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miércoles, 28 de febrero de 2018

La medida de lo imposible 36-40




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En expansión y hacia arriba, como si ese fuera su destino

…Miguel escribe sobre un paisaje con montañas porque algunos días a la semana salían a recorrer las montañas del paraíso, esas inmensas esculturas que los dioses artistas han formado para que los horizontes y los laberintos sean más interesantes.

Del mismo modo que aquellas esculturas móviles tan calderianas y tan expansivas no tenían cabida en su casa ni en ninguna construcción humana conocida ya que tropezaban con las paredes y los muebles, así tropezaba con los límites diarios de esta vida y sus aspiraciones se quedaban siempre recortadas y limitadas por esta prosa que quiere imponer su limitada realidad a todas las luces de los atardeceres.
Del mismo modo que sus obras estaban en expansión y hacia arriba, así adivinaba y reconocía a los verdaderos artistas de la santidad, los que podían afirmar que su reino no era de estos mundos y que su mundo no era de estos reinos.
De la misma manera que escribía, así podía borrar de su mente cada una de las letras que componían palabras y obras.
De la misma forma los dioses se expandían y jugaban con los universos como niños alegres y así pasaba lo que pasaba, el juego se expandía y los que estaban atentos disfrutaban más de las maravillas.



(Los montañeros lo saben, toda la naturaleza no es más que un inmenso Museo de Escultura al aire libre en el que podemos observar maravillas que van desde un grano de arena, una margarita, un haya, una roca, un río, un bosque, un valle, una montaña luminosa… No se necesita más, tampoco menos).



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Las grúas

…Lorca insiste en que la poesía debe afectarnos, alterarnos y elevarnos en la vida cotidiana, hasta llegar a “los altos andamios de las flores”, que diría Miguel Hernández. Y es que a veces, de un simple mecanismo, surge la idea de una máquina más grande, y hasta cabe imaginar que con esa maquinaria puedan aparecer dioses ciclópeos  que coloquen en su sitio las vidas y los planetas desatinados, disparatados, desacertados, absurdos, inciertos, inverosímiles y hasta descabellados.

Nadie entendió aquella mañana por qué el Servicio de Obras Públicas del Ayuntamiento del Edén había concentrado y contratado aquella colección tan exagerada de grúas en aquella zona. Todos los periódicos lo habían anunciado y era más que previsible que se fueran concentrando tantos miles de curiosos para observarlas.
No era extraño que una grúa pequeña elevase su plataforma elevadora hasta las farolas para cambiar las luces fundidas y sustituirlas por luces leds de bajo consumo. Eso se entendía.
También era normal ver otras grúas un poco más grandes reparando canalones y bajantes de algunos edificios públicos. Eso formaba parte de las tareas de mantenimiento que era necesario realizar en aquel mundo de Entropía y era absolutamente normal.
Tampoco era anormal ver grúas más grandes en los parques y jardines podando los árboles más altos, los plátanos de sombra que amenazaban con derrumbarse sobre las calles y algunas ramas que habían crecido demasiado de aquellos inmensos cedros del Líbano y sequoias de más de cien años.
Lo extraño empezó cuando una inmensa grúa de brazo telescópico, del que fueron saliendo cientos de cilindros cada vez de menor diámetro, llegó hasta las nubes para limpiarlas con detenimiento y colocar allí luces de Navidad más elevadas.
Lo increíble ocurrió más tarde, otra grúa todavía más gigantesca y con cientos de miles de cilindros telescópicos en el interior de su gran brazo, llegó hasta la Luna para rediseñar sus cráteres y mejorar la iluminación en la fase de Luna Llena.
Lo inverosímil sucedió esa misma noche, una grúa más grande que el más gigantesco de los barcos petroleros, portacontenedores o cruceros conocidos, con un brazo que se extendía y elevaba hasta perderse de vista, llegó hasta las estrellas más cercanas de la Constelación Centauro para aumentar su luminosidad.
La grúa imaginada tenía como base el planeta Tierra y era capaz de colocar a su antojo, y en cualquier órbita, asteroides, satélites, planetas, estrellas y galaxias y confeccionar así un nuevo planisferio.
Los ciudadanos quedaron impresionados por el largo alcance de las nuevas medidas poéticas que se habían adoptado y entendieron por fin que algunos gastos están más que justificados.

