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Hasta aquí llegó la
Belleza, hasta allí la gracia, hasta el siglo L d.d.C.
…Federico
habla de su pasión por ascender a las montañas de la Alta Engadina y de pensar
paseando. La Belleza llegará más lejos. Un día los humanos sentirán que hasta
los cables y las líneas de alta tensión que cruzan los campos y atraviesan
valles y montañas también pueden ser consideradas como una especie de
intervenciones artísticas, pentagramas y decagramas con los que el viento juega
y compone dulces silbos amorosos.
“Hasta aquí llegó la
inundación en el año 1956”, se podía leer en el cartel de aquella ciudad
destinada a la perfección. Pero ahora el sol estaba sucio, sus rayos rayados,
doblados, partidos, casi incoherentes, y hasta los anillos de Saturno debían
desinfectarse.
La Belleza Hiperbórea no
venía siempre a visitarnos, solo cada diez o doce años, tal vez quince, se
dignaba a acercarse; no sabíamos cuándo llegaba ni con qué forma se
presentaría, pero teníamos que estar preparados.
Tampoco estábamos
seguros de saber reconocerla, solo el que subía a las montañas la adivinaba,
aunque no siempre se atrevía a anunciarla. No es seguro, decía. Creo que llegué
a percibir un amanecer inmenso, nos comentaba un día. Pero no está claro,
terminaba.
Ayer vi dos arcoíris en
el este y otros dos en el oeste, nos dijo una estación más tarde.
Puede ser la Belleza,
le dijimos.
También puede ser la
primavera, la lluvia, los arroyos verdes y azules llenos de agua, contestaba.
Desde que estaba solo
no eran muy seguras sus predicciones, se emocionaba con cualquier cosa y
lloraba cuando veía a un potrillo joven trotando por el monte.
La belleza es la noche,
decía un vecino.
Pero el que subía a las
montañas únicamente estaba seguro de una cosa, fuese lo que fuese la belleza,
siempre debería ser luminosa, solar, radiante, alegre, inteligente, fascinante
y bondadosa; si no cumplía estas condiciones es que algo fallaba, algo no
estaba claro, insistía.
Cuando pasaron unos
veinte años sin que apareciese de nuevo hasta los más prosaicos parecían
necesitar algo extraordinario. Entonces llegó un enviado de los dioses. O eso
nos pareció por el color de su pelo dorado. Tenía que ser la belleza, no había
duda.
El hombre que subía a
las montañas más altas también lo creyó al principio, meses más tarde comenzó a
desconfiar y al final estaba decididamente indeciso. Cuando le preguntamos si
era la belleza, decía que él no era ningún profeta. Si insistíamos, nos
aseguraba que su juicio nunca era definitivo y que estaba sometido al error
como cualquier ser medianamente humano.
Cuando los mayores le
pidieron una respuesta más concreta, dijo que seguía inseguro, que la belleza
últimamente no se vinculaba como antes a lo permanente, que ahora parecía
residir en el agua que fluye y no en el río, en el viento que pasa y no en el
aire, en los días que huyen y no en el tiempo eternamente disponible.
Todos estábamos a punto
de adivinar que la grandeza de todo el espectáculo estaba huyendo y
desapareciendo y que ya solo permanecía el rumor con el que se desvanecía el
mundo por el delirante cambio constante de todas las cosas.
Saber todo eso no nos
hizo más sabios ni más felices, ni siquiera más cautos, pues todos estábamos
dispuestos a enamorarnos de la admirable y armoniosa disposición de todas las
partes que componían la Rama Dorada del árbol sagrado del Bien y de la Belleza,
del Palacio de la Realidad, de la Torre del Tiempo, de “la Música en el
Castillo del Cielo”, de la Pasión según Juan Sebastián Bach…
Cuando el que parecía
el enviado de los dioses se marchó, no notamos nada al principio; pero, poco a
poco, con el paso de los meses y casi sin darnos cuenta, dejamos de sonreír,
desaparecieron las aves y los pájaros, no llegaba el verano, los árboles se
disecaban y se convertían en postes sin hilos ni cables, la realidad era menor
cada día. Se desvanecieron las nubes, ya no quedaba color azul para el cielo
que pasó a ser de un gris indefinido, de noche solo brillaba una estrella
lejana, huíamos unos de otros, después se borraron los paisajes y, como si el
arte fuese evaporarse y desaparecer, nuestro mundo alcanzó la mayor confianza y
perfección en el arte de la desintegración. El último día solo quedaban el
hombre de las montañas, una roca y un joven. Poco podían hacer para reparar la
infinita pérdida, poco pueden hacer dos personas y una roca cuando todo un
universo se esfuerza y pone todo su empeño y afán en dejar de ser.
