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miércoles, 28 de febrero de 2018

La medida de lo imposible 16-20




16
Hasta aquí llegó la Belleza, hasta allí la gracia, hasta el siglo L d.d.C.

…Federico habla de su pasión por ascender a las montañas de la Alta Engadina y de pensar paseando. La Belleza llegará más lejos. Un día los humanos sentirán que hasta los cables y las líneas de alta tensión que cruzan los campos y atraviesan valles y montañas también pueden ser consideradas como una especie de intervenciones artísticas, pentagramas y decagramas con los que el viento juega y compone dulces silbos amorosos.

“Hasta aquí llegó la inundación en el año 1956”, se podía leer en el cartel de aquella ciudad destinada a la perfección. Pero ahora el sol estaba sucio, sus rayos rayados, doblados, partidos, casi incoherentes, y hasta los anillos de Saturno debían desinfectarse.
La Belleza Hiperbórea no venía siempre a visitarnos, solo cada diez o doce años, tal vez quince, se dignaba a acercarse; no sabíamos cuándo llegaba ni con qué forma se presentaría, pero teníamos que estar preparados.
Tampoco estábamos seguros de saber reconocerla, solo el que subía a las montañas la adivinaba, aunque no siempre se atrevía a anunciarla. No es seguro, decía. Creo que llegué a percibir un amanecer inmenso, nos comentaba un día. Pero no está claro, terminaba.
Ayer vi dos arcoíris en el este y otros dos en el oeste, nos dijo una estación más tarde.
Puede ser la Belleza, le dijimos.
También puede ser la primavera, la lluvia, los arroyos verdes y azules llenos de agua, contestaba.
Desde que estaba solo no eran muy seguras sus predicciones, se emocionaba con cualquier cosa y lloraba cuando veía a un potrillo joven trotando por el monte.
La belleza es la noche, decía un vecino.
Pero el que subía a las montañas únicamente estaba seguro de una cosa, fuese lo que fuese la belleza, siempre debería ser luminosa, solar, radiante, alegre, inteligente, fascinante y bondadosa; si no cumplía estas condiciones es que algo fallaba, algo no estaba claro, insistía.
Cuando pasaron unos veinte años sin que apareciese de nuevo hasta los más prosaicos parecían necesitar algo extraordinario. Entonces llegó un enviado de los dioses. O eso nos pareció por el color de su pelo dorado. Tenía que ser la belleza, no había duda.
El hombre que subía a las montañas más altas también lo creyó al principio, meses más tarde comenzó a desconfiar y al final estaba decididamente indeciso. Cuando le preguntamos si era la belleza, decía que él no era ningún profeta. Si insistíamos, nos aseguraba que su juicio nunca era definitivo y que estaba sometido al error como cualquier ser medianamente humano.
Cuando los mayores le pidieron una respuesta más concreta, dijo que seguía inseguro, que la belleza últimamente no se vinculaba como antes a lo permanente, que ahora parecía residir en el agua que fluye y no en el río, en el viento que pasa y no en el aire, en los días que huyen y no en el tiempo eternamente disponible.
Todos estábamos a punto de adivinar que la grandeza de todo el espectáculo estaba huyendo y desapareciendo y que ya solo permanecía el rumor con el que se desvanecía el mundo por el delirante cambio constante de todas las cosas.
Saber todo eso no nos hizo más sabios ni más felices, ni siquiera más cautos, pues todos estábamos dispuestos a enamorarnos de la admirable y armoniosa disposición de todas las partes que componían la Rama Dorada del árbol sagrado del Bien y de la Belleza, del Palacio de la Realidad, de la Torre del Tiempo, de “la Música en el Castillo del Cielo”, de la Pasión según Juan Sebastián Bach…
Cuando el que parecía el enviado de los dioses se marchó, no notamos nada al principio; pero, poco a poco, con el paso de los meses y casi sin darnos cuenta, dejamos de sonreír, desaparecieron las aves y los pájaros, no llegaba el verano, los árboles se disecaban y se convertían en postes sin hilos ni cables, la realidad era menor cada día. Se desvanecieron las nubes, ya no quedaba color azul para el cielo que pasó a ser de un gris indefinido, de noche solo brillaba una estrella lejana, huíamos unos de otros, después se borraron los paisajes y, como si el arte fuese evaporarse y desaparecer, nuestro mundo alcanzó la mayor confianza y perfección en el arte de la desintegración. El último día solo quedaban el hombre de las montañas, una roca y un joven. Poco podían hacer para reparar la infinita pérdida, poco pueden hacer dos personas y una roca cuando todo un universo se esfuerza y pone todo su empeño y afán en dejar de ser.
La roca desapareció durante la noche siguiente y ya no hubo más días ni noches. Quedaban dos voces cansadas de clamar en el desierto.
¿Y si ahora llegaran la luz y la belleza?, dijo el chico de repente. El hombre de las alturas, que llevaba casi toda su vida esperando y al que le costaba mucho salir de su escepticismo, aunque lo estaba deseando, le dijo que si viniera ahora tal vez todavía la vida tendría solución y sentido.
Y una luz sonriente los envolvió y empezó a dibujarse y a edificarse de nuevo un cosmos.
Y, después de los errores anteriores, ese nuevo cosmos podría ser tan espléndido que los mismos dioses residirían en él y podría ser habitable para los seres verdaderamente humanos.


