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miércoles, 28 de febrero de 2018

La medida de lo imposible 26-30




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 Infinitos Números sin fundamento


…Lo escribe Miguel para todos los matemáticos, sobre todo para Tales y Pitágoras, para Arquímedes y Fibonacci, para Kepler, Fermat y Descartes, para Pascal, Leibniz y Newton, para Euler, Laplace y Möbius, para Riemann, Cantor y Poincaré, para Hilbert y Ramanujan, para Gödel y Turing… porque si hay números transfinitos y números imaginarios, también deben existir los números inventados, los impensables, los perdidos, los incalculables, incluso los que apenas comienzan.


Si no nos molestan en los próximos cien mil días, si no nos interrumpen los horarios persistentes que dedicamos a las necesidades de dormir, de comer y de asearse, nos dirigiremos al centro del círculo anular de los recuerdos y os diremos que el 500% de su encanto son fibras de sol recién nacidas y el 952% restante se debe a su sonrisa absoluta* y perfecta**.

(* Por si no lo sabéis os diremos que una sonrisa absoluta es capaz de captar todos los matices de la alegría, todos los tonos de la felicidad y todos los niveles del gozo placentero y planetario. También puede distinguir y poner en evidencia cualquier sonrisa inauténtica.
**En una sonrisa perfecta se ve con claridad y distinción que no se puede superar. Es como una amapola, frágil y, en ese momento, invulnerable).

Su modo de mirar podría tasarse en seis o siete mil universos como el nuestro y sus ojos son un infinito de luz que solo crece y se expande. Así eran las cosas entonces entre Eva y Adán, entre Marcela y Dulcinea y Don Quijote, entre Isolda y Tristán, entre Euridice y Orfeo…

Su manera de hablar es tan concertante que solo puede adorarse y extasiar, y si canta sabemos que ahí se afinan las ecuaciones más íntimas de la mecánica cuántica celeste.

Si no nos preguntáis nada podremos deciros que sabemos que no nos salen las cuentas, que son números imaginarios, transfinitos*, irreales, sobrenaturales y perfectos los que sumamos y multiplicamos y que, de ninguna manera, queremos disminuir, dividir ni restar.
(*Si hay un número infinito de números pares, de números impares y de números primos, tiene que haber infinitos números transinfinitos, sobreinfinitos, hiperinfinitos, megainfinitos… e infinitos dioses).

Pero también sabemos que hasta los matemáticos sonríen si se les muestra alguna gracia, o si les caen en suerte las mil y una gracias derramadas por su presencia y su figura siempre elevada a la máxima potencia.

Ya sabemos, diréis que nos hemos perdido entre falsas ecuaciones, que andando enamorados, únicamente podemos exagerar las exageraciones, acumular desmesuras y andar a vueltas con la eternidad más superlativa.
Podéis decir lo que queráis, os aseguramos que la Biblioteca existe, el Cielo existe, la Belleza existe, la Felicidad existe, pero no las merecemos.

Y eso es lo que nos mata y envejece y apena, saber que existe…
y estar siempre tan cerca y                                                                tan lejos,
tan a punto… y tan todo está                                                perdido,
tan al alcance…



y tan huido.
Y soportar esta sensación de desierto, de desgana superlativa, de inutilidad, de improvisada variedad.



(Todos los números son muchos números. Y seguramente no pueden recorrerse. Pero tiene pinta de ser entretenido contar lo incontable, nombrar lo inefable, describir lo invisible, calcular lo incalculable, medir lo imposible).



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Lugares sagrados


…Miguel escribe de calles, pueblos y ciudades, de arquitectos y urbanistas, de astrónomos y cosmólogos, de cosmogonías y teogonías, incluso de ontologías.


La calle por donde paseaban ya es sagrada, la han declarado recientemente Patrimonio Mundial de la Humanidad de las palabras impares y se ha llenado de miles de estrellas de colores de origen conocido (como si se hubiesen hecho reales los mejores anuncios publicitarios de luces de Navidad socialdemócratas).

