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domingo, 1 de septiembre de 2019

Las Islas Nómadas-IV


1401-1500

Un poco más al sur del trópico sin cáncer se encuentra la Isla Verde Esmeralda, también conocida como Isla Esperanza. Dicen que los que llegan hasta allí se sienten tan afortunados que, suceda lo que les suceda, ya nunca volverán a vivir ningún infierno.
Por desgracia el número de afortunados es muy limitado.
Por suerte el número de límites es desconocido.
En cualquier caso el número de desconocimientos es impresionante.
Todo indica que el número de impresionistas sigue creciendo.
Aseguran que el número de lo que crece es otro número.
Pero el número que se refiere a sí mismo es autorreferencial, se mira al espejo y se vuelve todavía más virtual.
Los números impresionistas solo se calculan aproximadamente… y de lejos.

En la isla de las Ideas Fabiano y Ángel se sintieron a gusto. La mayor parte de la superficie de la isla era fácil y cómoda, todo estaba bien indicado.
Las ideas más  atrevidas se situaban en las partes más elevadas, llamadas en otros lugares montañas, Picos de Eudea, Los Alpeas, Himaladeas. Pero no todos se atrevían a ir tan arriba ni a llegar tan lejos.
En el pasado, porque todas las ideas tienen historia y pasado, a los pensadores más avanzados se les llamaba montañidearos y escalidearos; y aunque muchos miraban hacia arriba pocos se preparaban para el largo, esforzado, áspero a veces, duro, escarpado y prolongado camino de ascenso.
Fabiano y Ángel decidieron subir al Monte Olimpo para saludar a los antiguos dioses, al Monte Carmelo, al Monte Ararat y a la Montaña de Cristal. Que eso pudiera hacerse en un día se debe a las habilidades de una narración que se atreve con todo y que hace que no parezca absurdo lo que es ilógico, que no parezca irreal lo que es inverosímil o que no pase por ficción lo que no es más que un espacio inventado.
Hay quien se atreve a afirmar que las montañas más bellas son puros atrevimientos de dioses que no se conforman con las llanuras, que son absurdamente hermosas, tan irreales como ensueños, tan inverosímiles que parecen mentiras, tan de ficción que pocos se atreven a clasificarlas, tan inventadas que parecen imaginadas por poetas elevados.
Se puede suponer, y así lo hicieron Fabiano y Ángel, que si el planeta hubiera sido una esfera perfecta, no habríamos conocido ríos ni valles, ni montañas ni mares, ni islas ni océanos.
1501-1600

Los cartógrafos que han intentado hacer un mapa del Archipiélago han reconocido que no es posible, las islas cambian de lugar, se mueven, se transforman y también se desarrollan con el tiempo. Así ha ocurrido que un náufrago adulto,  que ha regresado a la que creía su isla años más tarde, solo ha podido reconocer la espuma de las olas y la insistencia de los granos de arena de las playas para seguir siendo prácticamente incontables.
Los que pretenden capturar la situación actual de las islas acaban dibujando el futuro, los que quieren remitirse al pasado de la disgregación se pierden en mil actualidades, los que desean conocer el futuro son los que mejor acaban prediciendo el pasado incierto.
Tampoco han faltado poetas con vocación de empresarios mineros que, confundiendo el brillo dorado de los granos de arena de las playas en los atardeceres, han llegado a creer que todo el oro estaba disponible.
Los que han visitado y sobrepasado la niebla conocen algunas cosas que hay que saber.

La isla de Cervantes es la más importante de todo el archipiélago, así lo hicieron notar Ángel y Fabiano en su informe. Y esa importancia se debe no solo a la superficie que ocupa, a la cantidad y calidad de comentarios que ha suscitado a lo largo de su historia, sino también a su propio valor que se manifiesta y es evidente para todo el que se atreva a disfrutarla por sí mismo.
Nadie debería conformarse tanto como para dejar que le contasen otros lo que es la vida, el viaje, la experiencia, la aventura, el enamoramiento, la ilusión, la amistad y cualquier otro tipo de vicisitud y de andadura.
O, lo que es casi lo mismo, todos deberían atreverse alguna vez a vivir el gesto quijotesco y salir al mundo a deshacer entuertos y a socorrer a los débiles.
En este sentido Fabiano de Montiel y Ángel del Toboso también vivieron sus aventuras en isla tan caballeresca y principal, la isla sin par en la que sus almas se entregaron a felices y ocurrentes desmesuras. Tales desmesuras irán siendo contadas a lo largo de los diferentes capítulos del archipiélago de las islas nómadas, unos francamente expuestos, otros transformados y algunos convenientemente disimulados.
Serán dignas de ver y de contemplar sus andanzas, tropiezos, abollones, brillos y ordalías.