(La Belleza llega a todas partes, pero algunos seres inhumanos se encargan de ensuciarla. La Belleza se muestra a todos, pero no todos saben reconocerla ni valorarla. El tiempo y la Belleza son intercambiables).



17
Basado, como casi todo, en un hecho irreal. Cualquier parecido con la ficción es una pura coincidencia, del mismo todo que todo lo demás.

…Miguel refiere aquí lo que siglos más tarde ha de ocurrir necesariamente. Y Federico se muestra de acuerdo. Hay que hacer experimentos, hay que atreverse.

Claro que debería hacerse, si ves dos torres separadas, ¿la imaginación no te llevará a unirlas de algún modo?
Dirán que es una locura, de acuerdo, siempre dirán algo, ellos siempre dicen algo; pero, ¿el verdadero arte, el más divino, no debería consistir en arriesgarlo todo?
Si fuese fácil, cómodo y previsible, si fuera rutinario y burocrático, ¿tendría algún interés y algún mérito?
¡Cómo no van a existir seres capaces de lo más alto, de buscar la excelencia, de dejarse seducir por lo que es superior a los humanos mismos!, ¿es que vamos a repetir siempre lo mismo?
Y si alguien empieza a un metro de altura, a dos, a tres, ¿no ha de soñar un día con extender un cable entre el aire que separa las torres de la catedral de Notre Dame? Y si lo hace, ¿no ha de soñar después con extender otro cable para unir los cuarenta y dos metros que separaban las Torres Gemelas de Nueva York? Y si lo hiciera…
Entonces Philippe Petit atravesó sobre un cable de acero el espacio entre las Torres Gemelas de Nueva York. Era el amanecer del 6 de agosto de 1.974. Utilizó un cable de unos 200 kilos de peso y una barra de contrapeso personalizada de 8 metros de larga y 25 kilos de peso. Y para lograr esta hazaña unos amigos le ayudaron.
Y si hubiese más alturas, ¿no debería haber más atrevimientos? Y si hubiera más atrevimientos, ¿no habría que celebrar y festejar a esta especie dotada con estas gotas de locura divina capaz de llevarnos un poco más allá de lo obvio?
¿No es el amor también una especie de cuerda tendida entre dos seres humanos distantes?, ¿no es acaso difícil que conecten y deseen estar en contacto dos abismos?
¿Por qué han de estar separadas dos torres, dos personas, dos montañas, si la imaginación las ve unidas?, ¿cómo puedes soñar con un cable que una la Tierra y la Luna?, ¿qué funámbulo se atrevería a atravesar y recorrer esa distancia astronómica?
¿Se acabaron ya las locuras artísticas?, ¿no se debería apostar más fuerte todavía?
Donde unos ven negocios, explotación, materia bruta y realidad anodina, otros pueden ver islas envueltas en telas de colores (Christo y Jeanne-Claude), nuevas formas en lugares imposibles (Olafur Eliasson), equilibrios armónicos que despierta el viento (Alexander Calder) o nuevas ceremonias para aproximarse a lo poético.
No dudéis, por tanto. No sospechéis nada raro cuando alguien parece capaz de ver o de ir más lejos. ¿Os imagináis una humanidad que no hubiese llegado a descubrir las armas nucleares y que sin embargo hubiera llegado a las artes esenciales?, ¿o un mundo sin contaminación ni humos obscuros que se atreviese a construir arcoíris permanentes en las montañas más próximas a las ciudades?
Si fuerais capaces de ser todo lo que sois, os asustaría vuestro propio potencial creativo. ¿Pero no somos todos de alguna manera como aprendices de funámbulos que van tanteando inseguros, con poca gracia y a veces sin barra de equilibrio y contrapesos?
¡Parad los relojes!, ¡o al menos detened la medida del tiempo! Lo que se anuncia y está a punto de llegar y de invadirnos es el sentido lúdico y estético de la existencia al que todos tendremos derecho. Y habrá que tener un corazón de oro para entender ese futuro y un carácter dulce para aceptar la llegada de todas las personas y la mirada de cada uno.
¿Y si veis dos astros separados, no estaríais ya pensando en cómo unirlos o en qué vehículo espacial deberíamos viajar para encontrarlos?
¿Y si fueran dos mundos, varios cosmos o multitud de universos los que existieran, no estaríamos preparándonos para la Gran Unificación?
¿Y si se empeñasen en aparecer como muchos dioses, no se manifestarían todos en la sonrisa más cálida e inocente?
(Cuando se construyen rascacielos, lo mínimo que se puede esperar es que alguien intente sobrevolarlos y jugar con ellos. Cuando se han formado altas montañas, desiertos, continentes de hielo, es lógico esperar que alguien intente llegar hasta ellos, escalarlos, cruzarlos, sobrevolarlos).