También se ha poblado de mil y más noches sin amenazas ni violencias, de mil cien ondas derramadas en cada uno de sus pasos, de miles de formas de alegría extraordinariamente atentas, de risas verdaderas, de quarks encanto y encantados de mirar y ver, de saltos y cucuruchos cariñosos, de flores sosegadas que son y ya no buscan nada porque ya todo lo son en acto.
Y en esa plaza de ojos verdes, donde la elegancia estrena melodías, formas y colores y se disfrutan las mejores tendencias de la moda, se ha visto una corona solar alimentada de adjetivos circulares,

(y hasta auroras boreales que parecen despistadas en estas latitudes) seguir el rastro de una voz que canta a los bienaventurados:

¡Bienaventurados los que han visto y oído, porque ellos ya conocen el Reino de los Cielos!
¡Bienaventurados los que han disfrutado de la presencia sosegada, porque ellos ya son dueños de lo mejor de la Tierra!
¡Bienaventurados los que respiraron el resplandor del aire en la máxima altura, porque ellos ya viven en el oxígeno áureo que hay que respirar!
¡Bienaventurados los que vivieron en la bondad, porque ellos nunca podrán hacer daño!



(Lo que es sagrado pertenece a la rama dorada del árbol intocable que florece a una altura inalcanzable en esa montaña inescalable).



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Segundo informe

…De todos los archivos y casos consultados solo en este caso ha aparecido un segundo informe. Miguel advierte sobre la inexactitud de los sentimientos, tan difíciles de describir como las variaciones de algunos colores para cumplir la promesa de pintar aquellas flores que le había prometido a su madre.

Por las mañanas lee mucho y escribe poco, después sale del cielo o de su casa y hace algo real. Por las tardes compone música para las esferas, dibuja coronas circulares, pinta anillos dorados o continúa con sus esculturas amarillas que quisieran ser ingrávidas.
La verdad es que la amistad interrumpida es la que parece afectarle y no le deja ser ni descansar. Parece que sabe que debería olvidarlo todo y pasar página, como dicen los realistas adaptados, pero para él es imposible olvidar lo esencial o pasar a otra cosa, porque en todas las páginas está el recuerdo de su amistad y en todas las mariposas el vuelo ilimitado de sus sueños. Para él es imposible ser realista, es como si le amputasen la mejor parte de la existencia, porque -eso dice- en lo soñado y en lo imaginado también se aparece y se desvela y se revela la realidad.
Lo que está claro es que no hace caso a los pensamientos graves, tristes y pesimistas; ayer, sin ir más lejos, escuchó en la radio una intervención de una oyente que decía: “La muerte está tan segura de alcanzarnos que nos da una vida de ventaja”, le hizo gracia la habilidad espacial y temporal del que la concibió y poco más. Para él la muerte, como la enfermedad y el sufrimiento, no es más que un error demasiado generalizado.
En cualquier caso creo que nunca ha entendido nada por completo, al principio por inmadurez (ya que siempre llegaba tarde a todo), más tarde por prisas y exceso de nerviosismo, después por cansancio vital, por interferencias de los asuntos cotidianos, por acumulación de gracias que se derramaban ante él, por desinterés en los detalles o por una rara pereza metafísica que parece afectarle especialmente.
Tal vez tampoco sepa a ciencia cierta si le interesa o no entender o si la prioridad es vivir y sentir. Aunque parezca imposible es profesor de Escultura en la Universidad de Oslo. ¡Quién lo diría observando su vida aparentemente superficial o leyendo lo que escribe en sus blogs que oscilan siempre entre lo seudopoético y lo semisentimental! Y en los que, como diría Samuel Johnson, lo que es original no es bueno y lo que es bueno no es original.
Está claro que no es fácil comprenderlo porque ni él mismo se entiende. Por lo que se desprende de sus escritos, a veces obscuros, no ha logrado llegar a donde se propone. En cualquier caso, suceda lo que suceda con él, creo que nunca se entenderá a sí mismo. Tal vez porque no sea socrático ni aristotélico y, si es algo platónico, lo es de una forma desconsiderada. Por las citas continuas y por las veces que menciona a Nietzsche se puede deducir sin temor a equivocarse que es un nietzscheano de izquierdas, un aprendiz de pintor y escultor, pero todo sin mucho talento.
Parece ser que últimamente se sentía como en una casa en obras, todo sucio, desordenado, lleno de polvo y de cascotes. Sucio, ya que no se veía a si mismo digno de ser contemplado, siempre inseguro físicamente; desordenado y desorganizado, porque no había ni un solo pensamiento en su sitio; lleno de polvo y paja, de estorbos, de lo que es superfluo cada día; y lleno de cascotes y residuos, de palabras sobrantes, de hilos desplazados, de marionetas con todas las cuerdas cortadas. Y eso no es una forma de verse, sino una manera de estar desarticulado, perdido y en pleno naufragio.
Para compensar tanto desorden vivía como si no hubiese colores suficientes, como si el oro hubiese desaparecido de la tierra y se hubiesen acumulado sobre él diez mil capas de suciedad, soledad y olvido; se sentía azul y desvarío, caos colosal a ciertas horas, desproporción y altura de cualquier manera. A veces cree que no es y escribe: “No soy, no eres, no es la solución. No estoy, no estás, no está en este mundo. No…”.