En la isla se encontraron a Cervantes dialogando con Don Quijote.
–Es complicado. Me dice que no entiende que, estando tan triste y sensible, haya llegado a pensar que no quiere hablar conmigo, dijo Cervantes.
–No le he castigado con mi silencio, jamás lo haría, contestó Don Quijote.
–Pero si se ha marchado otra vez a la aventura provocando situaciones más que incómodas a todo el mundo y a mí mismo, que me he visto obligado, en honor a la verdad y a la ficción, a veces queriendo y otras a mi pesar, a escribirlas, replicó Cervantes.
–Sabe vuestra merced que, como verdadero caballero andante, jamás haría cosa igual. Que me haya marchado no quiere decir que haya querido provocar problemas por doquier, sino resolver injusticias y deshacer tantos entuertos como a lo largo y a lo ancho del mundo existen, respondió Don Quijote.
–Ha de saber, ilustre criatura, que no es tan fácil entenderle ni seguirle por esos enrevesados caminos que transita.
–Tampoco entiende que de alguna manera siga en contacto con mi amada Dulcinea y que ella siga siendo lo más importante de mi alma.
–Si lo que quiere es claridad, replicó Cervantes, ahora le diré lo que no entiendo.
–Puede ser tan sincero como desee.
–Pues bien, le diré que no entiendo que, a tan avanzada edad y con tantos años ya cumplidos, no haya conseguido un trabajo que le permita ser autónomo, autosuficiente, independiente de sus rentas y que siga como alma en pena intentando dar lástima y compasión para que le ayuden y le mantengan, como si fuera un eterno hidalgo y joven aventurero sin responsabilidad por administrar su vida y su hacienda.
–Un verdadero hidalgo, señor mío, no ha de implicarse en trabajo alguno que menoscabe los afanes y voluntades de su deseo o que vaya en contra de las altas aspiraciones de su alma. Eso sería caer en una actividad servil impropia de la noble tarea de un Caballero Andante y caminante, contestó Don Quijote.
–La respuesta es ingeniosa y viene a indicar que, en el fondo, quiere seguir haciendo lo que le dé la real y santa gana.
–La verdadera nobleza, autor de mis aventuras y desventuras, está en dedicar los talentos que se nos han concedido a celebrar y agradecer todo lo que en el mundo hay de bello, bueno y verdadero, no a colaborar en mantener la vulgaridad rampante.
–¿Y eso no puede hacerse desde un trabajo que organice y cambie el mundo para mejor y que sea retribuido como se merece?, contestó Cervantes.
–Algunos lo hacen así, pero yo he de intentarlo como surge y viene de mis entendederas y de acuerdo a las sagradas leyes y reglas de la Orden de la Caballería Andante que, en esto como en todo, son muy estrictas.
–Tampoco entiendo, dijo entonces Cervantes, que, por más sensatez que intente poner en su historia, siempre me haya despreciado, rechazado, chillado, faltado al respeto, que haya salido por peteneras y hasta escapado de su casa de noche y sin avisar a nadie, y que me haya hecho sentir rabia, frustración e impotencia ante la dificultad de contarlo con un mínimo de lógica, de credibilidad y hasta de verosimilitud.
–Como buen caballero que sois, seréis capaz de entender que, el que siente lo que realmente siente un caballero y sale en busca de aventuras para probar su temple y su ánimo, puede encontrarse con cualquier tipo de infortunio y hasta quebrantarse la cabeza. Y que ese salir y hasta huir de casa no es más que otra exigencia del guión caballeresco que exige más atrevimiento que comodidad.
–Hay cosas que se pueden y hasta deben entenderse pero, por qué tantas y tan desatinadas aventuras?, ¿fueron… eran… son todas necesarias?, preguntó entonces Cervantes.
–El destino y los dioses así lo habrán querido, o el capricho del autor o autores de tan desmañada historia. Y en eso, me parece, a vuestra merced le corresponde alguna responsabilidad.
–Sí, alguna he de tener, concedió Cervantes. Pero lo que no entiendo es que sienta tanto desprecio y rechazo por la realidad, y que no agradezca la ayuda. ¡Eso no parece muy honorable! Y lleva muchos años haciéndolo.
–Pero, ¿quién se ha creído que es para tratarme así, con tal desfachatez?, ¿no sabe que está ante un caballero que es emperador de sí mismo, rey de su propia condición, señor de su imprevisto destino y hasta amo de su impaciencia?, replicó airado Don Quijote.
–Es que es algo elemental: no se rechaza ni se denigra a los que nos ayudan y no se pide ayuda a los que uno no aprecia. Es una cuestión de dignidad. Siempre he cuidado su relato con mimo mientras que usted ha hecho lo que ha querido y deseado.
–No querrá ahora, un escritor tan poco valorado y desconocido, darme a mí lecciones de dignidad. Dignidad es lo único que me dieron y hasta me concedieron los cielos, aunque he de reconocer que aquí, en la tierra, me las veo y me las deseo para que se note y no se confunda con la insensatez.
