6
Clínica de Descanso. Ruta
de aproximación a la Academia de la Historia del Arte Superior.
…El
Dios Director es Juan Sebastián Bach, también podría ser Cervantes, Salvador
Pániker, Alexander Calder, Nietzsche, Borges, Lorca, incluso Luis Landero. Que
aparezcan los dioses no debe ser motivo de preocupación, los dioses -como todo
el mundo sabe- aparecen cuando quieren, en cualquier parte
El Dios Director se
dirige a los visitantes:
Es el primer día y
vamos a intentar acercarnos con muchísimo cuidado al ser más vulnerable. Nada
de brusquedades, nada de prisas ni de ruidos. Paciencia, perseverancia,
silencio… todos los movimientos han de ser lentísimos y sutiles. No queráis
llegar antes de tiempo, ajustaros al ritmo de las cosas.
Si os acercáis
demasiado pronto, huirá o se transformará en otra cosa o disimulará. Para
llegar hasta el interior vais a necesitar todos vuestros recursos y vuestra
inteligencia.
Que los principios, las
causas y los elementos os ayuden, que el logos y el ser y el nous os sean
propicios, que los átomos y el caos os respeten, que los demiurgos y los dioses
sean compasivos con vosotros y con vuestras pretensiones, que la vida y la
salud y la alegría os acompañen, que los
anillos de Saturno os guíen, que los móviles de Calder os inspiren, que
el Jardín de las Delicias os ilumine, que la razón y la virtud y la pasión os
lo consientan, que el universo entero os permita ver y mirar y contemplar.
Si lo lográis casi todo
estará hecho. Habrá más misterios e infinitos para explorar, pero ya sabréis lo
esencial: lo más valioso es saber lo que se busca y buscar siempre lo más
importante.
Sin distracciones, sin
más pérdidas de tiempo, empezad ya el recorrido. Recordad que esto no es un
concurso ni una olimpiada, no hay competición ni desafío, aquí cada uno debe
medirse y superarse a sí mismo.
Pero siempre
controlando, sin entregar el alma al color de una hoja en el otoño, sin creer
que en un fragmento musical habita la solución a todos los problemas del
cosmos, sin perderse en lo que estamos buscando.
Recordad que estáis
aquí por haberos entregado demasiado, por no haber sabido parar a tiempo, por
creer demasiado.
Reponeros y salid de
nuevo a las palabras recién nacidas, a los entusiasmos que acaban de llegar, a
las bienvenidas.
Los enfermos por exceso
de belleza deben curar su alma de cualquier sobreexposición a colores
angélicos.
Y si al final la
realidad no os da la razón, peor para la realidad y para la razón, porque
habréis llegado a un lugar nuevo.
(Si todo estuviera bien
hecho la vida sería más fácil. Si los dioses hubieran hecho bien su trabajo,
otra música sonaría. Si los seres superiores a los dioses hubiesen creado otros
espacios y tiempos, otros mundos serían posibles. Si los dioses se rebelasen
contra el orden establecido, otros universos serían factibles).
7
Confesiones de la
Ficción a la Realidad Inexistente (cualquier parecido con la ficción y con la
realidad es pura coincidencia)
…Miguel
transcribe este extraño diálogo que ha mantenido con uno de los dos Federicos,
no se sabe muy bien con cuál ni si eran los dos los que hablaban o si, de
alguna manera, estaban confundidos, fusionados, aturdidos.
Nada
en esta obra es real ni pretende serlo, por lo que este capítulo tampoco ha de
aspirar a más que a ser pura apariencia, lo que no quiere insinuar que haya
algo más que apariencias.
Días más tarde
mantuvieron una conversación algo más interesante:
–Confiésalo, Federico, a
ti lo que te gustaría es leer y entender tu propia historia, que alguien la
escribiese por ti y le diese sentido.
–Sí, es cierto, me
gustaría entenderlo y entenderme.
–Y que, con habilidad,
te hiciésemos las preguntas adecuadas para ayudarte a conocerte a ti mismo.
–Sí, es cierto. No me
molestaría lo más mínimo ser tan interesante como para merecer tanta
curiosidad.
–Bien, de acuerdo, nos
lo has pedido y lo haremos, pero recuerda las dos condiciones bien claras que
hemos puesto.