(Y a eso se dedican los dioses amnésicos, a organizar el caos con poco éxito, a almacenar recuerdos imborrables en el Monasterio Zen de los deseos).



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La visita de Nietzsche

…Federico Nietzsche escribe sobre Federico García Lorca, tal vez también sobre Lou Andreas-Salomé. Todos saben que los dioses no son creíbles ni verosímiles, no se sostienen. Si existiesen de algún modo flotarían, de alguna manera se inmaterializarían y se desvanecerían.

Cuando Federico vino a vernos no sabíamos vivir todavía, al verlo sentimos lo que era de verdad un volcán de vitalidad, una alegría sin límites, unas ganas de vivir extraordinarias que excedían cualquier prudencia y moderación.
Entonces empezamos a entender que éramos nosotros los que estábamos equivocados, que vivíamos estrechados y oprimidos, controlados por las exigencias del orden y del realismo menos interesante, reprimiendo siempre la energía que nos da el simple hecho de vivir.
Éramos excesivamente serios, atareados y organizados, sin dar posibilidades a la risa astronómica, la que justifica y redime el inaudito hecho de vivir.
Desde entonces muchas veces hemos intentado seguir su ejemplo, pero no lo hemos conseguido.
Saludamos al amarillo solar más radiante, brindamos por el cielo estrellado, nos mareamos mirando las estrellas más hermosas, nos estremecemos compartiendo algunas palabras especialmente inspiradas, pero nada comparado con la luz de sus ojos, con el resplandor dorado de su presencia, con la alegría sin límites de su ingreso en la inmortalidad de las miradas.
No lo hacía adrede, pero conseguía inmortalizar todos los momentos, una tarde a su lado era un recuerdo absoluto para toda la vida, una palabra suya nos llenaba por completo y nos sigue completando durante años.
No era un dios ni un profeta ni un creador de religiones, era todo lo que necesitábamos y no teníamos.
Nosotros solo podíamos ser sus discípulos, sus apóstoles, sus evangelistas, sus historiadores y mantener su misma galantería con el cielo.
¿Y qué importancia tiene todo esto?
No queríamos ser soberbios, pero juraríamos que ahí residía un secreto parecido al de la alegría infinita de los niños que juegan felices en una tarde inacabable de verano.
El miedo desaparecía, no sentíamos ese sentido del ridículo que siempre nos había impedido cantar y bailar y saltar y jugar y amar de forma absoluta.
Esa maravilla es la que echamos de menos, algo parecido a estar al sol y no necesitar nada más, ser el sol y no echar nada de menos, ser esa sonrisa pura que disfruta de la existencia sin ningún género de culpa, sin dejarse llenar de desperdicios informativos, sin ser el desagüe ni la alcantarilla de los males generados por los otros.



