2901-3000
Cuando
una isla quiere saludar a otra le envía una bandada de albatros, una corte de
cigüeñas, una aurora boreal o austral (casi es lo mismo), algunas botellas con
mensajes elogiosos o una agrupación de delfines entrenados.
La
otra isla entiende de inmediato el sentido y la intención, prepara reglas,
escuadras, cartabones y transportadores de ángulos, calcula y revisa las
distancias y prepara su mejor perfil.
Solo
entonces muestra su mejor trayectoria y las dos islas pueden aproximarse. Hay
geógrafos que quieren ver en este proceso de acercamientos una especie de
rituales de cortejo. Todo es posible en el mundo de las islas cronopiales.
Lo más gracioso y
difícil de este archipiélago de islas nómadas es que hacen honor a su nombre y
cambian de posición cuando quieren. A veces es como si siguieran al pie de la
letra las indicaciones del famoso Principio de Incertidumbre de Heisemberg,
porque eso es lo que producen en navegantes y geógrafos, incertidumbre, duda,
indefinición e inseguridad.
A veces vamos en busca
de la isla de la felicidad y no la encontramos porque se ha ido al Mar
Multicolor. En otras ocasiones, cuando nadie buscaba otra Isla de la Belleza,
aparece en la corriente de la Vitalidad. No es extraño que los cartógrafos
hayan abandonado toda pretensión de elaborar un mapa o carta de navegación que
sirva para generaciones futuras ya que ahora no sirve ni siquiera para las
generaciones pasadas. Estos mapas son perfectamente inútiles y, por eso, tan
interesantes y valiosos; aunque, para ser sinceros, ya solo les interesan a los
amantes de lo eterno y de lo clásico, no de las antigüedades.
Cuando Ángel y Fabiano
llegaron a la Isla Multicolor no podían creérselo, de nuevo comprobaban que era
cierto lo que decía Rainer María Rilke: “Porque lo bello no es nada más que el
comienzo de lo terrible, justo lo que nosotros todavía podemos soportar, y lo
admiramos tanto porque él, indiferente, desdeña destruirnos. Todo ángel es
terrible”. Si un ángel es terrible cabe imaginar lo que será un Dios, una
Diosa. Por eso, aunque lo arriesguemos todo, buscamos la rendija, la pequeña
evidencia de la huella de su paso por la nieve invulnerada.
Fabiano, más decidido,
consideró que seguir el rumbo que se habían propuesto era lo mejor que podían
hacer. Si aparecía o no la isla nº 30 no dependía de ellos, serían los dioses,
el destino, el azar o el azahar los que deban responder, porque ya se sabe que el
espíritu sopla donde quiere y alcanza a quien considera y, si le hace perder el
juicio, lo pierde. No es que Fabiano clamase al cielo y que el cielo no lo
oyese o le cerrase sus puertas y ventanas, no es que quisiera hacer responsable
de todo a las alturas, no es que quisiera pasar por irresponsable, es que es lo
que había que hacer en ese instante.
3001-3100
Las
islas que se niegan a crecer y pierden el tiempo sin contemplaciones son
calificadas desde el Ministerio de Ordenación del espacio Marítimo, como
inmaduras. No llegan a tener la superficie suficiente para construir un
aeropuerto ni una urbanización nueva. Solo quieren crecer hacia arriba y, desde
su pequeña base, alcanzar la altura de las nubes, de las aves y de las
estrellas.
Con
suerte, las de cielos más despejados, albergarán observatorios astronómicos con
telescopios y radiotelescopios tan elegantes que serán la envidia de las mismas
estrellas y que les permitirán ver y escuchar lo que ha sucedido en las islas
más lejanas de las más remotas galaxias.
La isla de Philip Glass
es compleja, cuando Ángel y Fabiano llegaron se dieron cuenta de que allí la
luz no está obligada a abrirte la puerta, que existe una luz más lenta que se
detiene y se recrea en los detalles, que avanza a tu paso, que hasta el mismo
silencio se inclina contigo y que el laberinto tantas veces perseguido se había
perdido en sí mismo.
Como en un sueño, tanto
Fabiano como Ángel regresaron al edificio en el que habían trabajado, se
sentaron en una mesa como otra cualquiera y, sin saber cómo ni por qué, a su
lado, en una silla vacía, apareció sentada la figura que representaba el ideal
de lo que es bello, suave, alegre y delicioso.
