijo
Cervantes, que al menos me conceda eso.
–No me cuesta trabajo
aceptar alguna parte de la verdad, aunque tantas veces sea incompatible con mis
sueños, anhelos y delirios de grandeza.
–Sabia manera de ser, admitió
Cervantes. Aunque he de insistir. No entiendo que siendo como es tan, por así
decirlo, antisistema, y situándose tan fuera de la realidad, viva como un hidalgo
señorito (si fuera un hombre rico y de gran hacienda, y de Andalucía, se podría
entender), siempre a costa de la generosidad de los demás, como un aprovechado,
siempre con ayudas. ¿Dónde están la coherencia y los valores?
–¡Los valores!,
sentenció Don Quijote, los valores son las más altas oportunidades que tiene el
espíritu para manifestarse y ponerse a prueba y los míos son coherentes, pues
no he de perder la oportunidad de manifestar mi nobleza y distinción por unos
trabajos del tres al cuarto.
–No es tan sencillo, ya
que no se entiende que elija ese modelo de vida que le ha llevado a fracasar en
todas sus aventuras, a ser apaleado y caer maltrecho, y quiera, además, que
todos aplaudamos y ensalcemos. Si es libre, es responsable. Ser un hidalgo
caballero también es hacerse uno cargo de su propia vida y llevar sus propios
dineros y viandas, como le dijo el ventero.
–Y todo eso fue hecho
en la medida de mis posibilidades, alejándome siempre de la vil y vulgar
canalla y de todo lo que se le parezca. Si algo ha salido mal es por la
intervención de causas ajenas a mi voluntad, porque me han fallado los molinos
y los gigantes, las apariencias y las injusticias, nunca porque me faltasen
entusiasmos.
–Es demasiado fácil
vivir así, improvisando, dijo Cervantes. Sigo sin entender que quiera vivir de
esta manera, de la caridad, de la ayuda de sus vecinos, de la asistencia de los
demás, pidiendo siempre protección y apoyo, ¿Cuándo va a empezar a ayudar y a dar
amparo a los demás?
–Pero si no hago otra
cosa que dedicarme a ayudar a los desfavorecidos, a socorrer a los
menesterosos, a proteger a los débiles…
–No entiendo que trate
tan mal a algunos de sus semejantes, a los que simplemente viajan sin hacer
daño a nadie y, en su desvarío, confunde con asaltantes y malandrines. La
realidad es que tienen el infortunio de tropezar con semejante espécimen.
–Que la realidad no se
ajuste a mis designios no es un problema mío, es más un problema de la
realidad. Que el mundo sea independiente de mi voluntad, como dirá
Wittgenstein, es una dificultad para el mundo y una desdicha para mi sana
decisión de querer lo mejor para todos sus habitantes, dijo Don Quijote. Como
diría Galileo, si las piedras no caen como yo digo, peor para las piedras; si
el mundo no se comporta como el bien, la justicia y la honradez indican, peor
para el mundo.
–Tampoco entiendo que
sea tan exigente con los demás y tan poco consigo mismo. Tiene la piel muy
fina, no admite ningún comentario sobre la realidad, sobre todo los que no le
interesan y no se ajustan a sus desvaríos. Por ejemplo, la realidad le sirve para
justificar que en su mundo de la caballería andante fracasen los proyectos, la gente
no tenga palabra, se cumpla tarde, mal y nunca y cualquier otro despropósito;
sin embargo la realidad que nos dice a todos que hay que trabajar y ser
sensatos y prudentes para vivir, la que nos dice que todos sus parientes están
en ello... de eso no quiere hablar. Muy astuto ese uso de la
"realidad" solo para lo que le conviene.
–Es conveniente para
mí, sin duda, creer en mí mismo y en mi propio proyecto. Cuando un caballero,
después de llenarse de lecturas y de razones, sale al mundo lo de menos es lo
que ha de encontrarse, es él el protagonista, el que ha de medirse, el que ha
de moldearse y cumplirse.
–Observo que hay mucha
combinación de orgullo, soberbia y arrogancia, comentó Cervantes.
–No hay tal, lo que
llama orgullo es voluntad y ánimo; lo que llama soberbia es carácter, decisión
y fortaleza; lo que llama arrogancia es fuerza y valentía.
