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miércoles, 28 de febrero de 2018

La medida de lo imposible 66-70




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Capítulo 21

Invención

En el que la realidad responde de tal forma que nadie entiende nada, que todo puede ser interpretado de cualquier manera y desde un punto de vista tan variable como inexistente

Te diriges a mí como si solo fuese o fuésemos personajes de ficción, entes irreales, productos de la fantasía de alguna escritora o escritor desconectados de la realidad. Y no es así, somos, sentimos, vivimos y podemos seguir existiendo tanto tiempo como queramos.
Esto te lo digo para empezar.
Del resto solo te diré que, como mi amiga Marcela defiende, cada ser humano y, por tanto, cada mujer es dueña y señora de sí misma y yo, como ser humano ideal que soy, y así me reconoces, entiendo que puedo hacer y decir lo que me plazca -que de placer viene-, lo que me interese -que de mi interés procede-, lo que me dé la santa, irreal y real gana -ya que ganas tengo de hacer lo que considere oportuno y conveniente-, y hasta lo que quiera -que el querer ha de ser libre y voluntario-.
Esto para seguir.
Y qué significa todo esto, que de momento tu camino y el mío van por direcciones distintas y sentidos diferentes, que a veces vamos en paralelo o divergentes, quién lo sabe. No es fácil que nos encontremos, ya que tú circulas por esos capítulos impares tan exagerados y yo por los pares ahora inexistentes. Si nos vemos nos saludaremos desde lejos como personajes que compartieron algún capítulo en alguna historia casi olvidada.
Esto para continuar.
Lamento decírtelo, pero ni siquiera el mundo irreal que imaginabas está libre de duelos y quebrantos, de problemas y de separaciones, de negaciones que poco afirman y de negociaciones que no llegan a ningún resultado, de ascensiones y de depresiones, de iras y de encantamientos, de renuncias y de aceptaciones.
Esto para que lo entiendas.
Ni siquiera el mundo ideal que soñabas está a salvo de que se marchiten sus flores. No es fácil aceptarlo, pero debes intentarlo.
Yo, desde aquí, desde este otro mundo que no es el tuyo ni el mío, ni el real ni el imaginario, sentiré que la vida es especial pero seguirás especialmente alejado. Tampoco voy a explicar toda la historia y el proceso. Es así. No hay que justificarse.
Tú creías en milagros, en infinitos y en ideales, pero ahora casi todo es materia del olvido.
Y esto te lo digo para no finalizar, para no terminar nunca de vivir en las paradojas y en las contradicciones como la de aquel montañero que preguntó por el nombre del Pico Sin Nombre.





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Capítulo 23

Ficción

En el que se siente perdido y sin palabras, sin las que más necesita, las que se conjugan y pronuncian con entusiasmo en la mirada y una forma de arrebato que vuela en el aire

No sé por qué huyen de mí las palabras, si me siento a escribirlas o a apuntarlas de algún modo se van, como si quisieran evitar ser disecadas, como si desearan estar en la calle o entre las montañas y en las nubes más altas, o en una gran tormenta de rayos; pero, en cuanto estoy desprevenido, por ejemplo afeitándome, regresan de nuevo y me dicen que también se están escribiendo (aunque después no puedan leerse), tal vez pensando en mundos con o sin nosotros, no sé, las palabras no me lo dicen todo, van y vienen a su antojo, vuelan a mi lado y regresan a las musas y tengo que hacer verdaderos esfuerzos para sorprenderlas y recordar luego tímidamente lo que me han sugerido. Aunque tampoco puedo escribirlo todo porque entonces se enfadan y no regresan en semanas o en meses. Son tan delicadas…
Sé que me he equivocado cuando me dejan solo, también supongo que debo hacer algo bien cuando vienen y me saludan con su gracia infinita. A veces, están tan alegres y airosas, que me invitan a reír con nuestros recuerdos; en otras ocasiones están -no sé por qué-  como ausentes, y no me gustan porque callan y nada sé ni me dicen de la imposible e inverosímil lejanía.
Ojalá supiera tratarlas mejor para que al menos ellas se quedaran un tiempo conmigo, es casi lo único valioso que poseo.
Tenían razón, no soy digno de que entren en mi casa, de hecho no vinieron a conocerla, pero una palabra bastaría para salvarme. De hecho las palabras han logrado que llegue hasta aquí y de alguna manera me han sanado. Pero no solo de palabras vive el hombre, también necesita la presencia y la figura de la gracia.
Y vuelven a marcharse, y me dejan frío y solo, sin palabras, no tengo palabras, podría decir ahora; no tengo las palabras necesarias, las que me concederían la alegría y la gracia. Y además, no debería decirlo, ahora no puedo hablarte ni escribirte, mis palabras tampoco pueden dirigirse más que al olvido, al olvido eterno de cada día, al lógico olvido de todos y cada uno de los momentos empeñados en no reconocer lo evidente: las palabras ya no me pertenecen, nunca fueron mías, solo durante unos breves momentos se hicieron espléndidas y generosas, por eso las recuerdo perfectamente, magníficas, encantadoras y maravillosas. Palabras perfectas como Himalayas, de ocho mil significados de altura, donde solo se puede permanecer unos instantes eternos.
Y ahora, ya sin palabras, no puedo seguir escribiendo. Volveré a afeitarme y pensaré los motivos por los que aquellas luces tan emblemáticas se han vuelto tan delicadas, las razones por las que solo quedan aquellos inservibles capítulos impares… y seguiré rodeado de un vacío tan clamoroso que me esconderá los sonidos que más aprecio: juntos, nosotros, a la vez, ni más adelante ni más atrás, ni arriba ni abajo, ni a derecha ni a izquierda, compartiéndolo todo…
Y volverán a marcharse y, cuando me vean lejos de un papel y de un bolígrafo con los que pueda retenerlas, aparecerán de nuevo como aves caprichosas y su luz me inundará sin dejarme tiempo para tomar precauciones y quedaré a su merced, indefenso de nuevo, como casi siempre.
También me llegan palabras de amistad, de concordia, de aceptación y de agradecimiento, y palabras en las que noto mi incapacidad para ser y estar y vivir a su altura, las que me señalan esas horas en las que no sabría completar nada, las que indican las ausencias y hasta las que no se me ocurrirían y con las que se deberían superar los silencios.