18
¿Y si todo fuese un laberinto no deberíamos ya saber vivir en él?

…Miguel le cede la palabra a Borges que, con su especial habilidad, nos sumerge en un dibujo de Escher mientras suena la música de J. S.Bach para explicar el teorema de Gödel. Solo Hofstadter y los dioses del laberinto lo harían mejor.

Un laberinto del que no conocemos ni la entrada ni la salida, del que no sabemos nada sobre sus obstáculos, del que no tenemos el plano ni las instrucciones de uso y del que tampoco adivinamos ni comprendemos las reglas de juego.
Laberinto, jeroglífico, enciclopedia y niebla.
Ni siquiera sabemos si caminamos en la dirección adecuada y por el camino correcto, desconocemos incluso si es bueno entrar o si es deseable hallar la salida pronto, si es mejor perdurar mucho tiempo perdido entre pasillos ininteligibles o si cada día es otro micro-laberinto en sí mismo, si el amor es el laberinto más complicado o si es el desierto, si una tarde no planificada es un laberinto de aburrimientos o la posibilidad de que se recoloquen en otro sitio los obstáculos, los conflictos y los impedimentos, si el laberinto más complejo es Londres, Tokio, Cantón, Yakarta, Shangái, Delhi, el desierto del Sáhara, Siberia o el Océano Pacífico, si el laberinto más grande es el lenguaje o el universo.
El universo, la nada, el laberinto divino, la eterna escalera.
¿Y si cada vida fuese una pieza de ese gran laberinto de la historia?, ¿si algunas personas fueran en sí mismas laberintos de un nivel más elevado?, ¿si toda esta inmensa partida de ajedrez transcurriese sobre otros tableros geométricos no previstos?
¿Y si los dioses mismos estuviesen perdidos en sus propios e infinitos laberintos?
¿Y si los dioses fuesen laberintos de misterios y emociones?, ¿si ellos mismos aman la confusión en la que se encuentran?, ¿si la solución de todos los laberintos fuese la disolución de todos los misterios?, ¿si la solución de todos los misterios consistiese en la desaparición de todos los laberintos?
El amor, esa fuerza ciega superior al destino y a los dioses, y al que sucumben todos los seres, debería ser abordado como la energía y el entusiasmo, como la mayor superabundancia de fuerzas. No es extraño que los dichosos pacientes afirmen que si el amor quiere, ellos serán soñadores; que si desea que piensen, serán pensadores; si prefieren que imaginen, serán imaginantes a tiempo completo y cumpliendo a rajatabla con todos los desvaríos imaginables.


(Un laberinto es esa parte de la realidad en la que nos perdemos cuando no sabemos volar. Un laberinto es el tiempo. Un laberinto es la Belleza inalcanzada. O el lenguaje, otro laberinto).



