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martes, 18 de octubre de 2011

La superficie de las nubes-10

8. CAMINANDO ENTRE LAS NUBES Y LAS DUNAS

“En el hecho de que hayáis desesperado hay mucho que honrar. Porque no habéis aprendido cómo resignaros, no habéis aprendido las pequeñas corduras.”
(Nietzsche: Así habló Zaratustra)

Más tarde, días más tarde, se encontró a otra caminante como él, era como la anterior, se parecía muchísimo, era la misma mujer de antes. Estaba mirando al horizonte, qué haría allí, pensó Sebastián, por qué estaba allí como él. Parecía muy educada porque lo saludó mientras se acercaba como si no se hubieran visto antes.

—Caminante (C): ¡Buenos días! -le dice con mucha educación.
—Sebastián (S): ¡Buenos días. ¿Qué tal se está por aquí?
—C: Bien, la pasarela resiste, el mundo no se hunde, la realidad no es demasiado virtual, todavía estoy viva -contestó algo resignada.
—S: No pareces muy exigente.
—C: Esto es lo que hay, es lo que existe y es lo que es, estoy aquí y el mar y las dunas a mi alrededor, perdón, a nuestro alrededor -respondió con un cierto aire filosófico escéptico y cansado.
—S: Sí, pero es que realmente se está bien aquí, paseando, tranquilos, sin que nadie nos moleste, nos interrumpa y nos inoportune -le dijo con un aire más confiado y optimista.
—C: Puede ser, pero a veces los seres humanos necesitamos algo de compañía, hablar, comunicarnos, salir de nosotros mismos y de nuestro ensimismamiento, abrir las puertas hacia fuera, crear ventanas y atrevernos a tomar iniciativas -dijo con un tono más afirmativo y más segura de sí misma.
—S: Pero también se está bien así, solos, a solas, caminando, aclarándose uno a sí mismo o, al menos, intentándolo, reflexionando, meditando, sintiendo la música del mar, la serenidad del silencio, la armonía de existir sin más preámbulos— contesta algo melancólico.
—C: Parece como si estuvieras escuchando la música de Juan Sebastián Bach o los “Pasagges” de Philiph Glass y Ravi Sankar, o algunas ragas y sagas de Jan Garbareck y Alí Khan -insinúa emocionada.
—S: ¿Conoces a Bach y la obra de Philiph Glass y la de Garbarek (sobre todo su disco “Officium”) y Alí Khan? -dice entusiasmado.
—C: Por supuesto, sobre todo a Bach.
—S: Según mi amigo Antonio casi cualquier disco de Garbarek es como la visión o la contemplación de un Dios que mira con cierta complacencia y melancolía el mundo desde arriba -comenta recordando feliz a su amigo-. Sí, un Dios melancólico, concluye.
—C: Pero no triste -añade sin ánimo de polemizar.
—S: Triste no, pero tampoco absolutamente alegre, un dios profundo, de verdad, auténtico -termina diciendo como si hablase solo de nuevo.
—C: Es lo mínimo que se le puede pedir a un Dios con mayúsculas o con minúsculas. En cualquier caso es agradable hablar con alguien que parece tan sensible y tan inteligente como para elegir la música, la mejor música, a veces parece que es lo mejor que se ha realizado en toda la Historia de la Humanidad -añade con rotundidad.
—S: Sí, es interesante coincidir con alguien en cuestiones musicales, en lo que más nos emociona, en lo que nos conmueve, en lo que más nos interesa -dice con agradable plenitud.
—C: Seguro que conoce y ha leído a Schopenhauer y a Nietzsche -pregunta.
—S: Sí, y seguro que aprecia y valora la música barroca y especialmente y por encima de todo y de todos al gran Juan Sebastián Bach -afirma absolutamente seguro de sí mismo.