(A todos los niños les gustan las grúas. Eso de poder escalar, ascender, subir y bajar es extraordinario. A todos los santos les gusta levitar. A todos los místicos pasar al otro lado. A todos los artistas crecer. A todos los montañeros  ascender.).



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Descender

…Miguel escribe sobre la vida de todos los Sanchos, los que saben vivir a ras de suelo. El mal de bajura es el más extendido, casi todo el mundo lo padece y, por eso mismo, no parece una enfermedad sino la situación normal del alma apagada, semivacía, acostumbrada a la penumbra del apenas ser y estar y parecer.

Podría entender que alguien llorase al descender del monte Fuji o del Kilimanjaro, del Aconcagua, de cualquier vértice de los Himalayas, de los Alpes, de los Pirineos o de los Picos de Europa.
Podría comprender que alguien se negase a padecer el mal de bajura, la inundación total bajo una realidad prosaica y anodina, la conformidad con lo que dicen que hay, la acumulación de noticias y de actualidades sin importancia, para terminar aceptando con resignación la luz de los obscuros.
Si fuera por él la mínima disposición para vivir se daría a unos miles de metros sobre el nivel del mar errante en cualquier lugar del mundo.
Pero todos acaban envejeciendo y las rodillas no admiten cientos de años tantas desarticulaciones.
La vida es bajar, te dicen. La vida es aceptar ese descenso, afirman otros. Y hacen bien en comunicarlo, aunque a algunos no les interese. Acabarán aceptándolo, insisten todavía desde lejos.
Es posible, con el tiempo, les asegura con cierto escepticismo.
Si de él dependiese en el mundo no habría descensos ni bajadas, piensa para sí mismo.
Si por él fuera la vida consistiría en entusiasmo, epifanías circulares, oropéndolas ingrávidas, éxtasis y duración de la alegría.
Si le preguntasen los dioses les recomendaría que sería bueno que empezasen de nuevo.
Sí, es cierto lo que decía Nietzsche de que los amigos son los que nos ayudan a mejorar, Por eso necesitaba su amistad, por eso -y aunque fuese muy poco autocrítico- no podría recomendarse a nadie.
Si fueras un dios cualquiera, aunque solo fuese un momento, sé lo que asegurarías, la eternidad de los mejores encuentros, el amor en los tiempos sin cólera ni pobreza ni desencuentros.
Si fueses un dios como Dios manda, y tuvieras que reparar una galaxia, contratarías a un astrónomo… sobre todo para que realizase bien todos los cálculos gravitatorios y después ningún físico se quejase de las incoherencias.
Si lo que quieres es un verdadero Creador de cosmos necesitarás a Alexander Calder para que juegue escultóricamente con las estrellas, los planetas y los asteroides con su peculiar habilidad, ingravidez y ligereza.
Si tuvieses que mejorar a la humanidad acudirías a J. S. Bach… para que ajustase todas las armonías necesarias y así el alma podría encontrar el verdadero camino hacia la Belleza.
Pero si lo que quieres es perfeccionarlo todo necesitarías a un poeta astrónomo escultor y músico a mismo tiempo, al mejor artista calderiano disponible.
Y si la meta es el desorden y el olvido, no contéis con ellos para celebrar esos dos acontecimientos. Hasta los colibríes, las aves más pequeñas, nacieron para extender sus alas y volar con y sin viento.
Después no digáis que no os han avisado. Su negocio se basa en que asciendes y te elevas unas horas y luego desciendes durante decenios.
No malgastéis vuestra ironía con la cruda realidad, ya sabéis que si quisieran podría cocinarse lo real de otra manera y presentarse de tal modo que siempre fuera un placer encontrarse en esa fiesta.
Aterriza si quieres y aliméntate de aditivos que restan, de conservantes que pudren, de colorantes que ennegrecen y de potenciadores del sabor insípidos. Ya ni siquiera huelen los tomates.
Ni siquiera huele la vida, está televisada.
Ni siquiera sabe el amor, están cansados y son como funcionarios de una institución burocrática que ya no es sagrada para nadie.
Queremos que aparezcan nuevos presocráticos, nuevos y atrevidos pensadores, poetas extraordinarios que nos iluminen con sus nuevas luces, artistas que nos deslumbren con sus bellezas inauditas, santos que nos propongan nuevos colores y horizontes sin guerras, sin engaños y sin desigualdades.
Lo mínimo que exigimos es estar y sentirnos mínimamente vivos y, si alguien puede mejorarlo, ánimo, valor y adelante.
Después se harán mayores, algunos se quedarán calvos y tendrán un calor insoportable en la cabeza en verano y un frío innecesario en invierno, con lo fácil que sería conservar el pelo, la ilusión y la esperanza hasta un final que nunca sería desenlace para nadie, ni podría haberse adivinado.
Si supierais lo frágiles que sois, si supierais lo que os perdéis cada día de espera, si merecieseis lo que habéis vivido.



