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Los seres humanos y el vuelo. Volar es necesario
Calder habla sobre la
gravedad y la gracia con Simone Weil, mientras Marcela lee con atención las
mejores palabras.
Algunas personas han establecido una serie de categorías para clasificar a
los seres humanos en su relación con el vuelo y así han llegado a la extraña
conclusión de que hay cinco niveles:
1-Los que no han volado nunca.
2-Los que han viajado y volado en avión.
3-Los astronautas que han viajado alrededor de la Tierra en la Estación Espacial Internacional, en la MIR o en la
de China.
4-Los astronautas que han salido al espacio exterior en paseos espaciales.
5-Los astronautas que han ido a la Luna. Y los que en un futuro irán a
Marte.
Hay cosmonautas y astronautas que han llegado al nivel 4 y al 5, pero los
expertos clasificadores no mencionaron a los que vuelan de otras formas y han
llegado a otros niveles. En una descripción más completa convendría tener en
cuenta a:
-Los que sueñan despiertos cada día y a los que, incluso por la noche,
sueñan que en un sueño están despiertos.
-Los que no han salido nunca de la superficie de la tierra y, sin embargo,
plantan un árbol que crece hasta perderse en la niebla y, a pesar de todo, lo
siguen cuidando en Marte, en el Monte Olimpo
-Los montañeros himalayistas poco conformes con limitar temporadas, alturas,
cordadas, temperaturas y vientos.
-Los que desde un avión adivinan nubes corintias, renacentistas, góticas,
barrocas, neoclásicas, minimalistas… como un juego eterno del mundo de arriba
que es más difuso que el ajedrez y más preciso que el tiempo.
-Los escultores calderianos que aspiran a nuevas formas de escultura en la
ingravidez.
-Los que saben que el espacio está a una hora de coche hacia arriba, a un
minuto de mar en la ola, a un segundo de la imaginación más atrevida.
-Los místicos contemplativos que han vaciado su mente y que ya solo
encuentran luz donde los demás todavía ven imágenes en color y en blanco, gris
y negro.
-Los que pasean por el borde del tiempo mirando asombrados como el presente
se estrella constantemente contra la vida.
-Los amantes arrebatados por sus propios éxtasis divinos que, huyendo
de las limitaciones de sus almas y sus cuerpos, se hacen uno y todo y dioses a
lo lejos.
-Los que han vivido y viven en la Luna cuando quieren, los que son
marcianos, venusinos, saturnianos, extraterrestres, extragalácticos,
extracósmicos.
-Los que contemplan la luz de la gracia que rodea el brillo sagrado de una
sonrisa tan dorada que el oro apenas logra expresarla.
-Las epifanías de los poetas más alegres que ven en una hoja caída el
resplandor de todo el universo que la hizo posible.
Va a ser verdad que todo intento de clasificación es un juego imposible y
que casi nadie es perfecto.
(Volar es uno de los juegos favoritos de los niños, de los santos y de los
dioses intrépidos. Volar es necesario).
57
Primer desenlace, sin
apoteosis, conclusión ni resultado
…Federico escribe desde
Sils-María en los Alpes algunos capítulos impares. Entre todas las tareas
encomendadas a los residentes, una, casi la más importante, es que escribiesen
algo coherente sobre lo que quisieran:
“¿Cómo
se pasa de un capítulo a otro?, ¿cómo se produce la transición entre una frase
y la siguiente?, ¿de qué está hecha la capacidad de fabular que permite ir de
aquí para allí de forma inconsútil?
¿Qué
se dice en estos casos?, ¿existe alguna posibilidad de vencer atravesando estos
vacíos?
–Si
has ascendido tanto, ¿cómo soportarás ahora habitar las superficies más bajas?
–Hay
superficies altas y bajas, eso es todo. Solo hay que aceptarlo.”
Capítulo
1
Solución.
En
donde se contará que es posible vivir en los anillos de Saturno porque también es uno de los mejores preludios del aire que
hay que respirar
Estaban sentados, ella,
Lou Andreas (A) Salomé, sobre un diamante inmenso, del tamaño de una sequoia y
él, Federico Nietzsche, autor de Ecce
Homo (H) Cómo se llega a ser lo que se es, sobre una piedra que parecía de
oro macizo. Llevaban muchos años sin verse porque cada fragmento de los anillos
del planeta Saturno tiene una velocidad de rotación y una trayectoria propias
dentro del caos ordenado que forman.
—Hola, ¿cómo estás?, le
preguntó.