(A todo el que amplíe las posibilidades del universo hay que hacerle un homenaje eterno. También al que bendiga la vida y la haga más abierta, al que ame como el dios Pánfilo, al que se prodiga en generosidad y bendiciones, al que inventa nuevas fiestas de arcoiris).



30
El lenguaje, en otras palabras

…Evidentemente es Marcela la que continúa siglos después hablando fascinada de Miguel. Y Federico el que sigue sosteniendo que los seres humanos se pueden medir por el grado de verdad que se atreven a soportar. En ambos casos es ahí, precisamente ahí, donde han de aparecer las nuevas palabras que designen y expresen lo ignoto, que unan lo inimaginable con lo no aparecido.

Marcela, una de las diosas del lenguaje, sospecha que es un poderoso instrumento capaz de realizar proezas inimaginables.
Hablando con el silencio mantienen una conversación bastante imprecisa y extraña.
–El lenguaje puede irse hacia arriba o deslizarse lateralmente, significar muchas cosas de forma simultánea o referirse a lo que nunca nadie ha visto, dice Marcela.
-No estoy tan seguro, ¿qué significan ese “arriba” en el lenguaje, o ese “lateralmente”, o la expresión “de forma simultánea”?, le contesta el silencio.
–Arriba es cuando dices una palabra aquí, entre seres vivos humanos que habitan el mundo a una altura aproximada de 170 centímetros sobre el suelo, y puedes referirte a las nubes o a las montañas a kilómetros de altura o a las estrellas a millones de años luz de distancia.
-Eso es precisión.
–Lateralmente indica que las palabras transportan más significados a sus lados, como si viajasen con maletas, mochilas, depósitos, planos ampliados y cúmulos de experiencia.
-Suena bien.
–De forma simultánea es que la misma expresión puede resonar de forma distinta y a la vez en diferentes mentes humanas.
-De acuerdo.
–Referirse a lo que nadie ha visto es la capacidad del lenguaje para nombrar lo que no conocemos.
-¿A qué te refieres?
–A los dioses, a la vida, a la belleza en sí misma, a las ideas, los números, la armonía del cosmos, las leyes del universo, el amor, la poesía, el paraíso…
-Bien.
–Por eso siempre podemos preguntarnos cómo unos pocos millones de años de evolución biológica y miles de años de evolución cultural han podido generar este cerebro desarrollado, esta mente prodigiosa y este poderoso mecanismo de comunicación, persuasión y engaño.
-Es una buena pregunta.
–También podemos preguntarnos ¿cómo puede expresar más de lo que puede decir?
-Debe ser una especie de laberinto fractal inagotable.
–¿Cómo es posible que ascienda hasta donde no puede alcanzar?, ¿cómo pudo llegar a pensar Tales de Mileto que todo era agua?, ¿o cómo pudo Borges decir que la meta era el olvido y que el pobre poeta desconocido había llegado antes?
-Caminando, trepando y escalando, como un buen montañero, sin miedo a las alturas.
–Sí, pero ¿cómo puede ir más lejos de donde puede llegar?, ¿cómo sabe que esa es la meta de todos y para todos?
-A ese proceso lo llamaron abstracción.
–Bien, vale, eliminamos las diferencias y escogemos con perspicacia lo que vemos que es común. Pero, ¿cómo se genera ese conocimiento, esa sentencia?, ¿cómo se unifica la realidad en un momento?, ¿cómo podemos simplificar el mundo espontáneamente?
-Saltando sobre las dificultades, dando un paso tras otro, confiando siempre en que hay algún tipo de suelo en el que apoyarse.
–Ahora te muestras optimista, dice Marcela.
-Sí, pero considera que no sabemos muy bien de qué estamos hablando. Ya nuestro querido Wittgenstein había dicho aquello de que “de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”.
–El final del Tractatus.
-Sí, ahí está casi todo.