—C: Es cierto, le voy a contar una anécdota, antes de caminar por aquí, en mi vida anterior, tenía un coche, en la radio siempre escuchaba Radio Clásica. Una tarde de un fin de semana, en un atasco de regreso a casa, con mis hijos pequeños alborotando algo en el interior del coche y mi marido también algo irritable, mientras atardecía y todo el mundo podía tener motivos para estar nervioso y disgustado por el tiempo que perdíamos, escuché en la radio una parte de “El clave bien temperado”, creo que era el “Preludio nº 1”. Desde entonces estoy seguro de que al final del día, de cada día, de todos los días de la vida, hay que escuchar a Bach. Al final del día, cuando anochece o ya es casi de noche, cuando todo se calma y se necesita un placentero y merecido descanso, no conozco mejor destino ni mejor ocupación ni sentido ni vocación que dejarse llevar por alguna maravilla de Bach, aquel día fue un fragmento de “El clave bien temperado”, pero podía ser cualquier otra parte de su obra. Lo que se siente no tiene precio, pero tiene un infinito valor, cada nota se atreve a indagar y a pulsar las teclas más desvalidas de nuestra conciencia y de nuestra mente, cada sonido en perfecta armonía nos recoge, nos ordena, nos ajusta y nos organiza por dentro; cada compás nos regala su esplendor, nos regula, nos mide y nos estructura. Y al final, la última nota nos deja en paz con el universo, tal y como podríamos haber sido si hubiéramos merecido tener alma o espíritu. Bach es la perfección, es el maestro de los dioses y de Dios. Como habría dicho Platón: “que nadie entre aquí si no sabe, si no siente, si no goza la música de Bach” -termina diciendo casi emocionada.
—S: Completamente de acuerdo, la pena de esta grandeza es que muchas personas del mundo anterior preguntarían para qué sirve— dice decepcionado.
—C: Pues habría que contestarles que sirve para no ser idiota, para no volverse imbécil con ritmos que parecen más propios de una máquina de demoliciones y derribos que de seres humanos sensibles e inteligentes -responde con contundencia.
—S: Coincidimos también es esto.
—C: Parece que somos casi almas gemelas.
—S: Es emocionante conocerte, podremos hacernos buena compañía mientras caminamos -dice sonriendo.
—C: Así podremos explicarnos qué hacemos aquí -contesta.
—S: ¿No lo sabes? -pregunta sorprendido.
—C: No, pero me encantaría escuchar tu “teoría” -le dice.
—S: ¿Por qué dices teoría?
—C: Porque una cosa es caminar por esta pasarela sin fin y otra entender todo esto, ya Aristóteles dijo que es propio del ser humano buscar explicaciones generales, es agradable, a los humanos nos gusta comprender -dice muy razonable.
—S: Nos puede llevar mucho tiempo -parece excusarse.
—C: Tenemos bastante tiempo, por fin tenemos tiempo para perder y para ganar, para emplear en lo que queramos -dice convencida.
—S: Deduzco, por lo que dices que antes no tenías mucho tiempo.
—C: No mucho, la vida se enreda, las personas nos complicamos la vida, nos vamos llenando de ataduras que al principio son invisibles y no se notan, la gente se empareja o se casa, se unen y se separan, tienen hijos y los niños van creciendo y tienes que atenderlos y debes de ocuparte de ellos y acabas sintiéndote preocupada por todo y responsable del mundo entero -contesta en un tono muy apagado y triste.
—S: Yo también procedo,... vengo,... tuve una vida bien cargada, cansada, pesada, con tensiones y demasiado llena de tareas familiares y laborales -dice preocupado.
—C: Sí, así es como vamos enredándonos todos.
—S: Pero es bueno poder contarlo. Por cierto, es está haciendo de noche, es buen momento para descansar -dice relajado.
—C: Y contemplar este atardecer, esta difusión de luces y colores y sombras que, aunque no llega a aurora boreal, tampoco está nada mal -comenta con cierta ironía.

Se hace lentamente de noche, cenaron algo que sacaron de sus mochilas, durmieron cerca uno del otro en sus sacos de dormir hasta que el sol y la luz, con su extraordinaria precisión, volvieron a aparecer. Ellos, Sebastián y la caminante también volvieron a verse y sonrieron al saludarse y desearse buenos días. Nada había cambiado, el mar infinito y las dunas por todas partes, la pasarela en su sitio, recta, sólida, estable y con pretensiones de cruzar todo un océano de agua y de arena. Desayunaron y comenzaron a caminar y, por tanto, a hablar.

