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miércoles, 28 de febrero de 2018

La medida de lo imposible 6-10




6
Clínica de Descanso. Ruta de aproximación a la Academia de la Historia del Arte Superior.

…El Dios Director es Juan Sebastián Bach, también podría ser Cervantes, Salvador Pániker, Alexander Calder, Nietzsche, Borges, Lorca, incluso Luis Landero. Que aparezcan los dioses no debe ser motivo de preocupación, los dioses -como todo el mundo sabe- aparecen cuando quieren, en cualquier parte

El Dios Director se dirige a los visitantes:
Es el primer día y vamos a intentar acercarnos con muchísimo cuidado al ser más vulnerable. Nada de brusquedades, nada de prisas ni de ruidos. Paciencia, perseverancia, silencio… todos los movimientos han de ser lentísimos y sutiles. No queráis llegar antes de tiempo, ajustaros al ritmo de las cosas.
Si os acercáis demasiado pronto, huirá o se transformará en otra cosa o disimulará. Para llegar hasta el interior vais a necesitar todos vuestros recursos y vuestra inteligencia.
Que los principios, las causas y los elementos os ayuden, que el logos y el ser y el nous os sean propicios, que los átomos y el caos os respeten, que los demiurgos y los dioses sean compasivos con vosotros y con vuestras pretensiones, que la vida y la salud y la alegría os acompañen, que los  anillos de Saturno os guíen, que los móviles de Calder os inspiren, que el Jardín de las Delicias os ilumine, que la razón y la virtud y la pasión os lo consientan, que el universo entero os permita ver y mirar y contemplar.
Si lo lográis casi todo estará hecho. Habrá más misterios e infinitos para explorar, pero ya sabréis lo esencial: lo más valioso es saber lo que se busca y buscar siempre lo más importante.
Sin distracciones, sin más pérdidas de tiempo, empezad ya el recorrido. Recordad que esto no es un concurso ni una olimpiada, no hay competición ni desafío, aquí cada uno debe medirse y superarse a sí mismo.
Pero siempre controlando, sin entregar el alma al color de una hoja en el otoño, sin creer que en un fragmento musical habita la solución a todos los problemas del cosmos, sin perderse en lo que estamos buscando.
Recordad que estáis aquí por haberos entregado demasiado, por no haber sabido parar a tiempo, por creer demasiado.
Reponeros y salid de nuevo a las palabras recién nacidas, a los entusiasmos que acaban de llegar, a las bienvenidas.
Los enfermos por exceso de belleza deben curar su alma de cualquier sobreexposición a colores angélicos.
Y si al final la realidad no os da la razón, peor para la realidad y para la razón, porque habréis llegado a un lugar nuevo.


(Si todo estuviera bien hecho la vida sería más fácil. Si los dioses hubieran hecho bien su trabajo, otra música sonaría. Si los seres superiores a los dioses hubiesen creado otros espacios y tiempos, otros mundos serían posibles. Si los dioses se rebelasen contra el orden establecido, otros universos serían factibles).



7
Confesiones de la Ficción a la Realidad Inexistente (cualquier parecido con la ficción y con la realidad es pura coincidencia)

…Miguel transcribe este extraño diálogo que ha mantenido con uno de los dos Federicos, no se sabe muy bien con cuál ni si eran los dos los que hablaban o si, de alguna manera, estaban confundidos, fusionados, aturdidos.
Nada en esta obra es real ni pretende serlo, por lo que este capítulo tampoco ha de aspirar a más que a ser pura apariencia, lo que no quiere insinuar que haya algo más que apariencias.