–Hola, se atrevió a
saludar Ángel.
–Hola, Buenos Días,
dijo Fabiano.
–Os saludo, contestó.
–¡Qué sorpresa tan
agradable!, añadió Fabiano.
–Sí, más que una
sorpresa, un milagro infrecuente, comentó Ángel mirando sin ánimo de molestar.
–No te esperábamos, intervino
Fabiano.
–Yo tampoco lo
esperaba, pero merecéis una explicación.
–Nada sabemos, pero “lo
inesperado esperamos” y a ti siempre te esperamos, dijo Ángel casi llorando.
–Soy yo quien debo
disculparme, la persona que no se presenta o la que se marcha es la que debe
justificarse.
–No tienes que hacerlo
si no lo deseas, añadió Fabiano.
–Si me he sentado a
vuestro lado, si he aparecido es porque quiero deciros algo.
–Gracias, susurró
Ángel.
–No se puede tener
todo, no se puede estar a la vez en todas partes, no podemos abarcarlo todo ni
entenderlo todo, tenemos que seleccionar, es preciso elegir…
–Qué quieres decirnos,
interrumpió Fabiano.
–Quiero deciros que,
aunque la vida hubiera sido perfecta a vuestro lado, los tres juntos, no
siempre es posible hacer todo lo que uno desea.
–Gracias de nuevo,
repitió Ángel.
–No, gracias a vosotros
por esperar, por no guardarme rencor, por agradecerme hasta las despedidas, por
ser nobles y elegantes.
–No debes agradecernos
nada, solo cumplimos con nuestro deber, con nuestro placer, dijo Fabiano.
–¿Cómo podríamos hacer
otra cosa?, ¿acaso es posible otra cosa?, preguntó Ángel.
–Sí, hay tantas maneras
de hacer las cosas mal, hay tantas formas de estropearlo todo y tan pocas de
ser y de parecer generosos.
–Somos lo que alguna
semilla de luz ha implantado en nuestros corazones, añadió Fabiano.
–No entremos en
disputas para saber quién es el más amable y complaciente, sé lo que os debo y
lo que nos hemos perdido, pero también sé que no se podía hacer otra cosa.
–Curioso mundo es este
en el que todo está fijado y no se permite mayor valentía que aceptar lo
inevitable, dijo Ángel.
–No sé si la
resignación es la única respuesta, añadió Fabiano.
–Existe la posibilidad
de compartir, de ampliar la vida y la familia, de insistir en el conjunto y no
en las partes, de sumar alegrías y encuentros, de sonreír por mil motivos y
razones, de agradecer que el mundo se haya ampliado y te haya mostrado las
pruebas de la existencia de la perfección, comentó Ángel con entusiasmo.
–Todo eso es verdad,
pero casi no es posible. Los seres humanos somos limitados, finitos, muchas
veces incapaces de aceptar otra invitación que no sea la de siempre. Cambiar de
vida es difícil.
–No es necesario
cambiarla, lo que es preciso es no permitir que disminuya, concluyó Fabiano.
–Permítamos que la vida
prosiga su camino, nuestro camino.
3101-3200
La
isla más pequeña puede tener millones de náufragos, también conocidos como
habitantes. Estas no son las islas más interesantes.
Los
archipiélagos que brillan en la noche también son conocidos como archigalaxias y
no son más que cientos de miles de millones de islas alejadas unas de otras sin
más criterio y sentido que el que permitieron ciertas leyes naturales que
parecen ser así y que tal vez podrían haber sido de otra manera. Nadie lo sabe.
En la Isla del Cielo
aparecen pruebas de la existencia de la Diosa y del Dios de la Belleza y siguen
sin aparecer y sin mostrarse evidencias y pruebas de la existencia de los
dioses del rigor virtuoso y de la bondad forzada.
Por eso Fabiano y Ángel
eran felices a manos llenas, eran felices como si no hubiera nada mejor que
hacer, como si fuera lo debido, lo más productivo y lo adecuado en cada momento, como si tal
cosa, como lo que todos tendrían que hacer a todas horas si lo pensaran
adecuadamente.
Eran felices como si
saltasen un bordillo con facilidad y sin tropezar, como si todo fueran
obstáculos suaves, como si fuesen a la deriva y la deriva fuera buena y no
fuese necesario pensarlo, como lo que había que hacer, como respirar y aceptar
lo evidente y rendirse ante lo necesario.