La roca desapareció
durante la noche siguiente y ya no hubo más días ni noches. Quedaban dos voces
cansadas de clamar en el desierto.
¿Y si ahora llegaran la
luz y la belleza?, dijo el chico de repente. El hombre de las alturas, que
llevaba casi toda su vida esperando y al que le costaba mucho salir de su
escepticismo, aunque lo estaba deseando, le dijo que si viniera ahora tal vez
todavía la vida tendría solución y sentido.
Y una luz sonriente los
envolvió y empezó a dibujarse y a edificarse de nuevo un cosmos.
Y, después de los
errores anteriores, ese nuevo cosmos podría ser tan espléndido que los mismos
dioses residirían en él y podría ser habitable para los seres verdaderamente
humanos.
(La Belleza llega a
todas partes, pero algunos seres inhumanos se encargan de ensuciarla. La
Belleza se muestra a todos, pero no todos saben reconocerla ni valorarla. El
tiempo y la Belleza son intercambiables).
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Basado, como casi todo,
en un hecho irreal. Cualquier parecido con la ficción es una pura coincidencia,
del mismo todo que todo lo demás.
…Miguel
refiere aquí lo que siglos más tarde ha de ocurrir necesariamente. Y Federico
se muestra de acuerdo. Hay que hacer experimentos, hay que atreverse.
Claro que debería
hacerse, si ves dos torres separadas, ¿la imaginación no te llevará a unirlas
de algún modo?
Dirán que es una
locura, de acuerdo, siempre dirán algo, ellos siempre dicen algo; pero, ¿el
verdadero arte, el más divino, no debería consistir en arriesgarlo todo?
Si fuese fácil, cómodo
y previsible, si fuera rutinario y burocrático, ¿tendría algún interés y algún
mérito?
¡Cómo no van a existir
seres capaces de lo más alto, de buscar la excelencia, de dejarse seducir por
lo que es superior a los humanos mismos!, ¿es que vamos a repetir siempre lo
mismo?
Y si alguien empieza a
un metro de altura, a dos, a tres, ¿no ha de soñar un día con extender un cable
entre el aire que separa las torres de la catedral de Notre Dame? Y si lo hace,
¿no ha de soñar después con extender otro cable para unir los cuarenta y dos
metros que separaban las Torres Gemelas de Nueva York? Y si lo hiciera…
Entonces Philippe Petit
atravesó sobre un cable de acero el espacio entre las Torres Gemelas de Nueva York.
Era el amanecer del 6 de agosto de 1.974. Utilizó un cable de unos 200 kilos de
peso y una barra de contrapeso personalizada de 8 metros de larga y 25 kilos de
peso. Y para lograr esta hazaña unos amigos le ayudaron.
Y si hubiese más
alturas, ¿no debería haber más atrevimientos? Y si hubiera más atrevimientos,
¿no habría que celebrar y festejar a esta especie dotada con estas gotas de
locura divina capaz de llevarnos un poco más allá de lo obvio?
¿No es el amor también
una especie de cuerda tendida entre dos seres humanos distantes?, ¿no es acaso
difícil que conecten y deseen estar en contacto dos abismos?
¿Por qué han de estar
separadas dos torres, dos personas, dos montañas, si la imaginación las ve
unidas?, ¿cómo puedes soñar con un cable que una la Tierra y la Luna?, ¿qué
funámbulo se atrevería a atravesar y recorrer esa distancia astronómica?
¿Se acabaron ya las
locuras artísticas?, ¿no se debería apostar más fuerte todavía?
Donde unos ven
negocios, explotación, materia bruta y realidad anodina, otros pueden ver islas
envueltas en telas de colores (Christo y Jeanne-Claude), nuevas formas en
lugares imposibles (Olafur Eliasson), equilibrios armónicos que despierta el
viento (Alexander Calder) o nuevas ceremonias para aproximarse a lo poético.
No dudéis, por tanto.
No sospechéis nada raro cuando alguien parece capaz de ver o de ir más lejos.