Días más tarde mantuvieron una conversación algo más interesante:
–Confiésalo, Federico, a ti lo que te gustaría es leer y entender tu propia historia, que alguien la escribiese por ti y le diese sentido.
–Sí, es cierto, me gustaría entenderlo y entenderme.
–Y que, con habilidad, te hiciésemos las preguntas adecuadas para ayudarte a conocerte a ti mismo.
–Sí, es cierto. No me molestaría lo más mínimo ser tan interesante como para merecer tanta curiosidad.
–Bien, de acuerdo, nos lo has pedido y lo haremos, pero recuerda las dos condiciones bien claras que hemos puesto.
–Sí, no hay problema, me acuerdo perfectamente, de la primera parte y de vosotros no se hablará. La verdad es que tampoco es tan difícil aceptar vuestras condiciones, no sé a qué primera parte os referís y a vosotros tampoco os conozco demasiado.
–De acuerdo. Entonces intentaremos indagar en lo que has vivido hasta ahora y en lo que te preocupa, a ver si así logramos que se comprenda algo. Espero que podamos empezar pronto.
–Cuando queráis. Como os he contado todo lo que ha pasado y sabéis hasta lo que pienso, podéis comenzar por donde os plazca. Por ejemplo, por esos delirios e ilusiones que algunas veces se hacen realidad, que nos llevaban a soñar con una vida mejor allí.
–¿Dónde?
–En la Academia de lo Imaginario.
–Sí, se podría empezar por ahí, y hablar de ese exceso de lecturas y literaturas y visiones artísticas que lleva a algunas mentes a confundir lo real con lo imaginado. ¿Creíais de verdad que se puede vivir lo que se escribe?
–Sí, sinceramente lo creíamos y tal vez lo seguimos creyendo. Por eso es tan difícil para mí entender lo que sucede ahora, en esta distancia astronómica entre lo real y lo que imaginábamos.
–Creíais en los Reyes Magos y en las Reinas Magas con varita mágica, pensabais que hacíais magia, estabais fascinados con la alegría, con la belleza, con las palabras, con la sinceridad, con el encanto…
–¿Y qué hay de malo en todo ello?
–Nada, que la fascinación más ilusionante suele acabarse, que el encanto se desvanece, que los vigilantes de los museos ya no aprecian la belleza de las obras de arte que contemplan y custodian durante años, que el entusiasmo se acaba, que la varita mágica se rompe o se debilita…
–Tal vez no supimos dar con el final más adecuado. Pero, ¿qué pueden hacer los seres que aman, quieren, desean y necesitan más de lo acordado, los que quieren compartir sus vidas sin partirlas, los que se sienten cómplices en todo, los que se elevan con la más mínima sugerencia?
–Por lo que se ve lo que deben hacer es andar con pies de plomo, nada es fácil y tú lo sabes. Recuerda la búsqueda obsesiva en el color y la depresión que llevó al suicidio a Mark Rothko.
–Lo sé y sospecho que algo inmenso hay en la vida y en la mente de los artistas que explique que algunos no puedan llegar bien hasta el final. De todos modos, y fíjate bien en lo que has dicho, “con pies de plomo”, ¿no sería mejor decir con Platón que al enamorado le salen alas?, ¿no habría que enseñar a volar?, ¿volar no es necesario?
–¿Con alas de plomo?
–Siempre  estáis en el realismo más encogido y pesado.
–Es posible que os entregaseis demasiado a la pintura, que amaseis demasiado las formas, que creyeseis demasiado en las palabras, que concedieseis demasiada importancia a los espacios. Visto desde fuera da miedo ver tanto compromiso y tanta dedicación a las formas, a los colores y a las palabras.
–Sí, ese puede ser el origen de todos los desastres. Ya nos avisaron los antiguos griegos, medida, mesura, armonía, orden, equilibrio… ¡Si nos hubiéramos ajustado a vivir dentro de los límites! Pero nosotros no éramos de los que se quedan detenidos, si hay tres dimensiones queríamos cuatro, si había cuatro deseábamos quince o cincuenta y cuatro, o mil y una dimensiones nuevas…