—C: Este parece un buen momento para escuchar tu teoría.
—S: ¿Qué teoría?— contesta.
—C: Tu teoría sobre lo que hacemos aquí, sobre lo que hablamos ayer, yo quería saber qué es todo esto, qué pintamos aquí, suponiendo que pintemos algo y esta sea una forma correcta de expresarlo -insiste.
—S: Pues mira, yo creo que nosotros no somos bonobos, no pertenecemos a esa especie de chimpancés pigmeos tan digna de elogio; ellos son pacíficos, tranquilos, amorosos, tolerantes y muy cariñosos, parece ser que hacen más el amor que la guerra y, de esa manera, reducen todas las tensiones. Nosotros, los seres aparentemente humanos somos muy poco “humanos” a veces.
—C: Conozco a los bonobos, he leído algo sobre ellos, pero no entiendo la relación -se explica con dudas.
—S: Pues bien, estar aquí, caminar por esta pasarela casi desierta es como vivir en un monasterio de ángeles, es como un balneario para los espíritus que necesitan reponerse y descansar, es alejarse del mundanal ruido que diría Fray Luis de León, esto es un merecido y placentero reposo después de las vidas algo tormentosas que hemos llevado antes y, aunque no hagamos tanto el amor como los bonobos, es posible que estemos logrando, mientras caminamos y hablamos, algo parecido a su convivencia sin tensiones - contesta.
—C: Hermosa teoría, pero demasiado poética; yo sospecho que aquí hay algo más, que esto es una oportunidad para conocer, que caminar y vivir por esta pasarela es atreverse a explorar nuevos territorios emocionales y cognoscitivos, es adentrarse en terrenos-mares-océanos desconocidos donde podremos encontrarnos extravagantes personajes, inmensos icebergs de colores que se moverán a la deriva y que nos acompañarán en este recorrido, es contemplar auroras boreales permanentes, arcos iris con todas las formas de los arcos y con todos los colores, es ... -parece que podría seguir enumerando.
—S: Es una forma de hablar muy especial y también demasiado lírica, parece algo pensado por un poeta todavía desconocido, o puede que sea cursi y ridículo -dice con temor de herirla.
—C: No lo sé, simplemente me gusta explicarme en paz y, dado que eres tan educado y que no me interrumpes, hablo y hablo y le permito a mi mente esta curiosa oportunidad de expresar con timidez palabras sobre el universo que vamos conociendo, aunque suene algo académico o pedante, quizás sea también impertinente o intempestivo, no sé -se explica.
—S: Estoy de acuerdo con lo que dices, me parece pertinente y adecuado; en el fondo nuestras teorías, tan poco teóricas, están cerca una de la otra, mi opción por el descanso y la tranquilidad no me impiden seguir alerta, disfrutando de la curiosidad, del interés y del entusiasmo por seguir conociendo. Nunca deberíamos olvidar las palabras de Aristóteles sobre el asombro, la sorpresa y la admiración como comienzo de la inquietud por conocer y pensar.
—C: También es cierto que, diga lo que diga sobre los descubrimientos e invenciones, a mí también me encanta estar así, tranquila, sin tensiones ni violencia, sin agresividad ni amenazas, sin temor, sin temblor y sin terror, sin miedos, sin angustias ni pesadillas. Es como si escuchásemos una infinita variación sobre “La danza de los bienaventurados” de la ópera “Orfeo y Euridice” de Gluck. Sublime. ¿No te parece?
—S: Buen gusto musical, un ejemplo perfecto. Pero volvamos a lo nuestro, este paseo parece un ejercicio terapéutico, es como si lo importante fuese estar ocupado, hacer algo, tener un afán, que diría Luis Landero, y la voluntad de seguir adelante -comenta con tranquilidad.
—C: No estar preocupada, sin dolor ni perturbaciones, que diría Epicuro; sí, esto también parece un largo y esmerado ejercicio de yoga.
—S: Cierto, quiero decir que esto que nos pasa parece una ocasión idónea para estar ocupados en pensar, en descansar, en mirar, en contemplar, en indagar, en sospechar en nosotros la posibilidad de ser bondadosos y de vivir en paz.
—C: Me encanta escuchar unas palabras tan sosegadas.
—S: A esta edad ya no nos vamos a poner nerviosos, con todo lo que hemos vivido ya tenemos derecho a seguir este camino sin interrupciones, espero que ya no tengamos que llorar temblando nunca más.
—C: Incluso, ya puestos a soñar y a pedir, tampoco estaría mal que los días fuesen más largos y más lentos y que fuesen más días, que la vida ofreciese placeres más duraderos y más intensos, más prolongados y más sabrosos; que, una vez que hemos encontrado a alguien especial, nada ni nadie permitiese que nos separásemos, que toda la realidad se adaptase y se transformase de acuerdo a este nuevo encuentro, que nos felicitaran públicamente por ello. No sé, una vida mejor hecha -añade.
—S: Eso es tremendo, tienes toda una teoría sobre el puesto que ocupamos como seres, más o menos humanos, en esta pasarela alargada, sobre nuestra importancia y dignidad como caminantes, sobre el entusiasmo que hay que tener y sobre los objetivos que deben cumplirse. Me gusta -dice contento.
—C: Tal vez no sea tanto, quizás sólo sean ganas de hablar, tímidas palabras como dije antes.
—S: ...De hablar bien, porque no todo el mundo se expresa con esa facilidad y naturalidad. No sé si tus palabras son tímidas o no, pero sé que son palabras llenas de verdad.
—C: Lo difícil no es hablar bien, lo difícil es encontrar a alguien capaz de escuchar con interés, que te preste toda su atención, y digo lo de prestar con toda la intención, que esté a tu lado regalándote, donándote su tiempo, reconociéndote digna de estima y de ser escuchada y respetada.