–Sí, no hay problema, me
acuerdo perfectamente, de la primera parte y de vosotros no se hablará. La
verdad es que tampoco es tan difícil aceptar vuestras condiciones, no sé a qué
primera parte os referís y a vosotros tampoco os conozco demasiado.
–De acuerdo. Entonces
intentaremos indagar en lo que has vivido hasta ahora y en lo que te preocupa,
a ver si así logramos que se comprenda algo. Espero que podamos empezar pronto.
–Cuando queráis. Como
os he contado todo lo que ha pasado y sabéis hasta lo que pienso, podéis
comenzar por donde os plazca. Por ejemplo, por esos delirios e ilusiones que
algunas veces se hacen realidad, que nos llevaban a soñar con una vida mejor
allí.
–¿Dónde?
–En la Academia de lo
Imaginario.
–Sí, se podría empezar
por ahí, y hablar de ese exceso de lecturas y literaturas y visiones artísticas
que lleva a algunas mentes a confundir lo real con lo imaginado. ¿Creíais de
verdad que se puede vivir lo que se escribe?
–Sí, sinceramente lo
creíamos y tal vez lo seguimos creyendo. Por eso es tan difícil para mí
entender lo que sucede ahora, en esta distancia astronómica entre lo real y lo
que imaginábamos.
–Creíais en los Reyes
Magos y en las Reinas Magas con varita mágica, pensabais que hacíais magia,
estabais fascinados con la alegría, con la belleza, con las palabras, con la
sinceridad, con el encanto…
–¿Y qué hay de malo en
todo ello?
–Nada, que la fascinación
más ilusionante suele acabarse, que el encanto se desvanece, que los vigilantes
de los museos ya no aprecian la belleza de las obras de arte que contemplan y custodian
durante años, que el entusiasmo se acaba, que la varita mágica se rompe o se debilita…
–Tal vez no supimos dar
con el final más adecuado. Pero, ¿qué pueden hacer los seres que aman, quieren,
desean y necesitan más de lo acordado, los que quieren compartir sus vidas sin
partirlas, los que se sienten cómplices en todo, los que se elevan con la más mínima
sugerencia?
–Por lo que se ve lo
que deben hacer es andar con pies de plomo, nada es fácil y tú lo sabes.
Recuerda la búsqueda obsesiva en el color y la depresión que llevó al suicidio
a Mark Rothko.
–Lo sé y sospecho que
algo inmenso hay en la vida y en la mente de los artistas que explique que
algunos no puedan llegar bien hasta el final. De todos modos, y fíjate bien en
lo que has dicho, “con pies de plomo”, ¿no sería mejor decir con Platón que al
enamorado le salen alas?, ¿no habría que enseñar a volar?, ¿volar no es
necesario?
–¿Con alas de plomo?
–Siempre estáis en el realismo más encogido y pesado.
–Es posible que os
entregaseis demasiado a la pintura, que amaseis demasiado las formas, que
creyeseis demasiado en las palabras, que concedieseis demasiada importancia a
los espacios. Visto desde fuera da miedo ver tanto compromiso y tanta
dedicación a las formas, a los colores y a las palabras.
–Sí, ese puede ser el
origen de todos los desastres. Ya nos avisaron los antiguos griegos, medida,
mesura, armonía, orden, equilibrio… ¡Si nos hubiéramos ajustado a vivir dentro
de los límites! Pero nosotros no éramos de los que se quedan detenidos, si hay
tres dimensiones queríamos cuatro, si había cuatro deseábamos quince o
cincuenta y cuatro, o mil y una dimensiones nuevas…
–También es verdad, y
hay que reconocerlo, que si os hubierais limitado a vivir de forma sensata no
habríais ascendido a la máxima altura ni habríais conocido la alegría del mundo
de arriba, la felicidad ascendente, el placer más etéreo, el gozo más
desinteresado y superlativo.
–¿Creéis que era así?
–Parece ser que os
atrevisteis a llegar tan arriba que molestasteis a algunos dioses celosos, esos
seres que tienen demasiado poder y ningún encanto, que prefieren que todo siga
igual, que casi nada cambie, que los pobres humanos sigan sin conocer el “Bien
de Altura”.
–Es que era necesario
hacer algo, no podíamos seguir con aquella insatisfacción, con aquella
minusvalía vital, con aquella inercia gris que únicamente servía para seguir
tirando.