–También es verdad, y hay que reconocerlo, que si os hubierais limitado a vivir de forma sensata no habríais ascendido a la máxima altura ni habríais conocido la alegría del mundo de arriba, la felicidad ascendente, el placer más etéreo, el gozo más desinteresado y superlativo.
–¿Creéis que era así?
–Parece ser que os atrevisteis a llegar tan arriba que molestasteis a algunos dioses celosos, esos seres que tienen demasiado poder y ningún encanto, que prefieren que todo siga igual, que casi nada cambie, que los pobres humanos sigan sin conocer el “Bien de Altura”.
–Es que era necesario hacer algo, no podíamos seguir con aquella insatisfacción, con aquella minusvalía vital, con aquella inercia gris que únicamente servía para seguir tirando.
–Mucha gente se conforma y sigue, muchos artistas aceptan sus limitaciones y su fracaso, vosotros no.
–Cuando se encuentra lo mejor no se puede renunciar, no se debe abandonar de ningún modo. Hay que atreverse a seguir. Giovanni Antonio Fumiani no podía abandonar su inmensa pintura de 440 metros cuadrados, El martirio y la apoteosis de San Pantalón, para el techo de la iglesia de San Pantalone en Venecia, aunque le llevase 24 años. No podemos imaginar a Paolo Veronese renunciando a su pintura, Cena en casa de Leví, de 5,55 x 13 metros, que hoy está en la Galería de la Academia de Venecia. No podemos imaginar siquiera que Miguel Ángel no terminase su Capilla Sixtina ni que Brunelleschi no concluyese su cúpula de la catedral de Florencia… Estaban en su elemento.
–Y vosotros os atrevisteis, iniciasteis la escalada sin permiso y los encargados de los ascensores privados pulsaron las alarmas, los vigilantes de los refugios de altura notaron vuestro nerviosismo, los supervisores notaron vuestras ausencias y escapadas para ir conociendo la ruta, los controladores superficiales anotaron las ceremonias de aproximación, la aclimatación a la altura, los preparativos…
–¿Tanto se notaba?
–Sí, todos los que desean vivir más arriba tienen una mirada especial y abandonan poco a poco las convenciones, las precauciones y las preocupaciones de la vida de abajo, porque todo eso les produce un cierto mal de bajura.
–Sí, un cierto exceso de cordura.
–Por eso algún guardián de los refugios de arriba notó algo, lo notificó a las autoridades cartográficas que deciden en qué curva de nivel debe vivir cada uno y, a partir de ahí, se generó tal presión que todos tuvisteis que regresar al punto de origen, al campamento base de la amistad, al compañerismo menos exigente y después a la nada, os obligaron a abandonar la ascensión y cada uno se marchó a su país de origen.
–¿Y no es triste impedir el éxito de los más atrevidos?, ¿no tendríamos que apoyarlos y aplaudirles?
–Lo entiendo. Pero, ¿cómo se regresa a pintar un cuadro pequeño después de haber navegado en aquellos lienzos casi inverosímiles?, ¿cómo se retorna a las esculturas de cuarenta centímetros cuando estabais acostumbrados a las de cientos de metros?, ¿cómo volver a escribir en la prosa más minúscula cuando las grandes flores tenían vuestros vuelos literarios?
–¿Cómo seguir mirando hacia las estrellas sin desear ser cielo estrellado?
–Sí. Es normal que nuestra Academia se llenase en esos momentos, cuando los grandes ochomiles invaden el alma y uno no sabe qué hacer con una altura miles de veces superior a su humana estatura.
–Y por eso no pudimos ni siquiera hacer el primer intento serio y organizado para ascender a la Luna con aquel conjunto de palabras que hacían piruetas y equilibrios con los corazones alegres.
–Sí, la cima más alta del sistema poético del Himalaya sigue sin ser alcanzada ni descubierta para muchos, de alguna manera es invisible y transparente para los que no saben mirarla y solo vuestra expedición podía hacerlo, estabais predestinados para subir juntos.