¿Os imagináis una humanidad que no hubiese llegado a descubrir las armas
nucleares y que sin embargo hubiera llegado a las artes esenciales?, ¿o un
mundo sin contaminación ni humos obscuros que se atreviese a construir arcoíris
permanentes en las montañas más próximas a las ciudades?
Si fuerais capaces de
ser todo lo que sois, os asustaría vuestro propio potencial creativo. ¿Pero no
somos todos de alguna manera como aprendices de funámbulos que van tanteando
inseguros, con poca gracia y a veces sin barra de equilibrio y contrapesos?
¡Parad los relojes!, ¡o
al menos detened la medida del tiempo! Lo que se anuncia y está a punto de
llegar y de invadirnos es el sentido lúdico y estético de la existencia al que
todos tendremos derecho. Y habrá que tener un corazón de oro para entender ese
futuro y un carácter dulce para aceptar la llegada de todas las personas y la
mirada de cada uno.
¿Y si veis dos astros
separados, no estaríais ya pensando en cómo unirlos o en qué vehículo espacial
deberíamos viajar para encontrarlos?
¿Y si fueran dos
mundos, varios cosmos o multitud de universos los que existieran, no estaríamos
preparándonos para la Gran Unificación?
¿Y si se empeñasen en
aparecer como muchos dioses, no se manifestarían todos en la sonrisa más cálida
e inocente?
(Cuando se construyen
rascacielos, lo mínimo que se puede esperar es que alguien intente
sobrevolarlos y jugar con ellos. Cuando se han formado altas montañas, desiertos,
continentes de hielo, es lógico esperar que alguien intente llegar hasta ellos,
escalarlos, cruzarlos, sobrevolarlos).
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¿Y si todo fuese un
laberinto no deberíamos ya saber vivir en él?
…Miguel
le cede la palabra a Borges que, con su especial habilidad, nos sumerge en un
dibujo de Escher mientras suena la música de J. S.Bach para explicar el teorema
de Gödel. Solo Hofstadter y los dioses del laberinto lo harían mejor.
Un laberinto del que no
conocemos ni la entrada ni la salida, del que no sabemos nada sobre sus
obstáculos, del que no tenemos el plano ni las instrucciones de uso y del que
tampoco adivinamos ni comprendemos las reglas de juego.
Laberinto, jeroglífico,
enciclopedia y niebla.
Ni siquiera sabemos si
caminamos en la dirección adecuada y por el camino correcto, desconocemos
incluso si es bueno entrar o si es deseable hallar la salida pronto, si es
mejor perdurar mucho tiempo perdido entre pasillos ininteligibles o si cada día
es otro micro-laberinto en sí mismo, si el amor es el laberinto más complicado
o si es el desierto, si una tarde no planificada es un laberinto de
aburrimientos o la posibilidad de que se recoloquen en otro sitio los
obstáculos, los conflictos y los impedimentos, si el laberinto más complejo es
Londres, Tokio, Cantón, Yakarta, Shangái, Delhi, el desierto del Sáhara,
Siberia o el Océano Pacífico, si el laberinto más grande es el lenguaje o el
universo.
El universo, la nada,
el laberinto divino, la eterna escalera.
¿Y si cada vida fuese
una pieza de ese gran laberinto de la historia?, ¿si algunas personas fueran en
sí mismas laberintos de un nivel más elevado?, ¿si toda esta inmensa partida de
ajedrez transcurriese sobre otros tableros geométricos no previstos?
¿Y si los dioses mismos
estuviesen perdidos en sus propios e infinitos laberintos?
¿Y si los dioses fuesen
laberintos de misterios y emociones?, ¿si ellos mismos aman la confusión en la
que se encuentran?, ¿si la solución de todos los laberintos fuese la disolución
de todos los misterios?, ¿si la solución de todos los misterios consistiese en
la desaparición de todos los laberintos?
El amor, esa fuerza
ciega superior al destino y a los dioses, y al que sucumben todos los seres,
debería ser abordado como la energía y el entusiasmo, como la mayor
superabundancia de fuerzas. No es extraño que los dichosos pacientes afirmen
que si el amor quiere, ellos serán soñadores; que si desea que piensen, serán
pensadores; si prefieren que imaginen, serán imaginantes a tiempo completo y
cumpliendo a rajatabla con todos los desvaríos imaginables.
(Un laberinto es esa
parte de la realidad en la que nos perdemos cuando no sabemos volar. Un
laberinto es el tiempo. Un laberinto es la Belleza inalcanzada. O el lenguaje,
otro laberinto).