—Hola, ¡cuánto tiempo
sin vernos!, le contestó.
—A: ¡Hemos vuelto a
coincidir!, ¡qué oportunidad!, ¿qué haremos esta vez?
—H: No lo sé, qué
hicimos en nuestros encuentros anteriores.
—A: Hablábamos y creo
recordar que algo mejoramos el mundo.
—H: ¿De qué hablábamos?
—A: No lo recuerdo muy
bien, creo que del universo, del origen, del final previsible, de la vida, del
orden, de todo. En una ocasión decidimos que todos los seres humanos que habían
vivido en el pasado se transformasen en rocas, hielo, polvo y piedras de estos
anillos.
—H: ¿Y?
—A: Y se convirtieron.
—H: Ahora podríamos
hacer algo mejor, se supone que ya sabemos algo más de la vida.
—A: Es posible que
sepamos lo esencial y que, sin embargo, no seamos capaces de acercarnos lo más
mínimo.
—H: ¿Qué podemos hacer?
Podríamos intentarlo de nuevo.
—A: ¿Intentar qué?
—H: Acercarnos, qué va
a ser.
—A: ¿Cuánto tiempo?
—H: Todo el que
podamos.
—A: Ya sabes que no
coincidiremos mucho más de 50 años.
—H: ¿Te parecen pocos?
—A: No lo sé. Depende
de lo que queramos hacer con ellos.
—H: ¡Vivir!, ¡vivir de
verdad!
—A: Eso tiene muy buena
pinta. Vivir y no solo esperar.
—H: ¿No seguirás esperando a Godot?
—A: No. Godot ya vino y
se marchó de nuevo. Nada especial. No resolvió gran cosa.
—H: ¿Entonces?
—A: No sé, Supongo que
a todos nos queda algo parecido al miedo.
—H: ¿A qué?
—A: A defraudar, a ser
menos de lo que uno cree que es. Nada importante.
—H: Eso se supera con
la primera sonrisa.
—A: Creo que tienes
toda la razón.
—H: Tenemos que
confiar, sobre todo en nuestros amigos.
—A: ¿Somos amigos?
—H: Pues claro, qué
vamos a ser si no.
—A: Entonces podemos
seguir juntos. Es más, se me ocurre que podíamos unir tu fragmento con el mío
mediante una cuerda, un cable, una pasarela, una escalera, lo que sea. Como
esas rocas marinas unidas por una gran cuerda en la costa de Japón (Meoto Iwa, Las rocas casadas, frente a Futami,
Mie).
—H: La idea es buena.
De acuerdo. Y cómo lo hacemos.
—A: Con lo que
queramos, ya sabes que si necesitamos algo acaba apareciendo entre los
fragmentos y llega hasta nosotros. Solo tenemos que esperar.
—H: ¡Así cualquiera!
—A: No creas, sabes tan
bien como yo que no todos son ventajas.
—H: Estar aquí está
bastante bien.
—A: Sí, está claro que
estas prácticas de Estética Astronómica son muy interesantes.
—H: ¡Sublimes!, no podemos quejarnos.
—A: No me quejo, solo
te comento que tampoco se trata de vivir siempre y en todo momento en el
éxtasis estético. De vez en cuando un simple paseo normal hablando con alguien
especial sería más que estimulante.
—H: Si no lo haces es
porque no quieres. Solo tienes que desearlo y los fragmentos de piedra, rocas,
hielo, diamante y oro se unirán y formarán el camino que desees.
—A: Hasta ahora todos
los caminos eran circulares.
—H: Eso parece, la
realidad aquí es así. Antes de que nosotros viniéramos a explorarlos, los
anillos sólo habían sido fotografiados desde enormes distancias, por eso
parecían anillos perfectos, círculos sin fallos, y los astros esferas
inmaculadas. Pero nosotros, al estar tan cerca de cada fragmento, vemos como cada
uno de ellos va levitando, moviéndose e influyendo sobre los más cercanos.
—A: En cualquier caso
podríamos llevar todos estos anillos a la Tierra.
—H: Eso únicamente
podría hacerlo un Dios Artista, pero no un dios cualquiera ni un artista
incapaz de locuras y extravíos realmente exagerados.
—A: Podríamos decir que
es como si todos y cada uno de los fragmentos que componen los anillos hubieran
salido de la lámpara de un genio benigno que los habría dispuesto para crear
esa forma perfecta.
—H: ¡Ese sí que sería
un genio!
—A: Y debería crear más
cosas, por ejemplo llevar las auroras boreales a todas las longitudes y
latitudes del planeta.