–Es cierto. Fueron muchas las premoniciones, las coincidencias y los encuentros.
–“¡Qué curioso, qué extraño y qué coincidencia!”, diría Ionesco.
–Muy bien, ¿y ahora qué hacemos?
–Solo sabemos lo que tú nos cuentas, los capítulos pares. Los impares, los que deberíais haber pintado, formado y escrito, ascendido y completado vosotros mismos, siguen siendo una incógnita, territorio desconocido.
–Creo que lo habríamos hecho bien. Y después de haber subido podríamos haber escrito un buen libro con las vivencias más impresionantes del viaje.
–No lo dudo, pero para formar esa nueva cordada de artistas montañeros y escaladores teníais que abandonar vuestros anteriores grupos de montaña y eso no es fácil. En la alta montaña como en el arte más elevado, también hay celos y enfrentamientos.
–Sí, no era sencillo. Nada es fácil.
–En cualquier caso, aunque volváis con vuestros anteriores compañeros de cordada, no debéis dejar de saludar a todos los que os ayudaron durante tanto tiempo. No es fácil coincidir con compañeros de absoluta confianza, en los que se puede depositar la vida en sus manos.
–Sin embargo, se fueron.
–Los grandes compañeros y amigos nunca se pierden ni se van del todo, volveréis a coincidir, regresaréis, algún día daréis señales de vida.
–O no, también es posible que cada uno regrese a sus orígenes y que abandone la alta montaña de las ilusiones.
–Tal vez en sus países de origen les impidan volver y les nieguen el permiso de salida del Estado Horizontal y el visado de entrada al Reino de la Ingravidez.
–¿Por qué crees que ellos no son responsables de nada?
–Porque si su regreso al campamento base de su país de origen hubiese sido satisfactorio, se notaría en sus caras la alegría de su acierto. Y no sé, no parecían muy felices.
–No sabemos qué decir.
–Pues sois vosotros los que deberías explicarlo, estáis fuera observando. Deberíais haberlo entendido ya todo.
–Sabemos que estás pasando por todas las fases del duelo por la pérdida de tus mejores compañeros de escalada y ascenso a las montañas multicolores, sé que lo niegas, que te parece imposible, sé que te deprimes un poco a veces y no aciertas a comprenderlo, sé que negocias contigo una solución (aunque sea en blanco y negro) y que sigues ocupándote de todo, sé que aceptas sus decisiones aunque no las compartas, sé que te enfadas algunas veces contigo mismo, sabemos que esperas encontrarlos en algunas de las montañas que pisas…
–Eso es como no saber nada.
–¿Qué es lo que hay que saber, entonces?
–Tal vez nada. Es posible que lo que decía San Juan sin la Cruz sea cierto, que “no hemos venido a ver, sino a no ver”;  o que solo alcanzamos “La Docta ignorancia”, como aseguraba Nicolás de Cusa; que “el que sabe, no habla”, como transmitía Lao-tsé; que “solo sé que no sé nada”, como comentaba Sócrates; o que “antes estaba indeciso, ahora no estoy tan seguro”, como insinuaba Boscoe Pertwee
–¿Y?
–No sé.
–¿Y te conformas con eso?
–No me conformo, vivo con eso.
–Sé que los esperas en algunas palabras, que cuando lees a Lorca a veces casi te desmayas, que serías capaz también de barrer y limpiar y abrillantar el tejado y de pulir las claraboyas y de perfumar las chimeneas solo por galantería con el cielo.
–“¡Galantería con el cielo!”, ¡hermosas palabras!
–Esa es tu vocación definida. Tú podrías vivir para esas alturas, para esa “luz de jacinto” que nos ilumina al escribir los nombres sagrados.
–Sí, podría ser el que lee el primer y el último verso del poema recién inventado.
–Y lo harías bien.
–Podría ser el que todavía se desmaya de emoción ante la atmósfera soleada perfecta.
–¡Tú y tu sol radiante!
–Podría ser el que desea adivinar la próxima palabra.
–Sí, podrías ser el oráculo de Aquidene.
–El oráculo invulnerable.
–Pero aquí estamos, solo estamos.