19
En el aire de arriba, un país imaginario que pocas
veces llega a ser real
…Miguel ha de escribir y transcribir, ha de meditar y
soñar, ha de hacer como Alexander Calder, levitar y flotar y moverse y
alegrarse. Es el único destino aceptable.
Si te dijeran que el
máximo logro de los funambulistas consiste en practicar el arte de la esgrima
en el que los dos combatientes no combaten, en el que deben tocarse a la vez y
nunca uno antes que otro…
Si escucharas que su
máxima pasión debería ser no ganar nunca y mantenerse en perpetuo equilibrio
sobre el cable sosteniendo su larga barra en la que saben que se guardan y
mantienen todos sus desequilibrios e impermanencias…
Si te mostrasen que
avanzan y retroceden simultáneamente, que se esperan y nunca se alejan, que se
acompañan incluso cuando el cable se pierde en la niebla…
Si te contaran que
saben, quieren y pueden hacer todas las filigranas que deseen, que pueden
innovar y saltar sobre lo establecido…
Si supieras que sus
atrevimientos son aplaudidos con entusiasmo, que cada uno de sus pasos se considera
un avance para todos los humanos expectantes…
Si te mencionaran que
se preparan desde pequeños para desafiar la gravedad, que se entrenan durante
años para superar el miedo a la caída…
Si experimentaras que
deben controlar sus pensamientos y sus deseos antes de colocar un pie sobre el
cable en suspensión, que su seguridad solo es mental y que acaban sabiendo que
la realidad entera solo es ilusoria, virtual, cerebral, neuronal...
Si te explicasen que
con sus exploraciones están ampliando los continentes habitables para los seres
humanos y que sus ejercicios son tan necesarios como la mística o el montañismo…
Si te aseguraran que
su arte está bendecido por los dioses de altura, que su tarea es tan delicada
que sin ella perderían los cables su mejor sentido, que ahora era ayer y que
hoy es siempre y es mañana...
Si te invitasen un
día a ascender al equilibrio más valiente, si pusieran en tus manos la larga y
pesada barra de equilibrio, si te atrevieras a dar el primer paso, si dijeras
“¡Sí!, ¡de acuerdo!, ¡adelante!”…
Si ganases poco a
poco seguridad en tus pasos, si te llegara a parecer imposible cualquier caída,
si alcanzases la luz necesaria para ver lo real…
Si te hablasen de
seres imaginarios, irreales, confusos e indecisos, si los hubieras visto con
tus propios ojos, si hubieras convivido con ellos algunas temporadas…
Si te demostraran que
nos acompañan en otras dimensiones paralelas a los logros conseguidos, si
supieras que existe a su lado la salvación a través de las palabras y de los actos…
Si hubieras anotado
en sueños esas palabras, si las encontrases ahora, si estás a punto de leerlas,
si el tiempo de la alegría ya se expande…
Si un día ocurriese
lo que tanto deseas, si la mejor ficción transcurriese a su lado, si todo lo
creyeras…
(Si en una de las vidas
que pasan por ti cada día adviertes ese grado de perfección, deja que sus
gracias se derramen y rellenen las grietas de lo imperfecto).
Es posible que a los dioses no les guste corregir, que
sean creadores, pero demasiado impulsivos; que sean artistas, pero
exageradamente primitivos y emocionales. ¿Qué tipo de dioses eligiríamos si
todos estuvieran expuestos y pudiéramos hacerlo recorriendo con atención todas
las estanterías?, ¿qué clase de alegría seleccionaríamos si accediésemos al
alma-zen de los dioses?
20
El país de los
comienzos, un país imaginario que pocas veces llega a ser real.
…Ahora
el que escribe es Gabriel García Márquez y lo hace sobre el amor no sometido al
rigor de los tiempos, ni siquiera a los tiempos del cólera.
–¿Serías capaz de
contar un cuento?
–No, creo que ya no
sabría hacerlo.
–¿Y si te esforzases y
te atrevieses a contarnos un cuento feliz?
–Eso es mucho decir,
este no es el mejor momento.
–Por eso mismo habría
que hacerlo.
–Bueno, probemos:
“Érase una vez un país
muy muy lejano en el que todas las parejas de novios se adoraban, si ellos
amaban a sus novias más que a nada en el mundo, ellas querían a sus novios un
poco más que al universo entero; si ellos las deseaban con todas sus fuerzas (y
eran muchas), ellas también los necesitaban para vivir cada momento.