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Otra historia

...Miguel y Federico escriben sobre la Historia de la Divinidad o de cómo los dioses, en un principio absolutos y grandilocuentes, llegaron a ser normales y muy poco elocuentes. Entonces se callaron y los humanos, sin destino y sin origen, se creyeron capaces de casi todo

Hartos ya de guerras, holocaustos, genocidios, hambrunas, sufrimientos, injusticias, dolores y desigualdades evitables, los dioses decidieron empezar de nuevo la historia de la Humanidad.
Para evitar los errores del pasado pusieron la condición de que todo el progreso, el devenir, la evolución, la madurez y el desarrollo de las personas y de las sociedades humanas se hiciese desde la sensibilidad estética.
Al principio ni los dioses creían que pudiera dar resultado. Es cierto, al principio muy pocas diosas creían.
–La naturaleza puede ser desde el inicio la principal fuente de satisfacciones, afirmaba Gea, diosa de la Tierra y de la tierra.
–Cierto, los que no queden asombrados ante el imponente tamaño de las montañas quedarán fascinados por la erupción de los volcanes, comentaba Vulcano, dios del fuego y de la energía incesante.
–Otros dejarán vagar su vista por los desiertos de arena o de hielo, decía la diosa hiperbórea Helandia.
–Algunos podrían descubrir que los icebergs no son más que esculturas espléndidas dispuestas para seguir desarrollándose, insinuaba Poseidón, dios de los mares del edén.
–Los más delicados observarán con placer todo el desarrollo de las flores, añadía Deméter, diosa de la agricultura natural y bien ordenada.
 –Y aquellos que en una hipotética vida anterior podrían haber sido agresivos y extremadamente violentos podrán quedar ahora encantados ante el vuelo de las mariposas, concluía Atenea, diosa de la sabiduría multicolor.
–Los ríos de aguas cristalinas podrán ser valorados como enviados de los dioses, indicaba Júpiter, dios del universo, del cosmos, del mundo y en eso coincidía con Zeus, dios de algunas partes del paraíso natural de Asturias.
–Y las aves volando serán consideradas emisarios de la felicidad alcanzable por todos, comentaba Aurora, diosa del áureo amanecer.
–La amistad entre todos podrá ser considerada la mayor sabiduría, añadía Minerva, diosa de la sabiduría aplicada.
–También podrán ser dignos de elogio los colores, todos los colores, incluso esos que casi no nos salen del todo bien, el violeta y el morado, decía Afrodita, diosa de la Belleza de todos los seres.
–Y el sol, la luna y las estrellas, añadía Helios, dios de todos los soles y estrellas.
–El amor podría ser la mejor de las recomendaciones, decía Venus, diosa de la Belleza y del amor invulnerables.
–La nieve en las montañas, aunque no sea para siempre, indicaba Cronos, dios del tiempo limitado.
–O las nubes pasajeras, decía Saturno, dios sin melancolía envuelto en sus miles de anillos fascinantes.
–Las palabras con las que se comunican de verdad los humanos, insinuaba Mercurio, dios del lenguaje y de la medida de la luz.
–Apreciarán los gustos y los sabores, los perfumes y los cuentos, comentaba Dionisio con su eterno buen humor.
–La literatura y todas las bellas artes, concluía Apolo, dios de la luz sin medida.
Y así podremos llegar sin ir a ninguna parte.




