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domingo, 1 de septiembre de 2019

Las Islas Nómadas-Vii


2901-3000

Cuando una isla quiere saludar a otra le envía una bandada de albatros, una corte de cigüeñas, una aurora boreal o austral (casi es lo mismo), algunas botellas con mensajes elogiosos o una agrupación de delfines entrenados.
La otra isla entiende de inmediato el sentido y la intención, prepara reglas, escuadras, cartabones y transportadores de ángulos, calcula y revisa las distancias y prepara su mejor perfil.
Solo entonces muestra su mejor trayectoria y las dos islas pueden aproximarse. Hay geógrafos que quieren ver en este proceso de acercamientos una especie de rituales de cortejo. Todo es posible en el mundo de las islas cronopiales.

Lo más gracioso y difícil de este archipiélago de islas nómadas es que hacen honor a su nombre y cambian de posición cuando quieren. A veces es como si siguieran al pie de la letra las indicaciones del famoso Principio de Incertidumbre de Heisemberg, porque eso es lo que producen en navegantes y geógrafos, incertidumbre, duda, indefinición e inseguridad.
A veces vamos en busca de la isla de la felicidad y no la encontramos porque se ha ido al Mar Multicolor. En otras ocasiones, cuando nadie buscaba otra Isla de la Belleza, aparece en la corriente de la Vitalidad. No es extraño que los cartógrafos hayan abandonado toda pretensión de elaborar un mapa o carta de navegación que sirva para generaciones futuras ya que ahora no sirve ni siquiera para las generaciones pasadas. Estos mapas son perfectamente inútiles y, por eso, tan interesantes y valiosos; aunque, para ser sinceros, ya solo les interesan a los amantes de lo eterno y de lo clásico, no de las antigüedades.
Cuando Ángel y Fabiano llegaron a la Isla Multicolor no podían creérselo, de nuevo comprobaban que era cierto lo que decía Rainer María Rilke: “Porque lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible, justo lo que nosotros todavía podemos soportar, y lo admiramos tanto porque él, indiferente, desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible”. Si un ángel es terrible cabe imaginar lo que será un Dios, una Diosa. Por eso, aunque lo arriesguemos todo, buscamos la rendija, la pequeña evidencia de la huella de su paso por la nieve invulnerada.
Fabiano, más decidido, consideró que seguir el rumbo que se habían propuesto era lo mejor que podían hacer. Si aparecía o no la isla nº 30 no dependía de ellos, serían los dioses, el destino, el azar o el azahar los que  deban responder, porque ya se sabe que el espíritu sopla donde quiere y alcanza a quien considera y, si le hace perder el juicio, lo pierde. No es que Fabiano clamase al cielo y que el cielo no lo oyese o le cerrase sus puertas y ventanas, no es que quisiera hacer responsable de todo a las alturas, no es que quisiera pasar por irresponsable, es que es lo que había que hacer en ese instante.




3001-3100

Las islas que se niegan a crecer y pierden el tiempo sin contemplaciones son calificadas desde el Ministerio de Ordenación del espacio Marítimo, como inmaduras. No llegan a tener la superficie suficiente para construir un aeropuerto ni una urbanización nueva. Solo quieren crecer hacia arriba y, desde su pequeña base, alcanzar la altura de las nubes, de las aves y de las estrellas.
Con suerte, las de cielos más despejados, albergarán observatorios astronómicos con telescopios y radiotelescopios tan elegantes que serán la envidia de las mismas estrellas y que les permitirán ver y escuchar lo que ha sucedido en las islas más lejanas de las más remotas galaxias.