–Sí, tú siempre defendiendo tu espacio, pero recuerda que después decidió jugar con el lenguaje y darle todas las oportunidades.
-Pero aquello quedó dicho y, además, también es un juego el silencio.
–Es igual, aunque no podamos hablar de algo podemos seguir intentándolo, hacer otro tipo de maniobras y aproximaciones, insiste Marcela.
-Podemos intentarlo, sí, otra cosa es que lo logremos.
–Seguro que en el más estricto y riguroso de los silencios surgen pensamientos, proposiciones, frases, oraciones, sentencias, aforismos, párrafos, ideas…
-Sí, es casi seguro.
–Y seguro que en el más alborotado intercambio de teorías, sistemas, parlamentos, diálogos y charlas surge el silencio necesario, el hueco entre unas palabras y otras, la grieta que separa las frases, el vacío que ocultan nuestras conversaciones continuas, el precipicio al que no queremos asomarnos para no ver si estamos con las palabras en el aire o en el suelo.
-Recuerda que también se dijo y se demostró que ningún cuerpo más pesado que el aire podría volar…, indica el silencio.
–Hasta que apareció el artificio.
-¿Piensas que aparecerá el artificio?
–Sí y llegaremos a saber si el lenguaje ha de ser controlado y reducido a algo lógico sin ambigüedades o si debe ampliarse hasta el infinito más difuso y poético.
-Eso parece mucho saber.
–Sabremos si ha de acumular más palabras o si ha de ajustarse a lo que pactemos en cada momento.
-¿Y si pactamos mantenernos en silencio?
–Nos callaremos durante un tiempo. Después seguiremos hasta conocer si debe jugarse en serio o en broma con las palabras. Es posible incluso que el lenguaje tenga que ser todo eso a la vez, que deba tener millones de usos simultáneamente.
-Tendremos que hablar y tendremos que callar, según los casos.
–Y averiguaremos si es tan poderoso como las leyes o tan débil como las lamentaciones, insistió Marcela.
-No sé si las leyes son fuertes y las lamentaciones son débiles, no sé si es inútil clamar en el desierto. No lo sé, dijo el silencio.
–El lenguaje se esconde, como un laberinto transparente y perfecto, como un juego de ajedrez de más de mil dimensiones.
-¿De qué estamos hablando?
–De lo que no sabemos todavía decir y, sin embargo, hierve en nuestro interior y en nuestros corazones.
-Para eso no hay respuesta.
–Sabemos que, como el mismo Wittgenstein dijo, “los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”.
-Y dentro de esos límites estamos.
–En cualquier caso, aunque no conozcamos todavía la solución, podemos hacer como Flaubert, que no escribía o no salvaba más que una página al día, y llegar a ser los escritores más cautos y más lentos.
-Sí, es cierto, se escribe demasiado, se habla demasiado, se publica demasiado. Parece como si utilizásemos las palabras como mecanismos de defensa, como hitos, señales y advertencias de peligro, como si indicaran: “ahí me equivocaba”, “aquí me caía”, “allí tropezaba sin verlo”.
–Podemos escribir solo una palabra cada día. Eso no puede empeorar mucho las cosas. Y hasta podríamos considerar las palabras como días que van estropeándose o arreglándose, que pasan y no llegan a noviembre, compuestas de sílabas difusas que apenas explican ya sus referencias.
-Muchas personas hablan como si estuvieran compitiendo a ver quién dice más, quién lo dice primero y con más carga de razones, hablan demasiado, aunque no sé si se comunican.
–Al cabo de los años una palabra diaria podría ser bastante, incluso -si nos parece mucho- podemos escribir una palabra a la semana o al mes o al año.
-O una letra al año.
–Pero si seguimos así, dice Marcela, décadas después, en un proceso de depuración minimalista, podemos concentrar toda nuestra energía en una única letra.