Eran felices como quien
camina dulcemente en la nieve, en un hayedo, en un bosque entre las hojas
amarillas que caen, como si el cielo bendijese cada una de sus pisadas y de sus
decisiones y el destino consistiese en adivinar precisamente esa felicidad que
sentían.
Eran felices sin
contratiempos, sin malograr nada, sin dejar muertos ni heridos ni extraviados
ni desaparecidos, como si Sísifo estuviera condenado a sonreír en la dicha y el
gozo en cada ascensión a las montañas y así una y otra vez y eternamente, como si
todo fuera un cuento, el que nunca se acaba.
Eran felices también
cuando tuvieron que dejar la Isla o cuando la Isla Celeste se alejaba
acercándose más a ellos.
Quién podría descifrar
el enigma de la isla que se acerca alejándose de todos los centros y de todas
las previsiones.
No lo sabían.
3201-3300
Antes
de que las islas fueran islas, comenzaron por ser apenas unos arrecifes
sumergidos, unas rocas volcánicas, caprichos submarinos.
Del
sorteo anual de amaneceres siempre surge algo nuevo, así emerge una nueva isla
que nace con toda la ilusión intacta, la evolución sin estrenar y que todavía
no tiene líquenes ni historia ni ferrocarriles.
Hay
islas que solo existen veinticinco minutos o dos meses y hay una rama de la
microgeología que estudia estos caprichos diamantinos.
Las
islas más perfectas atraen a los seres voladores que caminan por la nube Gloria
Matutina de más de mil kilómetros de longitud. Saben lo que hacen.
La isla de Aristóteles
es lógica. Cuando se apague la luz, caerá el edificio. Cuando cese la sonrisa,
terminará la ciudad. Cuando se vayan las palabras, terminará el mundo.
Y eso no es todo,
cuando el día es gris, frío e interminable, casi desaparece la alegría.
Entonces es necesario buscar lo poético, caminar entre la belleza, permitir que
lo mejor florezca y dirigirse hacia el fin más perfecto.
La isla más coherente
también exige la amistad más sociable, la sonrisa más sincera, el amor más
agradable, la virtud más complaciente, el vigor más animoso, el cuidado más amable,
la alegría más directa, el conocimiento más gozoso, la vida más dispuesta.
La isla más meditada se
mide en cuadrados perfectos, en tratados medidos, en saberes rigurosos que
estudian cada vuelo de las mariposas y los caprichosos juegos que explican la
caída de las hojas de los árboles en otoño.
Todo debe ser estudiado
en esta isla, todo debe ser mirado con agradecimiento, todo contemplado con
asombro, todo pensado con admiración, todo meditado como si ese despliegue de
gracia y materia fuese una entelequia.
En esta isla poco
tenían que añadir Ángel y Fabiano, todo estaba explicado, todo era catalogado
en el inmenso Atlas en el que cabían todos los conocimientos.
Todo el saber era y es
necesario.
3301-3400
Dicen
que hay islas volcánicas que se dan a sí mismas una segunda oportunidad y,
antes de hundirse y desaparecer, estallan en sonrisas de tal intensidad que
otros astrónomos absortos, fascinados, alegres y felices, desde otros planetas,
llegan a contemplar como supernovas.
Pero
no todos los estudiosos de los astros isleños tienen la suerte de ver el
amanecer de una isla mágica, divina y espléndida. Casi todos han reducido su
vida a estudios que abarcan la luz emitida, la radiación, la composición de la
materia y el halo que genera a su alrededor; algunos sospechan que el espectro
de su luz nos informa también de sus intenciones.
La isla de Alberto
Durero es la más precisa y minuciosa de todo el archipiélago.
Si la vida fuera así,
como él la pintaba, nadie reclamaría ante ningún juzgado de la Alegría, no
habría existido el existencialismo de los que no sabían respirar la mezcla de
todo, nadie se habría quejado de su vida en la Oficina de Atención Ciudadana y
la tristeza sería una experiencia desconocida en todos los hemisferios
superpuestos.
Si la vida fuera así no
necesitaríamos religiones que salvasen náufragos ni ciencias explicativas, no
habría sido necesaria la filosofía estoica y ni siquiera el arte más puro
estaría justificado en una vida plena.