–Me alegro, le dijo Cervantes, que al menos me conceda eso.
–No me cuesta trabajo aceptar alguna parte de la verdad, aunque tantas veces sea incompatible con mis sueños, anhelos y delirios de grandeza.
–Sabia manera de ser, admitió Cervantes. Aunque he de insistir. No entiendo que siendo como es tan, por así decirlo, antisistema, y situándose tan fuera de la realidad, viva como un hidalgo señorito (si fuera un hombre rico y de gran hacienda, y de Andalucía, se podría entender), siempre a costa de la generosidad de los demás, como un aprovechado, siempre con ayudas. ¿Dónde están la coherencia y los valores?
–¡Los valores!, sentenció Don Quijote, los valores son las más altas oportunidades que tiene el espíritu para manifestarse y ponerse a prueba y los míos son coherentes, pues no he de perder la oportunidad de manifestar mi nobleza y distinción por unos trabajos del tres al cuarto.
–No es tan sencillo, ya que no se entiende que elija ese modelo de vida que le ha llevado a fracasar en todas sus aventuras, a ser apaleado y caer maltrecho, y quiera, además, que todos aplaudamos y ensalcemos. Si es libre, es responsable. Ser un hidalgo caballero también es hacerse uno cargo de su propia vida y llevar sus propios dineros y viandas, como le dijo el ventero.
–Y todo eso fue hecho en la medida de mis posibilidades, alejándome siempre de la vil y vulgar canalla y de todo lo que se le parezca. Si algo ha salido mal es por la intervención de causas ajenas a mi voluntad, porque me han fallado los molinos y los gigantes, las apariencias y las injusticias, nunca porque me faltasen entusiasmos.
–Es demasiado fácil vivir así, improvisando, dijo Cervantes. Sigo sin entender que quiera vivir de esta manera, de la caridad, de la ayuda de sus vecinos, de la asistencia de los demás, pidiendo siempre protección y  apoyo, ¿Cuándo va a empezar a ayudar y a dar amparo a los demás?
–Pero si no hago otra cosa que dedicarme a ayudar a los desfavorecidos, a socorrer a los menesterosos, a proteger a los débiles…
–No entiendo que trate tan mal a algunos de sus semejantes, a los que simplemente viajan sin hacer daño a nadie y, en su desvarío, confunde con asaltantes y malandrines. La realidad es que tienen el infortunio de tropezar con semejante espécimen.
–Que la realidad no se ajuste a mis designios no es un problema mío, es más un problema de la realidad. Que el mundo sea independiente de mi voluntad, como dirá Wittgenstein, es una dificultad para el mundo y una desdicha para mi sana decisión de querer lo mejor para todos sus habitantes, dijo Don Quijote. Como diría Galileo, si las piedras no caen como yo digo, peor para las piedras; si el mundo no se comporta como el bien, la justicia y la honradez indican, peor para el mundo.
–Tampoco entiendo que sea tan exigente con los demás y tan poco consigo mismo. Tiene la piel muy fina, no admite ningún comentario sobre la realidad, sobre todo los que no le interesan y no se ajustan a sus desvaríos. Por ejemplo, la realidad le sirve para justificar que en su mundo de la caballería andante fracasen los proyectos, la gente no tenga palabra, se cumpla tarde, mal y nunca y cualquier otro despropósito; sin embargo la realidad que nos dice a todos que hay que trabajar y ser sensatos y prudentes para vivir, la que nos dice que todos sus parientes están en ello... de eso no quiere hablar. Muy astuto ese uso de la "realidad" solo para lo que le conviene.
–Es conveniente para mí, sin duda, creer en mí mismo y en mi propio proyecto. Cuando un caballero, después de llenarse de lecturas y de razones, sale al mundo lo de menos es lo que ha de encontrarse, es él el protagonista, el que ha de medirse, el que ha de moldearse y cumplirse.
–Observo que hay mucha combinación de orgullo, soberbia y arrogancia, comentó Cervantes.
–No hay tal, lo que llama orgullo es voluntad y ánimo; lo que llama soberbia es carácter, decisión y fortaleza; lo que llama arrogancia es fuerza y valentía.
–Puede ser. No le faltan palabras ni retóricas. Pero tampoco entiendo que si no quiere tener demasiado que ver con los ricos sin nobleza muchas veces viva y pretenda seguir viviendo de algunos apellidos o de sus haciendas heredadas.
–Pensar que un caballero andante tenga que preocuparse continuamente por el origen de la comida que come, de la ropa que lleva o del aposento que le ofrecen, es no haber entendido nada, contestó Don Quijote. Un caballero está por encima de esas menudencias.
–También le he escuchado hablar mal o con cierto desprecio de los encargados públicos y resulta que no hace otra cosa que pedirles ayuda. Por cierto, los que tan bien lo han tratado también son personas con cargos de servicio a los demás.