–Mucha gente se
conforma y sigue, muchos artistas aceptan sus limitaciones y su fracaso,
vosotros no.
–Cuando se encuentra lo
mejor no se puede renunciar, no se debe abandonar de ningún modo. Hay que
atreverse a seguir. Giovanni Antonio Fumiani no podía abandonar su inmensa
pintura de 440 metros cuadrados, El
martirio y la apoteosis de San Pantalón, para el techo de la iglesia de San
Pantalone en Venecia, aunque le llevase 24 años. No podemos imaginar a Paolo
Veronese renunciando a su pintura, Cena
en casa de Leví, de 5,55 x 13 metros, que hoy está en la Galería de la
Academia de Venecia. No podemos imaginar siquiera que Miguel Ángel no terminase
su Capilla Sixtina ni que Brunelleschi no concluyese su cúpula de la catedral
de Florencia… Estaban en su elemento.
–Y vosotros os
atrevisteis, iniciasteis la escalada sin permiso y los encargados de los
ascensores privados pulsaron las alarmas, los vigilantes de los refugios de
altura notaron vuestro nerviosismo, los supervisores notaron vuestras ausencias
y escapadas para ir conociendo la ruta, los controladores superficiales
anotaron las ceremonias de aproximación, la aclimatación a la altura, los
preparativos…
–¿Tanto se notaba?
–Sí, todos los que
desean vivir más arriba tienen una mirada especial y abandonan poco a poco las convenciones,
las precauciones y las preocupaciones de la vida de abajo, porque todo eso les
produce un cierto mal de bajura.
–Sí, un cierto exceso
de cordura.
–Por eso algún guardián
de los refugios de arriba notó algo, lo notificó a las autoridades
cartográficas que deciden en qué curva de nivel debe vivir cada uno y, a partir
de ahí, se generó tal presión que todos tuvisteis que regresar al punto de
origen, al campamento base de la amistad, al compañerismo menos exigente y después
a la nada, os obligaron a abandonar la ascensión y cada uno se marchó a su país
de origen.
–¿Y no es triste
impedir el éxito de los más atrevidos?, ¿no tendríamos que apoyarlos y
aplaudirles?
–Lo entiendo. Pero, ¿cómo
se regresa a pintar un cuadro pequeño después de haber navegado en aquellos
lienzos casi inverosímiles?, ¿cómo se retorna a las esculturas de cuarenta
centímetros cuando estabais acostumbrados a las de cientos de metros?, ¿cómo
volver a escribir en la prosa más minúscula cuando las grandes flores tenían
vuestros vuelos literarios?
–¿Cómo seguir mirando
hacia las estrellas sin desear ser cielo estrellado?
–Sí. Es normal que nuestra
Academia se llenase en esos momentos, cuando los grandes ochomiles invaden el
alma y uno no sabe qué hacer con una altura miles de veces superior a su humana
estatura.
–Y por eso no pudimos
ni siquiera hacer el primer intento serio y organizado para ascender a la Luna
con aquel conjunto de palabras que hacían piruetas y equilibrios con los
corazones alegres.
–Sí, la cima más alta
del sistema poético del Himalaya sigue sin ser alcanzada ni descubierta para
muchos, de alguna manera es invisible y transparente para los que no saben
mirarla y solo vuestra expedición podía hacerlo, estabais predestinados para
subir juntos.
–Es cierto. Fueron
muchas las premoniciones, las coincidencias y los encuentros.
–“¡Qué curioso, qué
extraño y qué coincidencia!”, diría Ionesco.
–Muy bien, ¿y ahora qué
hacemos?
–Solo sabemos lo que tú
nos cuentas, los capítulos pares. Los impares, los que deberíais haber pintado,
formado y escrito, ascendido y completado vosotros mismos, siguen siendo una
incógnita, territorio desconocido.
–Creo que lo habríamos
hecho bien. Y después de haber subido podríamos haber escrito un buen libro con
las vivencias más impresionantes del viaje.
–No lo dudo, pero para
formar esa nueva cordada de artistas montañeros y escaladores teníais que
abandonar vuestros anteriores grupos de montaña y eso no es fácil. En la alta
montaña como en el arte más elevado, también hay celos y enfrentamientos.