(Y vivir en una especie de paraíso natural y terrenal y celeste a la vez, en un jardín de colores imprevistos. Y subir a las montañas, hacer excursiones, dar paseos, caminar, sonreír, hablar, hacer posible el valle del silencio, el de la gracia, el de la primavera, el de la amistad, el del amor… sin necesidad de eliminar el esfuerzo y la dedicación, sin darlo todo por hecho).


8
Selección de personal especializado al servicio de la Academia

…Miguel habla con un aspirante, que bien podría ser Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Italo Calvino…
Una entrevista a un aspirante (no sabemos si siempre es el mismo) que desea ingresar en la Academia Celestial del Arte Superior. Debe ser por el nombre tan rimbombante y solemne que le han puesto.

–¿Cuál es su especialidad?
–Si tengo que ser sincero le diré que la ignorancia, pero no la socrática, en mi caso sí que es cierto que no sé nada.
–Eso no es lo que está escrito en su expediente, aquí se mencionan algunos títulos universitarios.
–¡Títulos!
–Que siempre dicen algo.
–Bueno, también podría decir que la realidad me parece insatisfactoria y que, por tanto, lo que imaginamos me parece una ampliación necesaria de este mundo reducido en el que creemos vivir.
–¿Podría decirse, entonces, que su especialidad es la imaginación?
–Sí, podría decirse. La imaginación, la ilusión, la fantasía…
–Eso nos podría venir bien en esta Academia, creo que podría encajar.
–No lo sé, ya le he dicho que de este mundo que se empeñan en llamar real no sé casi nada, no se me da demasiado bien.
–Pero usted no vive en al aire, ¿no?
–No, supongo que estoy vivo, pero le puedo asegurar que esto no es nada comparado con la intensidad en la que vivía cuando me llenaba la ascensión de esas grandiosas e inmensas esculturas a las que llamamos montañas, cuando escuchaba la música adecuada (por ejemplo, cuando escuchaba la Obertura del Orfeo de Monteverdi), cuando pintaba algún cuadro inspirado, cuando hacía una escultura adánica... Eso sí que era vida, cuando era feliz e indocumentado en el grado más elevado y superlativo.
–Lo entiendo y la Academia está para casos como el suyo. Pero entonces, según usted, limitarse a vivir simplemente en esta realidad es como disminuirse a uno mismo.
–Sí, sería como amputarse uno mismo, limitarse voluntariamente, contar solo hasta 3, o hasta 60, o hasta 52.647.946.098.490.163.735.937.064.944. Sería como vivir con diez palabras, con cincuenta, cuando podemos disponer de toda la riqueza del lenguaje inventado.
–Quiero estar seguro de que lo estoy comprendiendo. ¿Esta realidad le parece insuficiente?
–Exacto, ¿quién puede vivir sin sueños, sin ambiciones, sin aspiraciones, sin querer llegar más arriba o más lejos?
–Bien, pero todavía no me ha explicado por qué se presenta usted como paciente que necesita un tratamiento y, a la vez, como candidato a la especialidad de Ilusión Poética.
–Porque creo que en la realidad no me desenvuelvo muy bien, pero en el terreno de la ficción, de lo inventado, de lo ilusionante y de lo ilusorio, de lo fantástico y lo imaginativo, podría hacerlo mejor.
–Sí, pero tendrá que demostrárnoslo.
–Cuando quiera, ahora mismo si lo desea.
–Bien, empiece.
–Estaba ilusionado con un sueño que me parecía irreal, trataba de hacer una escultura móvil gigantesca que ocupase un espacio de unos 40 x 40 x 50 metros, por decir algo.
–Es un espacio difícil de encontrar.
–Sí, aquí empieza el problema de lo real. ¿Dónde encuentro un espacio cerrado y protegido así?
–Tal vez en una cueva.
–Y, si encuentro ese espacio, ¿me dejarían instalar una escultura cinética en él?
–Complicado.
–Y estaba entregado absolutamente a ese sueño y a ese proyecto, hasta mi último átomo soñaba con llenar un espacio así.
–¿Y?
–Creo que no me ha entendido, ¡estaba absolutamente entregado!, ¡completamente!, ¡a un sueño ideal!
–Sí, pero eso no me parece suficiente.
–Quiero decir que estaba entregado en cuerpo y alma, sin reservas, sin dudas, sin vacilaciones, por entero, a un sueño maravilloso y posible, un ideal realizable, una realidad transfigurada de un nivel superior, casi inalcanzable.
–¡Unas palabras demasiado perfectas!
–Esa es la cuestión. No son solo hermosas palabras, no son únicamente voces vacías repetidas sin sentido, son lo que dicen y expresan.
–Sí, muy bien, suena muy bien. Pero estará conmigo en que solo me cuenta y me muestra palabras.
–Claro, la cuestión es si se cree o no en las palabras, si las tomamos a la ligera o nos las creemos.
–Es verdad que a la mayoría de las personas les da miedo cumplir las palabras.
–Es eso exactamente. Las palabras son nobles, exigentes, y nos obligan a cumplir con su significado.
–¿Y si usted habla de lo ideal, tenemos que creerle?
–Sí, y no porque yo sea ideal, que no es el caso; sino porque puedo tender hacia él, porque no me dedico a la corrupción de todos los significados.
–Todos podemos caminar hacia un ideal, eso no es suficiente.
–La cuestión está en saber cuánto sería capaz de sacrificar usted por ese ideal, cuánto se atrevería a dejar atrás, cuánto sería capaz de arriesgar, cuántas vueltas daría dentro de su significado.
–¿Qué quiere decir?
–Que el asunto no consiste en decir una palabra, sino en vivirla hasta su máxima intensidad, hasta las últimas consecuencias.
–Algo así como si cantásemos esa palabra.
–Más o menos, cantada y vivida con la máxima vivacidad.
–¡Se puede romper la voz!
–Ese es el riesgo que hay que correr, claro que se puede romper, pero también se puede entrar a vivir en su núcleo más esencial.
–¿Es posible que alguien fingiese todo eso?
–No, los impostores pueden detectarse, se delatarían a sí mismos.
–¿Cómo?
–No vivirían con sinceridad y coherencia, se notaría su falsa actuación, su mentira entrenada, su simulación.
–¿Podrían ser grandes actores?
–¿Podrían actuar durante años?, ¿podrían fingir toda su vida?, ¿se atreverían a negarse a sí mismos hasta esos extremos?
–Hay gente capaz de todo.
–Y existen las personas capaces de detectarlos a tiempo.
–Bien, De acuerdo. Me entregará lo antes posible un texto breve que me convenza de que es digno de ser admitido en esta Academia.