–No es menester que un caballero solicite a otros títulos que acrediten su importancia y merecimiento. Si alguien está delante de mí, es, existe y ya, solo por eso, ese encuentro puede ser un triunfo o un motivo de disputa.
–Graciosa manera de justificarlo todo, añadió Cervantes.
–No se trata de justificarlo todo, sino de plantearse solo lo justo y necesario para resolver el desaguisado.
–Así no hay manera de razonar, dijo Cervantes. No entiendo que siempre que se pone en contacto conmigo sea para pedirme ayuda, es decir consuelo; a ver si alguna vez me solicita para decirme que tiene un trabajo de alto rango como le corresponde a su altura de miras, que es feliz con lo que hace y piensa, que las cosas le van bien y no anda perdiendo el tiempo con palabrerías, que ha solucionado algo en alguna de sus aventuras, que no le duele nada porque ese bálsamo de Fierabrás cura, que hay en su vida más alegrías que penas…
–Esperar eso de un caballero andante es no haber entendido nada. Aquí no hemos venido a ver ni a gozar ni a entender, sino a no ver, a sufrir y a combatir la confusión, como en gran medida dijo el gran San Juan de la Cruz.
–Pues esa parte la lleva bien cumplida, comentó Cervantes. En cualquier caso no entiendo que renuncie a las pocas posibilidades que tiene y que en su estado se muestre tan arrogante, soberbio y orgulloso para rechazar lo que más necesita, una vida realista. En su lugar cualquier otro aceptaría la ocupación que fuese para vivir, pagar la comida y la indumentaria.
–Y vuelta otra vez a lo mismo, comentó irritado Don Quijote. Una y mil veces he de decirle que no soy un pobre hortelano sometido a las órdenes de cualquier señor. Yo soy señor de mí mismo y en mí mismo confío, y prefiero vivir a gusto debajo de un puente que a disgusto en un gran palacio.
–Eso es fácil de decir, se puede presumir mucho y no saber lo que vale un peine. Se trata de saber si merece lo que tiene.
–¡Pues no he de merecerlo! Sabed que soy grande de España y quinto de Islandia, de Holandia, de Finlandia y de Groenlandia.
–Y eso, para qué le sirve, preguntó Cervantes.
–Cómo que para qué me sirve, para qué me ha de servir, alma de cántaro. Me sirve para saberme y conocerme a mí mismo, para conocer mis propios méritos y para desdeñarlos, para saber que son míos e ignorarlos.
–Curiosa manera de ser. Por eso no puedo entender, o mejor, sí lo entiendo demasiado, que lleve tantos años viviendo así, sin valorar lo que le dan. Y es sencillo, solo sabrá lo importante que es la riqueza cuando la gane, cuando la merezca, y eso es algo que no se aprecia cuando te cuidan, te regalan y siempre te están salvando, añadió Cervantes.
–Que rechace e ignore las recompensas materiales no significa que no entienda lo que ocurre en el mundo, que mis ideales sean más elevados no indica que no sepa que sigo con los pies en la tierra.
–Entonces lo que no se entiende es que presuma tanto de su gran conocimiento y sensibilidad, como si los demás fuésemos de acero golpeado y piedra pómez. Me temo que casi todos los seres humanos somos sensibles.
–Pero unos más que otros, añadió Don Quijote.
–Sí, pero esos que son más inteligentes, sensibles, cultos e instruidos deberían dedicar todo su ingenio para el bien de los demás, no para aumentar todo su egoísmo.
–No presumo, simplemente asumo lo que soy, lo que sé y lo que he leído. Lo que no hago es rechazar el buen trato que se me ha de dar por ser Caballero de la Ilustre Figura.
–Estamos siempre en lo mismo. No comprende que su situación es insostenible. Es casi seguro que todas esas lecturas le han estado educando muy mal y consintiéndole durante demasiados años vivir (nunca mejor dicho) del cuento. Y ahora, cuando se le acumulan todos los problemas, en vez de ser humilde, muestras su cara más intratable, siempre en posesión de la verdad… ¿Qué ser humano puede soportarlo? A nadie le gusta sufrir y preocuparse en exceso, dijo Cervantes.
–Ha de saber, mi buen amigo y autor de mis días y de mis aventuras y desventuras, que una vez que una criatura se ha lanzado al mundo ya se puede hacer poco para intervenir en ella; hay que dejarla que, a su libre albedrío y a su antojo, haga y deshaga lo que pueda y, si hay suerte, que arregle un poco el mundo o, al menos, que no lo estropee más de lo necesario.
–Sigo sin conformarme con esa forma un tanto inconsciente de ser, sigo sin ver bien que lanzarse e ir por esos mundos a la buena de Dios, sin cálculo ni previsión sea la forma más adecuada de vivir, dijo Cervantes.
–Si ha de ser así, a la buena de Dios que sea. Peor sería que fuese a la mala de Dios, replicó Don Quijote.
–Tampoco sé si eso que llama buena de Dios es bueno o, simplemente, es deambular sin fin ni objetivo ni cálculo.