(La meta es una diana inexistente que imaginamos en medio de la niebla cuando estamos perdidos).



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Paso a paso. Un paso para los vínculos y otro para las conexiones.

…Miguel escribe dobre las venturosas y agraciadas aventuras que habrían tenido Don Quijote y Dulcinea si hubieran tenido el placer de encontrarse y de reconocerse, de vivirse o, al menos, de escribirse acertadas y entretenidas celebraciones de la palabra.

A veces se situaban cerca de la literatura gloriosa de las ventanas abiertas, incluso se acercaban a la poesía más aérea de Lorca de vez en cuando, pero siempre estaban cerca de la vida y mucho más unidos a su alegría. Siempre, constantemente, temblando de impaciencia.
Eso es lo que necesitaban, la elegancia y la distinción de la luz que sabe deslizarse y desplazarse por un largo pasillo sin hacer ni hacerse daño, la belleza del amarillo más claro y radiante que promete la felicidad, un amarillo nuevo que necesitaría un adjetivo propio, amarillo y blanco, amaranco tal vez, amalanco, amarillo y esfera, amarífera… no, todavía no ha llegado ese amarillo ni esa palabra nueva como ailanto.
También les gusta la sonrisa que celebra y agradece la existencia, la pura experiencia de vivir, lo que les faltaba tan a menudo entonces y ahora, cuando solo lo piensan o lo recuerdan y no saben qué hacer ni cómo justificarse.
Lo que harían juntos paso a paso lo sabían, sin adelantarse, sin retrasarse, a la vez, ayudándose, aligerando las cargas y las responsabilidades de los ladrillos que obligan, liberándose de cimientos e hipotecas, flotando como si fueran puros artificios.
Se confiesan a sí mismos que serían capaces de lanzarse para rescatar un avión de papel aunque los amenazasen con el precipicio más siniestro, aunque solo se tocasen sus manos un momento durante la caída, aunque solo, por una fracción de un instante de un segundo, su gracia en ellos sus ojos imprimiesen.
Cerca de las palabras que se sitúan muy próximas a la libertad y a la independencia de Marcela y solo para escucharla, como cuando eran ángeles enamorados, fascinados por el mismo encuentro, cuando era todo tan fácil y hasta la lluvia ayudaba, aliviaba, acariciaba, lloviznaba, lloviaba.
Palabras consonantes que rimaban en el interior de los diccionarios, atenciones extraordinarias con las que inauguraban nuevos protocolos celestiales, regalos que lo solucionaban todo porque lo decían todo, lo significaban todo, lo iluminaban todo… se deslumbraban, necesitaban su presencia y ninguna palabra era innecesaria.
Entonces eran importantes para el mundo ya que, como todo el mundo sabe, se necesitan millones de enamorados para que la realidad no se colapse y se derrumbe. Entonces eran un ejemplo de todo lo que podía haber salido bien desde el inicio de los tiempos.
Premoniciones, presagios, señales del Cielo y de la Tierra, aire recién inaugurado, la risa que ha necesitado 13.780 millones de años para formarse, la obra de arte más preciosa y delicada.
Celebraban así el fin de los días grises, la anulación de los días repetidos y el declive de los viernes, también la desaparición de los números tristes, como el 1, y la aparición de los números afortunados, el 2, el 3, el 5, quién sabe.
Celebraban la llegada de las palabras amapola y de los adjetivos magnolia, conmemoraban así que a la altura debida se unen los nombres apropiados y la luz a las conjunciones más sencillas, y ya no quedaba lugar para el llanto de las adversativas ni para la derrota de los adversarios.
Se trataba de disfrutar de las palabras que bailan y de los conceptos colibrí más imaginativos, de buscar definiciones más precisas para la voz de las siemprevivas y no necesitar nunca más secretos acomplejados porque todas las palabras estarían cantando y ninguna quedaría sin destino.
Celebraban la justificación de la existencia del lenguaje y el sentido más profundo de lo humano. Creían entonces que hasta los dioses por fin se habían convencido de que servían para algo y de que, cuando se concentraban, eran capaces de unir inteligencia, verdad, bondad y belleza en el mismo signo afortunado. Círculo que sonríe, universo sin congoja, el juego eterno.