Si todo fuese así, como
él lo imaginaba, no se produciría el dolor de las articulaciones ni la guerra
entre los miserables, ni se podría hablar del sufrimiento de los animales ni de la muerte
inesperada.
No habría envidias ni
defectos y, cuando empezase la lluvia bajo el sol no uno, miles de arcoíris
rizados y envueltos en mil circunvoluciones y tirabuzones llenarían la
atmósfera y entrarían por puertas y ventanas y ojos y nos llenarían de luz multicolor
y de resplandores clarividentes.
Y será difícil
encontrar a alguien que no sepa tratar tan bien a los demás como él mismo es
tratado, que no sea simpático, amable, generoso, educado…
Y qué fácil será en esa
isla superar el dolor del narcisismo egoísta, ególatra y egocéntrico; qué fácil
superar la condición de víctima…
Qué fácil ser Ángel y
Fabiano, viajeros de lujo, investigadores privilegiados de la presencia más
perfecta.
3401-3500
Si
has visitado alguna vez la isla de los círculos no podrás olvidarla, tal es su
gusto por la perfección que hasta los exploradores más estrictos y menos dados
a exageraciones conceden que han entrado en el territorio de lo fantástico y lo
real maravilloso.
La
ventaja de las islas circulares es que los aforismos ya están hechos y siempre
son perfectos, como paradojas simétricas que resisten cualquier imprevisto.
En la Isla de las
Maravillas se cumplen los mejores sueños, tal vez por eso nada más llegar Ángel
y Fabiano se encontraron rodeados por cientos de criaturas fantásticas que
flotaban en al aire, algunas sin necesidad de alas.
–¿Cómo es posible flotar en el aire de esta manera?,
preguntó Ángel.
–No creemos en la Ley
de la Gravedad, contestó sonriendo una especie de ninfa maravillosa.
–No es una cuestión de
creer o de no creer, la ley de la gravedad siempre se cumple, dijo rotundamente
Fabiano.
–No te creas, dijo otro
ser fantástico, si te atreves a no creer en la omnipresencia de la gravedad y
de la caída inevitable de todos los cuerpos, entonces de una forma inesperada,
repentina y caprichosa, empiezas a levitar poco a poco.
–No lo creo, dijo
Fabiano irritado.
–Puedes creerlo o no,
puedes aceptar lo que ves o no, pero esto es lo que hay. Aquí se produce esta
especie de alteración de una Ley de la Naturaleza que parecía de obligado
cumplimiento, contestó una tercera criatura no menos encantadora.
–Tendremos que
rendirnos a la evidencia, dijo Ángel.
–No es posible, dijo
Fabiano.
–Ya ves que sí es
posible, que es real, lo estás viendo, insistió Ángel.
–Debe ser un sueño,
dijo Fabiano.
–Si es un sueño es
delicioso y no me gustaría nada perdérmelo ni que me despertaran, admitió
Ángel.
–Si es un sueño no es
real, afirmó Fabiano.
–¿Y quién necesita que
sea real?, preguntó Ángel.
–Es una exigencia de
todo lo que existe, dijo Fabiano rodeado por la curiosidad de todos los seres
asistentes.
–La única exigencia de
lo que existe debería ser cumplir su plan de perfección, desarrollar todos los
elementos benévolos que nos envuelven, ampliar la belleza del mundo y extasiarse
en ella, dijo otra de las criaturas.
–Me gusta este nuevo
orden de la Realidad, dijo Ángel visiblemente complacido.
–Tú siempre te apuntas
a lo más placentero, dijo Fabiano algo enfadado.
–¡Menudo delito!, ¿acaso
lo más gozoso no es lo más lógico, lo más natural, lo más recomendable?,
contestó Ángel.
–Siempre sigues
alimentando esa imposible e irreal teoría tuya del hedonismo utópico, dijo
Fabiano.
–Ahora lo llamo
Hedonismo Utópico Cinético, contestó Ángel.
–¿Y eso?, preguntó
Fabiano, rodeado por la evidente curiosidad de todos los asistentes que
parecían divertirse con su polémica.
–Porque no solo hemos
de intentar ser felices, de vivir alegres rodeados de gozos, de placeres y de
bienestar, sino que debemos quererlo para todos y sabiendo que irá fluyendo,
cambiando, transformándose, contestó Ángel.
–Muy bonito todo, dijo
con ironía Fabiano.
