Se perdieron los nombres de las montañas, de los collados y de las aldeas, también los de las calles, después los de todos los objetos, a continuación las personas fueron innombrables y también los sentimientos; poco más tarde la vida se quedó sin poder apreciarse por falta de matices.
Los escritores estaban asustados, los lectores camino del desierto, los pensadores en la nada y los legisladores en el limbo de los justos.
Tardaron muchos años en regresar algunas palabras, y aquellas, las más agraciadas, las que tanto queríamos, las que sabían y nos hacían volar, sólo volvían en sueños y al despertar quedaba en medio del silencio y de la ausencia un rastro dorado que demostraba, sin ningún género de dudas, la pervivencia de la alegría en todo lo que se deslizaba en el viento.
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