Realmente era un país muy especial, cuando llovía las personas también usaban paraguas, pero unos muy especiales, tanto que flotaban por encima de sus usuarios, que no necesitaban sujetarlos ni dirigirlos con sus manos; los paraguas simplemente hacían su trabajo de forma antigravitatoria y todos tan contentos. Y no es extraño que fueran tan dichosos si tenemos en cuenta que allí todo parecía especial y diferente.
Si nevaba abandonaban todo lo que estuvieran haciendo y a nadie se le ocurría preocuparse por el trabajo, la productividad o la actividad económica. Que el mundo fuese blanco era un regalo de los dioses, era estrenar la realidad de nuevo y por nada del mundo, valga la redundancia, se debería perder tanta belleza; además, cuando todo estaba nevado, había un silencio especial que debía ser respetado por todos, como si la armonía suprema consistiese en sentir la música de esa tranquilidad no profanada por ninguna pisada.
Lo que más trabajo costaba entender era el funcionamiento del espacio y del tiempo; el espacio tenía tantas dimensiones como desearas y las distancias se alargaban o disminuían a gusto de cada habitante. Si, por ejemplo, alguien necesitaba una habitación más grande sólo tenía que desearlo y empujar levemente las paredes precisas, de inmediato la sala se extendía hasta medir exactamente lo que uno quería; si necesitabas más habitaciones o más pisos hacías lo mismo, un gesto con las manos y se deslizaba el espacio y se creaba un nuevo lugar para escuchar música, una torre para ver a lo lejos o una nueva planta de la casa para que jugasen los niños. Desplazarse y viajar por su territorio era igual de extraordinario y divertido, se tardaba en llegar el tiempo que quisieras y el viaje podía ser tan largo como cinco vidas terrestres o tan inmediato como un suspiro.
El tiempo no era menos plástico ni dinámico, las diferencias entre el futuro y el pasado eran mucho menos precisas que fuera de Polombia, allí si a alguien le apetecía revivir constantemente y con variaciones una parte especialmente feliz de su vida, podía hacerlo cuantas veces quisiera, nadie iba a considerarlo una pérdida de tiempo ni una fijación sospechosa. Y si deseaba alcanzar su futuro antes de tiempo sólo tenía que concentrarse y lograrlo. Por eso en Polombia todos eran contemporáneos, todos se sentían viviendo la misma vida y no establecían diferencias entre jóvenes, maduros y viejos.
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Bah! No me sorprendes con tu historia, filósofo: para encontrar semejante realidad sólo tengo que viajar dentro de mi escaso aparejo. Mi corazón puede agrandarse a voluntad: ¿que encuentras un amigo nuevo?(Es muy muy difícil, pero no imposible). Basta con que sugieras a uno de los ventrículos que se compartimente,le haga hueco... y ¡hala! Tan ricamente se balancea el pibe a cada latido en su habitación con vistas, o se desliza por el tobogán de las arterias hasta alcanzar recónditas e increibles atalayas. ¡¡¡Corazones enormes, multifuncionales y multihabitados no faltan en el mundo, aunque no abunden,la verdad sea dicha!!!Hay espacio ilimitado en algunos de ellos para albergar miríadas de estrellas, innumerables bocas de lluvia, apretados nidos de colibríes y pentagramas incandescentes apilados,tan altos y vertiginosos como los Himalayas.Si no me crees, date un paseo interior y verás.
ResponderEliminar¿Y la superación del tiempo te parece novedosa? ¿Habría sobrevivido alguien a la locura si no fuera capaz de zambullirse en aquel instante eterno, rememorar una mirada (sobre todo las invadidas por la última luz de un sol de otoño), regurgitar del pensamiento aquella frase que trastrocó su evangelio y removió los cimientos de su alma, y paladearla con delectación? Espacio.., tiempo...: ¿qué habría bebido el tonto de Einstein?