En fin, que se amaban,
se querían, se deseaban, se necesitaban, se adoraban y se estimaban más a sí
mismos que a los mismos dioses (lo que no dejaba de ser una forma de
adorarlos), como todos los novios y novias de todos los tiempos. Nada extraño
en aquel país de los comienzos.
Mucho después de
anunciar sus noviazgos y sus intenciones de vivir juntos ocurrió lo que nadie
podía imaginarse, un tipo extraño de sistema de tiempo, mortal y enemigo, invadió
el país de los comienzos y todo empezó a desarrollarse, a crecer, a madurar, a
durar, a transcurrir, a evolucionar, a vivir… y nuestros protagonistas, hasta
entonces ajenos al desencanto y a la caída temporal, y acostumbrados a su vida
feliz y duradera, empezaron a tener dificultades para llegar a cumplir sus
ilusiones y sus sueños.
Poco más tarde la
invasión se convirtió en una epidemia de realismo temporal con millones de
relojes por todas partes, y todo concluía, se terminaba y acababa con demasiada
facilidad, como si lo suyo fuese simplemente pasar.
Entonces pensaron que a
nadie se le debería enseñar el tiempo, ni de lejos; que nadie debería estudiar
los siglos y milenios de agobiante inhumanidad que se iban sucediendo, que
nadie debería aprender lo que es un año que corre siempre demasiado cerca y
demasiado lejos, ni lo que es un mes que ayer se acaba, ni lo que significa una
semana a lo lejos, ni siquiera un día debería sentirse ni habitarse de forma
entrecortada, ni debería vivirse una hora sin una promesa ilimitada, ni tan
siquiera un minuto de gloria si es solo un minuto y no permanece la gloria, que
ni siquiera por un segundo se debería caer en aquel tiempo sin alma.
Sabían que ni por un
momento merecía la pena ser consciente de la duración, que lo más excelso
permanece inmutable y bien inscrito en el corazón de los seres más humanos. Por
eso no le mostraban el tiempo a nadie, simplemente vivían sin saber que algo
pasaba, que poco quedaba, que el recorrido era ese, que la vida se acababa y no
lograban ser enteramente felices, que la sonrisa huye, que las palabras no eran
firmes y que todo era fugitivo, que la amistad se alejaba.
Por eso aconsejaban a
todo el mundo que lo dejasen, que pasase el tiempo si quería, pero sin hacerle
caso, sin prestarle atención, había que liberarse de su dictadura agobiante
A pesar de todo, ellos
y los demás amantes del país de los comienzos, empezaron a notar la duración y
el paso inexorable de aquel tiempo. De un ayer en plenitud pasaron a un
presente problemático y poco duradero y, en el momento que menos se lo
esperaban, se vieron infectados por el más cruel de los realismos pasajeros.
Cuando quisieron darse
cuenta todo su mundo dejó de comenzar, el renacimiento continuo en el que
habían vivido se convirtió en un barroco amenazante, el principio en fuga, la
génesis continua en derrotas duraderas, la epifanía en vértigo, caída, vejez y
desencanto.
Ni los mayores expertos
en Procesos Irreversibles lograban entender esa nueva física y metafísica del
tiempo acelerado. Fue, había sido, era, es, está siendo, será, llegará a ser,
habrá que ser, seriará y así una y otra vez se sucedían las series temporales.
Se separaron, como
mandaban los cánones de aquel tiempo. Ellos a veces las esperaban todos los
días, ellas seguían el rastro de sus suspiros.
Vencidos por ese tiempo
infortunado, los antiguos novios y habitantes del país de los comienzos
empezaron a sentir que ese tiempo estaba a punto de invadir y conquistar otros
mundos, el de la Historia del Arte, el de la Arquitectura y las ruinas, el de
la Escultura y las obras incompletas, el de la Pintura y las restauraciones, el
de la Literatura y las obras perdidas, el de la Música y las obras inacabadas y
nunca escuchadas, el del Cine y las películas olvidadas, el de la Danza y la
artrosis imparable, el del mundo de las Ideas y los Números y lo inmarcesible,
incluso el mundo de los invulnerables.
¿Quién querría comenzar
si se conociese siempre el final inevitable?”
(Las mejores historias
son las historias de amor, encantamientos, andanzas, aventuras, travesías y
travesuras. Las más bellas historias transcurren en un tiempo encantado. Un
tiempo encantado es aquel que nunca se termina).
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