La isla de Philip Glass es compleja, cuando Ángel y Fabiano llegaron se dieron cuenta de que allí la luz no está obligada a abrirte la puerta, que existe una luz más lenta que se detiene y se recrea en los detalles, que avanza a tu paso, que hasta el mismo silencio se inclina contigo y que el laberinto tantas veces perseguido se había perdido en sí mismo.
Como en un sueño, tanto Fabiano como Ángel regresaron al edificio en el que habían trabajado, se sentaron en una mesa como otra cualquiera y, sin saber cómo ni por qué, a su lado, en una silla vacía, apareció sentada la figura que representaba el ideal de lo que es bello, suave, alegre y delicioso.
–Hola, se atrevió a saludar Ángel.
–Hola, Buenos Días, dijo Fabiano.
–Os saludo, contestó.
–¡Qué sorpresa tan agradable!, añadió Fabiano.
–Sí, más que una sorpresa, un milagro infrecuente, comentó Ángel mirando sin ánimo de molestar.
–No te esperábamos, intervino Fabiano.
–Yo tampoco lo esperaba, pero merecéis una explicación.
–Nada sabemos, pero “lo inesperado esperamos” y a ti siempre te esperamos, dijo Ángel casi llorando.
–Soy yo quien debo disculparme, la persona que no se presenta o la que se marcha es la que debe justificarse.
–No tienes que hacerlo si no lo deseas, añadió Fabiano.
–Si me he sentado a vuestro lado, si he aparecido es porque quiero deciros algo.
–Gracias, susurró Ángel.
–No se puede tener todo, no se puede estar a la vez en todas partes, no podemos abarcarlo todo ni entenderlo todo, tenemos que seleccionar, es preciso elegir…
–Qué quieres decirnos, interrumpió Fabiano.
–Quiero deciros que, aunque la vida hubiera sido perfecta a vuestro lado, los tres juntos, no siempre es posible hacer todo lo que uno desea.
–Gracias de nuevo, repitió Ángel.
–No, gracias a vosotros por esperar, por no guardarme rencor, por agradecerme hasta las despedidas, por ser nobles y elegantes.
–No debes agradecernos nada, solo cumplimos con nuestro deber, con nuestro placer, dijo Fabiano.
–¿Cómo podríamos hacer otra cosa?, ¿acaso es posible otra cosa?, preguntó Ángel.
–Sí, hay tantas maneras de hacer las cosas mal, hay tantas formas de estropearlo todo y tan pocas de ser y de parecer generosos.
–Somos lo que alguna semilla de luz ha implantado en nuestros corazones, añadió Fabiano.
–No entremos en disputas para saber quién es el más amable y complaciente, sé lo que os debo y lo que nos hemos perdido, pero también sé que no se podía hacer otra cosa.
–Curioso mundo es este en el que todo está fijado y no se permite mayor valentía que aceptar lo inevitable, dijo Ángel.
–No sé si la resignación es la única respuesta, añadió Fabiano.
–Existe la posibilidad de compartir, de ampliar la vida y la familia, de insistir en el conjunto y no en las partes, de sumar alegrías y encuentros, de sonreír por mil motivos y razones, de agradecer que el mundo se haya ampliado y te haya mostrado las pruebas de la existencia de la perfección, comentó Ángel con entusiasmo.
–Todo eso es verdad, pero casi no es posible. Los seres humanos somos limitados, finitos, muchas veces incapaces de aceptar otra invitación que no sea la de siempre. Cambiar de vida es difícil.
–No es necesario cambiarla, lo que es preciso es no permitir que disminuya, concluyó Fabiano.
–Permítamos que la vida prosiga su camino, nuestro camino.



3101-3200

La isla más pequeña puede tener millones de náufragos, también conocidos como habitantes. Estas no son las islas más interesantes.
Los archipiélagos que brillan en la noche también son conocidos como archigalaxias y no son más que cientos de miles de millones de islas alejadas unas de otras sin más criterio y sentido que el que permitieron ciertas leyes naturales que parecen ser así y que tal vez podrían haber sido de otra manera. Nadie lo sabe.

