Óscar quiso entonces sacarlos de su ensimismamiento y les leyó LAS PIRÁMIDES ALADAS.
—Descubrió la pirámide de Maslow y, en principio, le pareció interesante la idea de establecer una jerarquía entre las necesidades, los deseos, anhelos, motivos, significados y sentidos que nos llenan la vida: desde respirar, comer, beber agua, calor, dormir, aseo, salud... hasta la aceptación, el juego, autorrealizarse, la paz, la belleza, el conocimiento, el arte, el placer, la alegría, la felicidad, la iluminación... todo eso...
También le pareció oportuno considerar que, por altas que sean nuestras aspiraciones, siempre hay necesidades básicas que hay que tener solucionadas para poder ascender a un nivel más alto (como si la educación o la vida fuesen ese camino que va desde la educación infantil hasta Wittgenstein), algo que ya habían tenido en cuenta tanto Aristóteles como Epicuro.
En los días siguientes consideró que la pirámide podía completarse con más ideas que las que usó Maslow, más necesidades y deseos, más motivaciones e incentivos, más sentencias y axiomas, tantas como quisiera, tantas como aparecen en los mejores relatos y en las vidas humanas más excelentes (siempre difíciles porque hay que reconocer lo que se deja sin contar y que no sabemos muy bien detectar el silencio).
En las semanas siguientes pensó que casi todos los seres humanos, o todos, podían encajar en una pirámide de ese estilo, con 40 ó 50 peldaños, con cien o con cien mil niveles, con miles o millones de grados de una exigente evolución estética. Algunos podrían saltarse algún nivel pero, en general, todos tendrían que completar más o menos toda la tabla de ausencias y presencias; le parecía que todos podrían recorrer los mismos parámetros vitales, aunque no todos llegasen a las mismas metas.
En los meses siguientes se dio cuenta de que tal vez las cosas no eran tan fáciles, que tal vez no había sólo una cara en la pirámide (en tal caso sería un simple triángulo), que era posible que la pirámide fuese de base triangular o de base cuadrada, o hexagonal o de cien lados y que, por tanto, tendría muchas caras triangulares, cada una con su propia escala; lo que explicaría muy bien las diferencias entre los seres humanos, sus comportamientos y actitudes, sus vidas y hasta el nivel de sus sonrisas. También podría ayudar a entender "El lado obscuro de la Luna", el inconsciente, lo dionisíaco, la pasión del éxtasis, el arte creativo...
En los años siguientes amplió sus consideraciones sobre la pirámide hasta imaginarla con una base de innumerables lados (como el Dios de Espinosa, con sus infinitos atributos, tal y como le corresponde a una substancia infinita); y pensando llegó a sospechar que tal vez la pirámide no fuese regular (con todas las caras iguales, ni siquiera con todos los niveles de la misma altura, ni los mismos colores y texturas); que podía haber otra pirámide invertida y subterránea tan grande como la que sobresalía hacia arriba (Freud), que la base soportaba todas las infraestructuras de las alturas desde abajo hasta llegar al vértice de la superestructura superior (Marx) o que el vértice supremo ni siquiera existía y había muerto (Nietzsche).
En las décadas siguientes fue algo más lejos, la pirámide ya tenía innumerables niveles que, además, podían ser irregulares en altura y con un infinito número de caras; ahora estaba descubriendo que podía haber millones de pirámides en el mundo, cada una de las cuales tenía su propia jerarquía, establecía sus órdenes, organizaba sus niveles libremente, clasificaba sus preferencias y desarrollaba sus cánones. Entendió por qué se le llamaba la "pirámide de Maslow", era la suya, pero también estaba la pirámide de Heráclito, la de Sócrates, la de Platón, la de Aristóteles, la de Epicuro, la de Nietzsche, la de Calder, la de Ortega, la de J. S. Bach, la de Cervantes y otras muchas, tantas como personas interesantes.
En los siglos siguientes su teoría se fue complicando aún más, había pirámides pequeñas separadas y pirámides rascacielos que se aproximaban unas a otras; pirámides extensas con una base como el gran desierto del Sahara con todas sus dunas, y pirámides reducidas como pequeños atolones que rodean Tetiaroa y otros inmensos archipiélagos del Pacífico; pirámides transparentes y opacas, pirámides placenteras, alegres y felices y pirámides exigentes, adustas, geométricas y tan serias que casi podían parecer antipáticas; las había inmóviles (la mayoría) y móviles y aladas (una exquisita minoría muy selecta), y él se sentía afortunado porque en una ocasión pudo conocer a una de estas aristocráticas pirámides anemófilas.
En milenios sucesivos fue descubriendo que además las pirámides podían estar compuestas de dioses, de agua, de ápeiron, de aire, de fuego, de los cuatro elementos, de átomos, de substancias, de esencias, de materia, de alegría... así llegó a saber que había pirámides en todos los leptones y quarks del universo, leptones en todos los protones y electrones, protones y electrones en todos los átomos, átomos en todas las moléculas, moléculas en toda la materia conocida y materia en todas los universos piramidales imaginables.
Durante su vida eterna consideró la posibilidad de que las pirámides se comunicasen entre sí, que mantuviesen relaciones de amistad y atracción, que algunas tuviesen descendencia y que sus herederos fuesen pirámides más aptas, evolucionadas y felices, que pudieran llegar a ser magnolios alabeantes o esferas majestuosas, móviles calderianos ingrávidos o puentes enamorados, o árboles en flor o humanos divinos; aunque esta última parte le costó mucho trabajo encajarla en su teoría, y no sin vencer grandes dificultades, dada la excentricidad de algunos seres humanos y su propensión a salirse con la suya por cualquier pretexto.
A punto de concluir su primera eternidad, vio todo más claro, las pirámides diosas eran altas y resplandecientes, pero tan transparentes que casi nadie las veía, aunque de vez en cuando se hacían artistas, músicas, escritoras, escultoras cinéticas o pintoras de esmerada y animada alegría; incluso a veces se hacían pasar por seres humanos tan puros que no sentían culpa por vivir intensamente, con toda la pasión imaginable, los inescrutables designios de sus emocionantes e inolvidables abrazos.
Después de recorrer el infinito, en el principio y el final, la eternidad era ese instante en que se conocieron, el tiempo que compartieron; ahora vive con superabundancia de fuerzas y una salud envidiable su eterno retorno a los mismos días, a los mismos lugares, a los mismos recuerdos. Y ya no desea aquel contenido inicial de la pirámide, porque eso ya está hecho; ahora que ya lo sabe casi todo, lo que quiere es ser a su lado, pero ha pasado tanto tiempo...
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