—H: No sería un mal
espectáculo. También podríamos invitar a las luciérnagas a colonizar todos
estos billones de fragmentos, una pequeña luz en cada uno.
—A: Como una luz móvil
encendido en cada parte, billones de luces comunicándose.
—H: Un espectáculo.
—A: Sí, sería
interesante.
—H: No estaría nada mal
para empezar.
58
Capítulo
3
Apoteosis
En
donde se verá que subir por una escalera puede ser el inicio de una gran virtud
y de algún que otro discernimiento, siempre y cuando el que asciende se atreva
a vencer el vértigo existencial y místico, y pensar la altura como la máxima
seguridad
Están en la Tierra. Han caminado y se han
encontrado con una inmensa escalera de hierro, vertical, que no parece tener
fin ni estar sostenida por cables ni estructuras. Él quiere subir y le insiste
a ella para que lo acompañe.
—H: ¿Quieres subir
conmigo?
—A: No estoy nada
convencida.
—H: ¿Tienes vértigo?
—A: No, pero creo que
hay que saber distinguir entre levitar y tener los pies sobre la tierra.
—H: ¿Y qué problema hay
en ascender?
—A: Ninguno, es que no
creo que sea conveniente ni necesario subir tan alto.
—H: Desde arriba el
mundo se ve de otra manera. Sube al menos 6 peldaños.
—A: Bien, pero puede
seguir pareciéndome más irreal, es como si abandonáramos nuestras
responsabilidades cotidianas.
—H: Solo tienes que
subir unos peldaños más y mirar, no es peligroso y lo que se alcanza a ver merece
la pena, se gana en perspectiva. Sólo por esos instantes todo el esfuerzo queda
justificado.
—A: Dices que se gana,
tal vez se pierda la perspectiva.
—H: Digamos que se
cambia el punto de vista. ¿Nos atrevemos a volar? Hasta los colibríes vuelan y
son los pájaros más pequeños.
—A: Una vez que
empiezas a subir ya es difícil cambiar. En cualquier caso voy a seguirte.
Y así suben unos
peldaños.
—H: Siempre podrás dar
la vuelta si quieres. Nadie te obliga a nada.
—A: Eso es evidente.
—H: En cualquier caso
piensa en los místicos, en la “Subida al Monte Carmelo” de San Juan. Wittgenstein,
en el final del Tractatus, dice que
sus proposiciones son esclarecedoras de un modo determinado, que quien le
comprende tiene que reconocer que carecen de sentido, siempre que el que
comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas. Dice textualmente que
debe, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido. Debe superar
sus proposiciones; entonces tendría la justa visión del mundo. Y acaba diciendo
que “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”.
—A: Eso no es muy fácil
de interpretar.
—H: Nada es fácil.
Hablar no es fácil, vivir no es fácil, hacer las cosas bien no es fácil, pero
si asciendes el mundo cambiará para siempre.
—A: ¿En qué sentido?
—H: En todos los
sentidos. No sé cómo decirlo. Es tan evidente para los montañeros y los
escaladores, para los que vuelan y los que desean vivir en la máxima altura,
para los que viven en los pisos más elevados de los rascacielos más altos. Lo
que se consigue es una nueva manera de ser y de estar en el mundo, más liviana
y ligera, con menos apego a las cosas materiales.
—A: Eso me suena a
budismo zen.
—H: Sí, también. El
desapego a los bienes materiales es, al mismo tiempo, el inicio de un nuevo
aire que se puede respirar, un aire más puro, menos gastado y contaminado.
—A: Suena un poco
elitista y aristocrático.
Y suben más peldaños
—H: No, no se trata de
orgullo, ni de vanidad ni de prepotencia. Ya decía Rousseau que no es malo
mejorar, que lo malo es creerse mejores. No se trata de ascender para demostrar
algo ni para creernos superiores, se trata de elevarse como árboles poderosos,
como sequoias altivas, con ansia de más cielo, de más cosmos y universo, se
trataría de no conformarse, de explorar nuevas órbitas verticales.
—A: Me da la impresión
de que padeces mal de altura.
—H: Habría que ascender
más para llegar a ese mal.
Y suben más.
—H: Pensándolo mejor no
creo que lleguemos a padecer ese mal y, si hubiera que elegir, ¿no es más
brillante el mal de Don Quijote?
—A: Don Quijote es un
idealista, desde luego él no tiene los pies en la tierra.