En la Isla del Cielo aparecen pruebas de la existencia de la Diosa y del Dios de la Belleza y siguen sin aparecer y sin mostrarse evidencias y pruebas de la existencia de los dioses del rigor virtuoso y de la bondad forzada.
Por eso Fabiano y Ángel eran felices a manos llenas, eran felices como si no hubiera nada mejor que hacer, como si fuera lo debido, lo más productivo  y lo adecuado en cada momento, como si tal cosa, como lo que todos tendrían que hacer a todas horas si lo pensaran adecuadamente.
Eran felices como si saltasen un bordillo con facilidad y sin tropezar, como si todo fueran obstáculos suaves, como si fuesen a la deriva y la deriva fuera buena y no fuese necesario pensarlo, como lo que había que hacer, como respirar y aceptar lo evidente y rendirse ante lo necesario.
Eran felices como quien camina dulcemente en la nieve, en un hayedo, en un bosque entre las hojas amarillas que caen, como si el cielo bendijese cada una de sus pisadas y de sus decisiones y el destino consistiese en adivinar precisamente esa felicidad que sentían.
Eran felices sin contratiempos, sin malograr nada, sin dejar muertos ni heridos ni extraviados ni desaparecidos, como si Sísifo estuviera condenado a sonreír en la dicha y el gozo en cada ascensión a las montañas y así una y otra vez y eternamente, como si todo fuera un cuento, el que nunca se acaba.
Eran felices también cuando tuvieron que dejar la Isla o cuando la Isla Celeste se alejaba acercándose más a ellos.
Quién podría descifrar el enigma de la isla que se acerca alejándose de todos los centros y de todas las previsiones.
No lo sabían.


3201-3300

Antes de que las islas fueran islas, comenzaron por ser apenas unos arrecifes sumergidos, unas rocas volcánicas, caprichos submarinos.
Del sorteo anual de amaneceres siempre surge algo nuevo, así emerge una nueva isla que nace con toda la ilusión intacta, la evolución sin estrenar y que todavía no tiene líquenes ni historia ni ferrocarriles.
Hay islas que solo existen veinticinco minutos o dos meses y hay una rama de la microgeología que estudia estos caprichos diamantinos.
Las islas más perfectas atraen a los seres voladores que caminan por la nube Gloria Matutina de más de mil kilómetros de longitud. Saben lo que hacen.

La isla de Aristóteles es lógica. Cuando se apague la luz, caerá el edificio. Cuando cese la sonrisa, terminará la ciudad. Cuando se vayan las palabras, terminará el mundo.
Y eso no es todo, cuando el día es gris, frío e interminable, casi desaparece la alegría. Entonces es necesario buscar lo poético, caminar entre la belleza, permitir que lo mejor florezca y dirigirse hacia el fin más perfecto.
La isla más coherente también exige la amistad más sociable, la sonrisa más sincera, el amor más agradable, la virtud más complaciente, el vigor más animoso, el cuidado más amable, la alegría más directa, el conocimiento más gozoso, la vida más dispuesta.
La isla más meditada se mide en cuadrados perfectos, en tratados medidos, en saberes rigurosos que estudian cada vuelo de las mariposas y los caprichosos juegos que explican la caída de las hojas de los árboles en otoño.
Todo debe ser estudiado en esta isla, todo debe ser mirado con agradecimiento, todo contemplado con asombro, todo pensado con admiración, todo meditado como si ese despliegue de gracia y materia fuese una entelequia.
En esta isla poco tenían que añadir Ángel y Fabiano, todo estaba explicado, todo era catalogado en el inmenso Atlas en el que cabían todos los conocimientos.
Todo el saber era y es necesario.


3301-3400

Dicen que hay islas volcánicas que se dan a sí mismas una segunda oportunidad y, antes de hundirse y desaparecer, estallan en sonrisas de tal intensidad que otros astrónomos absortos, fascinados, alegres y felices, desde otros planetas, llegan a contemplar como supernovas.
Pero no todos los estudiosos de los astros isleños tienen la suerte de ver el amanecer de una isla mágica, divina y espléndida. Casi todos han reducido su vida a estudios que abarcan la luz emitida, la radiación, la composición de la materia y el halo que genera a su alrededor; algunos sospechan que el espectro de su luz nos informa también de sus intenciones.