—S: Por eso es conveniente ir despacio, caminar y no correr, andar y no ir a toda velocidad, sin prisas, seguir un ritmo más humano y no acelerarse con todos los adelantos tecnológicos, pasear como si lo que mereciésemos fuese esta beatitud del orden, del amor, del silencio y del descanso; como si el propósito de la vida fuese únicamente respirar tranquilo en un larguísimo día de vacaciones, en un domingo eterno y no trabajar ni tener ningún interés por producir dineros, intereses, beneficios y rentabilidades de sol a sol.
—C: Me gusta escuchar tus palabras, menos mal que existen algunas personas que no están obsesionadas con el trabajo, la productividad, los beneficios, el dinero, el interés, el ascenso, la ambición, el triunfo y el poder a toda costa - comenta encantada.
—S: Existe otra manera de vivir todo esto, obsesionarse sólo por vivir sencillamente y después olvidarse y superar la obsesión, producir mil letargos encantados de residir en su propia pereza contemplativa, beneficiarse de la falta de motivaciones externas para descubrir lo que somos interiormente o podemos llegar a ser, interesarnos por lo que no se reduce ni traduce en dinero, ascender hasta los más elevados gestos del cariño y de la compasión humana; ambicionarlo todo sobre los cielos, paraísos y utopías que primero deben ser soñadas, sentidas, deseadas, pensadas y vividas; triunfar sobre la mezquindad y disfrutar del poder de mirar acariciando con respeto todo lo que abarque la vista y la mente. Dedicarse a vivir.
—C: Completamente de acuerdo, siempre y cuando no nos olvidemos del necesario tono vital, neuronal, musical, muscular y reflexivo que ha de hacernos humanos; no permitir que nos conviertan en recursos materiales ni en dioses minúsculos, ni en objetos ni en medios, ni en cosas ni herramientas, en fin, no sé si me explico, no sé, tal vez me esté perdiendo en mis divagaciones -comenta algo extrañada.
—S: Sí, es posible que estemos algo perdidos, pero mientras caminamos parece que nos dirigimos hacia algún lugar, hacia algún objetivo, hacia algún propósito.
—C: Lo que parece es que no estamos buscando nada.
—S: Pero, es posible que, a pesar de todo, encontremos algo.
—C: Una luz, un aviso, una señal del cielo, un mensaje, una carta, un indicador, una mirada enamorada, una sonrisa radiante, un síntoma definitivo, un signo que nos confirme que vamos bien, un indicio de algo, una botella flotando con un mensaje de un náufrago en su interior,...
—S: ¡Otro náufrago más!, no sé, es posible que no encontremos nada, que no haya nada más que esta pasarela y este dirigirse hacia adelante o hacia atrás, es posible que caminar hacia delante o hacia atrás sea lo mismo.
—C: Es mejor avanzar -dice convencido.
—S: A veces no está claro cuando se está avanzando -contesta menos segura.
—C: Venimos de un lugar, de la tierra y de la Tierra, y vamos hacia otro lugar, tal vez hacia otro tiempo también, hacia el interior del mar y del desierto, eso parece claro.
—S: Esto también puede parecer una interferencia, un pliegue del mar, una oportunidad no recorrida todavía, una hipótesis solapada y colocada encima de la verdadera superficie del mar y del desierto, tal vez la verdadera superficie del mar y del desierto no puedan sostenernos.
—C: ¡La superficie del mar, del desierto y de las dunas!, puede que sean fascinantes, pero no sabemos si pueden ser la base sólida de nuestras vidas.
—S: No lo sabemos todavía.
—C: ¿Piensas que esta base sólida, de madera, que constituye esta pasarela, es simplemente una apariencia, una simulación, un espejismo virtual, una alucinación? -pregunta con verdadera curiosidad.
—S: A veces pienso y a veces pienso menos, a veces esto me parece una huída y otras veces me parece un encuentro, un gesto de libertad o una obligación, no sé, a veces me da la sensación de que estamos dando un paseo por el exterior de un sanatorio,... -dice con aire enigmático.
—C: Sí, es posible que no sepamos mucho de todo esto.
—S: O, lo que es casi lo mismo, que lo ignoremos casi todo.
—C: No sé si seguiré caminando -dice mientras se detiene.
—S: ¿Por qué?, ¿qué te pasa? -pregunta asustado.
—C: Me siento algo decepcionada por nuestras conclusiones.
—S: No hay motivos ni razones para decepcionarse, podemos continuar o podemos quedarnos, podemos descansar o atarearnos más, tampoco es tan importante -dice con un aire evidentemente cansado.
—C: Todo eso suena muy escéptico.
—S: Un suave escepticismo hace rejuvenecer.
—C: Eso suponiendo que rejuvenecer sea algo importante.
—S: Lo podemos llamar, si te parece, sentirse “bien”, reír, alegrarse, comer, dormir, hacer el amor con apasionada placidez, por ejemplo.
—C: Pero nosotros no somos unos hedonistas dedicados a consumir y a cambiar de placeres constantemente.
—S: Por supuesto, no somos como esos seres que desfilan por otras pasarelas y por otros mundos que llaman del corazón o de algunos órganos situados unos centímetros más abajo.
—C: Te entiendo, supongo que nuestro hedonismo es menos superficial, menos dedicado a consumir placeres de un modo primario, espasmódico, no sé,...
—S: No es el hedonismo libertino, vicioso, hastiado, heredero del sadismo y del masoquismo, estamos hablando de relaciones placenteras entre personas libres. Por eso es preferible amar felizmente que considerar un ultraje la aproximación de un chico a una chica o de un hombre a una mujer.
—C: Sí, pero sin llegar a consumir cuerpos y sensaciones como si fuesen objetos.
—S: Sin convertir a los demás en cosas, en “medios” de los que me aprovecho para conseguir mis “fines”.
—C: Esa variedad del hedonismo la tenemos en común.
—S: Sí, con todos los seres vivos que sienten.
—C: ¡Bien!, sí, sentirse bien, pero lejos, sobre todo lejos de las mezquinas maniobras de los seres mezquinamente humanos y mediocres, anodinos, insustanciales y estériles.
—S: Creo que vamos a lograr entendernos.
—C: Eso es suficiente.