–Sí, no era sencillo.
Nada es fácil.
–En cualquier caso,
aunque volváis con vuestros anteriores compañeros de cordada, no debéis dejar
de saludar a todos los que os ayudaron durante tanto tiempo. No es fácil
coincidir con compañeros de absoluta confianza, en los que se puede depositar
la vida en sus manos.
–Sin embargo, se
fueron.
–Los grandes compañeros
y amigos nunca se pierden ni se van del todo, volveréis a coincidir, regresaréis,
algún día daréis señales de vida.
–O no, también es
posible que cada uno regrese a sus orígenes y que abandone la alta montaña de
las ilusiones.
–Tal vez en sus países
de origen les impidan volver y les nieguen el permiso de salida del Estado
Horizontal y el visado de entrada al Reino de la Ingravidez.
–¿Por qué crees que
ellos no son responsables de nada?
–Porque si su regreso
al campamento base de su país de origen hubiese sido satisfactorio, se notaría
en sus caras la alegría de su acierto. Y no sé, no parecían muy felices.
–No sabemos qué decir.
–Pues sois vosotros los
que deberías explicarlo, estáis fuera observando. Deberíais haberlo entendido
ya todo.
–Sabemos que estás
pasando por todas las fases del duelo por la pérdida de tus mejores compañeros
de escalada y ascenso a las montañas multicolores, sé que lo niegas, que te
parece imposible, sé que te deprimes un poco a veces y no aciertas a
comprenderlo, sé que negocias contigo una solución (aunque sea en blanco y
negro) y que sigues ocupándote de todo, sé que aceptas sus decisiones aunque no
las compartas, sé que te enfadas algunas veces contigo mismo, sabemos que
esperas encontrarlos en algunas de las montañas que pisas…
–Eso es como no saber
nada.
–¿Qué es lo que hay que
saber, entonces?
–Tal vez nada. Es
posible que lo que decía San Juan sin la Cruz sea cierto, que “no hemos venido
a ver, sino a no ver”; o que solo
alcanzamos “La Docta ignorancia”, como aseguraba Nicolás de Cusa; que “el que
sabe, no habla”, como transmitía Lao-tsé; que “solo sé que no sé nada”, como
comentaba Sócrates; o que “antes estaba indeciso, ahora no estoy tan seguro”, como
insinuaba Boscoe Pertwee…
–¿Y?
–No sé.
–¿Y te conformas con
eso?
–No me conformo, vivo
con eso.
–Sé que los esperas en
algunas palabras, que cuando lees a Lorca a veces casi te desmayas, que serías capaz
también de barrer y limpiar y abrillantar el tejado y de pulir las claraboyas y
de perfumar las chimeneas solo por galantería con el cielo.
–“¡Galantería con el
cielo!”, ¡hermosas palabras!
–Esa es tu vocación
definida. Tú podrías vivir para esas alturas, para esa “luz de jacinto” que nos
ilumina al escribir los nombres sagrados.
–Sí, podría ser el que
lee el primer y el último verso del poema recién inventado.
–Y lo harías bien.
–Podría ser el que
todavía se desmaya de emoción ante la atmósfera soleada perfecta.
–¡Tú y tu sol radiante!
–Podría ser el que
desea adivinar la próxima palabra.
–Sí, podrías ser el
oráculo de Aquidene.
–El oráculo
invulnerable.
–Pero aquí estamos,
solo estamos.
(Y vivir en una especie
de paraíso natural y terrenal y celeste a la vez, en un jardín de colores
imprevistos. Y subir a las montañas, hacer excursiones, dar paseos, caminar,
sonreír, hablar, hacer posible el valle del silencio, el de la gracia, el de la
primavera, el de la amistad, el del amor… sin necesidad de eliminar el esfuerzo
y la dedicación, sin darlo todo por hecho).
8
Selección de personal
especializado al servicio de la Academia
…Miguel
habla con un aspirante, que bien podría ser Gabriel García Márquez, Mario
Vargas Llosa, Italo Calvino…
Una
entrevista a un aspirante (no sabemos si siempre es el mismo) que desea
ingresar en la Academia Celestial del Arte Superior. Debe ser por el nombre tan
rimbombante y solemne que le han puesto.
–¿Cuál es su
especialidad?