(Con algunas palabras se pueden hacer juegos malabares, con algunos juegos se hacen maravillas, con algunas maravillas se viven las palabras más gloriosas, con algunas palabras se alcanzan sonrisas con alma).



40
Primer desarrollo


Después de eternas discusiones en el Olimpo decidieron cambiar las reglas del juego de ajedrez. A partir de entonces estas serían las nuevas normas:
-Los peones pueden capturar cualquier pieza adversaria que tengan delante, no solo a las que están en el cuadrado oblicuo siguiente. Respetar siempre las mismas normas es como esperar durante cientos de días ante un semáforo en verde cuando no pasa ningún coche.
-Todas las piezas pueden moverse saltando sobre las demás (como si no existieran o fuesen transparentes), igual que los caballos podían saltar por encima de todos los peones o de cualquier otra pieza. Esta osadía puede provocar un caos considerable al principio, pero también puede ayudar a establecer un nuevo orden más igualitario.
-El tablero puede tener ocho por ocho cuadrados, sesenta y cuatro, o cien o diez mil o los que deseen los jugadores.
-El juego puede tener ocho peones, dos torres, dos alfiles, dos caballos, una Reina y un Rey, o 2 peones, 4 torres, 7 alfiles, 23 caballos, 87 reinas y 200 reyes o tantas piezas como los jugadores consideren.
-Las piezas pueden ser blancas, negras, azules, amarillas, rojas o de los colores que se deseen en cada circunstancia.
-Las piezas de un jugador pueden capturar las piezas del otro jugador o pueden establecer alianzas o quedar fascinadas por la belleza de la Reina Maga, de un o de una alfil incandescente o de una torre amurallada, o amarse y considerar que el juego consiste en ese encuentro y en ese seguir hacia adelante bien acompañados.
-El tablero puede ser cuadrado, rectangular, triangular, circular, abstracto, caótico, cambiante, móvil… a gusto de los jugadores. Incluso no cabe descartar que el juego se realizase en un inmenso laberinto.
-El tablero puede ser tan grande que las piezas no lleguen a divisarse ni encontrarse, como si un jugador estuviese moviendo sus piezas en Mauritania y otro al este de Australia, uno en Alaska y otro en Nepal, uno en Noruega y otro en Ushuaia, uno en la Tierra y otro en los anillos de Saturno, uno en el planeta Mercurio y otro en la galaxia más lejana.
-Las jugadas de un jugador del siglo XVI pueden coincidir con las de una partida que se juegue en el siglo XXI o en el LV.
-El número de partidas es infinito y podrán ser consultados todos los datos, libros y bibliotecas, también podrán jugar todos los programas informáticos cuya inteligencia artificial se lo permita.
-La vida puede consistir por tanto en jugar, en contemplar las jugadas de los demás, en discutir las normas del juego o en querer ser el mejor en el sutil arte de escapar de las obligaciones impuestas.
-Los dioses juegan entre sí infinitas partidas de ajedrez simultáneas con un número infinito de resultados en tablas, les ganan casi siempre a los humanos y a veces pierden contra al azar y también contra la necesidad.
-No se considerará de buena educación que alguien siempre gane a los demás. El éxito y el fracaso deben ser compartidos y distribuidos entre todos con ciertas dosis de azar y, si es posible, de azahar.
-El juego del ajedrez puede coincidir y combinarse perfectamente con cualquier otro juego, así sería posible que alguien moviese un peón y la siguiente jugada fuese mover una ficha amarilla en el parchís o colocar el uno doble en el dominó.
-Más interesante sería que coincidiesen todas las fichas de todos los juegos sobre el tablero de ajedrez o ver moverse y actuar a las piezas de ajedrez sobre el juego de la oca o cualquier otro juego.


(Los jugadores de ajedrez más sabios no quieren ganar, se limitan simplemente a mover sus piezas y a pasear con sus caballos. El que desea ganar siempre no sabe en qué grado de vulgaridad y de ignorancia ha caído. Jugar todas las partidas posibles, ese es el desafío mayor para el tiempo).

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