(Y hablar siempre con el sentido del humor más amable, más irónico, persuasivo, humano, gracioso, educado).



9
Vivir en Olanda, la estrella que acompaña a los Reyes Magos y a las Reinas con magia.
…El aspirante podría ser, como en parte se ha dicho, García Márquez, Vargas Llosa o Pablo Neruda, Italo Calvino o San Juan de la Cruz, Miguel Hernández o Philip Glass.

Y este es el texto que entregó y que lo hace merecedor de permanecer aquí tanto tiempo como desee:

No vivo en la Luna, sino en cientos y en miles y en millones de lunas, y salto y vuelo y alucino y orbito de unas a otras continuamente sin demasiados problemas de cálculo.
No soy idealista, soy partidario de más realidades que las catalogadas en los Diccionarios y Enciclopedias Razonadas, y de más ideales que los humanos todavía no han soñado ni se han atrevido a imaginar.
No tengo los pies en el suelo porque hay alturas y suelos y giros y círculos y atmósferas y cielos más elevados a los que muchos no quieren o no se atreven a llegar.
No he sentado la cabeza porque mis cabezas y mis sentidos prefieren volar y soñar despiertos, porque tiene que haber sillas voladoras y cabezas capaces de hacer círculos en el aire.
No estoy soñando, es que he conocido la belleza esencial y mis ojos no mienten, no me engañan, tienen un detector ultrasensible e infalible de armonías.
No presumo de estar en el cielo, pero conozco qué, quién, cómo, cuándo, dónde, de qué modo y manera, y en qué circunstancia se hace posible el Paraíso.
No soy la sombra de nada, sino el sueño de todo, la grandilocuencia desproporcionada, la oculta pretensión del universo de crecer y expandirse y de llenarlo todo de luz.
No soy la vida, pero todo lo que existe quiere llegar al esplendor de los cometas y a disponer la materia para que se den anillos de Saturno en todos los planetas inquietantes.
No soy la estabilidad, porque me muevo y en esa energía se despliega conmigo la superabundancia de fuerzas de todo lo que existe y se hace milagro de luz en cada mirada.
No estoy tan despistado y, si estuviese confundido, mi caso no sería mucho más grave que los que pretenden entenderlo y explicarlo y ordenarlo y catalogarlo todo.
No soy el más exagerado. Al fin y al cabo aspirar a lo más alto, o al menos dibujarlo o registrarlo, es lo mínimo que se le puede exigir a un buen cartógrafo.
No soy del sistema, tampoco antisistema, vivo como si tuviera que seguir las pistas que se han dispuesto para que reconozca las mil gracias derramadas pero no perdidas ni extraviadas.
No vivo para mí porque sería egoísta, ególatra, egocéntrico, narcisista, estúpido, aburrido y muy poco inteligente, vivo para que la vida sea saltimbanqui, circo del Sol y de la Luna, espectáculo de árboles que viven y adelantan la primavera cada día.