Y se callan unas horas, se sientan, se mantienen en silencio, meditan, se sienten y se contemplan solos en el universo que tienen a su alcance y ante su vista. Se hace de noche, contemplan el cielo estrellado, duermen, amanece, se saludan y continúan hablando.

—S: Por la noche he tenido tiempo para pensar en una posibilidad que no había manejado hasta ahora, ¿qué pasaría si la pasarela se bifurcase?, ¿si hubiese un cruce con dos o más posibilidades?, ¿qué haríamos?, ¿nos separaríamos?
—C: ¿Debería ser nuestro deber explorar todas las rutas?
—S: ¿Y adónde nos llevarían?
—C: Nosotros no lo sabemos, tal vez nadie lo sepa.
—S: ¿De qué estamos hablando?
—C: No sé, de nada concreto y de todo, no sé si esto es el símbolo de algo, si de aquí surge algún significado que nos ayude a interpretar lo que estamos haciendo.
—S: Alguien podría llegar a pensar que lo que hacemos tiene alguna relación con la comunicación y sus dificultades, con la muerte que no sabemos despistar, con la exploración de todos los laberintos de la vida o con un largo paseo por el amor y los libros.
—C: Es curioso saber todo lo que podemos decir los seres humanos, podríamos seguir aquí, así, hablando y hablando, sin parar, horas y días y semanas y meses y años y vidas enteras, sin parar, y nadie estaría seguro de que, después de hablar tanto, hubiésemos dicho algo sensato.
—S: Eso no debe ser muy malo, hablamos, los seres humanos nos necesitamos unos a otros y, a veces, de repente, lo abandonamos todo y nos adentramos en este laberinto sin el hilo de Ariadna. Huir del pasado no parece muy valiente.
—C: ¿Huimos o simplemente caminamos?, ¿esto es sospechoso?
—S: No lo sé, si lo supiera no estaría recorriendo este territorio desconocido.
—C: Mejor sería decir “este mar desconocido”, “este desierto desconocido”.
—S: Sí, tal vez sería mejor.