–Si tengo que ser
sincero le diré que la ignorancia, pero no la socrática, en mi caso sí que es
cierto que no sé nada.
–Eso no es lo que está
escrito en su expediente, aquí se mencionan algunos títulos universitarios.
–¡Títulos!
–Que siempre dicen
algo.
–Bueno, también podría
decir que la realidad me parece insatisfactoria y que, por tanto, lo que
imaginamos me parece una ampliación necesaria de este mundo reducido en el que
creemos vivir.
–¿Podría decirse,
entonces, que su especialidad es la imaginación?
–Sí, podría decirse. La
imaginación, la ilusión, la fantasía…
–Eso nos podría venir
bien en esta Academia, creo que podría encajar.
–No lo sé, ya le he
dicho que de este mundo que se empeñan en llamar real no sé casi nada, no se me
da demasiado bien.
–Pero usted no vive en
al aire, ¿no?
–No, supongo que estoy
vivo, pero le puedo asegurar que esto no es nada comparado con la intensidad en
la que vivía cuando me llenaba la ascensión de esas grandiosas e inmensas
esculturas a las que llamamos montañas, cuando escuchaba la música adecuada
(por ejemplo, cuando escuchaba la Obertura del Orfeo de Monteverdi), cuando pintaba algún cuadro inspirado, cuando
hacía una escultura adánica... Eso sí que era vida, cuando era feliz e
indocumentado en el grado más elevado y superlativo.
–Lo entiendo y la
Academia está para casos como el suyo. Pero entonces, según usted, limitarse a
vivir simplemente en esta realidad es como disminuirse a uno mismo.
–Sí, sería como
amputarse uno mismo, limitarse voluntariamente, contar solo hasta 3, o hasta
60, o hasta 52.647.946.098.490.163.735.937.064.944. Sería como vivir con diez
palabras, con cincuenta, cuando podemos disponer de toda la riqueza del
lenguaje inventado.
–Quiero estar seguro de
que lo estoy comprendiendo. ¿Esta realidad le parece insuficiente?
–Exacto, ¿quién puede
vivir sin sueños, sin ambiciones, sin aspiraciones, sin querer llegar más
arriba o más lejos?
–Bien, pero todavía no
me ha explicado por qué se presenta usted como paciente que necesita un
tratamiento y, a la vez, como candidato a la especialidad de Ilusión Poética.
–Porque creo que en la
realidad no me desenvuelvo muy bien, pero en el terreno de la ficción, de lo
inventado, de lo ilusionante y de lo ilusorio, de lo fantástico y lo
imaginativo, podría hacerlo mejor.
–Sí, pero tendrá que
demostrárnoslo.
–Cuando quiera, ahora
mismo si lo desea.
–Bien, empiece.
–Estaba ilusionado con
un sueño que me parecía irreal, trataba de hacer una escultura móvil gigantesca
que ocupase un espacio de unos 40 x 40 x 50 metros, por decir algo.
–Es un espacio difícil
de encontrar.
–Sí, aquí empieza el
problema de lo real. ¿Dónde encuentro un espacio cerrado y protegido así?
–Tal vez en una cueva.
–Y, si encuentro ese
espacio, ¿me dejarían instalar una escultura cinética en él?
–Complicado.
–Y estaba entregado
absolutamente a ese sueño y a ese proyecto, hasta mi último átomo soñaba con
llenar un espacio así.
–¿Y?
–Creo que no me ha
entendido, ¡estaba absolutamente entregado!, ¡completamente!, ¡a un sueño
ideal!
–Sí, pero eso no me
parece suficiente.
–Quiero decir que
estaba entregado en cuerpo y alma, sin reservas, sin dudas, sin vacilaciones,
por entero, a un sueño maravilloso y posible, un ideal realizable, una realidad
transfigurada de un nivel superior, casi inalcanzable.
–¡Unas palabras
demasiado perfectas!
–Esa es la
cuestión. No son solo hermosas palabras, no son únicamente voces vacías
repetidas sin sentido, son lo que dicen y expresan.
–Sí, muy bien,
suena muy bien. Pero estará conmigo en que solo me cuenta y me muestra
palabras.
–Claro, la
cuestión es si se cree o no en las palabras, si las tomamos a la ligera o nos
las creemos.