(Que viva donde quiera, pero que viva. Que se llene de toda la belleza del mundo, que no la despilfarre y que viva. Que desee y logre lo que quiera, pero que ame y viva por todos los puntos cardinales).
 


10
El inicio del tiempo

…Marcela cuenta en esta especie de fábula lo que pudo haber sido el comienzo del tiempo con unos dioses inmunes a la impermanencia. Mientras tanto la vida continuaba. Todos seguían leyendo y escribiendo, pintando y dibujando, componiendo música y haciendo esculturas, ampliando el espacio de la Academia Hiperbórea de los Altos Valores Éticos, Estéticos, Literarios y Espirituales. Así era la música en los buenos tiempos.

En el principio el Tiempo no quería comenzar, ni siquiera presionado por los dioses supremos; sabía que cuando empezase todo sería irremediable e irreversible y ya nada, ni siquiera lo más insignificante, tendría vuelta atrás, por eso se resistía con todas sus fuerzas. Se formarían universos y se expandirían en el espacio y en sí mismo, aparecerían galaxias y estrellas y planetas y asteroides y se iniciaría la erosión de las rocas y el envejecimiento y el cansancio de los seres vivos, el desarrollo estelar y la muerte del ser y del arte, aparecerían el abandono del silencio primordial y la entropía inevitable, también se presentarían la evolución y la historia, la vida y la muerte mismas.
La realidad -en la que todavía no habían aparecido las cosas, los objetos, los seres, los árboles, las montañas, las rocas y los gases- estaba indecisa; no sabía muy bien si lo mejor para ella era perseverar en su ser permanente o dejarse llevar como un fluido continuo.
Casi todos los dioses, hasta entonces eternos e inmortales, querían el tiempo para los mortales, pensando que solo sabiéndose finitos y caducos, y por tanto vulnerables, aceptarían -aunque fuese tarde y a regañadientes- su condición de ínfimos fragmentos dispersos por la materia vana en el inmenso cosmos apenas conocido.
Pero no todos los dioses estaban de acuerdo con Cronos. Ánticro defendía la eternidad para todos los seres humanos, incluso para todos los seres vivos, por eso consideraba que había que concederles a todos la oportunidad perenne de ser, de estar y de existir para siempre y, evidentemente, eso requería que el plan de la existencia fuese muy bueno. No se podía eliminar la muerte y mantener el dolor, la miseria, la injusticia y el sufrimiento, ni siquiera el aburrimiento era admisible.
Ánticro argumentaba que sería una pobre y triste creación de unos dioses soberbios y engreídos, crear o engendrar o permitir criaturas tan finitas y deficientes.
–“¡Han de aceptar lo que les toque!”, “¡tienen que resignarse!”, “¡deben incluso lograr la imperturbabilidad ante las desgracias!”, decían otros dioses partidarios de mantener sus privilegios de eternidad e inmortalidad.
–Caer en el tiempo no es ninguna maravilla ni les va a hacer ninguna gracia, ¡es una condena de muerte!, decía Ánticro.
–Crearlos intemporales, como nosotros, sería invadir y llenar el ser de demasiados dioses y seres perfectos, respondían Zeus y Cronos al unísono.
–¿Acaso se puede tener miedo de repartir el infinito?, ¿sería menos duradera la eternidad si fuese compartida? Si son dioses y son felices y perfectos como nosotros, ¿qué temor podéis albergar a que nos disputen los territorios de la perfección?, volvía a razonar Ánticro en su defensa.
–Un número infinito de dioses omnipotentes y perfectos en unos universos inconmensurables en el Ser Infinito es una idea extravagante, ni siquiera la entenderían los dioses matemáticos, mantenía Apolo.