La isla de Alberto Durero es la más precisa y minuciosa de todo el archipiélago.
Si la vida fuera así, como él la pintaba, nadie reclamaría ante ningún juzgado de la Alegría, no habría existido el existencialismo de los que no sabían respirar la mezcla de todo, nadie se habría quejado de su vida en la Oficina de Atención Ciudadana y la tristeza sería una experiencia desconocida en todos los hemisferios superpuestos.
Si la vida fuera así no necesitaríamos religiones que salvasen náufragos ni ciencias explicativas, no habría sido necesaria la filosofía estoica y ni siquiera el arte más puro estaría justificado en una vida plena.
Si todo fuese así, como él lo imaginaba, no se produciría el dolor de las articulaciones ni la guerra entre los miserables, ni se podría hablar del  sufrimiento de los animales ni de la muerte inesperada.
No habría envidias ni defectos y, cuando empezase la lluvia bajo el sol no uno, miles de arcoíris rizados y envueltos en mil circunvoluciones y tirabuzones llenarían la atmósfera y entrarían por puertas y ventanas y ojos y nos llenarían de luz multicolor y de resplandores clarividentes.
Y será difícil encontrar a alguien que no sepa tratar tan bien a los demás como él mismo es tratado, que no sea simpático, amable, generoso, educado…
Y qué fácil será en esa isla superar el dolor del narcisismo egoísta, ególatra y egocéntrico; qué fácil superar la condición de víctima…
Qué fácil ser Ángel y Fabiano, viajeros de lujo, investigadores privilegiados de la presencia más perfecta.


3401-3500

Si has visitado alguna vez la isla de los círculos no podrás olvidarla, tal es su gusto por la perfección que hasta los exploradores más estrictos y menos dados a exageraciones conceden que han entrado en el territorio de lo fantástico y lo real maravilloso.
La ventaja de las islas circulares es que los aforismos ya están hechos y siempre son perfectos, como paradojas simétricas que resisten cualquier imprevisto.