–Es verdad que a
la mayoría de las personas les da miedo cumplir las palabras.
–Es eso
exactamente. Las palabras son nobles, exigentes, y nos obligan a cumplir con su
significado.
–¿Y si usted
habla de lo ideal, tenemos que creerle?
–Sí, y no porque
yo sea ideal, que no es el caso; sino porque puedo tender hacia él, porque no
me dedico a la corrupción de todos los significados.
–Todos podemos
caminar hacia un ideal, eso no es suficiente.
–La cuestión está
en saber cuánto sería capaz de sacrificar usted por ese ideal, cuánto se
atrevería a dejar atrás, cuánto sería capaz de arriesgar, cuántas vueltas daría
dentro de su significado.
–¿Qué quiere
decir?
–Que el asunto
no consiste en decir una palabra, sino en vivirla hasta su máxima intensidad,
hasta las últimas consecuencias.
–Algo así como
si cantásemos esa palabra.
–Más o menos,
cantada y vivida con la máxima vivacidad.
–¡Se puede
romper la voz!
–Ese es el
riesgo que hay que correr, claro que se puede romper, pero también se puede entrar
a vivir en su núcleo más esencial.
–¿Es posible que
alguien fingiese todo eso?
–No, los
impostores pueden detectarse, se delatarían a sí mismos.
–¿Cómo?
–No vivirían con
sinceridad y coherencia, se notaría su falsa actuación, su mentira entrenada,
su simulación.
–¿Podrían ser
grandes actores?
–¿Podrían actuar
durante años?, ¿podrían fingir toda su vida?, ¿se atreverían a negarse a sí
mismos hasta esos extremos?
–Hay gente capaz
de todo.
–Y existen las
personas capaces de detectarlos a tiempo.
–Bien, De
acuerdo. Me entregará lo antes posible un texto breve que me convenza de que es
digno de ser admitido en esta Academia.
(Y hablar siempre con
el sentido del humor más amable, más irónico, persuasivo, humano, gracioso,
educado).
9
Vivir en Olanda, la estrella que acompaña a los
Reyes Magos y a las Reinas con magia.
…El aspirante podría ser, como en parte se ha dicho,
García Márquez, Vargas Llosa o Pablo Neruda, Italo Calvino o San Juan de la
Cruz, Miguel Hernández o Philip Glass.
Y este es el
texto que entregó y que lo hace merecedor de permanecer aquí tanto tiempo como
desee:
No vivo en la
Luna, sino en cientos y en miles y en millones de lunas, y salto y vuelo y
alucino y orbito de unas a otras continuamente sin demasiados problemas de
cálculo.
No soy
idealista, soy partidario de más realidades que las catalogadas en los
Diccionarios y Enciclopedias Razonadas, y de más ideales que los humanos
todavía no han soñado ni se han atrevido a imaginar.
No tengo los pies
en el suelo porque hay alturas y suelos y giros y círculos y atmósferas y
cielos más elevados a los que muchos no quieren o no se atreven a llegar.
No he sentado la
cabeza porque mis cabezas y mis sentidos prefieren volar y soñar despiertos,
porque tiene que haber sillas voladoras y cabezas capaces de hacer círculos en
el aire.
No estoy
soñando, es que he conocido la belleza esencial y mis ojos no mienten, no me
engañan, tienen un detector ultrasensible e infalible de armonías.
No presumo de
estar en el cielo, pero conozco qué, quién, cómo, cuándo, dónde, de qué modo y manera,
y en qué circunstancia se hace posible el Paraíso.
No soy la sombra
de nada, sino el sueño de todo, la grandilocuencia desproporcionada, la oculta
pretensión del universo de crecer y expandirse y de llenarlo todo de luz.
No soy la vida, pero
todo lo que existe quiere llegar al esplendor de los cometas y a disponer la
materia para que se den anillos de Saturno en todos los planetas inquietantes.
No soy la
estabilidad, porque me muevo y en esa energía se despliega conmigo la
superabundancia de fuerzas de todo lo que existe y se hace milagro de luz en cada
mirada.
No estoy tan
despistado y, si estuviese confundido, mi caso no sería mucho más grave que los
que pretenden entenderlo y explicarlo y ordenarlo y catalogarlo todo.