–Es muy fácil legislar contra los débiles, ¿no sentís compasión por su capacidad para anhelar más de lo que pueden llegar a ser?, ¿no notáis ya la tragedia de su insuficiencia?, ¿no sois capaces de adivinar su melancolía?, volvía a intervenir Ánticro en la Asamblea de Dioses.
–¡No existen todavía y ya nos están dando problemas!, intervino entonces Atenea.
–Pero no debemos olvidar que ellos, los humanos, serán los que nos descubran y nos alaben, los que defiendan la Belleza y la Poesía, los que nos construyan los más hermosos templos, comentaba Afrodita.
–En efecto, seres tan nobles no merecen ser mortales; si fuésemos justos les tendríamos que conceder nuestra misma eternidad y capacidad, volvió a participar Ánticro.
–No es un asunto fácil de resolver, el tema de la naturaleza humana no está nada claro y si a eso le añadimos la brevedad de su vida nos encontramos con unos problemas físicos y metafísicos tremendos, concluyeron Zeus y Júpiter.
–Si el tema de su naturaleza no está claro será un problema nuestro, no suyo, insistía Ánticro.
–No es tan sencillo, si modificamos su naturaleza serían como nosotros, decían Zeus y Júpiter.
-Está claro que no queréis que sean iguales que nosotros, afirmó Ánticro.
-Dicho así suena bastante mal, pero está claro que si todos los seres fueran dioses entonces es como si nadie fuese Dios, reconocieron los demás dioses.
–Al menos, si no queremos o no sabemos o no podemos crearlos eternos en el tiempo, démosles alguna pista para que puedan descubrir o adivinar el infinito que se están perdiendo, volvió a hablar Ánticro.
–Las musas podrían visitarlos, las grandes montañas insinuarles alguna grandeza, las luces doradas del Sol al amanecer y al atardecer podrían también indicarles el compás del tiempo infinito, dijeron Afrodita y Venus.
–Entenderán el eterno retorno del tiempo mismo, añadieron Zaratustra y Dionisos.
–Sí, concedámosles la Belleza, al menos tendrán algo a lo que aferrarse, algunos signos de lo inmenso, algunos símbolos de lo inabarcable, algunos indicios de todo aquello de lo que se les ha privado por esta decisión arbitraria y caprichosa de unos dioses egoístas y consentidos, afirmó Ánticro.
–No es egoísmo, los dioses somos los dioses, los humanos son humanos, cada uno tiene su destino, argumentaron Júpiter y Zeus.
–¿Desde cuándo los dioses supremos están sometidos al destino?, ¿es que no pueden cambiarlo?, ¿es que no se atreven?, preguntó Ánticro.
–Sea, concedámosles a los humanos la posibilidad de adivinar a través de la Belleza todo lo que hay de felicidad en lo eterno, lo que hay de gozoso en la inmortalidad y lo que hay de alegría en el infinito, sentenciaron Zeus, Júpiter y Dios.
–Al menos tendrán algo a lo que asirse cuando las cosas no les salgan demasiado bien, comentó Ánticro.
–Estaremos atentos a todo lo que hagan, sentenciaron los dioses supremos.
–Pero nuestra tarea no debe ser solo “vigilar y castigar”, también debería ser mostrar, fascinar, encantar y acompañar, concluyó Ánticro.
–En el fondo el asunto es irresoluble y parece que está por encima de nuestras posibilidades, dijeron los dioses escépticos.
–En el fondo lo que parece es que realmente nadie quiere resolverlo, volvió a concluir Ánticro.

(El tiempo ya está aquí, ya lo tenemos. O tal vez sea de otra manera, que nosotros estamos aquí y es el tiempo el que nos tiene. En cualquier caso no debemos desperdiciarlo ni perderlo. De hecho el tiempo no puede intercambiarse ni cederse.
Lo que si podemos hacer es coleccionar relojes de arena, mecánicos o electrónicos y mantenerlos parados. Sería una inútil rebeldía, una impertinente resistencia, como si pudiéramos detenerlo).

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