19
En el aire de arriba, un país imaginario que pocas veces llega a ser real

…Miguel ha de escribir y transcribir, ha de meditar y soñar, ha de hacer como Alexander Calder, levitar y flotar y moverse y alegrarse. Es el único destino aceptable.


Si te dijeran que el máximo logro de los funambulistas consiste en practicar el arte de la esgrima en el que los dos combatientes no combaten, en el que deben tocarse a la vez y nunca uno antes que otro…

Si escucharas que su máxima pasión debería ser no ganar nunca y mantenerse en perpetuo equilibrio sobre el cable sosteniendo su larga barra en la que saben que se guardan y mantienen todos sus desequilibrios e impermanencias…

Si te mostrasen que avanzan y retroceden simultáneamente, que se esperan y nunca se alejan, que se acompañan incluso cuando el cable se pierde en la niebla…

Si te contaran que saben, quieren y pueden hacer todas las filigranas que deseen, que pueden innovar y saltar sobre lo establecido…

Si supieras que sus atrevimientos son aplaudidos con entusiasmo, que cada uno de sus pasos se considera un avance para todos los humanos expectantes…

Si te mencionaran que se preparan desde pequeños para desafiar la gravedad, que se entrenan durante años para superar el miedo a la caída…

Si experimentaras que deben controlar sus pensamientos y sus deseos antes de colocar un pie sobre el cable en suspensión, que su seguridad solo es mental y que acaban sabiendo que la realidad entera solo es ilusoria, virtual, cerebral, neuronal...

Si te explicasen que con sus exploraciones están ampliando los continentes habitables para los seres humanos y que sus ejercicios son tan necesarios como la mística o el montañismo…

Si te aseguraran que su arte está bendecido por los dioses de altura, que su tarea es tan delicada que sin ella perderían los cables su mejor sentido, que ahora era ayer y que hoy es siempre y es mañana...

Si te invitasen un día a ascender al equilibrio más valiente, si pusieran en tus manos la larga y pesada barra de equilibrio, si te atrevieras a dar el primer paso, si dijeras “¡Sí!, ¡de acuerdo!, ¡adelante!”…

Si ganases poco a poco seguridad en tus pasos, si te llegara a parecer imposible cualquier caída, si alcanzases la luz necesaria para ver lo real…

Si te hablasen de seres imaginarios, irreales, confusos e indecisos, si los hubieras visto con tus propios ojos, si hubieras convivido con ellos algunas temporadas…

Si te demostraran que nos acompañan en otras dimensiones paralelas a los logros conseguidos, si supieras que existe a su lado la salvación a través de las palabras y de los actos…

Si hubieras anotado en sueños esas palabras, si las encontrases ahora, si estás a punto de leerlas, si el tiempo de la alegría ya se expande…

Si un día ocurriese lo que tanto deseas, si la mejor ficción transcurriese a su lado, si todo lo creyeras…




(Si en una de las vidas que pasan por ti cada día adviertes ese grado de perfección, deja que sus gracias se derramen y rellenen las grietas de lo imperfecto).

Es posible que a los dioses no les guste corregir, que sean creadores, pero demasiado impulsivos; que sean artistas, pero exageradamente primitivos y emocionales. ¿Qué tipo de dioses eligiríamos si todos estuvieran expuestos y pudiéramos hacerlo recorriendo con atención todas las estanterías?, ¿qué clase de alegría seleccionaríamos si accediésemos al alma-zen de los dioses?




20
El país de los comienzos, un país imaginario que pocas veces llega a ser real.

…Ahora el que escribe es Gabriel García Márquez y lo hace sobre el amor no sometido al rigor de los tiempos, ni siquiera a los tiempos del cólera.