-¿En cuál?
–En la “O”, un círculo perfecto, la figura de una esfera, un anillo, un aro, un vacío, una corona circular, la entrada al nirvana, un desafío. Esos círculos extraños con los que se comunicaban los extraterrestres de la película “La llegada”.
-Esa sería la máxima sencillez.
–Y al final de nuestra vida, más o menos a los 108 años, ya solo dibujaríamos oes y escribiríamos círculos casi perfectos, haríamos esculturas que serían anillos o coronas circulares y una rara felicidad nos llenaría.
-No sé si no sería muy ingenuo.
–Sí, sería una ingenuidad acompañada por una maravillosa alegría y el entusiasmo nos desbordaría…
-Sería una especie de silencio luminoso.
–Una especie de lenguaje dorado, radiante, esclarecido.
-Y no esta especie de lenguaje que usamos, con poco espesor, de escasa densidad, con excesiva variabilidad.
–En cualquier caso tampoco hay que desechar un lenguaje ligero y de baja densidad. Sin ir más lejos, los anillos maravillosos de Saturno son discos de un diámetro de cientos de miles de kilómetros y tal vez no mucho más que 9 kilómetros de espesor. Y ahí los tienes, resplandecientes.
-Hay algo raro en todo esto.
–Es parecido a lo que sucede con algunos números, algunos científicos calculan que el número de átomos del universo podría ser, más o menos, 10 elevado a la potencia 80.
-No parece mucho.
–No, no lo parece, pero hay que tener en cuenta que este número es mucho mayor que el número de cifras o de ceros que usamos para anotarlo.
-¿Y eso es importante?
–Sí. Por ejemplo, un millón, 1.000.000, lo escribimos con 7 números, un 1 y 6 ceros, y es inmensamente más grande que la cantidad de números que necesitamos para escribirlo. En un millón de objetos reales podemos contar o numerar 999.993 más objetos que en el número de 7 cifras que lo representa.
-Es decir, que un número pequeño puede representar de alguna manera cantidades ingentes de objetos, de seres, de cosas.
–El número pi concentra en sí mismo un número infinito de decimales que no vamos a perder el tiempo en escribirlos.
-No tendríamos tiempo ni ocasión.
–Se dice que para escribir un número inmenso de cifras o de ceros necesitaríamos una superficie mayor que la superficie de todo el Universo conocido, incluso si cada cero fuera del tamaño de un átomo de hidrógeno. Podríamos llegar a necesitar un billón de universos como el que nos rodea solo para la ridícula tarea de escribirlos.
-No merece la pena.
–¿Y es posible que eso mismo les suceda a las palabras?, ¿que la palabra “infinito” encierre y contenga un número incontenible de significados para una mente humana?
-No sabría qué decirte, pero el espesor del lenguaje y la densidad que se desprenden de las Historias de la Humanidad, de la Literatura, del Arte, de la Ciencia y de la Filosofía nos podrían remitir a miles de afinidades, sugerencias, conexiones y resonancias que nos llevarían a una tarea infinita.
–Tal vez las palabras sean anotaciones cifradas y comprimidas que, si pudieran desplegarse, mostrarían todas las referencias a todos los universos y a todos los dioses posibles e imaginables.
-Tantas palabras y tan mal usadas van a lograr que parezcan imposibles todas las demás verdades.
–Es posible, demasiados relatos, libros, películas, opiniones, opciones, estímulos… demasiadas verdades pueden llegar a cansarnos.
(El lenguaje, ese gran aliado de las verdades deslizantes, de las razones cambiantes, de los dogmas dialogantes. El amigo ambivalente e indescifrable del tiempo, el amante oculto de la Belleza, el que a veces va acompañado de la razón).


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