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El silencio (ondulado) de los dioses

…Miguel escribe sobre la soledad de Nietzsche en las montañas de la Alta Engadina, allí donde descubre la habilidad de los niños y de los dioses para expandirse, crecer y multiplicar la alegría

Qué difícil escribir para alguien y no poder enviarle nada por correo, tan difícil como ver un modelo parecido digno de atención por la calle y no poder hacer nada para rescatar el pasado y recuperar el equilibrio del universo.
Complicado soportar la idea de que las nubes se han vestido un jersey blanco y no está nadie para verlo ni para comentarlo.
O levantarse con el cuerpo agotado y el alma cansada, o al revés, o todo junto y revuelto. O levantarse sin nada, sin materia y sin alma.
O seguir entreteniendo los días con simples quehaceres que consisten básicamente en hacer algo, en hacer como que haces algo.
O seguir adelante sin saber si hay algo adelante... caminando como un ciego no acostumbrado a su invidencia.
Qué difícil encontrar ahora el encaje del alma, la armonía del pensamiento, el deseo ideal que se ajustaba tan perfectamente a todos los anhelos...
Llueve y no me extraña, las nubes también lloran porque el cielo se nubla y cubren el vacío, entonces sólo queda la esperanza de volver a ver algún día, tal vez un fin de semana sin semanas por el medio.
La misma persona que antes se ilusionaba con todo, que en todas partes veía indicios de que el universo era maravilloso, ahora, sin ánimo y con la sonrisa apagada, consume inútilmente el paso de los días.
Y los días pasan, pasan y no vuelven, pasan y no pasan, pasan y no llevan nada consigo. Pasan.

A veces, por un exceso o un cortocircuito poético, no nos queda más remedio que invocar a las nubes y llover y llenar todo de gris, también llenamos de colores apagados la tarde y hasta el tiempo demorado que no acierta a pasar con la debida elegancia.
En esas ocasiones, por una especie de sobreabundancia peligrosa de verdad, el alma no sabe sujetarse y quisiera ser ingrávida o feliz o sonriente a manos llenas y con las palabras adecuadas o, simplemente, ser de otra manera.
Si te encuentras en esa encrucijada, ten cuidado, corre y sal a las prosas más cercanas, camina y habla como todos, no se te ocurra pensar que es posible elevarse y cantar en el coro celeste a su lado.
Si no es suficiente huir, entonces debes emborracharte de tareas, ocupaciones y trabajos, ni se te ocurra escuchar música en ese estado vulnerable. El peligro es inminente, la Vida te persigue y, si te alcanza, estarás vivo, encontrado y perdido para siempre.


 

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…Miguel escribe con Salvador Pániker, que completa y agranda a Nietzsche, y dicen que primero hay que vivir mucho y después pensar mucho


Salvador Pániker escribía: "El agnosticismo es un buen preámbulo para la verdadera experiencia religiosa, o estética, o trascendente. El que tiene sus creencias muy definidas en dogmas queda inutilizado para la religión. Toda persona que tiene una experiencia estética profunda, o erótica (que no es frecuente porque el amor completo es muy poco frecuente), se da cuenta de que ya hay algo trascendente. Que luego a eso no quieran darle la etiqueta de religioso, pues que no se la den: esto forma parte de la estafa de la Iglesia, de su pretendido monopolio sobre lo trascendente".

Recomienda el filófoso un menú de supervivencia, filosofía y religión a la carta que cada uno se confecciona a su gusto y voluntad. De acuerdo.

El placer y la sensualidad en muchos casos, se presentan como sustitutos de la religión. Lo cierto es que interesan más que el sentido último de las cosas, porque tal vez sean el sentido último de todas las cosas.
Dice Pániker: "Yo esto no lo considero del todo insano. Cito a un gran maestro como es Alan Watts: la vida no es un problema a resolver sino una realidad a experimentar. Mucha gente, en lugar de preguntarse por el sentido de la vida, que es una pregunta sin sentido, intenta experimentarla: forma parte de todo vitalismo, y es sano, y ésta es hoy la actitud de la gente. Yo tampoco soy intelectualista: la pregunta por el sentido sólo aparece cuando el flujo dinámico, el apetito de vivir ha sido interrumpido".
Por eso tenemos que vivir y no solo construir teorías. De hecho soy incapaz de elaborar una teoría.

Pániker: "Lo que es infrecuente es el amor completo (sexo, mente, espíritu, cuerpo y todo a la vez), casi como la explosión de una supernova. Lo que hay mucho es el amor al amor, el amor romántico". Y cuánto se ha escrito contra el romanticismo y contra el amor, que si no es real, que si es un ideal impuesto, que es una pura evasión… muy bien, pero aquellos afortunados que lo hayan experimentado no lo cambiarían por nada.

"Yo creo que no hay nada más bello que el encuentro real entre dos seres humanos: te libera de ti mismo". Al fin y al cabo, para qué necesitamos ser o sentirnos “yo” cuando hay un nosotros afortunado.

Hay una historieta real que cuenta Pániker. A un hombre que empezó a meditar le preguntaron: "¿Cómo se siente usted después de la meditación?". Y él contestó: "Antes de meditar estaba muy deprimido. Y ahora sigo igual de deprimido, pero no me importa". Me hace mucha gracia porque seguramente no se puede decir más.

De todos modos, y en demasiadas ocasiones, es como si solo apareciesen pamplinas y orinocos.








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