La última expedición financiada por la Real Academia de las Artes y las Ciencias de la Real República de Polombia para demostrar la existencia de los dioses llegó, como todas las anteriores, a posiciones discutibles que no hicieron más que agudizar las felices contradicciones de los exploradores, aumentar las tensiones poéticas entre los expedicionarios y llenar de grandes y gozosas incertidumbres a los más relumbrados académicos.
Las conclusiones se presentaron, de un modo tan sintético como geométrico, en sesión solemne en la Real Academia de las Artes y Ciencias Poéticas de Polombia:
Señoras y señores académicos, estamos aquí reunidos en esta solemne sesión a la que hemos sido convocados para valorar los gratos resultados de la gran expedición intersolar que tenía como objetivo demostrar la existencia de los Dioses, para aportar signos de su existencia o para hacer verosímil la hipótesis de este histórico pensamiento.
Los más grandes, lúcidos, inteligentes y perspicaces filósofos, artistas, escritores y científicos se han embarcado en esta tarea durante milenios y hoy es un honor para nosotros, los representantes del Conocimiento Elevado, recibirlos, reconocerlos y anunciar al mundo que tenemos noticias y no esperanzas, datos y no sugerencias, verdaderas pruebas que nos indican que la hipótesis de la existencia de los Dioses Solares no sólo no es inverosímil sino que es tan verdadera como correcta.
Cuando nuestros investigadores, después de recorrer hipermundos y universos múltiples, se encontraron con aquellos seres ingrávidos, no les quedó ninguna duda de que era la prueba que les faltaba para demostrar la existencia de los Dioses iluminantes.
Desde la antigüedad se sabía que la luz, la alegría, la vida, el amor, la ilusión, el vuelo, la belleza, las flores, el sol, la primavera, la sonrisa, la concordia, la paz, el entusiasmo, el arte, las palabras... eran los signos de la divinidad. Ahora hemos encontrado las piezas del rompecabezas que demuestran que la posibilidad de los Dioses Pensados es Real y que sólo unas Diosas, o unos Dioses muy sensibles, podrían haber creado seres de una especie tan ligera, liviana y aérea.
Filósofos como Nietzsche, escultores como Calder, músicos como J. S. Bach, pintores como Miró, científicos como Newton, escritores como Italo Calvino... nos habían adelantado sus visiones. Pero es ahora, y ante la presencia de estos hechos irrefutables, cuando podemos asegurar ante el mundo que todo lo que existe es el legado de un cálculo inspirado, de un designio ajustado que nos lleva a la armonía del gozo, a la alegría del placer, a la serenidad de la nieve, a la ingravidez del vuelo que nos ocupa.
Si alguien persiste en negar las evidencias y se niega a aceptarlo, no debemos rechazarlo ni expulsarlo de nuestra compañía, hemos de dejarlo asistir a la Gran Fiesta Universal en la que se ha de celebrar el vuelo inofensivo, los colores que flotan, la sonrisa ondulada, la vida de la curva entusiasta.
Es posible que para algunos todavía esto sea insuficiente para calmar sus ansias de inmortalidad, pero podemos afirmar definitivamente que hay otros mundos, pero que están en éste; que hay otras vidas, pero están en ésta; que hay otros espacios y tiempos disponibles, pero que todos están en el alma del Colibrí.
No queremos con esto limitar de ningún modo las pretensiones de eternidad e infinitud de autores como Espinosa o Borges, sólo deseamos mostrar la belleza de esta verdad que asciende y vuela. Hasta aquí hemos llegado y serán las generaciones futuras las que deberán juzgar nuestro nivel de acierto.
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El colibrí ha detenido su grácil vuelo de altura, deslumbrados los ojos por los peces incandescentes que abarrotaban un mar excesivo. Ha aprovechado el descanso sobre el acantilado, a la luz oblicua del solsticio de invierno, para mirar con detenimiento su pequeña alma bajo el plumaje del pecho, escarbando minucioso con el pico. ¡Se ha quedado perplejo y sobrecogido de lo que es capaz de albergar tan diminuta oquedad! Y ha emprendido un vuelo arrogante: arriba, arriba, arriba, en dirección a las más lejanas estrellas, sin prudencia, sin cordura, sin reflexión, sin límites. Menos mal que Betelgeuse le ha cedido un pequeño temblor de luz donde anidar un instante larguísimo, crepuscular y apasionado, para libar eternidad a grandes sorbos.Y ahí sigue...
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