—H: Pero ve más que los
hombres normales porque quiere ver más, porque no se conforma, porque su mente
se ha ampliado con las lecturas, porque sabe que puede existir Dulcinea aunque
la realidad de a pie solo le haya mostrado a Aldonza.
—A: La realidad no es
despreciable.
Y siguen subiendo.
—H: Por supuesto que no
es despreciable, la realidad es ampliable y debe ser expandida, tiene que
crecer y ocupar todos los universos posibles, los multiversos.
—A: Eso suena hasta
poético.
—H: ¿Y qué es la poesía
sino esta salida de Don Quijote, este explorar incansable de los viajeros de
todos los siglos, este viajar de Marco Polo por las ciudades invisibles de
Italo Calvino, este enviar satélites a cartografiar el Sistema Solar, este
mirar desde el telescopio espacial Hubble hacia todo el Universo en expansión,
este afán de los montañeros para subir a todas las montañas, esta necesidad de
leer y entender lo que somos, esta música que compone y persigue otras
serenidades?, ¿qué es la poesía sino lo que se adivina en la mirada viva de
unos ojos?, ¿por qué no va a ser poético reír y crecer y aspirar a más que a
contar números pequeños?
—A: ¿Por qué hablas de
números pequeños?
—H: Es una anécdota que
cuenta John Allen Paulos en su libro El
hombre anumérico. Dos aristócratas salen a cabalgar y uno desafía al otro a
decir un número más alto que él. El segundo acepta la apuesta, se concentra y
al cabo de unos minutos dice, satisfecho: «Tres». El primero medita media hora,
se encoge de hombros y se rinde.
—A: Te entiendo. Es
evidente. La gracia está en no rendirse, en atreverse a decir un número más
alto.
—H: Y me parece que hay
números más altos que el “tres”.
—A: Pues claro. Hasta
ahí llegamos.
—H: Y podemos llegar
más arriba.
—A: Hay que rendirse a
las evidencias.
59
Capítulo 7
Acabamiento
(–¿Capítulo 7?, ¿y el
5?
–No aparece por ningún
lado).
En
donde se hablará de que todo es empezar y que después ya se verá, si es que se
ve; ya que no es fácil ver ni mirar y mucho menos contemplar
Como casi todos los
geógrafos saben, Ganilia está situada entre Helicia y Famia; de este antiguo
reino hiperbóreo, tan poco conocido, han llegado noticias sobre un
descubrimiento que podría llegar a cambiar la misma Historia de la Humanidad.
Dos profesores de la
Facultad de Humanidades de la Universidad Libre de Amberia, capital de
Ganilia, Arth Gan y Vurth Loz, han descubierto el desfase que
impedía el adecuado cumplimiento de las palabras. Después de decenas de años de
tremenda y sacrificada soledad, cada uno investigando por su cuenta, y de meses
de arduas investigaciones en común, han llegado a la conclusión de que solo los
enamorados pueden llegar a alcanzar el verdadero significado del vuelo de las
palabras. Aseguran con humildad que están en línea con la aportación del
director de cine y actor Roberto Benigni, el que decía: "Sólo me interesan
las personas vivas, libres y enamoradas".
Los poetas, los santos,
los filósofos, los artistas y algunos personas sensibles ya lo sospechaban,
pero ahora ellos han demostrado que solo los que tiemblan cuando se miran
pueden sentir, presentir, consentir y conocer; que únicamente los inundados por
el verbo amar son los elegidos y que, para todos los demás, seres humanos
prácticos, ingenieros que calculan, funcionarios que organizan, utilitaristas
deshumanizados, neoliberales consumistas, materialistas groseros y gente seria
en general, amar es una palabra de cuatro letras que empieza por “a” y, como mucho,
reconocen y recuerdan que es el modelo de la primera conjugación de los verbos
en algunos países. Los autores insisten en que, a pesar de que es el modelo y
de la primera conjugación, apenas nadie se ha dado cuenta de su importancia.
Los experimentos efectuados
y repetidos durante meses por los profesores demuestran sin ningún género de
dudas que el significado profundo de cualquier palabra es inaccesible para los
ciegos emocionales, para los partidarios de la austeridad semántica y para los
que desean rebajar el brillo de la vida en todas sus expresiones.