–Puede ser. No le
faltan palabras ni retóricas. Pero tampoco entiendo que si no quiere tener
demasiado que ver con los ricos sin nobleza muchas veces viva y pretenda seguir
viviendo de algunos apellidos o de sus haciendas heredadas.
–Pensar que un
caballero andante tenga que preocuparse continuamente por el origen de la
comida que come, de la ropa que lleva o del aposento que le ofrecen, es no
haber entendido nada, contestó Don Quijote. Un caballero está por encima de
esas menudencias.
–También le he
escuchado hablar mal o con cierto desprecio de los encargados públicos y
resulta que no hace otra cosa que pedirles ayuda. Por cierto, los que tan bien
lo han tratado también son personas con cargos de servicio a los demás.
–No es menester que un
caballero solicite a otros títulos que acrediten su importancia y merecimiento.
Si alguien está delante de mí, es, existe y ya, solo por eso, ese encuentro
puede ser un triunfo o un motivo de disputa.
–Graciosa manera de
justificarlo todo, añadió Cervantes.
–No se trata de
justificarlo todo, sino de plantearse solo lo justo y necesario para resolver
el desaguisado.
–Así no hay manera de
razonar, dijo Cervantes. No entiendo que siempre que se pone en contacto
conmigo sea para pedirme ayuda, es decir consuelo; a ver si alguna vez me
solicita para decirme que tiene un trabajo de alto rango como le corresponde a
su altura de miras, que es feliz con lo que hace y piensa, que las cosas le van
bien y no anda perdiendo el tiempo con palabrerías, que ha solucionado algo en
alguna de sus aventuras, que no le duele nada porque ese bálsamo de Fierabrás
cura, que hay en su vida más alegrías que penas…
–Esperar eso de un
caballero andante es no haber entendido nada. Aquí no hemos venido a ver ni a
gozar ni a entender, sino a no ver, a sufrir y a combatir la confusión, como en
gran medida dijo el gran San Juan de la Cruz.
–Pues esa parte la
lleva bien cumplida, comentó Cervantes. En cualquier caso no entiendo que
renuncie a las pocas posibilidades que tiene y que en su estado se muestre tan
arrogante, soberbio y orgulloso para rechazar lo que más necesita, una vida
realista. En su lugar cualquier otro aceptaría la ocupación que fuese para
vivir, pagar la comida y la indumentaria.
–Y vuelta otra vez a lo
mismo, comentó irritado Don Quijote. Una y mil veces he de decirle que no soy
un pobre hortelano sometido a las órdenes de cualquier señor. Yo soy señor de
mí mismo y en mí mismo confío, y prefiero vivir a gusto debajo de un puente que
a disgusto en un gran palacio.
–Eso es fácil de decir,
se puede presumir mucho y no saber lo que vale un peine. Se trata de saber si merece
lo que tiene.
–¡Pues no he de merecerlo!
Sabed que soy grande de España y quinto de Islandia, de Holandia, de Finlandia
y de Groenlandia.
–Y eso, para qué le
sirve, preguntó Cervantes.
–Cómo que para qué me
sirve, para qué me ha de servir, alma de cántaro. Me sirve para saberme y
conocerme a mí mismo, para conocer mis propios méritos y para desdeñarlos, para
saber que son míos e ignorarlos.
–Curiosa manera de ser.
Por eso no puedo entender, o mejor, sí lo entiendo demasiado, que lleve tantos
años viviendo así, sin valorar lo que le dan. Y es sencillo, solo sabrá lo
importante que es la riqueza cuando la gane, cuando la merezca, y eso es algo
que no se aprecia cuando te cuidan, te regalan y siempre te están salvando,
añadió Cervantes.
–Que rechace e ignore
las recompensas materiales no significa que no entienda lo que ocurre en el
mundo, que mis ideales sean más elevados no indica que no sepa que sigo con los
pies en la tierra.
–Entonces lo que no se
entiende es que presuma tanto de su gran conocimiento y sensibilidad, como si
los demás fuésemos de acero golpeado y piedra pómez. Me temo que casi todos los
seres humanos somos sensibles.
–Pero unos más que
otros, añadió Don Quijote.