No soy el más
exagerado. Al fin y al cabo aspirar a lo más alto, o al menos dibujarlo o registrarlo,
es lo mínimo que se le puede exigir a un buen cartógrafo.
No soy del
sistema, tampoco antisistema, vivo como si tuviera que seguir las pistas que se
han dispuesto para que reconozca las mil gracias derramadas pero no perdidas ni
extraviadas.
No vivo para mí
porque sería egoísta, ególatra, egocéntrico, narcisista, estúpido, aburrido y
muy poco inteligente, vivo para que la vida sea saltimbanqui, circo del Sol y
de la Luna, espectáculo de árboles que viven y adelantan la primavera cada día.
(Que viva donde
quiera, pero que viva. Que se llene de toda la belleza del mundo, que no la
despilfarre y que viva. Que desee y logre lo que quiera, pero que ame y viva
por todos los puntos cardinales).
10
El inicio del tiempo
…Marcela
cuenta en esta especie de fábula lo que pudo haber sido el comienzo del tiempo
con unos dioses inmunes a la impermanencia. Mientras tanto la vida continuaba.
Todos seguían leyendo y escribiendo, pintando y dibujando, componiendo música y
haciendo esculturas, ampliando el espacio de la Academia Hiperbórea de los
Altos Valores Éticos, Estéticos, Literarios y Espirituales. Así era la música
en los buenos tiempos.
En el principio el Tiempo
no quería comenzar, ni siquiera presionado por los dioses supremos; sabía que
cuando empezase todo sería irremediable e irreversible y ya nada, ni siquiera
lo más insignificante, tendría vuelta atrás, por eso se resistía con todas sus
fuerzas. Se formarían universos y se expandirían en el espacio y en sí mismo,
aparecerían galaxias y estrellas y planetas y asteroides y se iniciaría la
erosión de las rocas y el envejecimiento y el cansancio de los seres vivos, el
desarrollo estelar y la muerte del ser y del arte, aparecerían el abandono del
silencio primordial y la entropía inevitable, también se presentarían la
evolución y la historia, la vida y la muerte mismas.
La realidad -en la que
todavía no habían aparecido las cosas, los objetos, los seres, los árboles, las
montañas, las rocas y los gases- estaba indecisa; no sabía muy bien si lo mejor
para ella era perseverar en su ser permanente o dejarse llevar como un fluido
continuo.
Casi todos los dioses,
hasta entonces eternos e inmortales, querían el tiempo para los mortales,
pensando que solo sabiéndose finitos y caducos, y por tanto vulnerables,
aceptarían -aunque fuese tarde y a regañadientes- su condición de ínfimos
fragmentos dispersos por la materia vana en el inmenso cosmos apenas conocido.
Pero no todos los dioses
estaban de acuerdo con Cronos. Ánticro defendía la eternidad para todos los
seres humanos, incluso para todos los seres vivos, por eso consideraba que
había que concederles a todos la oportunidad perenne de ser, de estar y de
existir para siempre y, evidentemente, eso requería que el plan de la
existencia fuese muy bueno. No se podía eliminar la muerte y mantener el dolor,
la miseria, la injusticia y el sufrimiento, ni siquiera el aburrimiento era
admisible.
Ánticro argumentaba que
sería una pobre y triste creación de unos dioses soberbios y engreídos, crear o
engendrar o permitir criaturas tan finitas y deficientes.
–“¡Han de aceptar lo
que les toque!”, “¡tienen que resignarse!”, “¡deben incluso lograr la
imperturbabilidad ante las desgracias!”, decían otros dioses partidarios de
mantener sus privilegios de eternidad e inmortalidad.
–Caer en el tiempo no
es ninguna maravilla ni les va a hacer ninguna gracia, ¡es una condena de
muerte!, decía Ánticro.
–Crearlos intemporales,
como nosotros, sería invadir y llenar el ser de demasiados dioses y seres
perfectos, respondían Zeus y Cronos al unísono.
–¿Acaso se puede tener
miedo de repartir el infinito?, ¿sería menos duradera la eternidad si fuese
compartida? Si son dioses y son felices y perfectos como nosotros, ¿qué temor
podéis albergar a que nos disputen los territorios de la perfección?, volvía a
razonar Ánticro en su defensa.