–¿Serías capaz de contar un cuento?
–No, creo que ya no sabría hacerlo.
–¿Y si te esforzases y te atrevieses a contarnos un cuento feliz?
–Eso es mucho decir, este no es el mejor momento.
–Por eso mismo habría que hacerlo.
–Bueno, probemos:
“Érase una vez un país muy muy lejano en el que todas las parejas de novios se adoraban, si ellos amaban a sus novias más que a nada en el mundo, ellas querían a sus novios un poco más que al universo entero; si ellos las deseaban con todas sus fuerzas (y eran muchas), ellas también los necesitaban para vivir cada momento.
En fin, que se amaban, se querían, se deseaban, se necesitaban, se adoraban y se estimaban más a sí mismos que a los mismos dioses (lo que no dejaba de ser una forma de adorarlos), como todos los novios y novias de todos los tiempos. Nada extraño en aquel país de los comienzos.
Mucho después de anunciar sus noviazgos y sus intenciones de vivir juntos ocurrió lo que nadie podía imaginarse, un tipo extraño de sistema de tiempo, mortal y enemigo, invadió el país de los comienzos y todo empezó a desarrollarse, a crecer, a madurar, a durar, a transcurrir, a evolucionar, a vivir… y nuestros protagonistas, hasta entonces ajenos al desencanto y a la caída temporal, y acostumbrados a su vida feliz y duradera, empezaron a tener dificultades para llegar a cumplir sus ilusiones y sus sueños.
Poco más tarde la invasión se convirtió en una epidemia de realismo temporal con millones de relojes por todas partes, y todo concluía, se terminaba y acababa con demasiada facilidad, como si lo suyo fuese simplemente pasar.
Entonces pensaron que a nadie se le debería enseñar el tiempo, ni de lejos; que nadie debería estudiar los siglos y milenios de agobiante inhumanidad que se iban sucediendo, que nadie debería aprender lo que es un año que corre siempre demasiado cerca y demasiado lejos, ni lo que es un mes que ayer se acaba, ni lo que significa una semana a lo lejos, ni siquiera un día debería sentirse ni habitarse de forma entrecortada, ni debería vivirse una hora sin una promesa ilimitada, ni tan siquiera un minuto de gloria si es solo un minuto y no permanece la gloria, que ni siquiera por un segundo se debería caer en aquel tiempo sin alma.
Sabían que ni por un momento merecía la pena ser consciente de la duración, que lo más excelso permanece inmutable y bien inscrito en el corazón de los seres más humanos. Por eso no le mostraban el tiempo a nadie, simplemente vivían sin saber que algo pasaba, que poco quedaba, que el recorrido era ese, que la vida se acababa y no lograban ser enteramente felices, que la sonrisa huye, que las palabras no eran firmes y que todo era fugitivo, que la amistad se alejaba.
Por eso aconsejaban a todo el mundo que lo dejasen, que pasase el tiempo si quería, pero sin hacerle caso, sin prestarle atención, había que liberarse de su dictadura agobiante
A pesar de todo, ellos y los demás amantes del país de los comienzos, empezaron a notar la duración y el paso inexorable de aquel tiempo. De un ayer en plenitud pasaron a un presente problemático y poco duradero y, en el momento que menos se lo esperaban, se vieron infectados por el más cruel de los realismos pasajeros.
Cuando quisieron darse cuenta todo su mundo dejó de comenzar, el renacimiento continuo en el que habían vivido se convirtió en un barroco amenazante, el principio en fuga, la génesis continua en derrotas duraderas, la epifanía en vértigo, caída, vejez y desencanto.
Ni los mayores expertos en Procesos Irreversibles lograban entender esa nueva física y metafísica del tiempo acelerado. Fue, había sido, era, es, está siendo, será, llegará a ser, habrá que ser, seriará y así una y otra vez se sucedían las series temporales.
Se separaron, como mandaban los cánones de aquel tiempo. Ellos a veces las esperaban todos los días, ellas seguían el rastro de sus suspiros.
Vencidos por ese tiempo infortunado, los antiguos novios y habitantes del país de los comienzos empezaron a sentir que ese tiempo estaba a punto de invadir y conquistar otros mundos, el de la Historia del Arte, el de la Arquitectura y las ruinas, el de la Escultura y las obras incompletas, el de la Pintura y las restauraciones, el de la Literatura y las obras perdidas, el de la Música y las obras inacabadas y nunca escuchadas, el del Cine y las películas olvidadas, el de la Danza y la artrosis imparable, el del mundo de las Ideas y los Números y lo inmarcesible, incluso el mundo de los invulnerables.
¿Quién querría comenzar si se conociese siempre el final inevitable?”



(Las mejores historias son las historias de amor, encantamientos, andanzas, aventuras, travesías y travesuras. Las más bellas historias transcurren en un tiempo encantado. Un tiempo encantado es aquel que nunca se termina).

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