Los profesores citados
han denominado su hallazgo como la “Teoría del Entusiasmo Estético Semántico” y
concluyen que, dadas las oportunidades que tenemos para comunicarnos,
deberíamos sonreír mucho más y agradecer a los más elevados creadores
literarios, a Cervantes sin ir más lejos, que nos hayan regalado esas lecciones
magistrales de humanidad, complacencia estética y afirmación del alto valor de
las palabras poéticas. Se espera que todos los Ministerios de Educación del
mundo comiencen pronto a introducir estas aportaciones al mundo educativo para
elevar así el nivel de Educación, de Civilización y de Humanidad de toda la
población mundial. La ONU
y la UNESCO
están estudiando nombrarlos Embajadores plenipotenciarios de la Humanidad ante los
países serios, rígidos, inhumanos y austeros.
El trabajo, preparado
ya para su publicación inminente, está siendo estudiado con atención por la Academia sueca de los
Nobel. Los dos profesores son firmes candidatos al Premio Nobel de Literatura
Fantástica por este trabajo y por sus anteriores creaciones.
60
Capítulo
9
Terminación
En
el que se contará una nueva visita de Zaratustra y el espectáculo de los
funámbulos con un final más adecuado a su vida elevada
Cuando Zaratustra tenía
cuarenta años, después de vivir muchos años en las montañas, una mañana se
levantó con la aurora y descendió a la Ciudad Multicolor.
Lleno de sabiduría y de
una solitaria verdad, todavía no estaba muy entrenado en el trato con los seres
humanos, por eso sabía que tendría que ser en esta ocasión más prudente. Es
excesivo anunciar al superhombre a los que apenas logran ser hombres y humanos;
es mucho pedirles que renuncien a lo que son, cuando apenas están aprendiendo a
ser; es complicado anunciarles nuevas metas cuando todavía no han conquistado
las más elementales, como la supervivencia o la convivencia. En ese estado, es
difícil casi todo.
En la plaza central de
la ciudad estaba prevista la actuación de un funámbulo, ese equilibrista
experto en dialogar con el aire y la altura que lleva su balancín, barra o
tiento para mantenerse en equilibrio.
Entre dos torres habían
instalado el cable tendido y tenso, a muchos metros sobre el nivel de los
humanos y asuntos normales. El funambulista empezó a caminar de forma
equilibrada hasta la mitad de la cuerda, entonces salió detrás de él otro
compañero que llegó hasta donde estaba el primero, unos segundos después salió
un tercer volatinero con una barra de acero alargada en el hombro, además de su
barra de equilibrio.
De una forma calculada
los dos últimos colocaron sobre sus hombros la barra y, sobre ella, como si
estuviese poseído por un encantamiento mágico, saltó y se situó el primero de
tal forma que, sobre la cuerda, teníamos a dos funámbulos -cada uno de ellos
manteniendo su propio equilibrio- con la
barra en los hombros, que era el punto de apoyo más elevado del primer
funámbulo que había salido a escena.
El espectáculo fue todo
un éxito, los tres funámbulos avanzaron y retrocedieron como si caminasen sobre
el suelo, con la misma facilidad y ánimo sereno.
Cuando terminó el
espectáculo Zaratustra se encontró con ellos, que también habían ido a verlo.
Hablaron de la visita que Zaratustra había realizado a la ciudad diez años
antes, entonces un funámbulo había caído y se había matado. Por eso le
aconsejaron que debía cambiar su discurso por uno más vitalista, optimista y
lleno de estímulos para todos, ya que todo el mundo tenía derecho a salvarse.
Los tres se acercaron a
los funámbulos para felicitarlos y Zaratustra les dijo: “Habéis hecho del
peligro vuestra profesión y, solo por eso, debéis ser reconocidos y
recompensados. Vosotros sois conscientes de que la vida humana no es un sólido
cerrado, no es un fósil detenido, no es un poliedro perfecto.
El ser humano es una
cuerda, una cuerda tendida entre las tinieblas y la luz, una cuerda sobre un
horizonte infinito, una cuerda de paso y de éxtasis.
Cada paso que damos es
un fascinante paso hacia adelante, un hermoso cruzar, un extraordinario mirar
hacia atrás, un glorioso estremecerse, un radiante detenerse, un irresistible
pasar al otro lado, un alegre caminar, un feliz elevarse sobre el tiempo”.
Zaratustra, después de
felicitarlos, se despidió de sus compañeros hiperbóreos, expertos en caminar
con tiento y con cuidado por las más elevadas cimas del aire, “por los altos
andamios de las flores” y por la perfección de algunas miradas.
Y se fue pensando que
nadie debía sufrir en casa de Zaratustra, en la Tierra, y que, hasta el más
feo de los hombres, debía ser invitado a las mejores fiestas y ceremonias.
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