Después se callaron, como si ya no tuvieran nada que decirse, caminaron en silencio, se sentaron sin hablar y sin tensiones, parecían cómodamente instalados en el día silencioso, pasaba el día y llegaba la noche, durmieron en calma y llegaron a la mañana siguiente.

—C: Creo que me voy a quedar aquí.
—S: ¿Por qué?, ¿qué te pasa? — pregunta alarmado.
—C: Voy a descansar unos días, ya nos veremos más adelante.
—S: Bueno, como quieras, yo voy a continuar. ¡Hasta pronto!
—C: ¡Hasta pronto!, pero ... ¡espera!, ten , lee esto, tal vez te ayude. (Le da unas hojas sueltas).
—S: (Lee el título) “El joven geógrafo”.

(...
—¡Qué personajes!, hablan y hablan sin parar, son interesantes.
—Puede ser.
—Sí, es como si estuvieses hablando con ellos, como si participases en sus diálogos.
—¿Aunque no lleguen a ninguna conclusión?
—Aunque no lleguen a nada.
—Ya lo decía Borges, en aquella dedicatoria al poeta desconocido, “La meta es el olvido, tú has llegado antes”.
—Es duro, es terriblemente doloroso asumirlo.
—Y, sin embargo, si se piensa bien, es así. Pasarán cientos, miles, millones de años, y podemos preguntarnos si alguien se acordará de nosotros.
—No lo creo.
—¿Y de Platón, de Miguel Ángel, de Bach, de Cervantes?
—Es posible que tampoco.
—Por eso hay que vivir la vida que tenemos, esto es lo que somos, seres con fecha de caducidad metafísica.
—Dicho así suena muy dramático.
—No creas, tampoco estoy seguro, no me atrevería a afirmarlo rotundamente nunca, cada vez estoy menos seguro de casi todo, a pesar de nuestros anhelos de inmortalidad.
—¿Y para qué querríamos ser inmortales?
—Para vivir siempre juntos, para reír siempre juntos, y viajar y conocer y sentir y conmovernos hasta en el último quark del último electrón del último átomo de la última célula que nos compone.
—¡Eso es vivir!, ¡repitámoslo eternamente!, diría Nietzsche.
—¡Vivir!, ¡qué bien suena esta palabra!
—¡Es nuestra tarea!
—Aciertas, como siempre. Vivir es la esencia y la definición de lo perfecto; pero no vivir de cualquier manera.
...)

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