Ignacio afirmaba:
—La ciudad de la ilusión era la ciudad más fascinante, la capital del mundo, allí sólo llegan los seres más afortunados tocados por la mano de las diosas más excelentes y exclusivas.
La alegría se recorre sin esfuerzo, la felicidad está sutilmente urbanizada, es un placer cada paso, un gozo adivinar cada perspectiva, los jardines están llenos de ailantos que alabean sus ramas al ritmo de la música, las calles están hechas de entusiasmo, las avenidas se viven en silencio, los puentes son sagrados y a veces invisibles o atrevidos, las plazas albergan gigantescos móviles de Calder y los edificios, casi todos de un estilo minimalista neoclásico, parecen que han surgido por sí mismos de la imperiosa exigencia de luminosidad de sus exquisitos habitantes.
Todo es sereno en la ciudad de la ilusión, y todos sus pobladores son independientes e indispensables, poco convencionales, como sacados de un catálogo de dioses excéntricos, decididos, raros y extraordinarios.
Dicen que la ciudad surgió de un pequeño cataclismo, cuando se reveló a principios del siglo XXI la insuficiencia de todos los sistemas anteriores, que no hacían más que acumular objetos, dificultades, obstáculos, conflictos, problemas, deficiencias y ambiciones. Otros aseguran que la muerte del Dios de los antiguos dioses permitió el nuevo Renacimiento de las Diosas.
La única condición para residir en esta ciudad es la de ser dichoso y sonriente; pero no importa ni te exigen que creas o no en su existencia, incluso se admite que supongas que toda la ciudad es o ha sido sólo un sueño perfecto. En lo único que son inflexibles es en exigir a todos los ciudadanos el saber teórico y la capacidad práctica de volar con sentido poético, también vigilan bastante que nadie hable o escriba demasiado y que se respete la soledad de los demás ocupantes de esta versión casi definitiva del Paraíso terrestre.
Si un día llegas a la ilusión, flota con cuidado y toma todas las precauciones imaginables, al principio parece fácil ser feliz y sonreír por primera vez en la vida con verdaderos motivos y razones; pero no debes confiarte demasiado, en el interior de esta ciudad hay una exigencia que no se le revela a cualquiera, una ley no escrita ni comunicada de ninguna otra forma, una especie de código interior de las diosas que hace que los humanos se sientan de repente perdidos, sin saber a qué atenerse, sin ni siquiera recibir ningún tipo de explicaciones ni de informarle de las imprevisibles consecuencias de sus actos.
Si no eres capaz de sentir el ritmo adecuado, si deseas de forma exagerada y no sabes cuándo es demasiado el amor, la ciudad desaparece y hasta el viajero más experimentado, el que se creía viviendo en Utopía, despierta o se descubre caminando por un desolado desierto.
Filósofos antiguos, que dicen haber visitado la ciudad de la ilusión en su pasado, han elaborado teorías y sistemas filosóficos complicados para intentar explicarla y entenderla; pero sólo uno, que acabó sus días sin demasiada lucidez, y del que sólo se conservan sus iniciales, FN, en la Gran Biblioteca de la Ilusión, afirmó lo esencial.
La ciudad de la Ilusión era y es un manantial de placer eterno, su corazón es de oro, la vida embriagada surge de su interior, cada uno de sus latidos generan el gran estilo necesario, su futuro está lleno de espléndidas auroras, su sonrisa es su alma y el sentido de todo, su mirada es la fuente de toda alegría, es la superciudad terrestre, el eterno retorno del gozo infinito, sólo por una ciudad así toda la existencia queda justificada y redimida.
Si un día despiertas y no estás en la ciudad de los elegidos, no debes desesperar ni rasgarte las vestiduras, si has sido seleccionado una vez para contemplar la ciudad del Cielo Puro de las Diosas, es posible, aunque poco verosímil, que el destino te permita residir de nuevo entre los señalados. En el peor de los casos puedes, y debes, vivir de tus recuerdos; para algunos es mucho más de lo que nunca soñaron.
Juan les dijo:
—Cuando llegues al infinito sigue ascendiendo por sus planos ilimitados, tendrás que atravesar desequilibrios inestables y fluir algo distanciado de la corriente, espera a que la entropía se aclare, permanece tranquilo, concéntrate en la compasión por todo. Camina para crear el sentido, respira para inaugurar el universo, vive como si supieras siempre y en todo momento lo que es vivir; con la misma intensidad de la que presumen los trágicos desesperados, pero en tu caso alegre, gozosa y positiva. Y aunque todavía encuentres en ti más espacio dedicado a lo que no es, a lo que no ha llegado a ser, a lo que de ninguna manera deja de estar en ti, siente la alegría de memoria.
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