Se come y se vive al nivel de la calle, se sufre en el subsuelo, el camino de abajo, el subterráneo; y hay más de cien niveles de ensueños por encima. No es mal modelo de vida, vivir siempre incluso por encima de las propias posibilidades, apropiándose de todas las alturas, esperando al sol, iniciándose en el arte de contemplar la vida siempre como algo espléndido, siempre y cuando se pudiera vivir intensamente a todas horas.
Miguel se sincera y les dice que tampoco debía tener tanta importancia escribir una frase y luego otra para después intentar unirlas con algún criterio a las siguientes; con un poco de suerte se distribuyen comas y puntos y se llega a un párrafo.
Seguir con otros párrafos hasta completar una página se supone que no requiere, de entrada, de mayores talentos; otra cosa distinta es lograr que todo el tinglado verbal tenga algo de orden, ritmo, armonía, color y concierto.
De todos modos se ha exagerado mucho la dificultad del oficio del escritor, lo realmente complicado es decir algo nuevo, ensayar la exploración de territorios desconocidos, dar un paso hacia lo indescifrable y volver a empezar para darse cuenta de que es inevitable.
También se ha exagerado mucho siempre la habilidad de los amantes para completar su obra, lo que verdaderamente es casi imposible lograr es hacer el ridículo de una forma nueva, ensayar otras formas de amar que no eliminen la absoluta libertad de cada uno, dar un paso hacia el futuro desconocido en el que dos seres confían uno en el otro tanto como para ir a ciegas a encontrarse y reunir la energía para volver a empezar, sin pereza, para darse cuenta de que lo mejor que pueden hacer es seguir la ley de su ser, o escribir una sonrisa en el aire, besar un substantivo delicado, mirar el vuelo de algunos adjetivos anemófilos y cambiantes, compartir el nuevo universo de una forma tan inocente como responsable, atentos siempre más a reír y a celebrar la gracia de los días que a resaltar el inevitable tropiezo, la irónica fatiga, el discurrir ininterrumpido de flores estacionales y no venirse abajo en cada dificultad.
A algunos dioses de ahora les han privado de nuestro mayor privilegio, contemplar la Belleza, vivir de Verdad y ser Buenos con la Vida; los han reducido a la categoría de semidioses de rebajas, de pagar facturas o de andar por casa en zapatillas y, claro, así no hay manera de parecer lo que éran, seres magníficos, superdotados, sublimes, juguetones, extraordinarios y excelentes o, al menos, si esto parece exagerado, capaces de algún tipo de ironía.
En sus reuniones anuales en el exilio no hacen otra cosa que recordar los buenos tiempos.
Y se quejan, vaya si se quejan; si ya estuvo mal expulsar a Adán y a Eva Belli del Edén, menos sentido tenía arrojar a los dioses del mismísimo Doble Cielo y tenerlos ahora como almas en pena, al borde del abismo, buscando alabeos, colibríes, ailantos, magnolios o cualquier otro indicio, por leve que sea, del Paraíso Perdido.
Sólo uno, entre todos, se atreve a seguir creyendo que tenemos alguna posibilidad de supervivencia fuera de esta sección de oportunidades y ofertas, ya lejos de nuestra querida rama dorada; de todos modos afirma que aún peor que no tener nada es ser un dios desprovisto de objetivos, cargado de una superabundante capacidad para crear y que, sin embargo, permanece inseguro, indeciso y escéptico sobre lo que puede y debe hacer con sus desaprovechados talentos y sentidos.
Si es triste vivir años de soledad todavía es más patético continuar existiendo durante años de ausencia después de toda una intensa eternidad celeste. Menos mal que nos reímos unos de otros y pasamos buenos momentos jugando a ver quién es el más ridículo de todos los hombres y, a veces, ganamos y así, sabiéndonos más o menos desatinados, ingenuos e imprudentes, casi llegamos a entender nuestro destino.
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