–Sí, pero esos que son
más inteligentes, sensibles, cultos e instruidos deberían dedicar todo su
ingenio para el bien de los demás, no para aumentar todo su egoísmo.
–No presumo,
simplemente asumo lo que soy, lo que sé y lo que he leído. Lo que no hago es
rechazar el buen trato que se me ha de dar por ser Caballero de la Ilustre
Figura.
–Estamos siempre en lo
mismo. No comprende que su situación es insostenible. Es casi seguro que todas
esas lecturas le han estado educando muy mal y consintiéndole durante
demasiados años vivir (nunca mejor dicho) del cuento. Y ahora, cuando se le
acumulan todos los problemas, en vez de ser humilde, muestras su cara más
intratable, siempre en posesión de la verdad… ¿Qué ser humano puede soportarlo?
A nadie le gusta sufrir y preocuparse en exceso, dijo Cervantes.
–Ha de saber, mi buen
amigo y autor de mis días y de mis aventuras y desventuras, que una vez que una
criatura se ha lanzado al mundo ya se puede hacer poco para intervenir en ella;
hay que dejarla que, a su libre albedrío y a su antojo, haga y deshaga lo que
pueda y, si hay suerte, que arregle un poco el mundo o, al menos, que no lo
estropee más de lo necesario.
–Sigo sin conformarme
con esa forma un tanto inconsciente de ser, sigo sin ver bien que lanzarse e ir
por esos mundos a la buena de Dios, sin cálculo ni previsión sea la forma más
adecuada de vivir, dijo Cervantes.
–Si ha de ser así, a la
buena de Dios que sea. Peor sería que fuese a la mala de Dios, replicó Don
Quijote.
–Tampoco sé si eso que
llama buena de Dios es bueno o, simplemente, es deambular sin fin ni objetivo
ni cálculo.
1601-1700
Desde
el principio las islas decidieron seguir a Heráclito en casi todo y fluir y moverse
y, a la vez, ser tan lógicas como impredecibles.
En
una isla siempre se oía decir: “Hay que empezar por el principio”, como si el
principio fuese fácil de conocer, como si el comienzo fuese claro, como si
hubiese unanimidad sobre el inicio, como si todo no fueran preámbulos, verbos,
palabras, prólogos y alucinaciones.
En
el principio fue el verbo y el nombre, el adjetivo, el pronombre afortunado, la
conjunción inolvidable…
Las
islas que fluyen son las más difíciles de seguir. Apenas son así.
Las
islas a la deriva flotan de forma tan ingrávida que cuando se posan sobre la
cabeza y los hombros de alguien parece imposible que no quede aplastado.
Cuando llegaron Ángel y
Fabiano a la isla de Tales de Mileto encontraron cálculos dispersos por el
suelo, números en el aire y triángulos flotando como si fueran aviángulos.
Nada hicieron, solo
sostenerse y sostener así el mundo sin caer en excesos. Lo que sí observaron es
que las estrellas se aproximaban mucho más a la isla de Tales que a las demás,
lo que les llevó a adentrarse en complejidades mayores y a aventurarse en
terrenos con baches y agujeros en los que más de uno podría caer si no pusiera
toda su atención en ello.
Para ellos era un
placer y un honor visitar la isla de los cálculos pues, aunque no siempre eran
acertados, al menos suponían un avance sobre las supersticiones y las
mitologías precedentes. Lo que no quisieran de ninguna manera es ver la isla
llena de turistas y de viajeros, serían suficientes seis o siete poetas en cada
siglo para llenar de encanto todo el archipiélago.
En cualquier caso ha de
decirse que, sea con cálculos o con poesía, la isla ha de seguir siendo una
referencia mundial en el arte de adivinar la dirección del sueño.
Y queda por estudiar y
poner de manifiesto si las matemáticas y el arte no son una y la misma cosa
consideradas desde perspectivas distintas y hasta diferentes.
Y desde allí llegaron a
considerar que hasta las líneas y cables de alta tensión, que cruzaban valles
sin vértigo ni miedo, podían ser nuevas modalidades de pentagramas y nuevas
formas sutiles de belleza, intervenciones con pretensiones artísticas para
delimitar los paisajes.
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