–Muy bonito podría ser
sin duda, pero hay demasiados realistas de vía estrecha y escasa generosidad
mental que siempre están impidiendo cualquier tipo de avance con sus
rendiciones, evidencias, sensateces, ridiculeces, contestó Ángel.
–¿Lo dices por mí?,
preguntó Fabiano.
–Por ti y por mí y por
todos los que siempre o en algún momento estén impidiendo el avance hacia la
alegría, contestó Ángel.
–Y hacia la ligereza y
la levedad, hacia la ingravidez y la flotación, hacia la delicada manera de un
grano de polen que inicia su aventura fuera de la atmósfera terrestre, hacia la
galantería que revolotea por el cielo estrellado, hacia lo inútil que nos
espera con todo el esplendor de un museo
lleno de maravillas, dijo otra criatura encantada.
–Si me admiten me quedo
aquí, le dijo Ángel a Fabiano.
–No puedes, respondió
Fabiano, tienes la obligación de cumplir
tu análisis y revisión de todas las islas, contestó Fabiano.
–Si no puedo ahora
regresaré lo antes posible, si me aceptan, dijo Ángel.
–Todos estaremos
encantados de recibirte y de tratarte como a uno de nosotros, contestó otra
criatura igualmente encantadora.
–Y yo os lo agradeceré
eternamente, dijo Ángel.
–Tal vez tengas razón,
dijo Fabiano, y cuando no se sabe hacer otra cosa entonces más nos vale
disfrutar de lo bueno que vaya apareciendo, de la belleza que surge, de lo
sensible que se muestra, de lo sensual que nace, de la sonrisa sensorial.
–Tienes razón, dijo
Ángel, y mira como todas estas criaturas asienten, sonríen y se muestran
complacidas con tu cambio de opinión.
–Sí, aunque parezca
poca cosa, aunque alguien crea que es ridículo o estúpido, nos guiaremos por
este nuevo firmamento, dijo Fabiano.
–Un nuevo firmamento
que es móvil, cinético y cambiante, que se acuesta con auroras boreales y se
levanta con áureas y cálidas atmósferas, dijo Ángel.
–Estamos aquí y podréis
regresar cuando queráis, seréis bien recibidos, dijo la primera criatura.
–Os acogeremos con
nuestras mejores galas, con la luz transparente, con las flores recién nacidas
ese día, con la presencia que ya nunca más estará ausente, con el bosque de
hojas que estrenan todos los matices del verde. Y entre todos ampliaremos el
Cielo, el Paraíso, la Gloria prometida, la Gracia ya nunca más derramada,
confirmó otra criatura.
–¿Y si todo esto no
fuera nada más que una alucinación?, preguntó Fabiano.
–Sería algo alucinante,
una maravilla completa, contestó Ángel.
–¿No nos estaremos
dejando llevar por la fantasía más loca?, volvió a preguntar Fabiano.
–¿No nos hemos dejado
llevar todos estos años por la realidad más prosaica?, contestó Ángel.
–No sé qué decirte,
dijo Fabiano.
–Yo sí sé qué decirte,
regresaré en cuanto pueda a este país de las maravillas donde nadie manda que
te corten la cabeza, donde no pagan justos por pecadores, donde la vida buena
es igual para todos… contestó Ángel con entusiasmo.
–No sé si no
estaremos equivocándonos, insistió
Fabiano.
–Y si nos equivocamos,
bendita equivocación; si fuera un error,
hermoso error es lo fantástico; si nos estamos dejando llevar por las
apariencias, benditas sean estas maravillosas apariencias, dijo Ángel.
–Tal como lo pones no
nos queda más remedio que aceptar esta invitación y, como dicen algunos, que
sea lo que Dios quiera, dijo Fabiano.
–Eso es precisamente lo
que estamos deseando, que Dios quiera, que quiera lo bueno, lo bello, lo justo
y lo verdadero para todos, que cese este experimento en el que se mezclan
tantas impurezas y a algunos les cuesta tanto ver estos grados de perfección,
dijo Ángel.
–Espero que sea así,
dijo Fabiano, y ya noto que me cuesta un trabajo infinito alejarme de esta
tierra de bendiciones.
–Lo mismo siento yo,
afirmó Ángel.
–Os esperaremos
siempre, dijeron las criaturas cuando se marchaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario