Después de muchos años había empezado a entender los errores cometidos, tal vez eso sea inevitable ya que tampoco los humanos vamos a descubrirlo todo de repente.
Había creído, desde la primera mañana en que se habían conocido, que amar sin medida era lo que quería, podía, sabía y debía hacer; que darlo todo era tan vital como necesario, que sólo apostando al límite de lo imposible sabrían los dos que no había mentira ni cálculo interesado, que ni siquiera estaba preparado un plan B de retirada para un hipotético naufragio.
Se había olvidado de tomar precauciones, cuando se juega a ser un dios exagerado no se suelen escuchar los consejos de la prudencia ni las recomendaciones a la sensatez de la Dirección General de Tránsito, esas que anunciaban en sus campañas constantemente frases del mismo estilo: "En el mismo fin de semana del año pasado se separaron 52 parejas", "Respete la debida distancia personal de seguridad", "La velocidad excesiva en el amor es la principal causa de confusiones", "Utilice el presente como cinturón de seguridad"...
Ella se había dado cuenta muy pronto de que todas sus explosiones de supernova no eran más que una muestra de barroquismo infantil, una falta de estilo claro y definido o, peor aún, un indicio de churrigueresquismo inmaduro, por no decir directamente un churro.
Mientras que para ella menos era más, para él, tan elemental y simple como sencillo, más era lo máximo, y aún más si se pudiera; y así no se producían opciones para la armonía.
No es que ella utilizase siempre una hoja de cálculo, es que él se excedía en el fondo y en la forma y siempre, "siempre" -que ya hay que ser atrevido- estaba dispuesto y se olvidaba de que su amor podría tener, como tantos otros, la misma caducidad que los permisos de circulación de sentimientos humanos.
No es que él tuviese un pelo de tonto, ni de listo -para ser sinceros y exactos hay que decir que iba camino de no tener ni un solo pelo-, es que al encontrarla no cabía en sí de gozo, no podía dejar de festejarlo y de celebrarlo, y todo sin orden ni equilibrio ni concierto, sin ajustarse a las dosis prescritas y adecuadas por los sabios imperturbables, sin pensar que cada día tenía sus afanes y sus horas, que seguro que no serían muchas más de 44.
Y mientras ella sentía su amor como una invasión en toda regla y pensaba: ¡por favor, no me des tanto, no lo necesito, no soy tan pobre!; ¡no lo quiero todo, déjame respirar y desahogarme!; ¡no me acompañes siempre, quiero ser la que soy, sin perder voluntariamente mi libertad!; ¡no me transformes, no quiero anularme!; ¡no me invadas ni siquiera de dulzura, déjame vivir a mi aire!; ¡no me quieras tanto, el amor pesa demasiado!; ¡no te entregues tanto, reserva algo para tus propios desafíos!... él seguía buscando metáforas infinitas en el eco del Big Bang.
Han tenido que pasar años y 20 años más para que por fin llegase a cierta sensación de sencillez y de rejuvenecimiento, cuantos más años cumple más ligero se siente, más libre y hasta se arregla con menos equipaje conceptual.
Ahora entiende el consejo que le habían dado, que debía estar dispuesto para el amor, pero no para amar como una avalancha que impide la levitación. A veces todos deseamos ser un colibrí.
Ahora recuerda que nadie debe cargarse de razón, no entendemos tanto de lo esencial, no lo sabemos todo, ignoramos tanto que lo más lógico es la humildad del que habla sin ofender, del que sólo expone su punto de vista.
Ahora ya es capaz de apreciar la delicadeza del que sabe que no debe inundarse a nadie de deber, que el amor absoluto es una especie de carga absoluta o de pérdida inmensa de libertad y que no se le puede pedir a nadie que sea lo que no quiere, ni que cargue con otro ser que se ofrece de tal modo que más que invitar a vivir parece un minusválido necesitado de constantes atenciones.
martes, 20 de diciembre de 2011
La expedición
La última expedición financiada por la Real Academia de las Artes y las Ciencias de la Real República de Polombia para demostrar la existencia de los dioses llegó, como todas las anteriores, a posiciones discutibles que no hicieron más que agudizar las felices contradicciones de los exploradores, aumentar las tensiones poéticas entre los expedicionarios y llenar de grandes y gozosas incertidumbres a los más relumbrados académicos.
Las conclusiones se presentaron, de un modo tan sintético como geométrico, en sesión solemne en la Real Academia de las Artes y Ciencias Poéticas de Polombia:
Señoras y señores académicos, estamos aquí reunidos en esta solemne sesión a la que hemos sido convocados para valorar los gratos resultados de la gran expedición intersolar que tenía como objetivo demostrar la existencia de los Dioses, para aportar signos de su existencia o para hacer verosímil la hipótesis de este histórico pensamiento.
Los más grandes, lúcidos, inteligentes y perspicaces filósofos, artistas, escritores y científicos se han embarcado en esta tarea durante milenios y hoy es un honor para nosotros, los representantes del Conocimiento Elevado, recibirlos, reconocerlos y anunciar al mundo que tenemos noticias y no esperanzas, datos y no sugerencias, verdaderas pruebas que nos indican que la hipótesis de la existencia de los Dioses Solares no sólo no es inverosímil sino que es tan verdadera como correcta.
Cuando nuestros investigadores, después de recorrer hipermundos y universos múltiples, se encontraron con aquellos seres ingrávidos, no les quedó ninguna duda de que era la prueba que les faltaba para demostrar la existencia de los Dioses iluminantes.
Desde la antigüedad se sabía que la luz, la alegría, la vida, el amor, la ilusión, el vuelo, la belleza, las flores, el sol, la primavera, la sonrisa, la concordia, la paz, el entusiasmo, el arte, las palabras... eran los signos de la divinidad. Ahora hemos encontrado las piezas del rompecabezas que demuestran que la posibilidad de los Dioses Pensados es Real y que sólo unas Diosas, o unos Dioses muy sensibles, podrían haber creado seres de una especie tan ligera, liviana y aérea.
Filósofos como Nietzsche, escultores como Calder, músicos como J. S. Bach, pintores como Miró, científicos como Newton, escritores como Italo Calvino... nos habían adelantado sus visiones. Pero es ahora, y ante la presencia de estos hechos irrefutables, cuando podemos asegurar ante el mundo que todo lo que existe es el legado de un cálculo inspirado, de un designio ajustado que nos lleva a la armonía del gozo, a la alegría del placer, a la serenidad de la nieve, a la ingravidez del vuelo que nos ocupa.
Si alguien persiste en negar las evidencias y se niega a aceptarlo, no debemos rechazarlo ni expulsarlo de nuestra compañía, hemos de dejarlo asistir a la Gran Fiesta Universal en la que se ha de celebrar el vuelo inofensivo, los colores que flotan, la sonrisa ondulada, la vida de la curva entusiasta.
Es posible que para algunos todavía esto sea insuficiente para calmar sus ansias de inmortalidad, pero podemos afirmar definitivamente que hay otros mundos, pero que están en éste; que hay otras vidas, pero están en ésta; que hay otros espacios y tiempos disponibles, pero que todos están en el alma del Colibrí.
No queremos con esto limitar de ningún modo las pretensiones de eternidad e infinitud de autores como Espinosa o Borges, sólo deseamos mostrar la belleza de esta verdad que asciende y vuela. Hasta aquí hemos llegado y serán las generaciones futuras las que deberán juzgar nuestro nivel de acierto.
Las conclusiones se presentaron, de un modo tan sintético como geométrico, en sesión solemne en la Real Academia de las Artes y Ciencias Poéticas de Polombia:
Señoras y señores académicos, estamos aquí reunidos en esta solemne sesión a la que hemos sido convocados para valorar los gratos resultados de la gran expedición intersolar que tenía como objetivo demostrar la existencia de los Dioses, para aportar signos de su existencia o para hacer verosímil la hipótesis de este histórico pensamiento.
Los más grandes, lúcidos, inteligentes y perspicaces filósofos, artistas, escritores y científicos se han embarcado en esta tarea durante milenios y hoy es un honor para nosotros, los representantes del Conocimiento Elevado, recibirlos, reconocerlos y anunciar al mundo que tenemos noticias y no esperanzas, datos y no sugerencias, verdaderas pruebas que nos indican que la hipótesis de la existencia de los Dioses Solares no sólo no es inverosímil sino que es tan verdadera como correcta.
Cuando nuestros investigadores, después de recorrer hipermundos y universos múltiples, se encontraron con aquellos seres ingrávidos, no les quedó ninguna duda de que era la prueba que les faltaba para demostrar la existencia de los Dioses iluminantes.
Desde la antigüedad se sabía que la luz, la alegría, la vida, el amor, la ilusión, el vuelo, la belleza, las flores, el sol, la primavera, la sonrisa, la concordia, la paz, el entusiasmo, el arte, las palabras... eran los signos de la divinidad. Ahora hemos encontrado las piezas del rompecabezas que demuestran que la posibilidad de los Dioses Pensados es Real y que sólo unas Diosas, o unos Dioses muy sensibles, podrían haber creado seres de una especie tan ligera, liviana y aérea.
Filósofos como Nietzsche, escultores como Calder, músicos como J. S. Bach, pintores como Miró, científicos como Newton, escritores como Italo Calvino... nos habían adelantado sus visiones. Pero es ahora, y ante la presencia de estos hechos irrefutables, cuando podemos asegurar ante el mundo que todo lo que existe es el legado de un cálculo inspirado, de un designio ajustado que nos lleva a la armonía del gozo, a la alegría del placer, a la serenidad de la nieve, a la ingravidez del vuelo que nos ocupa.
Si alguien persiste en negar las evidencias y se niega a aceptarlo, no debemos rechazarlo ni expulsarlo de nuestra compañía, hemos de dejarlo asistir a la Gran Fiesta Universal en la que se ha de celebrar el vuelo inofensivo, los colores que flotan, la sonrisa ondulada, la vida de la curva entusiasta.
Es posible que para algunos todavía esto sea insuficiente para calmar sus ansias de inmortalidad, pero podemos afirmar definitivamente que hay otros mundos, pero que están en éste; que hay otras vidas, pero están en ésta; que hay otros espacios y tiempos disponibles, pero que todos están en el alma del Colibrí.
No queremos con esto limitar de ningún modo las pretensiones de eternidad e infinitud de autores como Espinosa o Borges, sólo deseamos mostrar la belleza de esta verdad que asciende y vuela. Hasta aquí hemos llegado y serán las generaciones futuras las que deberán juzgar nuestro nivel de acierto.
La vida entera
Cuando llegó por primera vez a ver la vida entera se dijo a sí mismo: ¡impresionante!; entonces, después de haber visitado millones de mundos habitados, decidió residir en la Tierra y dedicarse a lo mejor, a encontrarla. Se trataba de una luz dorada irresistible, difícil de atrapar incluso con la mejor tecnología telefotográfica.
Se puede asegurar que cuánto más la conocía más a gusto se encontraba, por eso sólo se dedicaba a contemplar el aire, a mirar las ondulaciones concéntricas que provocan las gotas de agua que caen de los puentes más altos sobre la superficie de los ríos, a mirar las hojas amarillas de los álamos y a soñar reflejos abstractos que respiran como si fuesen puntos suspensivos.
Pero no todo son esperas y dilaciones, cuando la terca realidad le deja, su alma se eleva, recupera su esencia, sonríe y se ilumina. Seguramente algún observador externo bien intencionado indicaría que es difícil encontrar extravío y desorientación semejantes, pero al parecer no puede hacer otra cosa que seguir el rumbo perdido del feliz naufragio de su ser.
Que el tiempo pase así, de cualquier forma, no deja de ser un fallo de la naturaleza, que tanto se nos resiste; algún día, cuando dominemos las leyes poéticas del tiempo, llegaremos a alcanzar el dominio de las alturas de oro.
Se puede asegurar que cuánto más la conocía más a gusto se encontraba, por eso sólo se dedicaba a contemplar el aire, a mirar las ondulaciones concéntricas que provocan las gotas de agua que caen de los puentes más altos sobre la superficie de los ríos, a mirar las hojas amarillas de los álamos y a soñar reflejos abstractos que respiran como si fuesen puntos suspensivos.
Pero no todo son esperas y dilaciones, cuando la terca realidad le deja, su alma se eleva, recupera su esencia, sonríe y se ilumina. Seguramente algún observador externo bien intencionado indicaría que es difícil encontrar extravío y desorientación semejantes, pero al parecer no puede hacer otra cosa que seguir el rumbo perdido del feliz naufragio de su ser.
Que el tiempo pase así, de cualquier forma, no deja de ser un fallo de la naturaleza, que tanto se nos resiste; algún día, cuando dominemos las leyes poéticas del tiempo, llegaremos a alcanzar el dominio de las alturas de oro.
La luz de estos días
En los últimos siglos del segundo milenio, en aquella extraña civilización que los antiguos llamaban occidental, se desarrollaron durante los días más cortos del año unas raras, maravillosas y extraordinarias ceremonias con la luz.
Esta curiosa dedicación a la claridad había empezado con la respetuosa observación y el atento cuidado de las luciérnagas; siglos más tarde había faros encendidos que iluminaban el interior de los mares obscuros y que entraban con sus destellos en algunos hogares privilegiados.
Descubrieron que el secreto no residía en los globos de papel luminoso, poco después se dieron cuenta de que tampoco estaba en las velas y bombillas de Navidad que colocaban sobre elegantes y esbeltos árboles del norte. Más lejos siempre se veían algunas estrellas.
Pero tampoco eran los lejanos fulgores de los astros lo que buscaban. Siempre aparecía la Luna.
Y tampoco era la Luna llena ni los anillos de Saturno lo que miraban cuando el Sol se escondía.
Ni siquiera el Sol resplandeciente era lo que estaban esperando, el misterio de aquellas auroras boreales parecía residír en la alegría.
La luz de la alegría y la alegría de la luz, ese era el verdadero regalo que llenaba con las mejores intenciones el buen corazón y la mejor sonrisa de los humanos.
Y a eso lo llamaron Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo, Feliz Mundo Nuevo...
Faustino
Esta curiosa dedicación a la claridad había empezado con la respetuosa observación y el atento cuidado de las luciérnagas; siglos más tarde había faros encendidos que iluminaban el interior de los mares obscuros y que entraban con sus destellos en algunos hogares privilegiados.
Descubrieron que el secreto no residía en los globos de papel luminoso, poco después se dieron cuenta de que tampoco estaba en las velas y bombillas de Navidad que colocaban sobre elegantes y esbeltos árboles del norte. Más lejos siempre se veían algunas estrellas.
Pero tampoco eran los lejanos fulgores de los astros lo que buscaban. Siempre aparecía la Luna.
Y tampoco era la Luna llena ni los anillos de Saturno lo que miraban cuando el Sol se escondía.
Ni siquiera el Sol resplandeciente era lo que estaban esperando, el misterio de aquellas auroras boreales parecía residír en la alegría.
La luz de la alegría y la alegría de la luz, ese era el verdadero regalo que llenaba con las mejores intenciones el buen corazón y la mejor sonrisa de los humanos.
Y a eso lo llamaron Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo, Feliz Mundo Nuevo...
Faustino
lunes, 19 de diciembre de 2011
Los dioses
Los dioses y las diosas deberían guardar las apariencias, no sólo deben ser buenos, también deberían parecerlo.
viernes, 16 de diciembre de 2011
Un país especial
Realmente era un país muy especial, cuando llovía las personas también usaban paraguas, pero unos muy especiales, tanto que flotaban por encima de sus usuarios, que no necesitaban sujetarlos ni dirigirlos con sus manos; los paraguas simplemente hacían su trabajo de forma antigravitatoria y todos tan contentos. Y no es extraño que fueran tan dichosos si tenemos en cuenta que allí todo parecía especial y diferente.
Si nevaba abandonaban todo lo que estuvieran haciendo y a nadie se le ocurría preocuparse por el trabajo, la productividad o la actividad económica. Que el mundo fuese blanco era un regalo de los dioses, era estrenar la realidad de nuevo y por nada del mundo, valga la redundancia, se debería perder tanta belleza; además, cuando todo estaba nevado, había un silencio especial que debía ser respetado por todos, como si la armonía suprema consistiese en sentir la música de esa tranquilidad no profanada por ninguna pisada.
Lo que más trabajo costaba entender era el funcionamiento del espacio y del tiempo; el espacio tenía tantas dimensiones como desearas y las distancias se alargaban o disminuían a gusto de cada habitante. Si, por ejemplo, alguien necesitaba una habitación más grande sólo tenía que desearlo y empujar levemente las paredes precisas, de inmediato la sala se extendía hasta medir exactamente lo que uno quería; si necesitabas más habitaciones o más pisos hacías lo mismo, un gesto con las manos y se deslizaba el espacio y se creaba un nuevo lugar para escuchar música, una torre para ver a lo lejos o una nueva planta de la casa para que jugasen los niños. Desplazarse y viajar por su territorio era igual de extraordinario y divertido, se tardaba en llegar el tiempo que quisieras y el viaje podía ser tan largo como cinco vidas terrestres o tan inmediato como un suspiro.
El tiempo no era menos plástico ni dinámico, las diferencias entre el futuro y el pasado eran mucho menos precisas que fuera de Polombia, allí si a alguien le apetecía revivir constantemente y con variaciones una parte especialmente feliz de su vida, podía hacerlo cuantas veces quisiera, nadie iba a considerarlo una pérdida de tiempo ni una fijación sospechosa. Y si deseaba alcanzar su futuro antes de tiempo sólo tenía que concentrarse y lograrlo. Por eso en Polombia todos eran contemporáneos, todos se sentían viviendo la misma vida y no establecían diferencias entre jóvenes, maduros y viejos.
Si nevaba abandonaban todo lo que estuvieran haciendo y a nadie se le ocurría preocuparse por el trabajo, la productividad o la actividad económica. Que el mundo fuese blanco era un regalo de los dioses, era estrenar la realidad de nuevo y por nada del mundo, valga la redundancia, se debería perder tanta belleza; además, cuando todo estaba nevado, había un silencio especial que debía ser respetado por todos, como si la armonía suprema consistiese en sentir la música de esa tranquilidad no profanada por ninguna pisada.
Lo que más trabajo costaba entender era el funcionamiento del espacio y del tiempo; el espacio tenía tantas dimensiones como desearas y las distancias se alargaban o disminuían a gusto de cada habitante. Si, por ejemplo, alguien necesitaba una habitación más grande sólo tenía que desearlo y empujar levemente las paredes precisas, de inmediato la sala se extendía hasta medir exactamente lo que uno quería; si necesitabas más habitaciones o más pisos hacías lo mismo, un gesto con las manos y se deslizaba el espacio y se creaba un nuevo lugar para escuchar música, una torre para ver a lo lejos o una nueva planta de la casa para que jugasen los niños. Desplazarse y viajar por su territorio era igual de extraordinario y divertido, se tardaba en llegar el tiempo que quisieras y el viaje podía ser tan largo como cinco vidas terrestres o tan inmediato como un suspiro.
El tiempo no era menos plástico ni dinámico, las diferencias entre el futuro y el pasado eran mucho menos precisas que fuera de Polombia, allí si a alguien le apetecía revivir constantemente y con variaciones una parte especialmente feliz de su vida, podía hacerlo cuantas veces quisiera, nadie iba a considerarlo una pérdida de tiempo ni una fijación sospechosa. Y si deseaba alcanzar su futuro antes de tiempo sólo tenía que concentrarse y lograrlo. Por eso en Polombia todos eran contemporáneos, todos se sentían viviendo la misma vida y no establecían diferencias entre jóvenes, maduros y viejos.
Venía volando
VENÍA VOLANDO, FLOTABA
SONREÍA PARA CONSEGUIR
QUE EL COSMOS SE PRESENTARA BIEN CADA MAÑANA.
CUANDO SE ENCONTRARON
Todos los días los vivía con horarios bien programados,
CREÓ SU ALMA.
antes de comer trabajaba de hora en hora,
Aprendió a vivir
SABÍA EXISTIR SIN NECESITAR,
comía, descansaba un poco; por la tarde recortaba
CONSEGUÍA SER SIN PESO,
fragmentos del cielo
FRUTA AÉREA,
que deberían moverse como si volasen,
de su sonrisa hizo sustancia,
ALTURA SIN VÉRTIGO.
esencia y gracia
SIGUIÓ VOLANDO
como si viviese a través de aquellos
movimientos sutiles, casi ingrávidos.
NO SE DETENÍA
Se quedó en el aire, no caía.
como si la vida pudiese vivirse toda entera.
Y EN LAS NUEVAS TEMPORADAS DEL CIELO
INAUGURÓ PALABRAS DE ORO.
LE REGALÓ AL MUNDO LA SEDA COLIBRÍ,
LA BELLEZA DEL ESTE.
SONREÍA PARA CONSEGUIR
QUE EL COSMOS SE PRESENTARA BIEN CADA MAÑANA.
CUANDO SE ENCONTRARON
Todos los días los vivía con horarios bien programados,
CREÓ SU ALMA.
antes de comer trabajaba de hora en hora,
Aprendió a vivir
SABÍA EXISTIR SIN NECESITAR,
comía, descansaba un poco; por la tarde recortaba
CONSEGUÍA SER SIN PESO,
fragmentos del cielo
FRUTA AÉREA,
que deberían moverse como si volasen,
de su sonrisa hizo sustancia,
ALTURA SIN VÉRTIGO.
esencia y gracia
SIGUIÓ VOLANDO
como si viviese a través de aquellos
movimientos sutiles, casi ingrávidos.
NO SE DETENÍA
Se quedó en el aire, no caía.
como si la vida pudiese vivirse toda entera.
Y EN LAS NUEVAS TEMPORADAS DEL CIELO
INAUGURÓ PALABRAS DE ORO.
LE REGALÓ AL MUNDO LA SEDA COLIBRÍ,
LA BELLEZA DEL ESTE.
UN ENCUENTRO
Ellos mismos eran todo lo que tenían, cuando despertaban les tocaba hacer el trabajo más duro, colocar en el exterior el cartel de la obra que ese día representarían como “ESTRENO ABSOLUTO”, “ÚNICA FUNCIÓN”. Después, dada la facilidad con la que todo se desplazaba en aquel mundo, tenían que instalar en su sitio las sillas, las luces, los pasillos. Más tarde localizaban y montaban el escenario, siempre en construcción, y el texto; los decorados y la escenografía estaban a menudo por las nubes. Por último buscaban el vestuario y el maquillaje adecuados.
Todos los días tenían que colocar el cartel “LOCALIDADES PARA LA FUNCIÓN DE HOY”, para animar a alguien a entrar. Pocos espectadores quedaban ya para ver a un Romeo solo, a un Don quijote en Sierra Morena, a un Don Juan Tenorio venido a menos y a un San Juan de la Cruz cansado y algo escéptico; cuatro personajes solos con sus soliloquios patéticos y escondidos.
Por último, una vez comprobado que casi nadie entraba en el teatro, había que apagar las luces y atreverse a seguir otra noche con ánimo la función de reconstruirse a sí mismos.
(Romeo se lamenta de su soledad, se le van acercando Don Quijote, Don Juan tenorio y San Juan de la Cruz).
-Romeo (R): ¡Es despiadada esta hora en la que no veo a mi amada Julieta!, ¡es inhumano sostener su ausencia!
-Don Quijote (DQ): Perdone que le interrumpa en su soliloquio, joven, quisiera decirle que no está solo en estas penas de amor, también me encuentro sin mi amada Dulcinea del Toboso y puedo soportarlo.
-R: Así no arreglamos nada, dos penitentes no solucionan lo que debería ser una vida dulce y soleada.
-Don Juan tenorio (DJT): Estas cuestiones del amor no se solucionan con lamentaciones y quebrantos, sino con astucias y ánimo divertido.
-San Juan de la Cruz (SJC): Don Juan, vos habéis amado a muchas mujeres, pero seguro que hay una que es la que os ha dejado recuerdos imborrables.
-DJT: Sí, Doña Inés.
-DQ: ¡Curiosa manera de referirse a su amada, con un “Doña” delante!, ¿no sería suficiente decir “Inés del alma mía” o algo parecido?
-DJT: Admito la corrección, siempre y cuando se considere que en estos asuntos del amor no sabe más el que más presume.
-DQ: ¡Os veo bastante cuerdo y sensato!
-SJC: Por lo que veo todos hemos perdido a nuestro ser amado, todos vivimos en esta falta, a la espera, viendo que no vemos; se nos ha escondido la luz y de nada sirve clamar al cielo.
-DJT: También clamé al cielo y no me oyó, por eso he decidido hacer lo que me dé la gana en cada momento.
-R: La cuestión no es si los dioses intervienen en estos asuntos amorosos, sino si el amor es el mismo Dios.
-DQ: No parece exagerado señalar que si nuestro amor no es Dios debe ser lo más parecido que existe a la perfección.
-SJC: Sí, pero, ¿por qué un ser perfecto nos dejaría así?
-DQ: Sin duda por nuestra imperfección.
-R: Por presiones familiares.
-DJT: Por las restringidas reglas del decoro que cada época gusta disponer a su antojo.
-SJC: Porque no hemos merecido su presencia y su figura.
-DQ: Dulcinea será lo que yo quiera que sea para mí y no creáis que, porque parezco loco y altamente platónico, no controlo mi vida ni sé pensar con algo de pertinencia.
-DJT: Me parece que esa es una manera afortunada de hablar; tal vez toda la realidad sea sólo lo que nosotros queramos o dejemos que sea.
-R: Veo que habláis con distancia de vuestro amor, como si nada os fuese en ello, como si la vida no se deshilachase y perdiera en cada una de sus ausencias.
-SJC: Está claro que vivimos escondidos o perdidos, o que alguien se ha escondido de nosotros; gemimos, andamos huidos y, por más que clamemos, lo mejor no aparece.
-DJT: Para este negocio de la vida no hay soluciones, hay palabras, teorías, sensaciones, sonrisas, gestos...
-SJC: Cuando logras la iluminación llegas a ver, sonríes y ya lo sabes: no hay nada.
-R: Somos como las últimas personas que hablan un idioma a punto de desaparecer, ya no tenemos a casi nadie con quien comunicarnos.
-DQ: Y siempre acompañados de esa sensación de ser como farsantes, de vivir una vida menor de la que nos corresponde.
-DJT: ¡Curiosa vida es esta en la que, sin méritos conocidos, se les concede a unos tanto y a otros tan poco!
Todos los días tenían que colocar el cartel “LOCALIDADES PARA LA FUNCIÓN DE HOY”, para animar a alguien a entrar. Pocos espectadores quedaban ya para ver a un Romeo solo, a un Don quijote en Sierra Morena, a un Don Juan Tenorio venido a menos y a un San Juan de la Cruz cansado y algo escéptico; cuatro personajes solos con sus soliloquios patéticos y escondidos.
Por último, una vez comprobado que casi nadie entraba en el teatro, había que apagar las luces y atreverse a seguir otra noche con ánimo la función de reconstruirse a sí mismos.
(Romeo se lamenta de su soledad, se le van acercando Don Quijote, Don Juan tenorio y San Juan de la Cruz).
-Romeo (R): ¡Es despiadada esta hora en la que no veo a mi amada Julieta!, ¡es inhumano sostener su ausencia!
-Don Quijote (DQ): Perdone que le interrumpa en su soliloquio, joven, quisiera decirle que no está solo en estas penas de amor, también me encuentro sin mi amada Dulcinea del Toboso y puedo soportarlo.
-R: Así no arreglamos nada, dos penitentes no solucionan lo que debería ser una vida dulce y soleada.
-Don Juan tenorio (DJT): Estas cuestiones del amor no se solucionan con lamentaciones y quebrantos, sino con astucias y ánimo divertido.
-San Juan de la Cruz (SJC): Don Juan, vos habéis amado a muchas mujeres, pero seguro que hay una que es la que os ha dejado recuerdos imborrables.
-DJT: Sí, Doña Inés.
-DQ: ¡Curiosa manera de referirse a su amada, con un “Doña” delante!, ¿no sería suficiente decir “Inés del alma mía” o algo parecido?
-DJT: Admito la corrección, siempre y cuando se considere que en estos asuntos del amor no sabe más el que más presume.
-DQ: ¡Os veo bastante cuerdo y sensato!
-SJC: Por lo que veo todos hemos perdido a nuestro ser amado, todos vivimos en esta falta, a la espera, viendo que no vemos; se nos ha escondido la luz y de nada sirve clamar al cielo.
-DJT: También clamé al cielo y no me oyó, por eso he decidido hacer lo que me dé la gana en cada momento.
-R: La cuestión no es si los dioses intervienen en estos asuntos amorosos, sino si el amor es el mismo Dios.
-DQ: No parece exagerado señalar que si nuestro amor no es Dios debe ser lo más parecido que existe a la perfección.
-SJC: Sí, pero, ¿por qué un ser perfecto nos dejaría así?
-DQ: Sin duda por nuestra imperfección.
-R: Por presiones familiares.
-DJT: Por las restringidas reglas del decoro que cada época gusta disponer a su antojo.
-SJC: Porque no hemos merecido su presencia y su figura.
-DQ: Dulcinea será lo que yo quiera que sea para mí y no creáis que, porque parezco loco y altamente platónico, no controlo mi vida ni sé pensar con algo de pertinencia.
-DJT: Me parece que esa es una manera afortunada de hablar; tal vez toda la realidad sea sólo lo que nosotros queramos o dejemos que sea.
-R: Veo que habláis con distancia de vuestro amor, como si nada os fuese en ello, como si la vida no se deshilachase y perdiera en cada una de sus ausencias.
-SJC: Está claro que vivimos escondidos o perdidos, o que alguien se ha escondido de nosotros; gemimos, andamos huidos y, por más que clamemos, lo mejor no aparece.
-DJT: Para este negocio de la vida no hay soluciones, hay palabras, teorías, sensaciones, sonrisas, gestos...
-SJC: Cuando logras la iluminación llegas a ver, sonríes y ya lo sabes: no hay nada.
-R: Somos como las últimas personas que hablan un idioma a punto de desaparecer, ya no tenemos a casi nadie con quien comunicarnos.
-DQ: Y siempre acompañados de esa sensación de ser como farsantes, de vivir una vida menor de la que nos corresponde.
-DJT: ¡Curiosa vida es esta en la que, sin méritos conocidos, se les concede a unos tanto y a otros tan poco!
miércoles, 14 de diciembre de 2011
La Biblioteca de P
La Biblioteca Nacional de Polombia decidió encuadernar todas las hojas de los árboles, pensaban que de esa manera, cambiando de hojas, también aparecerían nuevas ideas, nuevos temas y objetivos para todos los lectores.
Cada otoño iniciaban una nueva colección y así se concedían el placer de recordar con todo lujo de detalles las ceremonias pasadas.
Meses más tarde, los bibliotecarios más intrépidos querían hacer lo mismo con las ramas más elevadas de los árboles, con las aves, con los cielos y con los sueños volátiles.
Cada otoño iniciaban una nueva colección y así se concedían el placer de recordar con todo lujo de detalles las ceremonias pasadas.
Meses más tarde, los bibliotecarios más intrépidos querían hacer lo mismo con las ramas más elevadas de los árboles, con las aves, con los cielos y con los sueños volátiles.
martes, 13 de diciembre de 2011
Eterna sonrisa
Del eterno retorno me gustaba que llegaba, venía y todo el ser se ajustaba perfectamente con la bondad, la belleza y la verdad de su sonrisa.
A LA ALTURA DEL AIRE- y 43
Juan les dejó escrito:
Él le diría algo hermoso, si pudiera...
En ese mismo instante una pintora daba una pincelada sobre el cuadro en el que estaba pintando, muy despacio -y con tiento- una casa...
Mientras tanto, un albañil terminaba de construir con exquisita atención la fachada de aquella vivienda tan antigua y moderna a un tiempo...
Una arquitecta estaba proyectando el edificio y aquella calle no demasiado alargada que se dirigía a las alturas...
Un urbanista dibujaba el nuevo barrio de una ciudad bonita y calmada, con un faro que saludaba al mar, que es el infinito a escala humana...
Una historiadora estudiaba la acumulación afortunada de personas, materiales, proyectos y acontecimientos en un lugar adecuado...
Un geólogo revisaba el movimiento suave que había permitido que conozcamos las ruinas de tantas historias y prehistorias...
Una astrónoma apasionada había formado un planeta lentamente y lo había enfriado poco a poco, con mimo...
Después, algo más tarde, llegaba un biólogo para entusiasmarse con la vida...
A partir de ahí los sistemas solares y lunares se mantenían en sus órbitas desarrolladas...
Y es que una diosa sonriente había colocado aquella galaxia en una vía de cariño, atención y cuidado...
Para que pudiera escribir lo que luego harían los dioses materiales, los que evolucionaron con la vida y que, en un día como este, le otorgaron el deseo de decirle algo, si pudiera...
Simón les contó Las vacaciones de Buda:
Te dejará acercarte, te enseñará todo lo que sabe con la mejor sonrisa, querrás estar a su lado siempre, pero un día Buda seguirá su camino.
Él le diría algo hermoso, si pudiera...
En ese mismo instante una pintora daba una pincelada sobre el cuadro en el que estaba pintando, muy despacio -y con tiento- una casa...
Mientras tanto, un albañil terminaba de construir con exquisita atención la fachada de aquella vivienda tan antigua y moderna a un tiempo...
Una arquitecta estaba proyectando el edificio y aquella calle no demasiado alargada que se dirigía a las alturas...
Un urbanista dibujaba el nuevo barrio de una ciudad bonita y calmada, con un faro que saludaba al mar, que es el infinito a escala humana...
Una historiadora estudiaba la acumulación afortunada de personas, materiales, proyectos y acontecimientos en un lugar adecuado...
Un geólogo revisaba el movimiento suave que había permitido que conozcamos las ruinas de tantas historias y prehistorias...
Una astrónoma apasionada había formado un planeta lentamente y lo había enfriado poco a poco, con mimo...
Después, algo más tarde, llegaba un biólogo para entusiasmarse con la vida...
A partir de ahí los sistemas solares y lunares se mantenían en sus órbitas desarrolladas...
Y es que una diosa sonriente había colocado aquella galaxia en una vía de cariño, atención y cuidado...
Para que pudiera escribir lo que luego harían los dioses materiales, los que evolucionaron con la vida y que, en un día como este, le otorgaron el deseo de decirle algo, si pudiera...
Simón les contó Las vacaciones de Buda:
Te dejará acercarte, te enseñará todo lo que sabe con la mejor sonrisa, querrás estar a su lado siempre, pero un día Buda seguirá su camino.
A LA ALTURA DEL AIRE-42
Miguel les leyó este cuento Zen (demasiado Zen):
Lo que más le gustaba de aquel monasterio Zen tan moderno no era su diseño arquitectónico tan hiperminimalista, tampoco el silencio blanco en el que vivían -que era espléndido-, ni siquiera la serenidad majestuosa que se respiraba en cada sala; lo que le fascinaba completamente era que, por primera vez en la Historia del Budismo Zen, había un monasterio verdaderamente humano, hombres y mujeres podían convivir juntos y que, en la nueva versión del Budismo Polombahayana, el deseo no era fuente de sufrimiento, el apego no era lo que debía superarse y la impermanencia permitía períodos de estabilidad de más de sesenta años.
Para ser sinceros, lo que le encantaba era que, siendo el más humilde de los discípulos principiantes, su maestra y su guía fuese una mujer muy instruida, la más sabia que había conocido, porque además de ser extraordinariamente inteligente y perspicaz era infinitamente buena, alegre y risueña.
Antes de ingresar en la Orden del Minimalismo Zen, había sido profesor de Altura Occidental y había alcanzado la iluminación cantábrica conzéntrica (versión zendonista del tantra yoga); pero, para su desgracia, la perfección del ser apenas duró unos meses y no hacía más que añorar el apacible y delicioso estado que había gozado y conocido, que había vivido -hasta la médula de la flor de loto- como dulzura del ser.
La entrada en un zenobio o, en su defecto, en un zenador, no era más que cuestión de tiempo; irremediablemente tendría que completar el ciclo de perfección que había iniciado.
San Juan de la Cruz, en la tradición occidental, había mostrado el camino para ascender, y él ya no tenía alternativa, o seguía su vocazeión o se traicionaba totalmente. Por supuesto se decidió por lo más sensato y prudente y, abandonando toda precaución temporal y material, inició los trámites para entrar en el Mínimal Zen. No era fácil, el monasterio Polombahayana Zen no estaba en ningún lugar geográfico conocido, tal vez ni siquiera existía temporalmente; no había reglas de entrada ni ritos de iniciación, pero la tradición señalaba un requisito imprescindible, había que realizar algo parecido a una ofrenda solar a la luz maestra que pretendías que te guiase y esperar su aceptación. No era nada sencillo, ya que normalmente los sabios quieren vivir retirados y serenos, sin atender las molestias constantes de los que se están iniciando.
Después de meses de búsqueda consiguió una obra deliciosamente Zen, una escultura Doble Zen, Doble Cielo, que podía interpretarse como: "estaría a su lado, pero sin molestar; se situaría cerca, no pegado, no impediría ninguno de sus mágicos movimientos; sería su discípulo magnético, y no tendría que ser responsable de nada ni de nadie; pensaría todo lo que le dijera, por eso respetaría profundamente todo lo que desease; estaría pendiente de todo, y seguiría siendo tan libre como hasta ahora; levitaría en liviana levedad, pero no caería nunca pesadamente sobre nadie; no sería una carga, ya que permanecería en el aire; lo admiraría casi todo, aunque no se atrevería ni a acariciar su alma..."
Le ofreció la obra con humildad a su maestro zenestial, pero agradeciéndole el gesto, decidió que todavía no estaba preparado, que debía cuidar él mismo a Doble Zen y, sin decírselo con claridad, le dio a entender que debía madurar muchísimo más si pretendía acercarse mínimamente al Jardín de las Delicias Zen que, con tanto acierto El Bosco había adivinado.
Con toda su racional inmadurez, con acumulaciones de mil lecturas poco y mal digeridas, con esa sensación de inautenticidad que le acompañaba casi siempre, proseguía la tarea de ennoblecer su ánimo y merecer algún día la suficiencia vital para acceder al zenielo.
A veces le insistía con la presencia y la figura, y ella -que dominaba ese curioso y cierto sistema de establecer distancias, que ponía su inmenso talento al servicio del silencio-, en su calma, le comunicaba que "para ir donde no sabes, debes ir por donde no sabes", con lo que -evidentemente- no lograba más que insistir en su no saber virtual, en su desconcierto Koan, en su ligero despiste existencial y así, irremediablemente, se quedaba a una vela (eso sí, de vainilla), ya que quedarse a dos velas sería demasiado recargado para el estricto protocolo del Mínimal Zen.
Poco importaba que le escribiese cortos o largos fragmentos desde su inzensata falta de sabiduría, muy pocos merecían su atención y, cuando lo lograban, los disolvía con pocas palabras, para decirle sin ninguna duda que le sobraban razones, que le daba mucha importancia a la lógica y al proceso, que se ahogaba en el exceso de palabras, que tenía que aprender a decir lo esencial y que, incluso eso, tenía que hacerlo ligero de lenguaje y sutil, como un colibrí-zen.
No desistía y, amparándose en su silencio o en sus breves frases que interpretaba como un suave permiso para proseguir sus patéticos intentos de acercarse, seguía enviándole hermosas palabras (de otros), fotos escogidas del mundo exterior, a veces le adjuntaba paisajes espléndidos donde siempre había estado -y no es que desease enseñarle algo, no se olvidaba de que no era más que un aprendiz, pero no le habría molestado nada haberle ayudado a descubrir un mínimo secreto, aunque sólo fuese un quark encanto-. Tenía que aprovechar las pocas oportunidades que se le habían concedido, el horizonte de posibilidades era limitado, tenía que arriesgarlo todo, no sabía bien qué hacer, inventar una historia o escribirle algo atrevido y absurdo, como si fuese un juego de sus admirados Les Luzenthiers; algo parecido a un koan hiper-zen: "Tú con tu tutú y yo con mi yoyó".
Después de cientos de intentos, ella un día le contestó: "Sí podemos: vuela". Y él pensó: ¡Por todas las diosas y los dioses!, ¡qué me aspen si entiendo una sola palabra!
Y aspado debió quedar, y pensativo, pero no cabizbajo, eso nunca, su cabeza siempre estaba muy alta, siguiendo en esto y en más cosas a otros grandes maestros Zen de su pasado, a los grandes Alezender Calder y a Friedrich Nietzsche y su famosa obra "Así habló Zenetustra".
¡La que había armado!, ¡en menudo lío se había metido!, había empezado a jugar (en el mejor sentido) con el método hermenéutico luthierano para interpretar su serenidad y sus palabras, y ahora se estaba viendo rodeado por cuatro zensajes suyos que superaban con creces su humilde capacidad de intelección. De todos modos no se rendiría, intentaría ascender a la cima del Monte Zenmelo, es más, incluso se atrevería a subir con una escalera, no por superar su altura, sino para divisar mejor los divinos paisajes que se contemplaban desde el Zenit de la gloria, allí donde la belleza reside y está siempre asegurada.
De acuerdo, recapitulaba, últimamente le había enviado el enigma zen del tornillo y el de los árboles, para cada uno de los cuales ella había tenido adecuada y oportuna respuesta, siempre breve es cierto, como corresponde a su alto grado de sabiduría conzentrada. Él no parecía estar muy dispuesto a admitir algunos elogios por el mensaje del tornillo, no los merecía; quien sabía de zenlatos no era él, él no era más que un gran aficionado, eso sí, ponía todo su empeño y atención por conocer los secretos del oficio, pero poco más.
Le parecía que sus respuestas le estaban sugiriendo algo que todavía no había descifrado, la "lluvia de flores" debía significar algo muy hermoso que no podía alcanzar; tenía que reflexionar muchísimo sobre esto, y tal vez ya no debería decir pensar, sino "zensar".
En este estado de cosas lo que colmaba casi todas sus ambiciones era esa respuesta al mensaje de los árboles; era literalmente cierto, habían podado los ailantos, los árboles del cielo, y por eso le escribió que no podían subir al Cielo. No era necesario explicar lo que significaba, pero él sí iba a precisar toda la ayuda del mundo para captar una mínima parte de lo que contenía su respuesta: “Sí podemos: Vuela".
Ese "Sí" que parece ser tan afirmativo, hiperpotente, vital, no era condicional, era absoluto, categórico, radicalmente necesario, casi imperativo. Ese "Sí" junto a "podemos" era majestuoso, sublime, embriagador, dionisíaco, un plural apasionante y hermoso, que le ofrecía interesantísimas y muy sugerentes posibilidades que, de momento, no se atrevía a comentar con nadie y mucho menos a escribir. Después le siguen esos dos puntos ":" tan explicativos y la palabra "Vuela", que parece decirle: ¡Vive!, ¡atrévete!, ¡sigue!, ¡crea!, ¡vas por buen camino!, ¡te espero en las alturas!... Pero claro, él no podía fiarse de su optimismo metafísico, no podía creerse todo lo que pasaba por su mente -suponiendo que la tuviera-, hasta ahora su habilidad semántica no le había sido de gran ayuda ni le había servido como garantía.
Seguramente no conseguiría entrar en la Orden Zen (ni siquiera en el desorden del zenáculo de las grúas de piedra) pero, aunque no lo lograse, no dejarían de tener cierta gracia e importancia sus desvaríos acerca de como imaginaba lo que para él sería la agradable, sin par y sublime convivencia y contemplación de la Idea del Zen. En torno a esa idea solía agrupar todos los intentos por corregir su propio destino, desde las delicias más extravagantes y cariñosas propuestas en el Codex Seraphinianus, hasta los variados paraísos gozosos de El Bosco, también los sonidos de la brisa al acariciar los magnolios floridos, los puentes sonrientes, las músicas de las alegresferas, las cúpulas celestiales y solares propias de su aura, de su aurora precisa y preciosa, y hasta el alegre zumbido de los zunzencitos y de las curiosas y alegres esculturas zenéticas.
Estaba claro, él no quería una última Zena, tampoco quisiera ser el último Zen, ni un juego de palabras como el Zen y cero de la Zenicienta.
Lo que más le gustaba de aquel monasterio Zen tan moderno no era su diseño arquitectónico tan hiperminimalista, tampoco el silencio blanco en el que vivían -que era espléndido-, ni siquiera la serenidad majestuosa que se respiraba en cada sala; lo que le fascinaba completamente era que, por primera vez en la Historia del Budismo Zen, había un monasterio verdaderamente humano, hombres y mujeres podían convivir juntos y que, en la nueva versión del Budismo Polombahayana, el deseo no era fuente de sufrimiento, el apego no era lo que debía superarse y la impermanencia permitía períodos de estabilidad de más de sesenta años.
Para ser sinceros, lo que le encantaba era que, siendo el más humilde de los discípulos principiantes, su maestra y su guía fuese una mujer muy instruida, la más sabia que había conocido, porque además de ser extraordinariamente inteligente y perspicaz era infinitamente buena, alegre y risueña.
Antes de ingresar en la Orden del Minimalismo Zen, había sido profesor de Altura Occidental y había alcanzado la iluminación cantábrica conzéntrica (versión zendonista del tantra yoga); pero, para su desgracia, la perfección del ser apenas duró unos meses y no hacía más que añorar el apacible y delicioso estado que había gozado y conocido, que había vivido -hasta la médula de la flor de loto- como dulzura del ser.
La entrada en un zenobio o, en su defecto, en un zenador, no era más que cuestión de tiempo; irremediablemente tendría que completar el ciclo de perfección que había iniciado.
San Juan de la Cruz, en la tradición occidental, había mostrado el camino para ascender, y él ya no tenía alternativa, o seguía su vocazeión o se traicionaba totalmente. Por supuesto se decidió por lo más sensato y prudente y, abandonando toda precaución temporal y material, inició los trámites para entrar en el Mínimal Zen. No era fácil, el monasterio Polombahayana Zen no estaba en ningún lugar geográfico conocido, tal vez ni siquiera existía temporalmente; no había reglas de entrada ni ritos de iniciación, pero la tradición señalaba un requisito imprescindible, había que realizar algo parecido a una ofrenda solar a la luz maestra que pretendías que te guiase y esperar su aceptación. No era nada sencillo, ya que normalmente los sabios quieren vivir retirados y serenos, sin atender las molestias constantes de los que se están iniciando.
Después de meses de búsqueda consiguió una obra deliciosamente Zen, una escultura Doble Zen, Doble Cielo, que podía interpretarse como: "estaría a su lado, pero sin molestar; se situaría cerca, no pegado, no impediría ninguno de sus mágicos movimientos; sería su discípulo magnético, y no tendría que ser responsable de nada ni de nadie; pensaría todo lo que le dijera, por eso respetaría profundamente todo lo que desease; estaría pendiente de todo, y seguiría siendo tan libre como hasta ahora; levitaría en liviana levedad, pero no caería nunca pesadamente sobre nadie; no sería una carga, ya que permanecería en el aire; lo admiraría casi todo, aunque no se atrevería ni a acariciar su alma..."
Le ofreció la obra con humildad a su maestro zenestial, pero agradeciéndole el gesto, decidió que todavía no estaba preparado, que debía cuidar él mismo a Doble Zen y, sin decírselo con claridad, le dio a entender que debía madurar muchísimo más si pretendía acercarse mínimamente al Jardín de las Delicias Zen que, con tanto acierto El Bosco había adivinado.
Con toda su racional inmadurez, con acumulaciones de mil lecturas poco y mal digeridas, con esa sensación de inautenticidad que le acompañaba casi siempre, proseguía la tarea de ennoblecer su ánimo y merecer algún día la suficiencia vital para acceder al zenielo.
A veces le insistía con la presencia y la figura, y ella -que dominaba ese curioso y cierto sistema de establecer distancias, que ponía su inmenso talento al servicio del silencio-, en su calma, le comunicaba que "para ir donde no sabes, debes ir por donde no sabes", con lo que -evidentemente- no lograba más que insistir en su no saber virtual, en su desconcierto Koan, en su ligero despiste existencial y así, irremediablemente, se quedaba a una vela (eso sí, de vainilla), ya que quedarse a dos velas sería demasiado recargado para el estricto protocolo del Mínimal Zen.
Poco importaba que le escribiese cortos o largos fragmentos desde su inzensata falta de sabiduría, muy pocos merecían su atención y, cuando lo lograban, los disolvía con pocas palabras, para decirle sin ninguna duda que le sobraban razones, que le daba mucha importancia a la lógica y al proceso, que se ahogaba en el exceso de palabras, que tenía que aprender a decir lo esencial y que, incluso eso, tenía que hacerlo ligero de lenguaje y sutil, como un colibrí-zen.
No desistía y, amparándose en su silencio o en sus breves frases que interpretaba como un suave permiso para proseguir sus patéticos intentos de acercarse, seguía enviándole hermosas palabras (de otros), fotos escogidas del mundo exterior, a veces le adjuntaba paisajes espléndidos donde siempre había estado -y no es que desease enseñarle algo, no se olvidaba de que no era más que un aprendiz, pero no le habría molestado nada haberle ayudado a descubrir un mínimo secreto, aunque sólo fuese un quark encanto-. Tenía que aprovechar las pocas oportunidades que se le habían concedido, el horizonte de posibilidades era limitado, tenía que arriesgarlo todo, no sabía bien qué hacer, inventar una historia o escribirle algo atrevido y absurdo, como si fuese un juego de sus admirados Les Luzenthiers; algo parecido a un koan hiper-zen: "Tú con tu tutú y yo con mi yoyó".
Después de cientos de intentos, ella un día le contestó: "Sí podemos: vuela". Y él pensó: ¡Por todas las diosas y los dioses!, ¡qué me aspen si entiendo una sola palabra!
Y aspado debió quedar, y pensativo, pero no cabizbajo, eso nunca, su cabeza siempre estaba muy alta, siguiendo en esto y en más cosas a otros grandes maestros Zen de su pasado, a los grandes Alezender Calder y a Friedrich Nietzsche y su famosa obra "Así habló Zenetustra".
¡La que había armado!, ¡en menudo lío se había metido!, había empezado a jugar (en el mejor sentido) con el método hermenéutico luthierano para interpretar su serenidad y sus palabras, y ahora se estaba viendo rodeado por cuatro zensajes suyos que superaban con creces su humilde capacidad de intelección. De todos modos no se rendiría, intentaría ascender a la cima del Monte Zenmelo, es más, incluso se atrevería a subir con una escalera, no por superar su altura, sino para divisar mejor los divinos paisajes que se contemplaban desde el Zenit de la gloria, allí donde la belleza reside y está siempre asegurada.
De acuerdo, recapitulaba, últimamente le había enviado el enigma zen del tornillo y el de los árboles, para cada uno de los cuales ella había tenido adecuada y oportuna respuesta, siempre breve es cierto, como corresponde a su alto grado de sabiduría conzentrada. Él no parecía estar muy dispuesto a admitir algunos elogios por el mensaje del tornillo, no los merecía; quien sabía de zenlatos no era él, él no era más que un gran aficionado, eso sí, ponía todo su empeño y atención por conocer los secretos del oficio, pero poco más.
Le parecía que sus respuestas le estaban sugiriendo algo que todavía no había descifrado, la "lluvia de flores" debía significar algo muy hermoso que no podía alcanzar; tenía que reflexionar muchísimo sobre esto, y tal vez ya no debería decir pensar, sino "zensar".
En este estado de cosas lo que colmaba casi todas sus ambiciones era esa respuesta al mensaje de los árboles; era literalmente cierto, habían podado los ailantos, los árboles del cielo, y por eso le escribió que no podían subir al Cielo. No era necesario explicar lo que significaba, pero él sí iba a precisar toda la ayuda del mundo para captar una mínima parte de lo que contenía su respuesta: “Sí podemos: Vuela".
Ese "Sí" que parece ser tan afirmativo, hiperpotente, vital, no era condicional, era absoluto, categórico, radicalmente necesario, casi imperativo. Ese "Sí" junto a "podemos" era majestuoso, sublime, embriagador, dionisíaco, un plural apasionante y hermoso, que le ofrecía interesantísimas y muy sugerentes posibilidades que, de momento, no se atrevía a comentar con nadie y mucho menos a escribir. Después le siguen esos dos puntos ":" tan explicativos y la palabra "Vuela", que parece decirle: ¡Vive!, ¡atrévete!, ¡sigue!, ¡crea!, ¡vas por buen camino!, ¡te espero en las alturas!... Pero claro, él no podía fiarse de su optimismo metafísico, no podía creerse todo lo que pasaba por su mente -suponiendo que la tuviera-, hasta ahora su habilidad semántica no le había sido de gran ayuda ni le había servido como garantía.
Seguramente no conseguiría entrar en la Orden Zen (ni siquiera en el desorden del zenáculo de las grúas de piedra) pero, aunque no lo lograse, no dejarían de tener cierta gracia e importancia sus desvaríos acerca de como imaginaba lo que para él sería la agradable, sin par y sublime convivencia y contemplación de la Idea del Zen. En torno a esa idea solía agrupar todos los intentos por corregir su propio destino, desde las delicias más extravagantes y cariñosas propuestas en el Codex Seraphinianus, hasta los variados paraísos gozosos de El Bosco, también los sonidos de la brisa al acariciar los magnolios floridos, los puentes sonrientes, las músicas de las alegresferas, las cúpulas celestiales y solares propias de su aura, de su aurora precisa y preciosa, y hasta el alegre zumbido de los zunzencitos y de las curiosas y alegres esculturas zenéticas.
Estaba claro, él no quería una última Zena, tampoco quisiera ser el último Zen, ni un juego de palabras como el Zen y cero de la Zenicienta.
A LA ALTURA DEL AIRE-41
Federico quiso hacerles un regalo final:
EL HEDONISMO ZEN
El Hedonismo Zen es el despertar al engrandecimiento-esplendor-felicidad-expansión-alegría-gozo-placer de la vida. Está constituido por todas las personas que lo “desean” y que “prefieren”, “eligen” y “deciden” libre y voluntariamente respetar los principios que nos mueven e inspiran; por eso recordamos “aquí y ahora” los fundamentos; así los revisamos y los pensamos, los intuimos y los recreamos.
I. Todos los seres inteligentes y sensibles, y hasta las que no lo son, tienen el derecho y el deber de vivir buscando y encontrando el placer, el gozo, el disfrute, la alegría, la felicidad, la serenidad, la armonía, la buena disposición, el bienestar... ya que son el Bien supremo de la vida, es decir, de la Belleza, de la Perfección y de la Verdad que reluce en nuestros asuntos terrenales. El deseo de placer como Sumo Bien no es, contra lo que algunos prefieren interpretar, una facultad inferior del deseo propia de los brutos, sino una facultad tan superior, racional e intelectual como la más elevada que podamos imaginar.
Que los seres humanos vivan y mueran, si es que es inevitable, pero que sean felices. Y que nadie desperdicie la vida, que nadie la abandone o la deje sin usar, que nadie se acobarde para utilizarla como mejor le convenga.
II. Los hedonistas Zen no son inconscientes ni irracionales, ni locos ni exagerados, no son fanáticos de la intuición ni de la razón ni del placer; simplemente eligen, después de profundas y largas meditaciones, según un cálculo feliz, el principio que consideran más afortunado, el que proporciona más y mayor felicidad-placer-alegría-gozo (tanto placeres materiales, físicos, útiles, vitales, sensibles y actuales, como espirituales, artísticos, mentales, culturales...) a más personas, y menos infelicidad-dolor-desgracia-sufrimiento a los seres humanos.
El placer de vivir hay que agradecerlo y compartirlo, porque nos complace, nos da satisfacción, diversión y entretenimiento; no deberían existir impedimentos ni dificultades para disfrutarlo.
III. El Hedonismo Zen es, por tanto, pacifista, pacífico y antimilitarista, ¿cómo va a desear la guerra, el sufrimiento, el dolor, la destrucción y la desolación alguien que “quiere” para todos los seres humanos las mismas oportunidades de felicidad, placer y entusiasmo?
También es “placer”, según el Diccionario de la Real Academia Española: 1. Un banco de arena o piedra en el fondo del mar, llano y de bastante extensión.
2. Un arenal donde la corriente de las aguas depositó partículas de oro.
3. La pesquería de perlas en las costas de América.
Es decir, una duna submarina, una duna que es un tesoro y unas perlas preciosas.
IV. El Hedonismo Zen es, por tanto, humanista y se mueve para conseguir la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia y la fraternidad para y entre todos los seres humanos. También la iluminación, la sabiduría y la visión fáustica. Y mira que podría ser fácil.
V. El Hedonismo Zen busca y practica la libertad con, por y para todos los seres humanos -como no podría ser de otra manera dado que intenta ser coherente con sus principios-; libres, libres de ataduras, de compromisos, de contratos, de anillos y de normas, sin indicar con esto que no haya que respetar lo que se “quiera”, “ame”, “necesite” o se “desee” respetar. Respetemos nuestros deseos y los de todos, respetemos también la pasión y el entusiasmo.
VI. El Hedonismo Zen cree, sostiene y vive de acuerdo al principio de igualdad entre los seres humanos y esto quiere decir que el hedonista no es fascista ni machista ni dictador, no es imperialista ni colonialista, no es egoísta ni acaparador, no es violento ni agresivo, no es clasista ni racista; por eso es tan generoso como desprendido, tan diplomático como dionisíaco, tan divertido como enigmático y simpático, tan elegante como embriagado y hasta tan delicado como exagerado. El hedonista zen trata a los demás como le gusta y le encanta que lo traten a él, como le gustaría y le encantaría ser tratado, con amabilidad, con educación, con atención, con placer y con encanto.
VII. El hedonismo Zen no es egoísta, es partidario de la fraternidad universal y de la participación en los placeres (los mejores son los compartidos), del acercamiento de y entre los seres humanos, del amor (en todos sus sentidos), de la amistad (desde la más tímida a la más exagerada), de la camaradería (desde los buenos compañeros a los más fascinantes y divertidos), de la solidaridad, de las mejores ideas y sentimientos de la Historia de la Humanidad (“Amaos los unos a los otros”). Faltar a la fraternidad es un grave pecado, por eso el Hedonismo Zen es pacifista, pacífico y antimilitarista (III). El Hedonismo Zen también dice: “Haz el amor y no la guerra”.
VIII. El Hedonismo Zen no es el disfrute de todos los placeres sin medida, de cualquier manera y sin atender a las consecuencias. Al contrario, el hedonista zen goza y disfruta mucho más en los placeres merecidos, sencillos, maduros, sensatos, convenientes y prudentes; sin despreciar los inmerecidos, los complicados, los inmaduros, los insensatos, los inconvenientes y hasta los imprudentes; y si alguien disfruta ascendiendo el K-2, ¡que lo disfrute!, y si sufre un accidente o se muere, ¡feliz intento, feliz ascenso¡, ¿acaso hubiese sido más feliz en el sofá de su casa rumiando eternamente su insatisfacción? Disfruta con la medida y la proporción adecuadas, es decir, sin abandonarlo todo por la excitación placentera de la mente y de los sentidos, pero sin despreciarlos de ninguna manera, ¡benditos sean todos los sentidos y hasta bienaventurados!, y atendiendo a los modos y maneras, tanto naturales como ultrarrefinados, que aseguren el placer sin desvirtuar ni pervertir la condición de seres humanos, y atendiendo a las consecuencias de los actos presentes, pasados y futuros (placeres actuales, recuerdos agradables y planes de futuro).
IX. Ningún hedonista Zen “desea-quiere-procura” el mal, el dolor y el sufrimiento a otro, a ningún otro. Y cuando decimos a ningún otro nos referimos a ningún otro. No es libertino en el sentido que podría tener en las obras del Marqués de Sade y del Barón de Masoch. El hedonismo es responsable. Desear algo es esperar con entusiasmo que sea alegre, gozar de algo es encontrarlo fascinantemente placentero.
X. “Un día sin risa es un día perdido”. Hay que bendecir el sano, divertido, diáfano, y resplandeciente buen humor, también la alegre y risueña amistad, la alegría confiada, el respeto a los placeres de los demás, la tolerancia infinita hacia todas las formas de vivir, no de morir; el cosmopolitismo sagrado.
XI. Una vida sin alegría no merece la pena ser vivida ni pensada. Pero mejor una alegría superlativa -“mejor estar locos de felicidad”- la mejor, la que nos une y, lamentablemente, a veces nos separa.
XII. La felicidad es un don divino que nadie debería desperdiciar. Que nadie caiga en la tentación de ser serio, de ser exclusivamente racional, de controlarse, de reprimirse, de bloquearse, de “renunciar a sí mismo”. Decía Montaigne que en la misma virtud, la meta última de nuestro empeño es el placer.
XIII. Tanto vive el hombre alegre como el hombre triste y hasta un día más. Seres divertidos, desenfadados, mordaces, alegres, excéntricos, a veces inmorales, a veces amorales, a veces frívolos, a veces nihilistas, pero siempre inteligentes y risueños.
Hay informes médicos que aseguran que los alegres viven hasta doce años más. Por eso los buenos amigos que ríen son una bendición.
XIV. Si alguien desea abandonar el Hedonismo Zen al menos que lo haga por lo más alto, con nivel y con categoría; que salga por arriba, por el éxtasis, por la embriaguez, por el júbilo, por el placer superlativo, por el nirvana de los sentidos, por las anatomías excelentemente bien comparadas, por el orgasmo cósmico de un segundo eterno que nos lleva a una segunda eternidad.
XV. Según Epicuro, los dioses son buenos y felices pero no se preocupan mucho por nosotros; por eso sabemos que los seres humanos también deben vivir y sentir como dioses, ser felices y vivir despreocupados del más allá, de la conciencia pequeño-burguesa, del súper yo o de las limitaciones impuestas por la sociedad productiva al gesto heroico de disfrutar de la vida. Los humanos debemos, por así decirlo, ser buenos y felices y no preocuparnos por los dioses. De todos modos debemos aceptar el cielo de “arriba” y el cielo que vivimos en esta vida, que no está más abajo, aceptemos los dos cielos, o tres, o mil, o todos, o los que sean; aceptémoslos sin despreciar ninguno. ¡Bienvenidos sean todas las diosas y los dioses!, ¡bienvenidos sean todos los cielos!
¿Por qué tantos límites al placer y tan pocos a la rutina y al trabajo inhumano y a la explotación, al aburrimiento y a la falta de pasión y a la guerra y al fascismo diarios?
XVI. Dice Groucho Marx: “Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros”; lo que quiere decir sin duda que todos los principios son buenos para obtener el goce, el placer, la alegría, la felicidad, el entusiasmo, la vitalidad, el éxtasis, pero que no deben emplearse nunca para lo contrario y que hasta se deben cambiar si es necesario para lograr tan buenos propósitos.
XVII. El Hedonismo Zen considera que su reino no es de este mundo y que su mundo no pertenece a estos reinos; es antiimperialista, lucha contra la injusticia, la explotación, la miseria y la pobreza. El mejor Hedonismo Zen es de la mejor izquierda, porque para un hedonista todos los seres humanos son hermanos en el deber de sonreír, de disfrutar y de ensanchar el sutil territorio de la felicidad y del placer absolutamente alegre, por eso es insoportable saber que todavía existen guerras, violencias, millones de refugiados... No se trata de una forma de despotismo hedonista, sino del hedonismo ilustrado. (Por eso existen organizaciones como “Médicos sin fronteras”, “Payasos sin fronteras”... y deberían existir los “Amantes sin fronteras” y los “Hedonistas sin fronteras”.
XVIII. El mayor honor de un hedonista Zen es descubrir, crear, inventar y experimentar nuevos usos de la felicidad, del placer generoso, del goce compartido, del agrado festivo, del bienestar galopante. Para los más geniales está reservada la máxima alegría: ser nombrados Hedonistas Mayores del Reino de la Felicidad Zen.
En los mapas suele aparecer por el Sur del Norte, por el Norte del Sur...
XIX. El Gran Hedonismo Zen , como decía Nietzsche, es atreverse a decir “¡SÍ y adelante!”. “¿Esto es la vida?, repitámosla”. ¿Esto es vivir?, ¡vivamos! Si eres y estás bien acompañado, la vida es ligera, vivaz, brillante, confiada, saltarina, danzante, pizpireta, pero también estudiosa y trabajadora, diplomada, licenciada y doctora en felicidad.
Vivamos apurando los placeres hasta el último aliento, sin demasiados problemas, después descansaremos.
XX. “Sólo se vive una vez”. “Hay que probarlo todo”, sobre todo lo bueno, lo bello, lo verdadero, lo auténtico, lo generoso, los bombones. ¡Sólo se disfruta en el presente¡, ¡qué pena haber dejado pasar tantas oportunidades!, ¡qué error dejar el placer actual para el futuro!, ¿qué ha hecho el futuro por nosotros?.
XXI. No confundir nunca la elegancia, la delicadeza y los buenos sentimientos de los hedonistas Zen más refinados con la falta de decisión, de vitalidad, de entusiasmo o de alegría.
El que respeta tanto a los demás no está menos vivo.
XXII. Es necesario ser felices y alegres, si no lo hacemos mereceremos ser juzgados por incumplimiento de contrato, denegación de placeres humanos y por haber desilusionado al mundo que ha puesto en nosotros tantas ilusiones, complacencias y esperanzas.
De hecho todos los padres quieren que sus hijos sean felices.
XXIII. El Hedonismo Zen Superior es el humanismo de los seres más afortunados y gozosos. Sobre todo de los que irradian el vértigo de la felicidad.
XXIV. Todo lo que atente contra el Hedonismo Zen está contra la vida efervescente. Qué nunca tengamos que preguntarnos: ¿cuándo dejamos de vivir? Por eso se debe respetar tanto el placer, por algo la evolución de la vida nos lo ha dejado, regalado y puesto tan cerca.
XXV. El Hedonismo Zen es ecologista y protector de la Naturaleza, de toda la Naturaleza y de todos los seres naturales. Con alguna excepción: algunos virus y bacterias o el cáncer que produce la muerte precipitada; pero que, afortunadamente, no nos deja sin ganas de hablar.
XXVI. El Hedonismo Zen es la forma felizmente radical de expresar los mejores deseos fosforescentes de la Humanidad. ¡Feliz día nuevo!, ¡Feliz semana nueva!, ¡Feliz mes nuevo!, ¡Feliz año nuevo y feliz aniversario!, ¡Feliz siglo nuevo!, ¡Feliz milenio!, ¡Feliz eternidad nueva!.
XXVII. El hedonista Zen puede ser amorosamente fiel o infiel, si entendemos que la fidelidad y la lealtad se deben a un principio superior: que es mejor ser felices que desgraciados. Dejar de vivir sólo nos hace resentidos, pesarosos, enojosos, molestos, desaprovechados, rencorosos, tristes y perversos; no podemos pasar el resto de la vida diciendo “si hubiera, si hubiéramos ...” y, si sale mal, tampoco vamos a arrojarnos arena ni a rasgarnos las vestiduras, no va a ser el crujir de dientes ni vamos a arrancarnos el alma. Es mejor vivir lo posible que renunciar al alma de las sonrisas. No hay que renunciar a lo mejor.
XXVIII. El Hedonismo Zen de Gran Nivel es Universal, como las mejores intenciones de las mejores Declaraciones Universales de los Derechos Humanos Hedonistas, tanto Derechos Hedonistas como humanos hedonistas, como hedonistas derechos...
XXIX. La muerte, la enfermedad, el dolor y el sufrimiento multiplicados -sean terremotos y maremotos o actos terroristas y guerras- son graves errores en la construcción-creación de la realidad mundana, pruebas constantes de la inexistencia o de la despreocupación de un dios bondadoso. Por eso el hedonismo valora, lucha y trabaja por un mundo mejor, por vencer a la muerte, por vivir más y mejor, y con más intensidad, para dar más vida a los años y más años a la vida, hasta conseguir la eterna juventud para el espíritu y el cuerpo entusiasmados; por eliminar toda enfermedad, más salud por y para todos para que realicen todos sus proyectos de alegría, placer y felicidad, por superar y evitar el dolor -bienvenidas las unidades médicas contra el dolor y las futuras unidades médicas para el placer- y por vivir sin sufrimientos luchando contra todas las causas sicológicas, familiares, sociales, económicas, políticas, históricas, religiosas, filosóficas... que provoquen algún tipo de sufrimiento que, siempre, es inútil.
XXX. La educación es la oportunidad de avanzar, desde la plastilina hasta Wittgenstein, por la maravillosa senda del placer, de la alegría y de la felicidad que nos proporcionan viajar y conocer, conversar, estudiar y leer, gozar del arte y disfrutar de la literatura, del cine, de la música, del teatro, de la pintura, de la escultura, de la danza, de la arquitectura, de la ciencia, de J. S. Bach y de los móviles de Calder. Se trata de educar para conseguir hedonistas de mayor nivel.
XXXI. El hedonista Zen es viajero y caminante en el mejor de los sentidos, le gusta conocer, valorar, disfrutar, paladear, gozar cada una de las formas de placer que va descubriendo, ¡y nuestro planeta es tan generoso en formas, en sugerencias, en paisajes, en placeres, en sabores, en lecturas, en músicas, en fluorescencias, en vidas y en culturas! ¡Interesantísimo!
XXXII. “No hay nada malo en mejorar, lo malo es creerse mejores”, decía Rousseau; no hay nada malo en disfrutar de la vida, lo malo es creerse con más derecho a disfrutar que los demás. (“Gocémonos, amado”, dice San Juan de la Cruz en el “Cántico Hedonista Espiritual”).
XXXIII. Todos los principios de la presente declaración deben ser interpretados siempre a favor de la alegría de la humanidad, “tanto en tu persona como en cualquier otra”, que diría Kant.
Siempre hay que darle una oportunidad a la alegría.
XXXIV.”Escribo para que me quieran más”, decía Gabriel García Márquez. Vivo para querer y para que me quieran, dice el hedonista Zen.
XXXV. “Lo máximo que se puede sacar –obtener y conseguir- sea de lo que sea, es alegría”, dice Fernando Savater en su “Ética para Amador”. Amador, el que ama. Alegría, uno de los mejores nombres.
XXXVI. “Es un capitalista puritano y yo siempre he sido un socialista voluptuoso”, de la película “Las invasiones bárbaras”. El socialismo alegre y voluptuoso, concupiscente y festivo también es hedonismo.
XXXVII. Todos los placeres deben distribuirse entre todos, para que lleguen a todos los sentidos, para que se disfrute de todas las riquezas, para que se desarrollen todas las habilidades humanas y divinas, para que sean posibles todas las amistades, para que todos sean reconocidos, para que existan en todos la compasión, la benevolencia, la inteligencia, la generosidad, la memoria, el altruismo, la imaginación, la belleza, la voluntad, el arte, la esperanza, la atención y todas las cosas positivas y espléndidas para la humanidad. Y distribuir bien el amor, la pasión, el cariño, la ternura, la piedad ...
XXXVIII. Podemos ir y estar “más allá del bien y del mal”, pero no más allá del placer, de la alegría, de la felicidad, de la euforia del gozo, de la risa esperanzadora.
XXXIX. O, como decía Catulo: “Vivamos, querida .., y amémonos,/ y las habladurías de los viejos puritanos/ nos importen todas un bledo./ Los soles pueden salir y ponerse:/ nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,/ tendremos que dormir una noche sin fin./ Dame mil besos, después cien,/ luego otros mil, luego otros cien,/ después hasta dos mil, después otra vez cien;/ luego, cuando lleguemos a muchos miles,/ perderemos la cuenta para ignorarla/ y para que ningún malvado pueda dañarnos,/ cuando se entere del total de nuestros besos.”
Amémonos, vivamos, démonos millones de besos y -esto es seguro- el mundo sólo mejorará por ello.
XL. ¡Háganse el placer, la sonrisa, la alegría y la felicidad!, ¡cúmplase el hedonismo Zen desde el cuerpo placentero hasta la mística más gozosa!, ¡hasta conseguir la alegría sagrada, resplandeciente para todos!
XLI. El hedonismo Zen también se tiñe de espiritualidad laica y es el deseo de que todos los seres, humanos y no humanos, encuentren la felicidad y las causas de la felicidad, y que sean eternamente felices. En este sentido el Budismo Zen también es un hedonismo Zen elevado, de gran estilo, sonriente y pacífico, que practica la dulzura y la benevolencia; en este mismo sentido el hedonismo no es sólo el nirvana como placer egoísta indiferente a todo, una preocupación exclusiva por el propio placer, sino como compasión y amor infinitos hacia todos los seres.
XLII. El hedonismo Zen no es un apego pueril y egocéntrico a la fascinación que nos producen las pasiones exaltantes, los placeres hirvientes, los bienes superlativos. El placer no pasma ni paraliza ni atonta ni relaja tanto que nos aleje de los objetivos; la alegría nos proporciona otros nuevos en cada instante, la felicidad nos da cada día nuevas metas, el placer nos regala delectaciones inesperadas. El hedonismo es un apego superior que, sin renunciar a la superficie del aire, espera alcanzar las máximas alturas de los Cielos. Se puede desear ardientemente y estar libre a la vez de ese deseo, disfrutar de la belleza sin ser una marioneta que vive en la pura inmediatez emocional manejada exclusivamente por las pasiones. Por eso debe existir una educación hedonista Zen para ayudar a ser mejor persona, para curar mediante la sonrisa, para luchar contra la ignorancia y la superstición puritana de que la represión siempre es superior.
XLIII. Y reconocer la cualidad valiosa de un amor, de un deseo o de una vida que no espera recibir tanto como da o como cree que da.
XLIV. Alegrarse de la felicidad de los demás, alegrarse con la felicidad de todos. Nadie se equivoca cuando sonríe, nadie se confunde cuando se ríe.
XLV. El hedonismo exige amplitud de espíritu, magnanimidad, no necesita mucha tecnología. El placer de los Mares del Sur, de las Islas Afortunadas, del paraíso Terrenal, de Polombia, de Venecia...
XLVI. Se puede y se debe hacer poesía después de Auswich, se debe y se puede ser hedonista después de todos los Auswich. Los placeres y los goces espirituales, mentales, sensuales, físicos... superan el sufrimiento inhumano.
XLVII. La naturaleza de la vida es esencialmente perfecta, aunque la vida no quiere ser mortal ni efímera ni alejarse del deseo de perfección. Que el placer sea como la vida, ni corto ni perezoso.
XLVIII. Deberíamos vivir en una eterna “guerra de convites”, en una dulce competición de agrados y de regalos, de presentes y de fascinaciones, deberíamos vivir en una interminable disputa de bondades, bienes, bellezas y verdades. Incluso al despedirnos deberíamos ofrecer los mejores regalos.
XLIX. El hedonismo Zen, aunque sea escéptico, siempre es hedonista porque, como ya decía Aristóteles, todos los seres humanos quieren-queremos ser felices, porque todo el mundo quiere más vida y menos muerte, más salud y menos enfermedad, más placer y menos desgracias, más bienestar y menos perturbaciones mentales, más alegría y menos desasosiego, más fiesta -cada uno la que quiera- y menos enojos, hasta los suicidas quisieran o hubieran querido vivir mejor, con más aciertos y menos fracasos, más logros y menos pesadillas, más felicidad y menos complicaciones, más gozo y menos dolor, más diversión y menos aburrimiento, más risas y menos represión, más libertad y permisividad y menos restricciones puritanas, más aleluyas y menos cantos de requien, más entusiasmo y menos sufrimiento, más amor correspondido y menos distancias, más realidad ideal conseguida y menos ideales irreales, más sabiduría y conocimiento y menos ignorancia y superstición, más belleza y menos fealdad y abandono, más paisajes armoniosos y menos incendios, más aire puro y menos contaminación, más complicidad y menos silencios violentos, más tiempo libre y menos trabajos pesados, más creatividad y menos pesadez trivializada, más cielos y menos infiernos, más inteligencia y menos estulticia, más Tierra llena de vida y menos vidas después de la muerte, más amor exagerado y menos límites.
EL HEDONISMO ZEN
El Hedonismo Zen es el despertar al engrandecimiento-esplendor-felicidad-expansión-alegría-gozo-placer de la vida. Está constituido por todas las personas que lo “desean” y que “prefieren”, “eligen” y “deciden” libre y voluntariamente respetar los principios que nos mueven e inspiran; por eso recordamos “aquí y ahora” los fundamentos; así los revisamos y los pensamos, los intuimos y los recreamos.
I. Todos los seres inteligentes y sensibles, y hasta las que no lo son, tienen el derecho y el deber de vivir buscando y encontrando el placer, el gozo, el disfrute, la alegría, la felicidad, la serenidad, la armonía, la buena disposición, el bienestar... ya que son el Bien supremo de la vida, es decir, de la Belleza, de la Perfección y de la Verdad que reluce en nuestros asuntos terrenales. El deseo de placer como Sumo Bien no es, contra lo que algunos prefieren interpretar, una facultad inferior del deseo propia de los brutos, sino una facultad tan superior, racional e intelectual como la más elevada que podamos imaginar.
Que los seres humanos vivan y mueran, si es que es inevitable, pero que sean felices. Y que nadie desperdicie la vida, que nadie la abandone o la deje sin usar, que nadie se acobarde para utilizarla como mejor le convenga.
II. Los hedonistas Zen no son inconscientes ni irracionales, ni locos ni exagerados, no son fanáticos de la intuición ni de la razón ni del placer; simplemente eligen, después de profundas y largas meditaciones, según un cálculo feliz, el principio que consideran más afortunado, el que proporciona más y mayor felicidad-placer-alegría-gozo (tanto placeres materiales, físicos, útiles, vitales, sensibles y actuales, como espirituales, artísticos, mentales, culturales...) a más personas, y menos infelicidad-dolor-desgracia-sufrimiento a los seres humanos.
El placer de vivir hay que agradecerlo y compartirlo, porque nos complace, nos da satisfacción, diversión y entretenimiento; no deberían existir impedimentos ni dificultades para disfrutarlo.
III. El Hedonismo Zen es, por tanto, pacifista, pacífico y antimilitarista, ¿cómo va a desear la guerra, el sufrimiento, el dolor, la destrucción y la desolación alguien que “quiere” para todos los seres humanos las mismas oportunidades de felicidad, placer y entusiasmo?
También es “placer”, según el Diccionario de la Real Academia Española: 1. Un banco de arena o piedra en el fondo del mar, llano y de bastante extensión.
2. Un arenal donde la corriente de las aguas depositó partículas de oro.
3. La pesquería de perlas en las costas de América.
Es decir, una duna submarina, una duna que es un tesoro y unas perlas preciosas.
IV. El Hedonismo Zen es, por tanto, humanista y se mueve para conseguir la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia y la fraternidad para y entre todos los seres humanos. También la iluminación, la sabiduría y la visión fáustica. Y mira que podría ser fácil.
V. El Hedonismo Zen busca y practica la libertad con, por y para todos los seres humanos -como no podría ser de otra manera dado que intenta ser coherente con sus principios-; libres, libres de ataduras, de compromisos, de contratos, de anillos y de normas, sin indicar con esto que no haya que respetar lo que se “quiera”, “ame”, “necesite” o se “desee” respetar. Respetemos nuestros deseos y los de todos, respetemos también la pasión y el entusiasmo.
VI. El Hedonismo Zen cree, sostiene y vive de acuerdo al principio de igualdad entre los seres humanos y esto quiere decir que el hedonista no es fascista ni machista ni dictador, no es imperialista ni colonialista, no es egoísta ni acaparador, no es violento ni agresivo, no es clasista ni racista; por eso es tan generoso como desprendido, tan diplomático como dionisíaco, tan divertido como enigmático y simpático, tan elegante como embriagado y hasta tan delicado como exagerado. El hedonista zen trata a los demás como le gusta y le encanta que lo traten a él, como le gustaría y le encantaría ser tratado, con amabilidad, con educación, con atención, con placer y con encanto.
VII. El hedonismo Zen no es egoísta, es partidario de la fraternidad universal y de la participación en los placeres (los mejores son los compartidos), del acercamiento de y entre los seres humanos, del amor (en todos sus sentidos), de la amistad (desde la más tímida a la más exagerada), de la camaradería (desde los buenos compañeros a los más fascinantes y divertidos), de la solidaridad, de las mejores ideas y sentimientos de la Historia de la Humanidad (“Amaos los unos a los otros”). Faltar a la fraternidad es un grave pecado, por eso el Hedonismo Zen es pacifista, pacífico y antimilitarista (III). El Hedonismo Zen también dice: “Haz el amor y no la guerra”.
VIII. El Hedonismo Zen no es el disfrute de todos los placeres sin medida, de cualquier manera y sin atender a las consecuencias. Al contrario, el hedonista zen goza y disfruta mucho más en los placeres merecidos, sencillos, maduros, sensatos, convenientes y prudentes; sin despreciar los inmerecidos, los complicados, los inmaduros, los insensatos, los inconvenientes y hasta los imprudentes; y si alguien disfruta ascendiendo el K-2, ¡que lo disfrute!, y si sufre un accidente o se muere, ¡feliz intento, feliz ascenso¡, ¿acaso hubiese sido más feliz en el sofá de su casa rumiando eternamente su insatisfacción? Disfruta con la medida y la proporción adecuadas, es decir, sin abandonarlo todo por la excitación placentera de la mente y de los sentidos, pero sin despreciarlos de ninguna manera, ¡benditos sean todos los sentidos y hasta bienaventurados!, y atendiendo a los modos y maneras, tanto naturales como ultrarrefinados, que aseguren el placer sin desvirtuar ni pervertir la condición de seres humanos, y atendiendo a las consecuencias de los actos presentes, pasados y futuros (placeres actuales, recuerdos agradables y planes de futuro).
IX. Ningún hedonista Zen “desea-quiere-procura” el mal, el dolor y el sufrimiento a otro, a ningún otro. Y cuando decimos a ningún otro nos referimos a ningún otro. No es libertino en el sentido que podría tener en las obras del Marqués de Sade y del Barón de Masoch. El hedonismo es responsable. Desear algo es esperar con entusiasmo que sea alegre, gozar de algo es encontrarlo fascinantemente placentero.
X. “Un día sin risa es un día perdido”. Hay que bendecir el sano, divertido, diáfano, y resplandeciente buen humor, también la alegre y risueña amistad, la alegría confiada, el respeto a los placeres de los demás, la tolerancia infinita hacia todas las formas de vivir, no de morir; el cosmopolitismo sagrado.
XI. Una vida sin alegría no merece la pena ser vivida ni pensada. Pero mejor una alegría superlativa -“mejor estar locos de felicidad”- la mejor, la que nos une y, lamentablemente, a veces nos separa.
XII. La felicidad es un don divino que nadie debería desperdiciar. Que nadie caiga en la tentación de ser serio, de ser exclusivamente racional, de controlarse, de reprimirse, de bloquearse, de “renunciar a sí mismo”. Decía Montaigne que en la misma virtud, la meta última de nuestro empeño es el placer.
XIII. Tanto vive el hombre alegre como el hombre triste y hasta un día más. Seres divertidos, desenfadados, mordaces, alegres, excéntricos, a veces inmorales, a veces amorales, a veces frívolos, a veces nihilistas, pero siempre inteligentes y risueños.
Hay informes médicos que aseguran que los alegres viven hasta doce años más. Por eso los buenos amigos que ríen son una bendición.
XIV. Si alguien desea abandonar el Hedonismo Zen al menos que lo haga por lo más alto, con nivel y con categoría; que salga por arriba, por el éxtasis, por la embriaguez, por el júbilo, por el placer superlativo, por el nirvana de los sentidos, por las anatomías excelentemente bien comparadas, por el orgasmo cósmico de un segundo eterno que nos lleva a una segunda eternidad.
XV. Según Epicuro, los dioses son buenos y felices pero no se preocupan mucho por nosotros; por eso sabemos que los seres humanos también deben vivir y sentir como dioses, ser felices y vivir despreocupados del más allá, de la conciencia pequeño-burguesa, del súper yo o de las limitaciones impuestas por la sociedad productiva al gesto heroico de disfrutar de la vida. Los humanos debemos, por así decirlo, ser buenos y felices y no preocuparnos por los dioses. De todos modos debemos aceptar el cielo de “arriba” y el cielo que vivimos en esta vida, que no está más abajo, aceptemos los dos cielos, o tres, o mil, o todos, o los que sean; aceptémoslos sin despreciar ninguno. ¡Bienvenidos sean todas las diosas y los dioses!, ¡bienvenidos sean todos los cielos!
¿Por qué tantos límites al placer y tan pocos a la rutina y al trabajo inhumano y a la explotación, al aburrimiento y a la falta de pasión y a la guerra y al fascismo diarios?
XVI. Dice Groucho Marx: “Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros”; lo que quiere decir sin duda que todos los principios son buenos para obtener el goce, el placer, la alegría, la felicidad, el entusiasmo, la vitalidad, el éxtasis, pero que no deben emplearse nunca para lo contrario y que hasta se deben cambiar si es necesario para lograr tan buenos propósitos.
XVII. El Hedonismo Zen considera que su reino no es de este mundo y que su mundo no pertenece a estos reinos; es antiimperialista, lucha contra la injusticia, la explotación, la miseria y la pobreza. El mejor Hedonismo Zen es de la mejor izquierda, porque para un hedonista todos los seres humanos son hermanos en el deber de sonreír, de disfrutar y de ensanchar el sutil territorio de la felicidad y del placer absolutamente alegre, por eso es insoportable saber que todavía existen guerras, violencias, millones de refugiados... No se trata de una forma de despotismo hedonista, sino del hedonismo ilustrado. (Por eso existen organizaciones como “Médicos sin fronteras”, “Payasos sin fronteras”... y deberían existir los “Amantes sin fronteras” y los “Hedonistas sin fronteras”.
XVIII. El mayor honor de un hedonista Zen es descubrir, crear, inventar y experimentar nuevos usos de la felicidad, del placer generoso, del goce compartido, del agrado festivo, del bienestar galopante. Para los más geniales está reservada la máxima alegría: ser nombrados Hedonistas Mayores del Reino de la Felicidad Zen.
En los mapas suele aparecer por el Sur del Norte, por el Norte del Sur...
XIX. El Gran Hedonismo Zen , como decía Nietzsche, es atreverse a decir “¡SÍ y adelante!”. “¿Esto es la vida?, repitámosla”. ¿Esto es vivir?, ¡vivamos! Si eres y estás bien acompañado, la vida es ligera, vivaz, brillante, confiada, saltarina, danzante, pizpireta, pero también estudiosa y trabajadora, diplomada, licenciada y doctora en felicidad.
Vivamos apurando los placeres hasta el último aliento, sin demasiados problemas, después descansaremos.
XX. “Sólo se vive una vez”. “Hay que probarlo todo”, sobre todo lo bueno, lo bello, lo verdadero, lo auténtico, lo generoso, los bombones. ¡Sólo se disfruta en el presente¡, ¡qué pena haber dejado pasar tantas oportunidades!, ¡qué error dejar el placer actual para el futuro!, ¿qué ha hecho el futuro por nosotros?.
XXI. No confundir nunca la elegancia, la delicadeza y los buenos sentimientos de los hedonistas Zen más refinados con la falta de decisión, de vitalidad, de entusiasmo o de alegría.
El que respeta tanto a los demás no está menos vivo.
XXII. Es necesario ser felices y alegres, si no lo hacemos mereceremos ser juzgados por incumplimiento de contrato, denegación de placeres humanos y por haber desilusionado al mundo que ha puesto en nosotros tantas ilusiones, complacencias y esperanzas.
De hecho todos los padres quieren que sus hijos sean felices.
XXIII. El Hedonismo Zen Superior es el humanismo de los seres más afortunados y gozosos. Sobre todo de los que irradian el vértigo de la felicidad.
XXIV. Todo lo que atente contra el Hedonismo Zen está contra la vida efervescente. Qué nunca tengamos que preguntarnos: ¿cuándo dejamos de vivir? Por eso se debe respetar tanto el placer, por algo la evolución de la vida nos lo ha dejado, regalado y puesto tan cerca.
XXV. El Hedonismo Zen es ecologista y protector de la Naturaleza, de toda la Naturaleza y de todos los seres naturales. Con alguna excepción: algunos virus y bacterias o el cáncer que produce la muerte precipitada; pero que, afortunadamente, no nos deja sin ganas de hablar.
XXVI. El Hedonismo Zen es la forma felizmente radical de expresar los mejores deseos fosforescentes de la Humanidad. ¡Feliz día nuevo!, ¡Feliz semana nueva!, ¡Feliz mes nuevo!, ¡Feliz año nuevo y feliz aniversario!, ¡Feliz siglo nuevo!, ¡Feliz milenio!, ¡Feliz eternidad nueva!.
XXVII. El hedonista Zen puede ser amorosamente fiel o infiel, si entendemos que la fidelidad y la lealtad se deben a un principio superior: que es mejor ser felices que desgraciados. Dejar de vivir sólo nos hace resentidos, pesarosos, enojosos, molestos, desaprovechados, rencorosos, tristes y perversos; no podemos pasar el resto de la vida diciendo “si hubiera, si hubiéramos ...” y, si sale mal, tampoco vamos a arrojarnos arena ni a rasgarnos las vestiduras, no va a ser el crujir de dientes ni vamos a arrancarnos el alma. Es mejor vivir lo posible que renunciar al alma de las sonrisas. No hay que renunciar a lo mejor.
XXVIII. El Hedonismo Zen de Gran Nivel es Universal, como las mejores intenciones de las mejores Declaraciones Universales de los Derechos Humanos Hedonistas, tanto Derechos Hedonistas como humanos hedonistas, como hedonistas derechos...
XXIX. La muerte, la enfermedad, el dolor y el sufrimiento multiplicados -sean terremotos y maremotos o actos terroristas y guerras- son graves errores en la construcción-creación de la realidad mundana, pruebas constantes de la inexistencia o de la despreocupación de un dios bondadoso. Por eso el hedonismo valora, lucha y trabaja por un mundo mejor, por vencer a la muerte, por vivir más y mejor, y con más intensidad, para dar más vida a los años y más años a la vida, hasta conseguir la eterna juventud para el espíritu y el cuerpo entusiasmados; por eliminar toda enfermedad, más salud por y para todos para que realicen todos sus proyectos de alegría, placer y felicidad, por superar y evitar el dolor -bienvenidas las unidades médicas contra el dolor y las futuras unidades médicas para el placer- y por vivir sin sufrimientos luchando contra todas las causas sicológicas, familiares, sociales, económicas, políticas, históricas, religiosas, filosóficas... que provoquen algún tipo de sufrimiento que, siempre, es inútil.
XXX. La educación es la oportunidad de avanzar, desde la plastilina hasta Wittgenstein, por la maravillosa senda del placer, de la alegría y de la felicidad que nos proporcionan viajar y conocer, conversar, estudiar y leer, gozar del arte y disfrutar de la literatura, del cine, de la música, del teatro, de la pintura, de la escultura, de la danza, de la arquitectura, de la ciencia, de J. S. Bach y de los móviles de Calder. Se trata de educar para conseguir hedonistas de mayor nivel.
XXXI. El hedonista Zen es viajero y caminante en el mejor de los sentidos, le gusta conocer, valorar, disfrutar, paladear, gozar cada una de las formas de placer que va descubriendo, ¡y nuestro planeta es tan generoso en formas, en sugerencias, en paisajes, en placeres, en sabores, en lecturas, en músicas, en fluorescencias, en vidas y en culturas! ¡Interesantísimo!
XXXII. “No hay nada malo en mejorar, lo malo es creerse mejores”, decía Rousseau; no hay nada malo en disfrutar de la vida, lo malo es creerse con más derecho a disfrutar que los demás. (“Gocémonos, amado”, dice San Juan de la Cruz en el “Cántico Hedonista Espiritual”).
XXXIII. Todos los principios de la presente declaración deben ser interpretados siempre a favor de la alegría de la humanidad, “tanto en tu persona como en cualquier otra”, que diría Kant.
Siempre hay que darle una oportunidad a la alegría.
XXXIV.”Escribo para que me quieran más”, decía Gabriel García Márquez. Vivo para querer y para que me quieran, dice el hedonista Zen.
XXXV. “Lo máximo que se puede sacar –obtener y conseguir- sea de lo que sea, es alegría”, dice Fernando Savater en su “Ética para Amador”. Amador, el que ama. Alegría, uno de los mejores nombres.
XXXVI. “Es un capitalista puritano y yo siempre he sido un socialista voluptuoso”, de la película “Las invasiones bárbaras”. El socialismo alegre y voluptuoso, concupiscente y festivo también es hedonismo.
XXXVII. Todos los placeres deben distribuirse entre todos, para que lleguen a todos los sentidos, para que se disfrute de todas las riquezas, para que se desarrollen todas las habilidades humanas y divinas, para que sean posibles todas las amistades, para que todos sean reconocidos, para que existan en todos la compasión, la benevolencia, la inteligencia, la generosidad, la memoria, el altruismo, la imaginación, la belleza, la voluntad, el arte, la esperanza, la atención y todas las cosas positivas y espléndidas para la humanidad. Y distribuir bien el amor, la pasión, el cariño, la ternura, la piedad ...
XXXVIII. Podemos ir y estar “más allá del bien y del mal”, pero no más allá del placer, de la alegría, de la felicidad, de la euforia del gozo, de la risa esperanzadora.
XXXIX. O, como decía Catulo: “Vivamos, querida .., y amémonos,/ y las habladurías de los viejos puritanos/ nos importen todas un bledo./ Los soles pueden salir y ponerse:/ nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,/ tendremos que dormir una noche sin fin./ Dame mil besos, después cien,/ luego otros mil, luego otros cien,/ después hasta dos mil, después otra vez cien;/ luego, cuando lleguemos a muchos miles,/ perderemos la cuenta para ignorarla/ y para que ningún malvado pueda dañarnos,/ cuando se entere del total de nuestros besos.”
Amémonos, vivamos, démonos millones de besos y -esto es seguro- el mundo sólo mejorará por ello.
XL. ¡Háganse el placer, la sonrisa, la alegría y la felicidad!, ¡cúmplase el hedonismo Zen desde el cuerpo placentero hasta la mística más gozosa!, ¡hasta conseguir la alegría sagrada, resplandeciente para todos!
XLI. El hedonismo Zen también se tiñe de espiritualidad laica y es el deseo de que todos los seres, humanos y no humanos, encuentren la felicidad y las causas de la felicidad, y que sean eternamente felices. En este sentido el Budismo Zen también es un hedonismo Zen elevado, de gran estilo, sonriente y pacífico, que practica la dulzura y la benevolencia; en este mismo sentido el hedonismo no es sólo el nirvana como placer egoísta indiferente a todo, una preocupación exclusiva por el propio placer, sino como compasión y amor infinitos hacia todos los seres.
XLII. El hedonismo Zen no es un apego pueril y egocéntrico a la fascinación que nos producen las pasiones exaltantes, los placeres hirvientes, los bienes superlativos. El placer no pasma ni paraliza ni atonta ni relaja tanto que nos aleje de los objetivos; la alegría nos proporciona otros nuevos en cada instante, la felicidad nos da cada día nuevas metas, el placer nos regala delectaciones inesperadas. El hedonismo es un apego superior que, sin renunciar a la superficie del aire, espera alcanzar las máximas alturas de los Cielos. Se puede desear ardientemente y estar libre a la vez de ese deseo, disfrutar de la belleza sin ser una marioneta que vive en la pura inmediatez emocional manejada exclusivamente por las pasiones. Por eso debe existir una educación hedonista Zen para ayudar a ser mejor persona, para curar mediante la sonrisa, para luchar contra la ignorancia y la superstición puritana de que la represión siempre es superior.
XLIII. Y reconocer la cualidad valiosa de un amor, de un deseo o de una vida que no espera recibir tanto como da o como cree que da.
XLIV. Alegrarse de la felicidad de los demás, alegrarse con la felicidad de todos. Nadie se equivoca cuando sonríe, nadie se confunde cuando se ríe.
XLV. El hedonismo exige amplitud de espíritu, magnanimidad, no necesita mucha tecnología. El placer de los Mares del Sur, de las Islas Afortunadas, del paraíso Terrenal, de Polombia, de Venecia...
XLVI. Se puede y se debe hacer poesía después de Auswich, se debe y se puede ser hedonista después de todos los Auswich. Los placeres y los goces espirituales, mentales, sensuales, físicos... superan el sufrimiento inhumano.
XLVII. La naturaleza de la vida es esencialmente perfecta, aunque la vida no quiere ser mortal ni efímera ni alejarse del deseo de perfección. Que el placer sea como la vida, ni corto ni perezoso.
XLVIII. Deberíamos vivir en una eterna “guerra de convites”, en una dulce competición de agrados y de regalos, de presentes y de fascinaciones, deberíamos vivir en una interminable disputa de bondades, bienes, bellezas y verdades. Incluso al despedirnos deberíamos ofrecer los mejores regalos.
XLIX. El hedonismo Zen, aunque sea escéptico, siempre es hedonista porque, como ya decía Aristóteles, todos los seres humanos quieren-queremos ser felices, porque todo el mundo quiere más vida y menos muerte, más salud y menos enfermedad, más placer y menos desgracias, más bienestar y menos perturbaciones mentales, más alegría y menos desasosiego, más fiesta -cada uno la que quiera- y menos enojos, hasta los suicidas quisieran o hubieran querido vivir mejor, con más aciertos y menos fracasos, más logros y menos pesadillas, más felicidad y menos complicaciones, más gozo y menos dolor, más diversión y menos aburrimiento, más risas y menos represión, más libertad y permisividad y menos restricciones puritanas, más aleluyas y menos cantos de requien, más entusiasmo y menos sufrimiento, más amor correspondido y menos distancias, más realidad ideal conseguida y menos ideales irreales, más sabiduría y conocimiento y menos ignorancia y superstición, más belleza y menos fealdad y abandono, más paisajes armoniosos y menos incendios, más aire puro y menos contaminación, más complicidad y menos silencios violentos, más tiempo libre y menos trabajos pesados, más creatividad y menos pesadez trivializada, más cielos y menos infiernos, más inteligencia y menos estulticia, más Tierra llena de vida y menos vidas después de la muerte, más amor exagerado y menos límites.
A LA ALTURA DEL AIRE-40
Miguel les leyó EL TORNILLO:
Lo vio en la acera, sólidamente anclado al pavimento y supo de inmediato que nadie debía sacarlo de allí, pues sólo él sujetaba la realidad al suelo; sería suficiente que alguien lo aflojase o lo soltase para que las aceras y las calles, las farolas y las casas, los coches y las personas (con sus emociones y sentimientos), los barrios y las ciudades, las provincias y los países, los continentes y los hemisferios enteros comenzasen a flotar y se alejasen de la superficie de las cosas y de la Tierra. La realidad no era tan real como desde tiempos inmemoriales habían pensado, imaginado y supuesto, un simple tornillo la tenía fijada.
Antiguos astrónomos aseguran que había pasado algo parecido con la realidad de un planeta exterior al nuestro, un meteorito caído, un tornillo suelto, y toda la superficie comenzó a constituir rocas sueltas y fragmentos de hielo, y a disiparse y dispersarse para formar esa apasionante disposición actual que conocemos como los anillos de Saturno. Para que luego digan que en el mundo no hay nada interesante.
Lo vio en la acera, sólidamente anclado al pavimento y supo de inmediato que nadie debía sacarlo de allí, pues sólo él sujetaba la realidad al suelo; sería suficiente que alguien lo aflojase o lo soltase para que las aceras y las calles, las farolas y las casas, los coches y las personas (con sus emociones y sentimientos), los barrios y las ciudades, las provincias y los países, los continentes y los hemisferios enteros comenzasen a flotar y se alejasen de la superficie de las cosas y de la Tierra. La realidad no era tan real como desde tiempos inmemoriales habían pensado, imaginado y supuesto, un simple tornillo la tenía fijada.
Antiguos astrónomos aseguran que había pasado algo parecido con la realidad de un planeta exterior al nuestro, un meteorito caído, un tornillo suelto, y toda la superficie comenzó a constituir rocas sueltas y fragmentos de hielo, y a disiparse y dispersarse para formar esa apasionante disposición actual que conocemos como los anillos de Saturno. Para que luego digan que en el mundo no hay nada interesante.
A LA ALTURA DEL AIRE-39
Ignacio afirmaba:
—La ciudad de la ilusión era la ciudad más fascinante, la capital del mundo, allí sólo llegan los seres más afortunados tocados por la mano de las diosas más excelentes y exclusivas.
La alegría se recorre sin esfuerzo, la felicidad está sutilmente urbanizada, es un placer cada paso, un gozo adivinar cada perspectiva, los jardines están llenos de ailantos que alabean sus ramas al ritmo de la música, las calles están hechas de entusiasmo, las avenidas se viven en silencio, los puentes son sagrados y a veces invisibles o atrevidos, las plazas albergan gigantescos móviles de Calder y los edificios, casi todos de un estilo minimalista neoclásico, parecen que han surgido por sí mismos de la imperiosa exigencia de luminosidad de sus exquisitos habitantes.
Todo es sereno en la ciudad de la ilusión, y todos sus pobladores son independientes e indispensables, poco convencionales, como sacados de un catálogo de dioses excéntricos, decididos, raros y extraordinarios.
Dicen que la ciudad surgió de un pequeño cataclismo, cuando se reveló a principios del siglo XXI la insuficiencia de todos los sistemas anteriores, que no hacían más que acumular objetos, dificultades, obstáculos, conflictos, problemas, deficiencias y ambiciones. Otros aseguran que la muerte del Dios de los antiguos dioses permitió el nuevo Renacimiento de las Diosas.
La única condición para residir en esta ciudad es la de ser dichoso y sonriente; pero no importa ni te exigen que creas o no en su existencia, incluso se admite que supongas que toda la ciudad es o ha sido sólo un sueño perfecto. En lo único que son inflexibles es en exigir a todos los ciudadanos el saber teórico y la capacidad práctica de volar con sentido poético, también vigilan bastante que nadie hable o escriba demasiado y que se respete la soledad de los demás ocupantes de esta versión casi definitiva del Paraíso terrestre.
Si un día llegas a la ilusión, flota con cuidado y toma todas las precauciones imaginables, al principio parece fácil ser feliz y sonreír por primera vez en la vida con verdaderos motivos y razones; pero no debes confiarte demasiado, en el interior de esta ciudad hay una exigencia que no se le revela a cualquiera, una ley no escrita ni comunicada de ninguna otra forma, una especie de código interior de las diosas que hace que los humanos se sientan de repente perdidos, sin saber a qué atenerse, sin ni siquiera recibir ningún tipo de explicaciones ni de informarle de las imprevisibles consecuencias de sus actos.
Si no eres capaz de sentir el ritmo adecuado, si deseas de forma exagerada y no sabes cuándo es demasiado el amor, la ciudad desaparece y hasta el viajero más experimentado, el que se creía viviendo en Utopía, despierta o se descubre caminando por un desolado desierto.
Filósofos antiguos, que dicen haber visitado la ciudad de la ilusión en su pasado, han elaborado teorías y sistemas filosóficos complicados para intentar explicarla y entenderla; pero sólo uno, que acabó sus días sin demasiada lucidez, y del que sólo se conservan sus iniciales, FN, en la Gran Biblioteca de la Ilusión, afirmó lo esencial.
La ciudad de la Ilusión era y es un manantial de placer eterno, su corazón es de oro, la vida embriagada surge de su interior, cada uno de sus latidos generan el gran estilo necesario, su futuro está lleno de espléndidas auroras, su sonrisa es su alma y el sentido de todo, su mirada es la fuente de toda alegría, es la superciudad terrestre, el eterno retorno del gozo infinito, sólo por una ciudad así toda la existencia queda justificada y redimida.
Si un día despiertas y no estás en la ciudad de los elegidos, no debes desesperar ni rasgarte las vestiduras, si has sido seleccionado una vez para contemplar la ciudad del Cielo Puro de las Diosas, es posible, aunque poco verosímil, que el destino te permita residir de nuevo entre los señalados. En el peor de los casos puedes, y debes, vivir de tus recuerdos; para algunos es mucho más de lo que nunca soñaron.
Juan les dijo:
—Cuando llegues al infinito sigue ascendiendo por sus planos ilimitados, tendrás que atravesar desequilibrios inestables y fluir algo distanciado de la corriente, espera a que la entropía se aclare, permanece tranquilo, concéntrate en la compasión por todo. Camina para crear el sentido, respira para inaugurar el universo, vive como si supieras siempre y en todo momento lo que es vivir; con la misma intensidad de la que presumen los trágicos desesperados, pero en tu caso alegre, gozosa y positiva. Y aunque todavía encuentres en ti más espacio dedicado a lo que no es, a lo que no ha llegado a ser, a lo que de ninguna manera deja de estar en ti, siente la alegría de memoria.
—La ciudad de la ilusión era la ciudad más fascinante, la capital del mundo, allí sólo llegan los seres más afortunados tocados por la mano de las diosas más excelentes y exclusivas.
La alegría se recorre sin esfuerzo, la felicidad está sutilmente urbanizada, es un placer cada paso, un gozo adivinar cada perspectiva, los jardines están llenos de ailantos que alabean sus ramas al ritmo de la música, las calles están hechas de entusiasmo, las avenidas se viven en silencio, los puentes son sagrados y a veces invisibles o atrevidos, las plazas albergan gigantescos móviles de Calder y los edificios, casi todos de un estilo minimalista neoclásico, parecen que han surgido por sí mismos de la imperiosa exigencia de luminosidad de sus exquisitos habitantes.
Todo es sereno en la ciudad de la ilusión, y todos sus pobladores son independientes e indispensables, poco convencionales, como sacados de un catálogo de dioses excéntricos, decididos, raros y extraordinarios.
Dicen que la ciudad surgió de un pequeño cataclismo, cuando se reveló a principios del siglo XXI la insuficiencia de todos los sistemas anteriores, que no hacían más que acumular objetos, dificultades, obstáculos, conflictos, problemas, deficiencias y ambiciones. Otros aseguran que la muerte del Dios de los antiguos dioses permitió el nuevo Renacimiento de las Diosas.
La única condición para residir en esta ciudad es la de ser dichoso y sonriente; pero no importa ni te exigen que creas o no en su existencia, incluso se admite que supongas que toda la ciudad es o ha sido sólo un sueño perfecto. En lo único que son inflexibles es en exigir a todos los ciudadanos el saber teórico y la capacidad práctica de volar con sentido poético, también vigilan bastante que nadie hable o escriba demasiado y que se respete la soledad de los demás ocupantes de esta versión casi definitiva del Paraíso terrestre.
Si un día llegas a la ilusión, flota con cuidado y toma todas las precauciones imaginables, al principio parece fácil ser feliz y sonreír por primera vez en la vida con verdaderos motivos y razones; pero no debes confiarte demasiado, en el interior de esta ciudad hay una exigencia que no se le revela a cualquiera, una ley no escrita ni comunicada de ninguna otra forma, una especie de código interior de las diosas que hace que los humanos se sientan de repente perdidos, sin saber a qué atenerse, sin ni siquiera recibir ningún tipo de explicaciones ni de informarle de las imprevisibles consecuencias de sus actos.
Si no eres capaz de sentir el ritmo adecuado, si deseas de forma exagerada y no sabes cuándo es demasiado el amor, la ciudad desaparece y hasta el viajero más experimentado, el que se creía viviendo en Utopía, despierta o se descubre caminando por un desolado desierto.
Filósofos antiguos, que dicen haber visitado la ciudad de la ilusión en su pasado, han elaborado teorías y sistemas filosóficos complicados para intentar explicarla y entenderla; pero sólo uno, que acabó sus días sin demasiada lucidez, y del que sólo se conservan sus iniciales, FN, en la Gran Biblioteca de la Ilusión, afirmó lo esencial.
La ciudad de la Ilusión era y es un manantial de placer eterno, su corazón es de oro, la vida embriagada surge de su interior, cada uno de sus latidos generan el gran estilo necesario, su futuro está lleno de espléndidas auroras, su sonrisa es su alma y el sentido de todo, su mirada es la fuente de toda alegría, es la superciudad terrestre, el eterno retorno del gozo infinito, sólo por una ciudad así toda la existencia queda justificada y redimida.
Si un día despiertas y no estás en la ciudad de los elegidos, no debes desesperar ni rasgarte las vestiduras, si has sido seleccionado una vez para contemplar la ciudad del Cielo Puro de las Diosas, es posible, aunque poco verosímil, que el destino te permita residir de nuevo entre los señalados. En el peor de los casos puedes, y debes, vivir de tus recuerdos; para algunos es mucho más de lo que nunca soñaron.
Juan les dijo:
—Cuando llegues al infinito sigue ascendiendo por sus planos ilimitados, tendrás que atravesar desequilibrios inestables y fluir algo distanciado de la corriente, espera a que la entropía se aclare, permanece tranquilo, concéntrate en la compasión por todo. Camina para crear el sentido, respira para inaugurar el universo, vive como si supieras siempre y en todo momento lo que es vivir; con la misma intensidad de la que presumen los trágicos desesperados, pero en tu caso alegre, gozosa y positiva. Y aunque todavía encuentres en ti más espacio dedicado a lo que no es, a lo que no ha llegado a ser, a lo que de ninguna manera deja de estar en ti, siente la alegría de memoria.
A LA ALTURA DEL AIRE-38
Para Óscar el mejor museo es Un museo de regalo.
—En la capital de P sólo parece existir un Museo, el mencionado y a la vez desconocido Museo de la Palabra Interminable; nadie sabe qué contiene, y no porque sea un importante secreto de Estado, es porque no ha abierto sus puertas todavía.
Todo el mundo se pregunta cómo es posible que nadie conozca el contenido de una institución semejante, sobre todo ahora que todo aparece en cualquier buscador avanzado; y hacen bien en preguntárselo ya que la respuesta en principio es bien sencilla, el Museo del Silencio Sonoro ni siquiera se ha inaugurado.
Se sabe algo acerca de que hace siglos, allá por el año 2000, unos amigos, y sólo con sus palabras, exploraron, descubrieron, fundaron y crearon sus galerías, salas, colecciones y tesoros, que deberían mostrarse sólo a quienes merecieran el placer de contemplarlos. Pero, a día de hoy, nadie más ha vuelto a tener el privilegio de visitar y conocer el Museo del Amanecer Desconocido, por lo que se ignora su actual estado de conservación e incluso la categoría a la que pertenece.
Los más importantes expertos mundiales en museografía, que lo saben todo sobre cualquier museo del mundo, ignoran la magnitud y la escala del Museo de los Cielos Imaginables. Suponen, y tiene motivos para hacerlo, que su interior debe albergar la mejor colección de Luz Enamorada del Universo, ya que en noches muy especiales se adivinan ciertos resplandores dorados que turban incluso la imaginación de los humanos más sensatos, comedidos, templados y prudentes.
Lo que está claro es que hasta en el más sofisticado y elevado mundo de la Alta Cultura se producen rumores. Hay un periodista que asegura haber rastreado la presencia en el Museo de las Palabras Entrecruzadas de algunas palabras aventajadas; otros creen que se trata simplemente de un malentendido, que en realidad el Museo de las Miradas Invisibles no existe, ni siquiera físicamente, que sólo es un gran espejismo que ha fascinado a las mentes más cultivadas del continente; una tercera corriente interpreta todos los datos anteriores como una conspiración por parte de la Real República de Polombia para ocultar al mundo la llegada de una nueva Diosa de la Belleza de imposible contemplación para humanos desentrenados, ya que puede producir años de insomnio, intolerancia radical al mundo cotidiano y aceleración súbita de los recuerdos más tiernos y anemófilos.
Consultada la Real Academia de Relatos de Polombia sobre la existencia misma del Museo de los Reales Encantamientos, sólo hemos obtenido por única respuesta una frase confusa, ambigua y también inagotable: "Si afirmáramos cualquier cosa sobre el Museo de la Alegría Irrepetible, mentiríamos; su existencia escapa a nuestros designios, está por encima del bien y del mal y hasta ahora sólo una persona se ha atrevido a contarlo". El enigma, por tanto, parece que se mantiene.
Los científicos del Consejo Superior de Ciencias Poéticas de Polombia aseguran que la realidad del mismo edificio es inmune a cualquier prueba que certifique su existencia, lo que traducido al castellano implica que todo experimento para confirmar o rechazar su presencia sólida y estable ha fracasado hasta ahora, lo que no impide que en un futuro más o menos próximo exista alguna posibilidad de demostrar que el Museo de la Palabra Sonriente tiene algún sentido. De momento sólo cabe un cordial escepticismo bastante esperanzado.
Algunos estados han gastado sumas ingentes de dinero para averiguar cualquier cosa sobre el Museo del Futuro Perfecto, han contratado los mejores espías que nunca, hasta este caso, habían fracasado. Pero, después de más de medio siglo de investigaciones, no han logrado saber el lugar exacto en el que se localiza, ni conocer los planos ni la forma externa del edificio, ni siquiera si aparece en la más elemental guía de teléfonos.
Tampoco los eminentes especialistas en Arqueología Poética lograron saber nada. Todo inútil, el Museo de las Musas Indecisas es impredecible y se ha escapado hasta ahora a todo intento de confirmar o de refutar su misma presencia en el mundo que acostumbramos a tomar por real.
Ahora bien, se han preguntado algunos profesores de Filosofía que sin duda no tenían nada mejor que hacer, qué diferencia existe entre un Museo ilocalizable, inmaterial, irreal e indetectable y un Museo Inexistente. La pregunta es pertinente sin duda, pero está claro que nadie en Polombia o que esté medianamente informado sobre los asuntos polombianos, se atrevería jamás a llegar a la conclusión de la inexistencia del Museo de la Luz Elevada. Por más información y argumentos que les ofrezcan, la población general parece desear un vuelo más elevado para la realidad y, si bien podrían de momento aceptar que no es fácil demostrar que existe el Museo de las Musas Encantadas, también podría suceder que empezase a existir en un próximo futuro, por lo que negar ahora su misma posibilidad podría parecer un gesto bastante simple de educación emocional.
Exista o no el Museo de la Realidad Imaginaria figura ya entre las más importantes creaciones del espíritu humano a lo largo de la Historia. No debemos concluir, por tanto, que la búsqueda ha sido infructuosa y que la ausencia de pruebas pueda llegar a demostrar precisamente la irrealidad del Museo de las Bibliotecas Ideales.
En la última visita realizada Ayer a la capital de Polombia se ha comprobado que hay una manzana entera en el centro de la ciudad que está vacía, no hay edificios y, lo más raro, ni a sus más astutos habitantes les ha dado por sospechar que la antimateria se haya apoderado de ese espacio sin contenido ni dimensiones. Los más atrevidos se han acercado extremando las precauciones y han notado en sus manos un resplandor dorado cerca de lo que podría ser la superficie de sus paredes exteriores. Desde fuera lo único que se observa es que el que entra en ese orden del Museo del Hipercubo Minimalista ya no puede ser visto desde el exterior hasta que sale, confuso, desorientado y elevado a la enésima potencia. Trastornos y perplejidades semejantes han llevado a las autoridades de la ciudad a decretar un período de cuarentena especial para todos los que entren y salgan de ese Museo de la Esencia Invisible Inencontrable.
Desde que se iniciaron estas investigaciones el territorio de la Real República de Polombia no ha hecho más que ampliarse, poniendo en dichosas y alegres circunstancias a todos los que han tenido la suerte de sentirse invadidos por su hermosa influencia. Pertenecen sin duda a la nueva Polombia en expansión todos los nuevos lugares colonizados por la mejor imaginación humana, lo mejor que se ha escrito hasta ahora en esta versión de la historia: la Mancha quijotesca de Cervantes, la música de Juan Sebastián Bach, las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, los cuentos argentinos de Borges, las Mil y una noches orientales, las obras de Douglas R. Hofstadter, los cuentos completos de los cronopios de Cortazar, los de Canterbury, el Decameron de Bocaccio, la parte celestial de la Divina Comedia de Dante; también pertenecen Macondo y los lugares mágicos de García Márquez, los espacios de Saramago, los textos referenciales de Gustavo Martín Garzo, los libros de Luis Landero, el Ramayana y el Mahabarata, las cosas de las que no podía hablar Wittgenstein, los poemas de amor que no desesperan y tantos otros cuentos...
Dicen que nadie puede olvidarse del Museo de Polombia después de haber entrado en sus dominios y que, por donde quiera que vayan, llevarán consigo, y para siempre, su modo de ser y de estar y su alegría, y quedarán encantados eternamente.
Aseguran que, con un poco de suerte, no será siempre noviembre ni estarán mucho tiempo lejos del lugar indicado. Por eso las autoridades poético-sanitarias recomiendan que, antes de notar el más ligero de los síntomas, se debe emprender el viaje esencial a Polombia; allí siempre se está a salvo de la melancolía y del desánimo, de las tribulaciones y desalientos cotidianos, de esta ruidosa vida que nos ha dado a todos por llevar como si fuera obligatoria y necesaria. Por eso, en cuanto alguien se refugia y se sitúa en el epicentro de su mar de la tranquilidad empieza a notar que crece en su interior una serenidad alegre que ni los más atrevidos ejercicios de los escépticos, de los pesimistas profesionales y de los nihilistas logran alterar. No es que dejen de conocer los problemas del mundo, o que sean ajenos al sufrimiento y al dolor que existe, tampoco se trata de evadirse de la realidad, simplemente es así, consideran que la vida es este milagro precioso, apetecible y apreciable y no van a consentir de ninguna manera que los expertos en ensuciarlo todo les convenzan de que sólo vamos de un fracaso a otro mejor ya que, si así fuese, esperan fracasar tan bien la próxima vez que va a parecer un éxito teológico.
Todo el mundo debería vivir siempre en Polombia o, al menos pasar allí una larga temporada. Así quedaría inmunizado contra todos los males que aquejan a la condición humana. Si alguien no quiere emprender su peculiar viaje a Polombia no por eso debe quedarse ordenando el inmenso catálogo de ausencias o reconstruyendo la curva de una caricia eterna. La eternidad es ya la suma y la conexión de todas las vidas individuales.
—En la capital de P sólo parece existir un Museo, el mencionado y a la vez desconocido Museo de la Palabra Interminable; nadie sabe qué contiene, y no porque sea un importante secreto de Estado, es porque no ha abierto sus puertas todavía.
Todo el mundo se pregunta cómo es posible que nadie conozca el contenido de una institución semejante, sobre todo ahora que todo aparece en cualquier buscador avanzado; y hacen bien en preguntárselo ya que la respuesta en principio es bien sencilla, el Museo del Silencio Sonoro ni siquiera se ha inaugurado.
Se sabe algo acerca de que hace siglos, allá por el año 2000, unos amigos, y sólo con sus palabras, exploraron, descubrieron, fundaron y crearon sus galerías, salas, colecciones y tesoros, que deberían mostrarse sólo a quienes merecieran el placer de contemplarlos. Pero, a día de hoy, nadie más ha vuelto a tener el privilegio de visitar y conocer el Museo del Amanecer Desconocido, por lo que se ignora su actual estado de conservación e incluso la categoría a la que pertenece.
Los más importantes expertos mundiales en museografía, que lo saben todo sobre cualquier museo del mundo, ignoran la magnitud y la escala del Museo de los Cielos Imaginables. Suponen, y tiene motivos para hacerlo, que su interior debe albergar la mejor colección de Luz Enamorada del Universo, ya que en noches muy especiales se adivinan ciertos resplandores dorados que turban incluso la imaginación de los humanos más sensatos, comedidos, templados y prudentes.
Lo que está claro es que hasta en el más sofisticado y elevado mundo de la Alta Cultura se producen rumores. Hay un periodista que asegura haber rastreado la presencia en el Museo de las Palabras Entrecruzadas de algunas palabras aventajadas; otros creen que se trata simplemente de un malentendido, que en realidad el Museo de las Miradas Invisibles no existe, ni siquiera físicamente, que sólo es un gran espejismo que ha fascinado a las mentes más cultivadas del continente; una tercera corriente interpreta todos los datos anteriores como una conspiración por parte de la Real República de Polombia para ocultar al mundo la llegada de una nueva Diosa de la Belleza de imposible contemplación para humanos desentrenados, ya que puede producir años de insomnio, intolerancia radical al mundo cotidiano y aceleración súbita de los recuerdos más tiernos y anemófilos.
Consultada la Real Academia de Relatos de Polombia sobre la existencia misma del Museo de los Reales Encantamientos, sólo hemos obtenido por única respuesta una frase confusa, ambigua y también inagotable: "Si afirmáramos cualquier cosa sobre el Museo de la Alegría Irrepetible, mentiríamos; su existencia escapa a nuestros designios, está por encima del bien y del mal y hasta ahora sólo una persona se ha atrevido a contarlo". El enigma, por tanto, parece que se mantiene.
Los científicos del Consejo Superior de Ciencias Poéticas de Polombia aseguran que la realidad del mismo edificio es inmune a cualquier prueba que certifique su existencia, lo que traducido al castellano implica que todo experimento para confirmar o rechazar su presencia sólida y estable ha fracasado hasta ahora, lo que no impide que en un futuro más o menos próximo exista alguna posibilidad de demostrar que el Museo de la Palabra Sonriente tiene algún sentido. De momento sólo cabe un cordial escepticismo bastante esperanzado.
Algunos estados han gastado sumas ingentes de dinero para averiguar cualquier cosa sobre el Museo del Futuro Perfecto, han contratado los mejores espías que nunca, hasta este caso, habían fracasado. Pero, después de más de medio siglo de investigaciones, no han logrado saber el lugar exacto en el que se localiza, ni conocer los planos ni la forma externa del edificio, ni siquiera si aparece en la más elemental guía de teléfonos.
Tampoco los eminentes especialistas en Arqueología Poética lograron saber nada. Todo inútil, el Museo de las Musas Indecisas es impredecible y se ha escapado hasta ahora a todo intento de confirmar o de refutar su misma presencia en el mundo que acostumbramos a tomar por real.
Ahora bien, se han preguntado algunos profesores de Filosofía que sin duda no tenían nada mejor que hacer, qué diferencia existe entre un Museo ilocalizable, inmaterial, irreal e indetectable y un Museo Inexistente. La pregunta es pertinente sin duda, pero está claro que nadie en Polombia o que esté medianamente informado sobre los asuntos polombianos, se atrevería jamás a llegar a la conclusión de la inexistencia del Museo de la Luz Elevada. Por más información y argumentos que les ofrezcan, la población general parece desear un vuelo más elevado para la realidad y, si bien podrían de momento aceptar que no es fácil demostrar que existe el Museo de las Musas Encantadas, también podría suceder que empezase a existir en un próximo futuro, por lo que negar ahora su misma posibilidad podría parecer un gesto bastante simple de educación emocional.
Exista o no el Museo de la Realidad Imaginaria figura ya entre las más importantes creaciones del espíritu humano a lo largo de la Historia. No debemos concluir, por tanto, que la búsqueda ha sido infructuosa y que la ausencia de pruebas pueda llegar a demostrar precisamente la irrealidad del Museo de las Bibliotecas Ideales.
En la última visita realizada Ayer a la capital de Polombia se ha comprobado que hay una manzana entera en el centro de la ciudad que está vacía, no hay edificios y, lo más raro, ni a sus más astutos habitantes les ha dado por sospechar que la antimateria se haya apoderado de ese espacio sin contenido ni dimensiones. Los más atrevidos se han acercado extremando las precauciones y han notado en sus manos un resplandor dorado cerca de lo que podría ser la superficie de sus paredes exteriores. Desde fuera lo único que se observa es que el que entra en ese orden del Museo del Hipercubo Minimalista ya no puede ser visto desde el exterior hasta que sale, confuso, desorientado y elevado a la enésima potencia. Trastornos y perplejidades semejantes han llevado a las autoridades de la ciudad a decretar un período de cuarentena especial para todos los que entren y salgan de ese Museo de la Esencia Invisible Inencontrable.
Desde que se iniciaron estas investigaciones el territorio de la Real República de Polombia no ha hecho más que ampliarse, poniendo en dichosas y alegres circunstancias a todos los que han tenido la suerte de sentirse invadidos por su hermosa influencia. Pertenecen sin duda a la nueva Polombia en expansión todos los nuevos lugares colonizados por la mejor imaginación humana, lo mejor que se ha escrito hasta ahora en esta versión de la historia: la Mancha quijotesca de Cervantes, la música de Juan Sebastián Bach, las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, los cuentos argentinos de Borges, las Mil y una noches orientales, las obras de Douglas R. Hofstadter, los cuentos completos de los cronopios de Cortazar, los de Canterbury, el Decameron de Bocaccio, la parte celestial de la Divina Comedia de Dante; también pertenecen Macondo y los lugares mágicos de García Márquez, los espacios de Saramago, los textos referenciales de Gustavo Martín Garzo, los libros de Luis Landero, el Ramayana y el Mahabarata, las cosas de las que no podía hablar Wittgenstein, los poemas de amor que no desesperan y tantos otros cuentos...
Dicen que nadie puede olvidarse del Museo de Polombia después de haber entrado en sus dominios y que, por donde quiera que vayan, llevarán consigo, y para siempre, su modo de ser y de estar y su alegría, y quedarán encantados eternamente.
Aseguran que, con un poco de suerte, no será siempre noviembre ni estarán mucho tiempo lejos del lugar indicado. Por eso las autoridades poético-sanitarias recomiendan que, antes de notar el más ligero de los síntomas, se debe emprender el viaje esencial a Polombia; allí siempre se está a salvo de la melancolía y del desánimo, de las tribulaciones y desalientos cotidianos, de esta ruidosa vida que nos ha dado a todos por llevar como si fuera obligatoria y necesaria. Por eso, en cuanto alguien se refugia y se sitúa en el epicentro de su mar de la tranquilidad empieza a notar que crece en su interior una serenidad alegre que ni los más atrevidos ejercicios de los escépticos, de los pesimistas profesionales y de los nihilistas logran alterar. No es que dejen de conocer los problemas del mundo, o que sean ajenos al sufrimiento y al dolor que existe, tampoco se trata de evadirse de la realidad, simplemente es así, consideran que la vida es este milagro precioso, apetecible y apreciable y no van a consentir de ninguna manera que los expertos en ensuciarlo todo les convenzan de que sólo vamos de un fracaso a otro mejor ya que, si así fuese, esperan fracasar tan bien la próxima vez que va a parecer un éxito teológico.
Todo el mundo debería vivir siempre en Polombia o, al menos pasar allí una larga temporada. Así quedaría inmunizado contra todos los males que aquejan a la condición humana. Si alguien no quiere emprender su peculiar viaje a Polombia no por eso debe quedarse ordenando el inmenso catálogo de ausencias o reconstruyendo la curva de una caricia eterna. La eternidad es ya la suma y la conexión de todas las vidas individuales.
A LA ALTURA DEL AIRE-37
Luis quiere superar la condición humana y situarse A escala de la estrella roja:
—A su escala también el micrometeorito reflejaba el impacto que sufrió al acercarse tanto a la explosión de la gran supernova roja; ahora en el centro de su alma se aprecia una especie de cráter circular con fondo plano. Si se presta mucha atención se puede notar la vibración de una especie de latido constante, un ritmo que manifiesta una vida que de ninguna manera quiere renunciar a seguir existiendo, a pesar de que ahora apenas pueda disfrutar de los placeres espaciales, de las alegrías planetarias o de las felicidades terrenales y cósmicas; aunque ahora apenas se divierta en su nueva y excéntrica órbita y todo se parezca cada día más a un prosaico aburrimiento interestelar.
Juan quiere vivir Una aventura literaria:
—En P, cuando querían empezar a contar una historia, siempre se permitían el lujo de introducir ciertas expresiones escépticas sobre la importancia que se le suele conceder a la relación causa-efecto, sobre la línea imaginaria que uniría hechos probados y consecuencias e, incluso, sobre las célebres unidades de acción, espacio y tiempo.
Vivir tantos años y en tantos lugares, asistir a tantos acontecimientos, moverse tanto por el mundo... suele dar una perspectiva un poco más dinámica de la existencia, poco respetuosa con la uniformidad de los modelos vigentes y bastante inclinada hacia el relativismo de cualquier principio sostenido con insistencia. Por eso, cuando quiso relatar lo sucedido, no podía ni quería ni sabía, si hemos de ser sinceros, seguir las indicaciones que, a este respecto, habían propuesto Homero, Shakespeare y Cervantes; ni siquiera las de algunos más contemporáneos, como Italo Calvino. Borges, García Márquez o Luis Landero, le servirían en esta ocasión.
Se necesitaba ser casi del todo inconsciente (cosa que él conseguía con mucha facilidad), dejarse llevar por la historia, seguir la vida sin indicaciones, porque cualquier darse cuenta de la posición de un adjetivo, cualquier advertencia de la falta de subordinación de una frase, cualquier vacilación semántica... haría imposible describir lo que ahora mismo estaba intentando.
Sabiamos todos que tenían la cabeza llena de palabras, de hermosas palabras juguetonas, de libros eminentes, de ideas brillantes, de imágenes, de películas emocionantes, de paisajes y de viajes perfectos... y que eran demasiadas; sabíamos que nadie puede digerir tantos estímulos sin ser palabrista o constructor de móviles calderianos; sabíamos que, tal vez, no estaban predestinados el uno para el otro pero que, cuando se conocieron, se estremecieron todos los orígenes del cosmos y todos los asientos.
Como personas curtidas por la vida, ya habían pasado por la ingenuidad y la poesía adolescente, por la madurez y la sensibilidad, por el placer y la dicha, por la alegría y la felicidad, y todo eso les había hecho merecer ser como dioses en la tierra, sin perder la inocencia más profunda, ya que sus desengaños no habían afectado todavía al alma de los colores y podían sentir aún latidos de entusiasmo entre los días que se alargan con el cariño más atento de las manos perfectas.
Es cierto que él la miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo, pero también lo es que ella era tan maravillosa que le devolvía abrazos con los ojos. No negaremos que respiraron juntos; también está probado que la lluvia no perjudicó su primer café en el que aprendieron a descifrar sus palabras y a acompañarse con exquisita atención, ya que estaba cerca el hermoso delirio de las luces de navidad y recordaban los dos que los niños y los seres más deliciosos disfrutan incluso de lo que no puede entenderse. Comieron juntos y se dieron la mano en los postres, él le regaló entonces un puente sonriente para poder estar siempre en contacto. Poco después ella ya lo sostenía completamente y él le construyó un mundo alegre y dionisíaco, un Universo feliz y lleno de colores que quería ser la cartografía de su sonrisa espléndida. Desde allí pasearon juntos por el viento, se besaron como huracanes contenidos y se amaron como volcanes tiernos. Todo hacía suponer que aquel nuevo inicio sería recordado durante siglos y milenios, que los proyectos para vivir en un hexaedro minimalista con luz angelical sería acompañado de un traslado de todos los libros y discos y pañuelos para su cuello sensible y delicado. Todo apuntaba a una reunión definitiva del alma con el cuerpo, a un estallido general de la razón, al encuentro armonioso con Godot, a la lectura atenta de todos los relatos; tenían tanto que vivir que ahora no había tiempo para escribirse demasiado, sentían tanto placer juntos que casi no había momentos para leerse; incluso su felicidad se reflejaba en aquella camarera tan atenta que les atendía siempre sonriente al lado del mar.
Sebastián quiere Encontrar:
—Estaban allí, el aleph superior, el quid de la cuestión, las afirmaciones absolutas de los condicionales, la aproximación definitiva a la voluntad de amar, los mejores argumentos sobre el atomismo de la mente, el crecimiento espiritual de los colores, el paseo tranquilo del escepticismo, el divertido e infalible don para resolver las cuestiones secundarias, el deseo sin razones ni categorías, las diferencias culturales entre el dilema y la duda alabeada, los grados de la experiencia, la ilusión de los valores, el sentido de todas las vidas vividas hasta ahora, el santo grial de la sonrisa, el éxtasis divino en unos ojos, la meditación sonriente y sin prisas, la piedra filosofal de los veranos, el juego de los mejores abalorios, el secreto mejor guardado y escondido, el alfa y el omega rojo y blanco, el principio del comienzo y del origen, la sustancia y el destino de todo lo creado y ocurrido, el silencio interminable y el vacío debajo de todos los puentes optimistas, la meditación interior de los sabios que sienten, los imprescindibles móviles de Calder, el don extenso y apacible, la medida del minimalismo, la naturaleza de la historia interminable, los descuentos y todos los cuentos y relatos disponibles, el milagro de la gran explosión en la diana, el encuentro del tiempo recobrado, la pasión máxima del viaje a ítaca, la vía láctea en las manos, la materia de los dioses, los encuentros en la enésima fase, el génesis de la totalidad, el encuentro con la vida dionisíaca, el dinamismo de la existencia encantada de encantarse, la fe en las miradas virginales, la energía deslumbrante de todas las vivencias, los árboles que desean ser ailantos, el uno primordial ahora accesible, la síntesis de todo lo perfecto, el sagrado devenir de los torrentes, las metamorfosis necesarias, el cambio incesante de lo mismo, las partículas elementales de la inocencia, la impermanencia del ser, la sed de universo cósmico, la unión mística con el infinito, el sentido celestial de cada día, la excelencia de lo humano, la explicación integral del atlas de la antropología, la teoría general del todo, el orden y el caos implicados en el mundo, la evolución del nirvana inteligente, la entrada al paraíso delicioso, el aventurero e ingenioso hidalgo, el evangelio según san Juan Sebastián, la esperanza que es vida, lo que hacen los peregrinos con el sentido de la Tierra, el agradecimiento sincero a los poetas y a los santos, el eterno retorno de lo bueno, la belleza en grado superlativo, lo que todos buscan y casi nadie encuentra, la paz perpetua sin mesías, el banquete hedonista y salvífico, el abrazo inolvidable que sana y nos desborda, el máximo y el mínimo en un beso, las palabras del principio, la física y la química de la alegresfera, la suerte nunca echada, el libro de la gran biblioteca del palacio de la alegría, la filosofía de la sabiduría, el absoluto ahora mismo, la ilusión real, el placer supremo, el amor sin apocalipsis, la iluminación reverencial, el despertar definitivo, el gozo incesante, el camino de perfección, la verdad del mundo, la vida serena ensimismada, la Subida al Monte Carmelo, la educación superior del monte olimpo, la ascesis total del Himalaya, la teoría general de los relativismos, la pasión del absoluto, el horizonte divino, la felicidad de las almohadas, la alegría inocente de las hadas, la irresistible ascensión de las ángelas, la vida delicada de las princesas, la presencia de las diosas zen en los vacíos, el código descifrado de todos los misterios, las dimensiones del saber impronunciable, el gran enigma resuelto, los juegos del lenguaje, la incógnita desentrañada, las normas cambiantes de cada jornada, los secretos del espacio y del tiempo abierto, las ciudades sonrientes invisibles, la creencia en el amor sin crucificar, la luz de la gozosa sexualidad sagrada, el rayo que no cesa de ser pirámide, la profundidad de lo que no necesita demostración, lo inmenso que se desborda en cada sentido, la emanación de los tesoros, el axioma más antiguo, las primeras afirmaciones, lo que sale a la luz, lo que sacia sin interpretación, cien años sin soledad, la sonrisa compasiva, los títulos no pretenciosos, la belleza angelical, Godot hablando tranquilamente con Zaratustra, la exquisitez sin solemnidad, el encanto de todo lo sencillo...
Estaban allí, en la misma persona
—A su escala también el micrometeorito reflejaba el impacto que sufrió al acercarse tanto a la explosión de la gran supernova roja; ahora en el centro de su alma se aprecia una especie de cráter circular con fondo plano. Si se presta mucha atención se puede notar la vibración de una especie de latido constante, un ritmo que manifiesta una vida que de ninguna manera quiere renunciar a seguir existiendo, a pesar de que ahora apenas pueda disfrutar de los placeres espaciales, de las alegrías planetarias o de las felicidades terrenales y cósmicas; aunque ahora apenas se divierta en su nueva y excéntrica órbita y todo se parezca cada día más a un prosaico aburrimiento interestelar.
Juan quiere vivir Una aventura literaria:
—En P, cuando querían empezar a contar una historia, siempre se permitían el lujo de introducir ciertas expresiones escépticas sobre la importancia que se le suele conceder a la relación causa-efecto, sobre la línea imaginaria que uniría hechos probados y consecuencias e, incluso, sobre las célebres unidades de acción, espacio y tiempo.
Vivir tantos años y en tantos lugares, asistir a tantos acontecimientos, moverse tanto por el mundo... suele dar una perspectiva un poco más dinámica de la existencia, poco respetuosa con la uniformidad de los modelos vigentes y bastante inclinada hacia el relativismo de cualquier principio sostenido con insistencia. Por eso, cuando quiso relatar lo sucedido, no podía ni quería ni sabía, si hemos de ser sinceros, seguir las indicaciones que, a este respecto, habían propuesto Homero, Shakespeare y Cervantes; ni siquiera las de algunos más contemporáneos, como Italo Calvino. Borges, García Márquez o Luis Landero, le servirían en esta ocasión.
Se necesitaba ser casi del todo inconsciente (cosa que él conseguía con mucha facilidad), dejarse llevar por la historia, seguir la vida sin indicaciones, porque cualquier darse cuenta de la posición de un adjetivo, cualquier advertencia de la falta de subordinación de una frase, cualquier vacilación semántica... haría imposible describir lo que ahora mismo estaba intentando.
Sabiamos todos que tenían la cabeza llena de palabras, de hermosas palabras juguetonas, de libros eminentes, de ideas brillantes, de imágenes, de películas emocionantes, de paisajes y de viajes perfectos... y que eran demasiadas; sabíamos que nadie puede digerir tantos estímulos sin ser palabrista o constructor de móviles calderianos; sabíamos que, tal vez, no estaban predestinados el uno para el otro pero que, cuando se conocieron, se estremecieron todos los orígenes del cosmos y todos los asientos.
Como personas curtidas por la vida, ya habían pasado por la ingenuidad y la poesía adolescente, por la madurez y la sensibilidad, por el placer y la dicha, por la alegría y la felicidad, y todo eso les había hecho merecer ser como dioses en la tierra, sin perder la inocencia más profunda, ya que sus desengaños no habían afectado todavía al alma de los colores y podían sentir aún latidos de entusiasmo entre los días que se alargan con el cariño más atento de las manos perfectas.
Es cierto que él la miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo, pero también lo es que ella era tan maravillosa que le devolvía abrazos con los ojos. No negaremos que respiraron juntos; también está probado que la lluvia no perjudicó su primer café en el que aprendieron a descifrar sus palabras y a acompañarse con exquisita atención, ya que estaba cerca el hermoso delirio de las luces de navidad y recordaban los dos que los niños y los seres más deliciosos disfrutan incluso de lo que no puede entenderse. Comieron juntos y se dieron la mano en los postres, él le regaló entonces un puente sonriente para poder estar siempre en contacto. Poco después ella ya lo sostenía completamente y él le construyó un mundo alegre y dionisíaco, un Universo feliz y lleno de colores que quería ser la cartografía de su sonrisa espléndida. Desde allí pasearon juntos por el viento, se besaron como huracanes contenidos y se amaron como volcanes tiernos. Todo hacía suponer que aquel nuevo inicio sería recordado durante siglos y milenios, que los proyectos para vivir en un hexaedro minimalista con luz angelical sería acompañado de un traslado de todos los libros y discos y pañuelos para su cuello sensible y delicado. Todo apuntaba a una reunión definitiva del alma con el cuerpo, a un estallido general de la razón, al encuentro armonioso con Godot, a la lectura atenta de todos los relatos; tenían tanto que vivir que ahora no había tiempo para escribirse demasiado, sentían tanto placer juntos que casi no había momentos para leerse; incluso su felicidad se reflejaba en aquella camarera tan atenta que les atendía siempre sonriente al lado del mar.
Sebastián quiere Encontrar:
—Estaban allí, el aleph superior, el quid de la cuestión, las afirmaciones absolutas de los condicionales, la aproximación definitiva a la voluntad de amar, los mejores argumentos sobre el atomismo de la mente, el crecimiento espiritual de los colores, el paseo tranquilo del escepticismo, el divertido e infalible don para resolver las cuestiones secundarias, el deseo sin razones ni categorías, las diferencias culturales entre el dilema y la duda alabeada, los grados de la experiencia, la ilusión de los valores, el sentido de todas las vidas vividas hasta ahora, el santo grial de la sonrisa, el éxtasis divino en unos ojos, la meditación sonriente y sin prisas, la piedra filosofal de los veranos, el juego de los mejores abalorios, el secreto mejor guardado y escondido, el alfa y el omega rojo y blanco, el principio del comienzo y del origen, la sustancia y el destino de todo lo creado y ocurrido, el silencio interminable y el vacío debajo de todos los puentes optimistas, la meditación interior de los sabios que sienten, los imprescindibles móviles de Calder, el don extenso y apacible, la medida del minimalismo, la naturaleza de la historia interminable, los descuentos y todos los cuentos y relatos disponibles, el milagro de la gran explosión en la diana, el encuentro del tiempo recobrado, la pasión máxima del viaje a ítaca, la vía láctea en las manos, la materia de los dioses, los encuentros en la enésima fase, el génesis de la totalidad, el encuentro con la vida dionisíaca, el dinamismo de la existencia encantada de encantarse, la fe en las miradas virginales, la energía deslumbrante de todas las vivencias, los árboles que desean ser ailantos, el uno primordial ahora accesible, la síntesis de todo lo perfecto, el sagrado devenir de los torrentes, las metamorfosis necesarias, el cambio incesante de lo mismo, las partículas elementales de la inocencia, la impermanencia del ser, la sed de universo cósmico, la unión mística con el infinito, el sentido celestial de cada día, la excelencia de lo humano, la explicación integral del atlas de la antropología, la teoría general del todo, el orden y el caos implicados en el mundo, la evolución del nirvana inteligente, la entrada al paraíso delicioso, el aventurero e ingenioso hidalgo, el evangelio según san Juan Sebastián, la esperanza que es vida, lo que hacen los peregrinos con el sentido de la Tierra, el agradecimiento sincero a los poetas y a los santos, el eterno retorno de lo bueno, la belleza en grado superlativo, lo que todos buscan y casi nadie encuentra, la paz perpetua sin mesías, el banquete hedonista y salvífico, el abrazo inolvidable que sana y nos desborda, el máximo y el mínimo en un beso, las palabras del principio, la física y la química de la alegresfera, la suerte nunca echada, el libro de la gran biblioteca del palacio de la alegría, la filosofía de la sabiduría, el absoluto ahora mismo, la ilusión real, el placer supremo, el amor sin apocalipsis, la iluminación reverencial, el despertar definitivo, el gozo incesante, el camino de perfección, la verdad del mundo, la vida serena ensimismada, la Subida al Monte Carmelo, la educación superior del monte olimpo, la ascesis total del Himalaya, la teoría general de los relativismos, la pasión del absoluto, el horizonte divino, la felicidad de las almohadas, la alegría inocente de las hadas, la irresistible ascensión de las ángelas, la vida delicada de las princesas, la presencia de las diosas zen en los vacíos, el código descifrado de todos los misterios, las dimensiones del saber impronunciable, el gran enigma resuelto, los juegos del lenguaje, la incógnita desentrañada, las normas cambiantes de cada jornada, los secretos del espacio y del tiempo abierto, las ciudades sonrientes invisibles, la creencia en el amor sin crucificar, la luz de la gozosa sexualidad sagrada, el rayo que no cesa de ser pirámide, la profundidad de lo que no necesita demostración, lo inmenso que se desborda en cada sentido, la emanación de los tesoros, el axioma más antiguo, las primeras afirmaciones, lo que sale a la luz, lo que sacia sin interpretación, cien años sin soledad, la sonrisa compasiva, los títulos no pretenciosos, la belleza angelical, Godot hablando tranquilamente con Zaratustra, la exquisitez sin solemnidad, el encanto de todo lo sencillo...
Estaban allí, en la misma persona
A LA ALTURA DEL AIRE-36
Se come y se vive al nivel de la calle, se sufre en el subsuelo, el camino de abajo, el subterráneo; y hay más de cien niveles de ensueños por encima. No es mal modelo de vida, vivir siempre incluso por encima de las propias posibilidades, apropiándose de todas las alturas, esperando al sol, iniciándose en el arte de contemplar la vida siempre como algo espléndido, siempre y cuando se pudiera vivir intensamente a todas horas.
Miguel se sincera y les dice que tampoco debía tener tanta importancia escribir una frase y luego otra para después intentar unirlas con algún criterio a las siguientes; con un poco de suerte se distribuyen comas y puntos y se llega a un párrafo.
Seguir con otros párrafos hasta completar una página se supone que no requiere, de entrada, de mayores talentos; otra cosa distinta es lograr que todo el tinglado verbal tenga algo de orden, ritmo, armonía, color y concierto.
De todos modos se ha exagerado mucho la dificultad del oficio del escritor, lo realmente complicado es decir algo nuevo, ensayar la exploración de territorios desconocidos, dar un paso hacia lo indescifrable y volver a empezar para darse cuenta de que es inevitable.
También se ha exagerado mucho siempre la habilidad de los amantes para completar su obra, lo que verdaderamente es casi imposible lograr es hacer el ridículo de una forma nueva, ensayar otras formas de amar que no eliminen la absoluta libertad de cada uno, dar un paso hacia el futuro desconocido en el que dos seres confían uno en el otro tanto como para ir a ciegas a encontrarse y reunir la energía para volver a empezar, sin pereza, para darse cuenta de que lo mejor que pueden hacer es seguir la ley de su ser, o escribir una sonrisa en el aire, besar un substantivo delicado, mirar el vuelo de algunos adjetivos anemófilos y cambiantes, compartir el nuevo universo de una forma tan inocente como responsable, atentos siempre más a reír y a celebrar la gracia de los días que a resaltar el inevitable tropiezo, la irónica fatiga, el discurrir ininterrumpido de flores estacionales y no venirse abajo en cada dificultad.
A algunos dioses de ahora les han privado de nuestro mayor privilegio, contemplar la Belleza, vivir de Verdad y ser Buenos con la Vida; los han reducido a la categoría de semidioses de rebajas, de pagar facturas o de andar por casa en zapatillas y, claro, así no hay manera de parecer lo que éran, seres magníficos, superdotados, sublimes, juguetones, extraordinarios y excelentes o, al menos, si esto parece exagerado, capaces de algún tipo de ironía.
En sus reuniones anuales en el exilio no hacen otra cosa que recordar los buenos tiempos.
Y se quejan, vaya si se quejan; si ya estuvo mal expulsar a Adán y a Eva Belli del Edén, menos sentido tenía arrojar a los dioses del mismísimo Doble Cielo y tenerlos ahora como almas en pena, al borde del abismo, buscando alabeos, colibríes, ailantos, magnolios o cualquier otro indicio, por leve que sea, del Paraíso Perdido.
Sólo uno, entre todos, se atreve a seguir creyendo que tenemos alguna posibilidad de supervivencia fuera de esta sección de oportunidades y ofertas, ya lejos de nuestra querida rama dorada; de todos modos afirma que aún peor que no tener nada es ser un dios desprovisto de objetivos, cargado de una superabundante capacidad para crear y que, sin embargo, permanece inseguro, indeciso y escéptico sobre lo que puede y debe hacer con sus desaprovechados talentos y sentidos.
Si es triste vivir años de soledad todavía es más patético continuar existiendo durante años de ausencia después de toda una intensa eternidad celeste. Menos mal que nos reímos unos de otros y pasamos buenos momentos jugando a ver quién es el más ridículo de todos los hombres y, a veces, ganamos y así, sabiéndonos más o menos desatinados, ingenuos e imprudentes, casi llegamos a entender nuestro destino.
Miguel se sincera y les dice que tampoco debía tener tanta importancia escribir una frase y luego otra para después intentar unirlas con algún criterio a las siguientes; con un poco de suerte se distribuyen comas y puntos y se llega a un párrafo.
Seguir con otros párrafos hasta completar una página se supone que no requiere, de entrada, de mayores talentos; otra cosa distinta es lograr que todo el tinglado verbal tenga algo de orden, ritmo, armonía, color y concierto.
De todos modos se ha exagerado mucho la dificultad del oficio del escritor, lo realmente complicado es decir algo nuevo, ensayar la exploración de territorios desconocidos, dar un paso hacia lo indescifrable y volver a empezar para darse cuenta de que es inevitable.
También se ha exagerado mucho siempre la habilidad de los amantes para completar su obra, lo que verdaderamente es casi imposible lograr es hacer el ridículo de una forma nueva, ensayar otras formas de amar que no eliminen la absoluta libertad de cada uno, dar un paso hacia el futuro desconocido en el que dos seres confían uno en el otro tanto como para ir a ciegas a encontrarse y reunir la energía para volver a empezar, sin pereza, para darse cuenta de que lo mejor que pueden hacer es seguir la ley de su ser, o escribir una sonrisa en el aire, besar un substantivo delicado, mirar el vuelo de algunos adjetivos anemófilos y cambiantes, compartir el nuevo universo de una forma tan inocente como responsable, atentos siempre más a reír y a celebrar la gracia de los días que a resaltar el inevitable tropiezo, la irónica fatiga, el discurrir ininterrumpido de flores estacionales y no venirse abajo en cada dificultad.
A algunos dioses de ahora les han privado de nuestro mayor privilegio, contemplar la Belleza, vivir de Verdad y ser Buenos con la Vida; los han reducido a la categoría de semidioses de rebajas, de pagar facturas o de andar por casa en zapatillas y, claro, así no hay manera de parecer lo que éran, seres magníficos, superdotados, sublimes, juguetones, extraordinarios y excelentes o, al menos, si esto parece exagerado, capaces de algún tipo de ironía.
En sus reuniones anuales en el exilio no hacen otra cosa que recordar los buenos tiempos.
Y se quejan, vaya si se quejan; si ya estuvo mal expulsar a Adán y a Eva Belli del Edén, menos sentido tenía arrojar a los dioses del mismísimo Doble Cielo y tenerlos ahora como almas en pena, al borde del abismo, buscando alabeos, colibríes, ailantos, magnolios o cualquier otro indicio, por leve que sea, del Paraíso Perdido.
Sólo uno, entre todos, se atreve a seguir creyendo que tenemos alguna posibilidad de supervivencia fuera de esta sección de oportunidades y ofertas, ya lejos de nuestra querida rama dorada; de todos modos afirma que aún peor que no tener nada es ser un dios desprovisto de objetivos, cargado de una superabundante capacidad para crear y que, sin embargo, permanece inseguro, indeciso y escéptico sobre lo que puede y debe hacer con sus desaprovechados talentos y sentidos.
Si es triste vivir años de soledad todavía es más patético continuar existiendo durante años de ausencia después de toda una intensa eternidad celeste. Menos mal que nos reímos unos de otros y pasamos buenos momentos jugando a ver quién es el más ridículo de todos los hombres y, a veces, ganamos y así, sabiéndonos más o menos desatinados, ingenuos e imprudentes, casi llegamos a entender nuestro destino.
viernes, 9 de diciembre de 2011
A LA ALTURA DEL AIRE-35
En Polombia la poesía era de obligado cumplimiento, la especie más protegida. Si estabas muy atento conseguías su aprobación, su atención y su cuidado.
Espacio
Mientras el espacio en general parece tranquilo y está en su sitio, el tiempo que conozco se empeña en pasar, en suceder, en devenir, en transcurrir, en venir, en llegar, en marcharse, en atraversarnos con sus dardos...
Hagas lo que hagas, y aunque no hagas nada, el tiempo pasa, sucede, nos sucede a todos y a cada uno, nos erosiona, nos gasta, nos madura, nos envejece, nos vive y nos agota.
Sería una revolución física y metafísica vivir un tiempo que dependiese de nuestra voluntad, que no pasase sin nuestro permiso, que permaneciese detenido por nuestra decisión. Entonces sí que tendría gracia vivir.
Hagas lo que hagas, y aunque no hagas nada, el tiempo pasa, sucede, nos sucede a todos y a cada uno, nos erosiona, nos gasta, nos madura, nos envejece, nos vive y nos agota.
Sería una revolución física y metafísica vivir un tiempo que dependiese de nuestra voluntad, que no pasase sin nuestro permiso, que permaneciese detenido por nuestra decisión. Entonces sí que tendría gracia vivir.
jueves, 1 de diciembre de 2011
A LA ALTURA DEL AIRE-34
Cuando el suelo se hunde por el peso de las ardillas y el vuelo de un colibrí hace que asciendan con más ligereza los rascacielos, es el momento de celebrar el encuentro entre los dos astronautas de planetas literarios gemelos, tanto tiempo separados.
Cuando en todos los cruces de las calles se han sustituido los números por indicaciones de cariño y ternura, y el calor hace que se dilaten las palabras más hermosas, se cumple el sagrado ritual de los diálogos y tiene sentido el intercambio de adjetivos y descifrar los misterios de las bisagras del deseo.
Cuando por todas partes quedan reflejos dorados que constituyen pruebas irrefutables de la visita, siempre delicada, que hicieron tus ojos para aprobarlo todo, entonces es que son buenos tiempos para el espacio y para la esperanza.
Y es que esta ciudad, ruidosa y estresante, sigue siendo un amplificador de señales, móvil y cambiante, enérgico y poderoso, y me pide que haga algo con esta colección de prismas verticales...
Cuando llueve en Manhattan se disuelven las líneas horizontales y no quedan caminantes en las calles ahogadas, lo que aprovechan inmediatamente los rascacielos para estirarse y crecer un poco más, hasta las nubes inoxidables del Chrysler.
Un habitante, que no se había enterado de esta ley de la niebla, se disolvió en un paso de peatones y, desde entonces, ya nadie lo busca ni lo encuentra en las señales horizontales.
Las luces de las ventanas, encendidas durante todo el largo azar de las noches, proporcionan un decorado cinematográfico al alma de los habitantes escépticos del capitalismo. Ya nadie cree en el orden ajustado, en que todo deba estar apagado o encendido, o en perfecto orden. Y lo que nadie sabe es si esto es bueno para el alma reducida a ritmo y movimiento de los comensales de la calle.
Los taxis amarillos inevitablemente se estrellan en cada cruce con los que han pasado antes, se intercambian pasajeros, historias, amores y distancias, y no es extraño que, algunas veces, se haya visto que un pasajero que iba al aeropuerto JFK se quede en la soledad de un paralelepípedo a vivir para siempre, y eso suponiendo que en NY exista algo parecido a siempre.
El dolor de las ventanas es enorme, y el esfuerzo cósmico de los ascensores para controlarse y no subir directamente a la alegresfera, y hasta se ha percibido un reflejo en las nubes debido al cansancio que imprime la ciudad a las tortugas.
No es un país para lentos ni para niños problemáticos, ni siquiera para constructores de pirámides; lo más inverosímil es posible y así los edificios pueden sostenerse confundiendo sus verticalidades.
Cuando alguien reparte paquetes de su alma por las calles agotadas, no le queda otro remedio que creer que algo tiene sentido, aunque la vida no sea sólo esto y se refugie más bien en la nieve de Central Park o en el aire valiente que no ha sido respirado millones de veces por un ejército de dóciles y ambiciosos trabajadores que habitan en el interior de sus despachos.
La niebla baja ahora a devorar a los directivos que trabajan en las plantas más altas de estas catedrales de materia, y no sé cómo llueve en Dinamarca, ni sé si la única gota de lluvia minimalista, tan grande como la gran manzana, no nos va a ahogar del todo; pero lo que sé es que amanece de nuevo y los taxis, amarillos legalmente, siguen creyendo en el sentido de las calles y en las direcciones anuméricas.
También es cierto que hay farmacias que venden toneladas de Prozac todos los días, he comprado 51 kilos para la próxima semana; aunque sería mejor de otra manera: más Nietzsche y menos Prozac.
De todos modos no es normal fabricar tantas ventanas para intentar ponerle puertas al campo.
La vida ya no sigue esquemas convencionales y se va a atrever a formular nuevos prodigios que escandalizarán a los que quieren que todo sea orden, ley y seguridad.
No hay ya historias convencionales, si existe ya algo parecido a una historia es un milagro.
Se come y se vive al nivel de la calle, se sufre en el subsuelo, el camino de abajo, el subterráneo; y hay más de cien niveles de ensueños por encima. No es mal modelo de vida, vivir siempre incluso por encima de las propias posibilidades, apropiándose de todas las alturas, esperando al sol, iniciándose en el arte de contemplar la vida siempre como algo espléndido, siempre y cuando se pudiera vivir intensamente a todas horas.
Cuando en todos los cruces de las calles se han sustituido los números por indicaciones de cariño y ternura, y el calor hace que se dilaten las palabras más hermosas, se cumple el sagrado ritual de los diálogos y tiene sentido el intercambio de adjetivos y descifrar los misterios de las bisagras del deseo.
Cuando por todas partes quedan reflejos dorados que constituyen pruebas irrefutables de la visita, siempre delicada, que hicieron tus ojos para aprobarlo todo, entonces es que son buenos tiempos para el espacio y para la esperanza.
Y es que esta ciudad, ruidosa y estresante, sigue siendo un amplificador de señales, móvil y cambiante, enérgico y poderoso, y me pide que haga algo con esta colección de prismas verticales...
Cuando llueve en Manhattan se disuelven las líneas horizontales y no quedan caminantes en las calles ahogadas, lo que aprovechan inmediatamente los rascacielos para estirarse y crecer un poco más, hasta las nubes inoxidables del Chrysler.
Un habitante, que no se había enterado de esta ley de la niebla, se disolvió en un paso de peatones y, desde entonces, ya nadie lo busca ni lo encuentra en las señales horizontales.
Las luces de las ventanas, encendidas durante todo el largo azar de las noches, proporcionan un decorado cinematográfico al alma de los habitantes escépticos del capitalismo. Ya nadie cree en el orden ajustado, en que todo deba estar apagado o encendido, o en perfecto orden. Y lo que nadie sabe es si esto es bueno para el alma reducida a ritmo y movimiento de los comensales de la calle.
Los taxis amarillos inevitablemente se estrellan en cada cruce con los que han pasado antes, se intercambian pasajeros, historias, amores y distancias, y no es extraño que, algunas veces, se haya visto que un pasajero que iba al aeropuerto JFK se quede en la soledad de un paralelepípedo a vivir para siempre, y eso suponiendo que en NY exista algo parecido a siempre.
El dolor de las ventanas es enorme, y el esfuerzo cósmico de los ascensores para controlarse y no subir directamente a la alegresfera, y hasta se ha percibido un reflejo en las nubes debido al cansancio que imprime la ciudad a las tortugas.
No es un país para lentos ni para niños problemáticos, ni siquiera para constructores de pirámides; lo más inverosímil es posible y así los edificios pueden sostenerse confundiendo sus verticalidades.
Cuando alguien reparte paquetes de su alma por las calles agotadas, no le queda otro remedio que creer que algo tiene sentido, aunque la vida no sea sólo esto y se refugie más bien en la nieve de Central Park o en el aire valiente que no ha sido respirado millones de veces por un ejército de dóciles y ambiciosos trabajadores que habitan en el interior de sus despachos.
La niebla baja ahora a devorar a los directivos que trabajan en las plantas más altas de estas catedrales de materia, y no sé cómo llueve en Dinamarca, ni sé si la única gota de lluvia minimalista, tan grande como la gran manzana, no nos va a ahogar del todo; pero lo que sé es que amanece de nuevo y los taxis, amarillos legalmente, siguen creyendo en el sentido de las calles y en las direcciones anuméricas.
También es cierto que hay farmacias que venden toneladas de Prozac todos los días, he comprado 51 kilos para la próxima semana; aunque sería mejor de otra manera: más Nietzsche y menos Prozac.
De todos modos no es normal fabricar tantas ventanas para intentar ponerle puertas al campo.
La vida ya no sigue esquemas convencionales y se va a atrever a formular nuevos prodigios que escandalizarán a los que quieren que todo sea orden, ley y seguridad.
No hay ya historias convencionales, si existe ya algo parecido a una historia es un milagro.
Se come y se vive al nivel de la calle, se sufre en el subsuelo, el camino de abajo, el subterráneo; y hay más de cien niveles de ensueños por encima. No es mal modelo de vida, vivir siempre incluso por encima de las propias posibilidades, apropiándose de todas las alturas, esperando al sol, iniciándose en el arte de contemplar la vida siempre como algo espléndido, siempre y cuando se pudiera vivir intensamente a todas horas.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
A LA ALTURA DEL AIRE-33
Óscar quiere ahora leerles sus Impresiones de Nueva York. Ningún poeta en NY:
—En la gran tarta rallada se olvidaron de rellenar los vacíos verticales con sonrisas de humanos entusiastas, hay bombillas y nubes y ventanas y hasta alguna alta esfera cristalina pero por ningún lado está la Luz verdadera.
La vida de todos los edificios es la altura, el nacimiento de todos los cielos emerge sobre el mar, pero todos carecen de los requisitos necesarios para ser Cielo y Paraíso y Sonrisa Perfecta y Holgura Vital y Libertad Móvil Calderiana.
En la Gran Manzana la provocación del Bien tiene forma de ausencia y ninguna rueda de ningún taxi amarillo adivina lo que es un coche perfecto, redondeado por fuera, de nubes por dentro.
Y hay, es verdad, millones de acciones, de dedicaciones, de motivaciones, pero ninguna llega a ser alma de colibrí que se sostiene en los edificios verticales para señalar ventanas en el cielo que es de aire que es móvil que es verano que es gracia y jardín y amabilidad y encanto y...
Cuando anochece en Manhattan los puentes se oxidan rápidamente, envejecen un siglo de repente y huyen de la luz de los directores de cine; quieren ser como son, piezas inevitables del inmenso mecanismo que sostiene a los ríos que fluyen.
Nietzsche sería feliz en esta inmensa acumulación de barbaridades, aquí desde hace más de cien años están consentidas todas las alturas y todos los atrevimientos, aquí aparecen las afirmaciones de unos delirios verticales de luces y de sueños, la vida es neoyorquina, y no disimula su amor al exceso.
Hay espejos para todos lo públicos y los arquitectos se entretienen en terminar de todas las maneras imaginables sus rascacielos. Porque de eso se trata, de rascar, de arañar, de subir, de bajar, de brillar hasta el cielo, de llenar de colores una esquina del tiempo. Por eso no tienen complejos y sus impresiones se agitan, se lanzan hacia arriba y siempre logran aire para sus atrevidas afirmaciones.
Aquí la vida casi nunca se detiene, no tiene complejos, ensaya todas las formas posibles para elevarse del suelo y en todos los cruces unas flechas dirigen el tráfico con la palabra ONLY YOU. Sólo la vida podría resistir este delirio, sólo emerger de este modo, con este ímpetu, es importante, aunque todos sabemos que, por mucho que lo intentan, no logran estar a la altura.
—En la gran tarta rallada se olvidaron de rellenar los vacíos verticales con sonrisas de humanos entusiastas, hay bombillas y nubes y ventanas y hasta alguna alta esfera cristalina pero por ningún lado está la Luz verdadera.
La vida de todos los edificios es la altura, el nacimiento de todos los cielos emerge sobre el mar, pero todos carecen de los requisitos necesarios para ser Cielo y Paraíso y Sonrisa Perfecta y Holgura Vital y Libertad Móvil Calderiana.
En la Gran Manzana la provocación del Bien tiene forma de ausencia y ninguna rueda de ningún taxi amarillo adivina lo que es un coche perfecto, redondeado por fuera, de nubes por dentro.
Y hay, es verdad, millones de acciones, de dedicaciones, de motivaciones, pero ninguna llega a ser alma de colibrí que se sostiene en los edificios verticales para señalar ventanas en el cielo que es de aire que es móvil que es verano que es gracia y jardín y amabilidad y encanto y...
Cuando anochece en Manhattan los puentes se oxidan rápidamente, envejecen un siglo de repente y huyen de la luz de los directores de cine; quieren ser como son, piezas inevitables del inmenso mecanismo que sostiene a los ríos que fluyen.
Nietzsche sería feliz en esta inmensa acumulación de barbaridades, aquí desde hace más de cien años están consentidas todas las alturas y todos los atrevimientos, aquí aparecen las afirmaciones de unos delirios verticales de luces y de sueños, la vida es neoyorquina, y no disimula su amor al exceso.
Hay espejos para todos lo públicos y los arquitectos se entretienen en terminar de todas las maneras imaginables sus rascacielos. Porque de eso se trata, de rascar, de arañar, de subir, de bajar, de brillar hasta el cielo, de llenar de colores una esquina del tiempo. Por eso no tienen complejos y sus impresiones se agitan, se lanzan hacia arriba y siempre logran aire para sus atrevidas afirmaciones.
Aquí la vida casi nunca se detiene, no tiene complejos, ensaya todas las formas posibles para elevarse del suelo y en todos los cruces unas flechas dirigen el tráfico con la palabra ONLY YOU. Sólo la vida podría resistir este delirio, sólo emerger de este modo, con este ímpetu, es importante, aunque todos sabemos que, por mucho que lo intentan, no logran estar a la altura.
A LA ALTURA DEL AIRE-32
Federico, en un arrebato de furor dionisiaco muy amable, les dijo que no debería existir Ni en un sueño más.
—Termina la reunión y todos van saliendo con el estilo desenfadado que se adopta en estas circunstancias, es casi el final y tienen ganas de bromear.
Quedan para verse en la cafetería, pero allí no se ven.
De repente todo el pasillo está lleno, se buscan en un edificio abarrotado de personas, las clases se han terminado y todos parecen ir hacia la salida.
Se buscan en el aparcamiento, algo despacio, sorteando estudiantes, no se ven, él se adelanta, llega al lugar donde debería estar y observa que estás en la calle exterior al recinto, dentro de su coche redondeado, dando marcha atrás; le haces señas para que le siga.
Él va corriendo a su despacho, abre la puerta y observa ropa usada tirada, hay camisas encima de la mesa, algunas en los armarios, desconoce cómo han llegado hasta ahí, suele ser ordenado; tiene que vestirse bien, una camisa limpia, una chaqueta y, antes de salir, tiene que despedirse con cierto protocolo del director, que lleva una extraña chaqueta confeccionada con partes de telas de diferentes colores, y de otros profesores de la Universidad. Evidentemente, y por ser amable y educado, entre las sonrisas de todos, le dice que está muy elegante, y eso debe repetírselo a todos, a pesar de la prisa que tiene.
Busca su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón y se encuentra con uno que no es el suyo, es de un extraño color dorado y con un diseño plano y rarísimo. No lo reconoce, no sabe cómo se usa, además está apagado; lo manipula, se enciende y de repente aparece conectado a internet, aparecen extractos de correos electrónicos que no entiende ni reconoce como suyos. Después se convierte en un MP-3 mucho más pequeño, no puede llamar ni localizar a nadie, tampoco escucha música.
Sale a buscar su coche que, en teoría, debería estar en al aparcamiento, pero ahora lo ve en otra zona de la ciudad, de alguna extraña manera puedo visualizar su posición como si sobrevolase el plano o una fotografía aérea.
En sus manos aparece una gran lechuga, una coliflor y varias hortalizas grandes; parece que debe llevárselas de regalo. Intenta correr por las calles para llegar al coche, sabe dónde está, pero sus movimientos cada vez son más lentos, ridículos e impotentes.
Pasa al lado de tres chicos que se dedican a repartir verduras con mucha desgana, bromean entre ellos, en teoría tienen que ponerlas en un remolque, se ríen de su propia pereza. Ni siquiera se fijan en él y en sus extraños intentos de avanzar sin moverme apenas.
Intenta seguir corriendo, cada vez el aire es menos fluido y sus movimientos más lentos, una rara densidad le impide caminar. Se empuja a sí mismo, parece que tiene artrosis o dificultades gravísimas para avanzar. Anda de lado, retorciéndose, sin dolor, hacia atrás ahora, está en el suelo y se empuja de espaldas con las piernas como si resbalase sobre una tapa de plástico, se desvía hacia las aceras y las casas. Mira a ver si vienen coches por la calle, es de noche, todos los coches están aparcados.
La calle cada vez es más larga, un extraño efecto óptico la estira, le estará esperando y nunca llega a moverse ni logra acercarse al lugar donde está aparcado su coche.
Se has ido y no puede alcanzar nada ni en sueños.
—Termina la reunión y todos van saliendo con el estilo desenfadado que se adopta en estas circunstancias, es casi el final y tienen ganas de bromear.
Quedan para verse en la cafetería, pero allí no se ven.
De repente todo el pasillo está lleno, se buscan en un edificio abarrotado de personas, las clases se han terminado y todos parecen ir hacia la salida.
Se buscan en el aparcamiento, algo despacio, sorteando estudiantes, no se ven, él se adelanta, llega al lugar donde debería estar y observa que estás en la calle exterior al recinto, dentro de su coche redondeado, dando marcha atrás; le haces señas para que le siga.
Él va corriendo a su despacho, abre la puerta y observa ropa usada tirada, hay camisas encima de la mesa, algunas en los armarios, desconoce cómo han llegado hasta ahí, suele ser ordenado; tiene que vestirse bien, una camisa limpia, una chaqueta y, antes de salir, tiene que despedirse con cierto protocolo del director, que lleva una extraña chaqueta confeccionada con partes de telas de diferentes colores, y de otros profesores de la Universidad. Evidentemente, y por ser amable y educado, entre las sonrisas de todos, le dice que está muy elegante, y eso debe repetírselo a todos, a pesar de la prisa que tiene.
Busca su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón y se encuentra con uno que no es el suyo, es de un extraño color dorado y con un diseño plano y rarísimo. No lo reconoce, no sabe cómo se usa, además está apagado; lo manipula, se enciende y de repente aparece conectado a internet, aparecen extractos de correos electrónicos que no entiende ni reconoce como suyos. Después se convierte en un MP-3 mucho más pequeño, no puede llamar ni localizar a nadie, tampoco escucha música.
Sale a buscar su coche que, en teoría, debería estar en al aparcamiento, pero ahora lo ve en otra zona de la ciudad, de alguna extraña manera puedo visualizar su posición como si sobrevolase el plano o una fotografía aérea.
En sus manos aparece una gran lechuga, una coliflor y varias hortalizas grandes; parece que debe llevárselas de regalo. Intenta correr por las calles para llegar al coche, sabe dónde está, pero sus movimientos cada vez son más lentos, ridículos e impotentes.
Pasa al lado de tres chicos que se dedican a repartir verduras con mucha desgana, bromean entre ellos, en teoría tienen que ponerlas en un remolque, se ríen de su propia pereza. Ni siquiera se fijan en él y en sus extraños intentos de avanzar sin moverme apenas.
Intenta seguir corriendo, cada vez el aire es menos fluido y sus movimientos más lentos, una rara densidad le impide caminar. Se empuja a sí mismo, parece que tiene artrosis o dificultades gravísimas para avanzar. Anda de lado, retorciéndose, sin dolor, hacia atrás ahora, está en el suelo y se empuja de espaldas con las piernas como si resbalase sobre una tapa de plástico, se desvía hacia las aceras y las casas. Mira a ver si vienen coches por la calle, es de noche, todos los coches están aparcados.
La calle cada vez es más larga, un extraño efecto óptico la estira, le estará esperando y nunca llega a moverse ni logra acercarse al lugar donde está aparcado su coche.
Se has ido y no puede alcanzar nada ni en sueños.
A LA ALTURA DEL AIRE-31
Óscar quiso entonces sacarlos de su ensimismamiento y les leyó LAS PIRÁMIDES ALADAS.
—Descubrió la pirámide de Maslow y, en principio, le pareció interesante la idea de establecer una jerarquía entre las necesidades, los deseos, anhelos, motivos, significados y sentidos que nos llenan la vida: desde respirar, comer, beber agua, calor, dormir, aseo, salud... hasta la aceptación, el juego, autorrealizarse, la paz, la belleza, el conocimiento, el arte, el placer, la alegría, la felicidad, la iluminación... todo eso...
También le pareció oportuno considerar que, por altas que sean nuestras aspiraciones, siempre hay necesidades básicas que hay que tener solucionadas para poder ascender a un nivel más alto (como si la educación o la vida fuesen ese camino que va desde la educación infantil hasta Wittgenstein), algo que ya habían tenido en cuenta tanto Aristóteles como Epicuro.
En los días siguientes consideró que la pirámide podía completarse con más ideas que las que usó Maslow, más necesidades y deseos, más motivaciones e incentivos, más sentencias y axiomas, tantas como quisiera, tantas como aparecen en los mejores relatos y en las vidas humanas más excelentes (siempre difíciles porque hay que reconocer lo que se deja sin contar y que no sabemos muy bien detectar el silencio).
En las semanas siguientes pensó que casi todos los seres humanos, o todos, podían encajar en una pirámide de ese estilo, con 40 ó 50 peldaños, con cien o con cien mil niveles, con miles o millones de grados de una exigente evolución estética. Algunos podrían saltarse algún nivel pero, en general, todos tendrían que completar más o menos toda la tabla de ausencias y presencias; le parecía que todos podrían recorrer los mismos parámetros vitales, aunque no todos llegasen a las mismas metas.
En los meses siguientes se dio cuenta de que tal vez las cosas no eran tan fáciles, que tal vez no había sólo una cara en la pirámide (en tal caso sería un simple triángulo), que era posible que la pirámide fuese de base triangular o de base cuadrada, o hexagonal o de cien lados y que, por tanto, tendría muchas caras triangulares, cada una con su propia escala; lo que explicaría muy bien las diferencias entre los seres humanos, sus comportamientos y actitudes, sus vidas y hasta el nivel de sus sonrisas. También podría ayudar a entender "El lado obscuro de la Luna", el inconsciente, lo dionisíaco, la pasión del éxtasis, el arte creativo...
En los años siguientes amplió sus consideraciones sobre la pirámide hasta imaginarla con una base de innumerables lados (como el Dios de Espinosa, con sus infinitos atributos, tal y como le corresponde a una substancia infinita); y pensando llegó a sospechar que tal vez la pirámide no fuese regular (con todas las caras iguales, ni siquiera con todos los niveles de la misma altura, ni los mismos colores y texturas); que podía haber otra pirámide invertida y subterránea tan grande como la que sobresalía hacia arriba (Freud), que la base soportaba todas las infraestructuras de las alturas desde abajo hasta llegar al vértice de la superestructura superior (Marx) o que el vértice supremo ni siquiera existía y había muerto (Nietzsche).
En las décadas siguientes fue algo más lejos, la pirámide ya tenía innumerables niveles que, además, podían ser irregulares en altura y con un infinito número de caras; ahora estaba descubriendo que podía haber millones de pirámides en el mundo, cada una de las cuales tenía su propia jerarquía, establecía sus órdenes, organizaba sus niveles libremente, clasificaba sus preferencias y desarrollaba sus cánones. Entendió por qué se le llamaba la "pirámide de Maslow", era la suya, pero también estaba la pirámide de Heráclito, la de Sócrates, la de Platón, la de Aristóteles, la de Epicuro, la de Nietzsche, la de Calder, la de Ortega, la de J. S. Bach, la de Cervantes y otras muchas, tantas como personas interesantes.
En los siglos siguientes su teoría se fue complicando aún más, había pirámides pequeñas separadas y pirámides rascacielos que se aproximaban unas a otras; pirámides extensas con una base como el gran desierto del Sahara con todas sus dunas, y pirámides reducidas como pequeños atolones que rodean Tetiaroa y otros inmensos archipiélagos del Pacífico; pirámides transparentes y opacas, pirámides placenteras, alegres y felices y pirámides exigentes, adustas, geométricas y tan serias que casi podían parecer antipáticas; las había inmóviles (la mayoría) y móviles y aladas (una exquisita minoría muy selecta), y él se sentía afortunado porque en una ocasión pudo conocer a una de estas aristocráticas pirámides anemófilas.
En milenios sucesivos fue descubriendo que además las pirámides podían estar compuestas de dioses, de agua, de ápeiron, de aire, de fuego, de los cuatro elementos, de átomos, de substancias, de esencias, de materia, de alegría... así llegó a saber que había pirámides en todos los leptones y quarks del universo, leptones en todos los protones y electrones, protones y electrones en todos los átomos, átomos en todas las moléculas, moléculas en toda la materia conocida y materia en todas los universos piramidales imaginables.
Durante su vida eterna consideró la posibilidad de que las pirámides se comunicasen entre sí, que mantuviesen relaciones de amistad y atracción, que algunas tuviesen descendencia y que sus herederos fuesen pirámides más aptas, evolucionadas y felices, que pudieran llegar a ser magnolios alabeantes o esferas majestuosas, móviles calderianos ingrávidos o puentes enamorados, o árboles en flor o humanos divinos; aunque esta última parte le costó mucho trabajo encajarla en su teoría, y no sin vencer grandes dificultades, dada la excentricidad de algunos seres humanos y su propensión a salirse con la suya por cualquier pretexto.
A punto de concluir su primera eternidad, vio todo más claro, las pirámides diosas eran altas y resplandecientes, pero tan transparentes que casi nadie las veía, aunque de vez en cuando se hacían artistas, músicas, escritoras, escultoras cinéticas o pintoras de esmerada y animada alegría; incluso a veces se hacían pasar por seres humanos tan puros que no sentían culpa por vivir intensamente, con toda la pasión imaginable, los inescrutables designios de sus emocionantes e inolvidables abrazos.
Después de recorrer el infinito, en el principio y el final, la eternidad era ese instante en que se conocieron, el tiempo que compartieron; ahora vive con superabundancia de fuerzas y una salud envidiable su eterno retorno a los mismos días, a los mismos lugares, a los mismos recuerdos. Y ya no desea aquel contenido inicial de la pirámide, porque eso ya está hecho; ahora que ya lo sabe casi todo, lo que quiere es ser a su lado, pero ha pasado tanto tiempo...
—Descubrió la pirámide de Maslow y, en principio, le pareció interesante la idea de establecer una jerarquía entre las necesidades, los deseos, anhelos, motivos, significados y sentidos que nos llenan la vida: desde respirar, comer, beber agua, calor, dormir, aseo, salud... hasta la aceptación, el juego, autorrealizarse, la paz, la belleza, el conocimiento, el arte, el placer, la alegría, la felicidad, la iluminación... todo eso...
También le pareció oportuno considerar que, por altas que sean nuestras aspiraciones, siempre hay necesidades básicas que hay que tener solucionadas para poder ascender a un nivel más alto (como si la educación o la vida fuesen ese camino que va desde la educación infantil hasta Wittgenstein), algo que ya habían tenido en cuenta tanto Aristóteles como Epicuro.
En los días siguientes consideró que la pirámide podía completarse con más ideas que las que usó Maslow, más necesidades y deseos, más motivaciones e incentivos, más sentencias y axiomas, tantas como quisiera, tantas como aparecen en los mejores relatos y en las vidas humanas más excelentes (siempre difíciles porque hay que reconocer lo que se deja sin contar y que no sabemos muy bien detectar el silencio).
En las semanas siguientes pensó que casi todos los seres humanos, o todos, podían encajar en una pirámide de ese estilo, con 40 ó 50 peldaños, con cien o con cien mil niveles, con miles o millones de grados de una exigente evolución estética. Algunos podrían saltarse algún nivel pero, en general, todos tendrían que completar más o menos toda la tabla de ausencias y presencias; le parecía que todos podrían recorrer los mismos parámetros vitales, aunque no todos llegasen a las mismas metas.
En los meses siguientes se dio cuenta de que tal vez las cosas no eran tan fáciles, que tal vez no había sólo una cara en la pirámide (en tal caso sería un simple triángulo), que era posible que la pirámide fuese de base triangular o de base cuadrada, o hexagonal o de cien lados y que, por tanto, tendría muchas caras triangulares, cada una con su propia escala; lo que explicaría muy bien las diferencias entre los seres humanos, sus comportamientos y actitudes, sus vidas y hasta el nivel de sus sonrisas. También podría ayudar a entender "El lado obscuro de la Luna", el inconsciente, lo dionisíaco, la pasión del éxtasis, el arte creativo...
En los años siguientes amplió sus consideraciones sobre la pirámide hasta imaginarla con una base de innumerables lados (como el Dios de Espinosa, con sus infinitos atributos, tal y como le corresponde a una substancia infinita); y pensando llegó a sospechar que tal vez la pirámide no fuese regular (con todas las caras iguales, ni siquiera con todos los niveles de la misma altura, ni los mismos colores y texturas); que podía haber otra pirámide invertida y subterránea tan grande como la que sobresalía hacia arriba (Freud), que la base soportaba todas las infraestructuras de las alturas desde abajo hasta llegar al vértice de la superestructura superior (Marx) o que el vértice supremo ni siquiera existía y había muerto (Nietzsche).
En las décadas siguientes fue algo más lejos, la pirámide ya tenía innumerables niveles que, además, podían ser irregulares en altura y con un infinito número de caras; ahora estaba descubriendo que podía haber millones de pirámides en el mundo, cada una de las cuales tenía su propia jerarquía, establecía sus órdenes, organizaba sus niveles libremente, clasificaba sus preferencias y desarrollaba sus cánones. Entendió por qué se le llamaba la "pirámide de Maslow", era la suya, pero también estaba la pirámide de Heráclito, la de Sócrates, la de Platón, la de Aristóteles, la de Epicuro, la de Nietzsche, la de Calder, la de Ortega, la de J. S. Bach, la de Cervantes y otras muchas, tantas como personas interesantes.
En los siglos siguientes su teoría se fue complicando aún más, había pirámides pequeñas separadas y pirámides rascacielos que se aproximaban unas a otras; pirámides extensas con una base como el gran desierto del Sahara con todas sus dunas, y pirámides reducidas como pequeños atolones que rodean Tetiaroa y otros inmensos archipiélagos del Pacífico; pirámides transparentes y opacas, pirámides placenteras, alegres y felices y pirámides exigentes, adustas, geométricas y tan serias que casi podían parecer antipáticas; las había inmóviles (la mayoría) y móviles y aladas (una exquisita minoría muy selecta), y él se sentía afortunado porque en una ocasión pudo conocer a una de estas aristocráticas pirámides anemófilas.
En milenios sucesivos fue descubriendo que además las pirámides podían estar compuestas de dioses, de agua, de ápeiron, de aire, de fuego, de los cuatro elementos, de átomos, de substancias, de esencias, de materia, de alegría... así llegó a saber que había pirámides en todos los leptones y quarks del universo, leptones en todos los protones y electrones, protones y electrones en todos los átomos, átomos en todas las moléculas, moléculas en toda la materia conocida y materia en todas los universos piramidales imaginables.
Durante su vida eterna consideró la posibilidad de que las pirámides se comunicasen entre sí, que mantuviesen relaciones de amistad y atracción, que algunas tuviesen descendencia y que sus herederos fuesen pirámides más aptas, evolucionadas y felices, que pudieran llegar a ser magnolios alabeantes o esferas majestuosas, móviles calderianos ingrávidos o puentes enamorados, o árboles en flor o humanos divinos; aunque esta última parte le costó mucho trabajo encajarla en su teoría, y no sin vencer grandes dificultades, dada la excentricidad de algunos seres humanos y su propensión a salirse con la suya por cualquier pretexto.
A punto de concluir su primera eternidad, vio todo más claro, las pirámides diosas eran altas y resplandecientes, pero tan transparentes que casi nadie las veía, aunque de vez en cuando se hacían artistas, músicas, escritoras, escultoras cinéticas o pintoras de esmerada y animada alegría; incluso a veces se hacían pasar por seres humanos tan puros que no sentían culpa por vivir intensamente, con toda la pasión imaginable, los inescrutables designios de sus emocionantes e inolvidables abrazos.
Después de recorrer el infinito, en el principio y el final, la eternidad era ese instante en que se conocieron, el tiempo que compartieron; ahora vive con superabundancia de fuerzas y una salud envidiable su eterno retorno a los mismos días, a los mismos lugares, a los mismos recuerdos. Y ya no desea aquel contenido inicial de la pirámide, porque eso ya está hecho; ahora que ya lo sabe casi todo, lo que quiere es ser a su lado, pero ha pasado tanto tiempo...
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