En la Isla de las Maravillas se cumplen los mejores sueños, tal vez por eso nada más llegar Ángel y Fabiano se encontraron rodeados por cientos de criaturas fantásticas que flotaban en al aire, algunas sin necesidad de alas.
–¿Cómo  es posible flotar en el aire de esta manera?, preguntó Ángel.
–No creemos en la Ley de la Gravedad, contestó sonriendo una especie de ninfa maravillosa.
–No es una cuestión de creer o de no creer, la ley de la gravedad siempre se cumple, dijo rotundamente Fabiano.
–No te creas, dijo otro ser fantástico, si te atreves a no creer en la omnipresencia de la gravedad y de la caída inevitable de todos los cuerpos, entonces de una forma inesperada, repentina y caprichosa, empiezas a levitar poco a poco.
–No lo creo, dijo Fabiano irritado.
–Puedes creerlo o no, puedes aceptar lo que ves o no, pero esto es lo que hay. Aquí se produce esta especie de alteración de una Ley de la Naturaleza que parecía de obligado cumplimiento, contestó una tercera criatura no menos encantadora.
–Tendremos que rendirnos a la evidencia, dijo Ángel.
–No es posible, dijo Fabiano.
–Ya ves que sí es posible, que es real, lo estás viendo, insistió Ángel.
–Debe ser un sueño, dijo Fabiano.
–Si es un sueño es delicioso y no me gustaría nada perdérmelo ni que me despertaran, admitió Ángel.
–Si es un sueño no es real, afirmó Fabiano.
–¿Y quién necesita que sea real?, preguntó Ángel.
–Es una exigencia de todo lo que existe, dijo Fabiano rodeado por la curiosidad de todos los seres asistentes.
–La única exigencia de lo que existe debería ser cumplir su plan de perfección, desarrollar todos los elementos benévolos que nos envuelven, ampliar la belleza del mundo y extasiarse en ella, dijo otra de las criaturas.
–Me gusta este nuevo orden de la Realidad, dijo Ángel visiblemente complacido.
–Tú siempre te apuntas a lo más placentero, dijo Fabiano algo enfadado.
–¡Menudo delito!, ¿acaso lo más gozoso no es lo más lógico, lo más natural, lo más recomendable?, contestó Ángel.
–Siempre sigues alimentando esa imposible e irreal teoría tuya del hedonismo utópico, dijo Fabiano.
–Ahora lo llamo Hedonismo Utópico Cinético, contestó Ángel.
–¿Y eso?, preguntó Fabiano, rodeado por la evidente curiosidad de todos los asistentes que parecían divertirse con su polémica.
–Porque no solo hemos de intentar ser felices, de vivir alegres rodeados de gozos, de placeres y de bienestar, sino que debemos quererlo para todos y sabiendo que irá fluyendo, cambiando, transformándose, contestó Ángel.
–Muy bonito todo, dijo con ironía Fabiano.
–Muy bonito podría ser sin duda, pero hay demasiados realistas de vía estrecha y escasa generosidad mental que siempre están impidiendo cualquier tipo de avance con sus rendiciones, evidencias, sensateces, ridiculeces, contestó Ángel.
–¿Lo dices por mí?, preguntó Fabiano.
–Por ti y por mí y por todos los que siempre o en algún momento estén impidiendo el avance hacia la alegría, contestó Ángel.
–Y hacia la ligereza y la levedad, hacia la ingravidez y la flotación, hacia la delicada manera de un grano de polen que inicia su aventura fuera de la atmósfera terrestre, hacia la galantería que revolotea por el cielo estrellado, hacia lo inútil que nos espera con todo el esplendor  de un museo lleno de maravillas, dijo otra criatura encantada.
–Si me admiten me quedo aquí, le dijo Ángel a Fabiano.
–No puedes, respondió Fabiano, tienes la obligación de cumplir  tu análisis y revisión de todas las islas, contestó Fabiano.
–Si no puedo ahora regresaré lo antes posible, si me aceptan, dijo Ángel.
–Todos estaremos encantados de recibirte y de tratarte como a uno de nosotros, contestó otra criatura igualmente encantadora.
–Y yo os lo agradeceré eternamente, dijo Ángel.
–Tal vez tengas razón, dijo Fabiano, y cuando no se sabe hacer otra cosa entonces más nos vale disfrutar de lo bueno que vaya apareciendo, de la belleza que surge, de lo sensible que se muestra, de lo sensual que nace, de la sonrisa sensorial.
–Tienes razón, dijo Ángel, y mira como todas estas criaturas asienten, sonríen y se muestran complacidas con tu cambio de opinión.
–Sí, aunque parezca poca cosa, aunque alguien crea que es ridículo o estúpido, nos guiaremos por este nuevo firmamento, dijo Fabiano.
–Un nuevo firmamento que es móvil, cinético y cambiante, que se acuesta con auroras boreales y se levanta con áureas y cálidas atmósferas, dijo Ángel.
–Estamos aquí y podréis regresar cuando queráis, seréis bien recibidos, dijo la primera criatura.
–Os acogeremos con nuestras mejores galas, con la luz transparente, con las flores recién nacidas ese día, con la presencia que ya nunca más estará ausente, con el bosque de hojas que estrenan todos los matices del verde. Y entre todos ampliaremos el Cielo, el Paraíso, la Gloria prometida, la Gracia ya nunca más derramada, confirmó otra criatura.
–¿Y si todo esto no fuera nada más que una alucinación?, preguntó Fabiano.
–Sería algo alucinante, una maravilla completa, contestó Ángel.
–¿No nos estaremos dejando llevar por la fantasía más loca?, volvió a preguntar Fabiano.
–¿No nos hemos dejado llevar todos estos años por la realidad más prosaica?, contestó Ángel.
–No sé qué decirte, dijo Fabiano.
–Yo sí sé qué decirte, regresaré en cuanto pueda a este país de las maravillas donde nadie manda que te corten la cabeza, donde no pagan justos por pecadores, donde la vida buena es igual para todos… contestó Ángel con entusiasmo.
–No sé si no estaremos  equivocándonos, insistió Fabiano.
–Y si nos equivocamos, bendita  equivocación; si fuera un error, hermoso error es lo fantástico; si nos estamos dejando llevar por las apariencias, benditas sean estas maravillosas apariencias, dijo Ángel.
–Tal como lo pones no nos queda más remedio que aceptar esta invitación y, como dicen algunos, que sea lo que Dios quiera, dijo Fabiano.
–Eso es precisamente lo que estamos deseando, que Dios quiera, que quiera lo bueno, lo bello, lo justo y lo verdadero para todos, que cese este experimento en el que se mezclan tantas impurezas y a algunos les cuesta tanto ver estos grados de perfección, dijo Ángel.
–Espero que sea así, dijo Fabiano, y ya noto que me cuesta un trabajo infinito alejarme de esta tierra de bendiciones.
–Lo mismo siento yo, afirmó Ángel.
–Os esperaremos siempre, dijeron las criaturas cuando se marchaban.


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