–Un número infinito de
dioses omnipotentes y perfectos en unos universos inconmensurables en el Ser Infinito
es una idea extravagante, ni siquiera la entenderían los dioses matemáticos,
mantenía Apolo.
–Es muy fácil legislar
contra los débiles, ¿no sentís compasión por su capacidad para anhelar más de
lo que pueden llegar a ser?, ¿no notáis ya la tragedia de su insuficiencia?,
¿no sois capaces de adivinar su melancolía?, volvía a intervenir Ánticro en la
Asamblea de Dioses.
–¡No existen todavía y
ya nos están dando problemas!, intervino entonces Atenea.
–Pero no debemos
olvidar que ellos, los humanos, serán los que nos descubran y nos alaben, los
que defiendan la Belleza y la Poesía, los que nos construyan los más hermosos
templos, comentaba Afrodita.
–En efecto, seres tan
nobles no merecen ser mortales; si fuésemos justos les tendríamos que conceder
nuestra misma eternidad y capacidad, volvió a participar Ánticro.
–No es un asunto fácil
de resolver, el tema de la naturaleza humana no está nada claro y si a eso le
añadimos la brevedad de su vida nos encontramos con unos problemas físicos y
metafísicos tremendos, concluyeron Zeus y Júpiter.
–Si el tema de su
naturaleza no está claro será un problema nuestro, no suyo, insistía Ánticro.
–No es tan sencillo, si
modificamos su naturaleza serían como nosotros, decían Zeus y Júpiter.
-Está claro que no
queréis que sean iguales que nosotros, afirmó Ánticro.
-Dicho así suena
bastante mal, pero está claro que si todos los seres fueran dioses entonces es
como si nadie fuese Dios, reconocieron los demás dioses.
–Al menos, si no
queremos o no sabemos o no podemos crearlos eternos en el tiempo, démosles
alguna pista para que puedan descubrir o adivinar el infinito que se están
perdiendo, volvió a hablar Ánticro.
–Las musas podrían
visitarlos, las grandes montañas insinuarles alguna grandeza, las luces doradas
del Sol al amanecer y al atardecer podrían también indicarles el compás del
tiempo infinito, dijeron Afrodita y Venus.
–Entenderán el eterno
retorno del tiempo mismo, añadieron Zaratustra y Dionisos.
–Sí, concedámosles la
Belleza, al menos tendrán algo a lo que aferrarse, algunos signos de lo
inmenso, algunos símbolos de lo inabarcable, algunos indicios de todo aquello
de lo que se les ha privado por esta decisión arbitraria y caprichosa de unos
dioses egoístas y consentidos, afirmó Ánticro.
–No es egoísmo, los
dioses somos los dioses, los humanos son humanos, cada uno tiene su destino,
argumentaron Júpiter y Zeus.
–¿Desde cuándo los
dioses supremos están sometidos al destino?, ¿es que no pueden cambiarlo?, ¿es
que no se atreven?, preguntó Ánticro.
–Sea, concedámosles a los
humanos la posibilidad de adivinar a través de la Belleza todo lo que hay de
felicidad en lo eterno, lo que hay de gozoso en la inmortalidad y lo que hay de
alegría en el infinito, sentenciaron Zeus, Júpiter y Dios.
–Al menos tendrán algo
a lo que asirse cuando las cosas no les salgan demasiado bien, comentó Ánticro.
–Estaremos atentos a
todo lo que hagan, sentenciaron los dioses supremos.
–Pero nuestra tarea no
debe ser solo “vigilar y castigar”, también debería ser mostrar, fascinar,
encantar y acompañar, concluyó Ánticro.
–En el fondo el asunto
es irresoluble y parece que está por encima de nuestras posibilidades, dijeron
los dioses escépticos.
–En el fondo lo que
parece es que realmente nadie quiere resolverlo, volvió a concluir Ánticro.
(El tiempo ya está
aquí, ya lo tenemos. O tal vez sea de otra manera, que nosotros estamos aquí y
es el tiempo el que nos tiene. En cualquier caso no debemos desperdiciarlo ni
perderlo. De hecho el tiempo no puede intercambiarse ni cederse.
Lo que si podemos hacer
es coleccionar relojes de arena, mecánicos o electrónicos y mantenerlos
parados. Sería una inútil rebeldía, una impertinente resistencia, como si
pudiéramos detenerlo).
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