1601-1700

Desde el principio las islas decidieron seguir a Heráclito en casi todo y fluir y moverse y, a la vez, ser tan lógicas como impredecibles.
En una isla siempre se oía decir: “Hay que empezar por el principio”, como si el principio fuese fácil de conocer, como si el comienzo fuese claro, como si hubiese unanimidad sobre el inicio, como si todo no fueran preámbulos, verbos, palabras, prólogos y alucinaciones.
En el principio fue el verbo y el nombre, el adjetivo, el pronombre afortunado, la conjunción inolvidable…
Las islas que fluyen son las más difíciles de seguir. Apenas son así.
Las islas a la deriva flotan de forma tan ingrávida que cuando se posan sobre la cabeza y los hombros de alguien parece imposible que no quede aplastado.

Cuando llegaron Ángel y Fabiano a la isla de Tales de Mileto encontraron cálculos dispersos por el suelo, números en el aire y triángulos flotando como si fueran aviángulos.
Nada hicieron, solo sostenerse y sostener así el mundo sin caer en excesos. Lo que sí observaron es que las estrellas se aproximaban mucho más a la isla de Tales que a las demás, lo que les llevó a adentrarse en complejidades mayores y a aventurarse en terrenos con baches y agujeros en los que más de uno podría caer si no pusiera toda su atención en ello.
Para ellos era un placer y un honor visitar la isla de los cálculos pues, aunque no siempre eran acertados, al menos suponían un avance sobre las supersticiones y las mitologías precedentes. Lo que no quisieran de ninguna manera es ver la isla llena de turistas y de viajeros, serían suficientes seis o siete poetas en cada siglo para llenar de encanto todo el archipiélago.
En cualquier caso ha de decirse que, sea con cálculos o con poesía, la isla ha de seguir siendo una referencia mundial en el arte de adivinar la dirección del sueño.
Y queda por estudiar y poner de manifiesto si las matemáticas y el arte no son una y la misma cosa consideradas desde perspectivas distintas y hasta diferentes.
Y desde allí llegaron a considerar que hasta las líneas y cables de alta tensión, que cruzaban valles sin vértigo ni miedo, podían ser nuevas modalidades de pentagramas y nuevas formas sutiles de belleza, intervenciones con pretensiones artísticas para delimitar los paisajes.




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