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viernes, 28 de octubre de 2011

La superficie de las nubes-21

19. MATERNIDAD Y PATERNIDAD
“Mas el placer no quiere herederos, ni hijos, el placer se quiere a sí mismo, quiere eternidad, quiere retorno, quiere todo—idéntico—a—sí—mismo—eternamente.”
“Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve a sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.” (Así habló Zaratustra)
Tengo un compañero que es muy racionalista, que da, pide y exige razones, explicaciones, argumentos lógicos, demostraciones y pruebas materiales en cualquier tipo de discusión. Hace pocos días se planteó en una conversación informal el “valor” de los hijos y de los niños, y de los pequeños sacrificios que conlleva tenerlos y educarlos un poco mejor que a Homer Simpson. Mi compañero nos hizo una crítica demoledora del mito de la infancia. Es un exagerado, reconoce que los niños son maravillosos, pero dice que no puede soportar a los idealistas de la familia, sean hombres o mujeres, a los que sólo destacan el lado positivo, a los que parece que levitan hablando de los niños pequeños. No puede soportar el estilo de argumentos que se exponen normalmente, dando por hecho, por ejemplo, que las mujeres tienen un sexto sentido para calcular la temperatura adecuada del baño de los bebés. Lo que sucede es que hay hombres que son unos auténticos señoritos que no se han puesto nunca a hacer nada, ni tienen la intención de ponerse a ello; por eso alaban esa habilidad materna para seguir disfrutando del privilegio de ser padres seudo—progresistas, valoran el esfuerzo de las madres para seguir ayudando e implicándose ellos lo menos posible. “Ellos no saben, pobrecitos”, dicen sus compañeras. Menuda pandilla de majaderos ociosos, dice mi compañero. Menudo conjunto de aprovechados, de privilegiados. Padres metafísicos, a distancia, que no mueven un dedo en casa; y a veces con ayuda familiar. Así cualquiera. Los niños son fascinantes, pero la realidad es más compleja, argumenta mi compañero. Lo primero que indica es que no es obligatorio casarse como no lo es ver la televisión. No es obligatorio ni necesario tener hijos. Dentro de las libertades está la de desearlos, concebirlos y tenerlos. Eso sí, si es posible con información previa del laberinto en el que se meten las personas que pasan a ser padres, en teoría responsables (demasiado responsables) pero, en la práctica, despistados (no han estudiado mucho sobre el tema) acerca de esos delicados y deliciosos “perversos polimorfos” que decía Freud; ardillas y dunas en perpetua formación y cambio. Además del embarazo y del parto, los hijos—niños son un buen conjunto de frustraciones y alegrías, de sinsabores y esperanzas, de preocupaciones y entusiasmos, de perturbaciones y novedades, de inquietudes y sonrisas, de enfados y de risas; un buen montón de tensiones, silencios, discusiones, dependencias y dedicaciones; un buen cúmulo de sacrificios, de pérdida de libertad, de ausencia de tiempo y también un buen lugar lleno de alegría, de proyectos, de sonrisas, de cariño, de habilidades, de besos y de mimos. Los padres son educadores a tiempo completo pero sin preparación previa, sin experiencia, sin vacaciones, sin jubilación y sin descanso. Los niños son una explosión de cariño, pero lo que no se puede hacer es meterse en este tinglado ignorando toda la trastienda, haciendo una selección de las observaciones positivas, ignorando los montones de noches que no se va a poder dormir, alimentarlos, los aires, que duerman, los llantos, los caprichos, las enfermedades, las fiebres, que si quieren comer o no, que si vomitan por la noche, las frecuentes visitas a la pediatra, los catarros del largo invierno, las visitas de todos los días al parque, el triciclo, el patinete, la bicicleta, el chupete, los biberones, la compra continua de ropa y de calzado, los muebles apropiados para su edad, los libros, los juguetes que invaden todos los puntos cardinales de la casa desde la cocina hasta el cuarto de baño, lo que rompen, lo que erosionan, los cambios de la casa entera para ellos, que aprendan a leer, que hagan los deberes, que sean educados, que vayan a ciertas clase de música, de pintura, de deportes, de idiomas,... transmitirles conocimientos y experiencias vitales, verlos desarrollarse como personas, educarlos,... ¡casi nada!, se dice pronto... y los padres, mientras tanto, los pobres, cada vez más agotados, cansados, durmiendo a medias, con problemas multiplicados, sin tiempo para mirarse uno a otro como antes, con un montón de años dedicados (ganados o perdidos) a los niños, y sin vacaciones de hijos; renunciando al teatro, al cine, a los conciertos, a salir los fines de semana, a los amigos, a sus sagradas vacaciones, a comer tranquilamente en un restaurante. Renunciando a leer, a escribir, a pintar, a vivir y a ser; trabajando para ellos y todo esto por qué y para qué. Y aquí viene lo bueno: nadie lo sabe. Puro instinto y deseo en sociedades que presumen de racionalistas. Y, que conste que mi compañero quiere mucho a sus hijos y que ha deseado tenerlos. Pero no debemos olvidarnos que hay que atenderlos, cuidarlos, dedicarles horas y horas, tanto tiempo que podríamos ser tres veces doctores con el tiempo que empleamos. ¿Cuánta ayuda familiar y social se necesitaría para hacer esto humanamente realizable? Los niños son pura alegría de vivir, pero: ¿puede sostener hoy alguien, con rigor, que los hijos son siempre la alegría del hogar?, ¿todos los hijos?, ¿de todos los hogares?, ¿y los niños que tienen enfermedades, los que lloran y lloran, los que no quieren comer, los que no duermen, los enfermos, los que fracasan en el colegio, los que van a la consulta del psicólogo, los que acaban emborrachándose casi todos los fines de semana, los que se drogan, los que han “elegido” ser problemáticos o indefinidos o ...? Y no deberíamos olvidarnos de los problemas personales y laborales de los padres, que no pueden estar nunca enfermos, abandonados por los Gobiernos que presumen de hacer políticas a favor de las familias,... Mi compañero quiere declararse objetor a la vida familiar utópica, objetor de conciencia frente a la invasión de falsas metafísicas que crean ilusiones en forma de hijos publicitarios, de mitos infantiles y estereotipos sin fundamento; quiere que todo el mundo tenga derecho a ser informado de los efectos secundarios, contraindicaciones y demás advertencias que conlleva el hecho de ser padres. Hay que recordar que los niños vienen sin “manual de instrucciones”, sin recomendaciones de uso, sin garantía y sin fecha de caducidad. Por eso no estaría mal un examen o prueba de idoneidad para comprobar si los potenciales padres dan el nivel, algo parecido a lo que se hace antes de adoptar un niño o para sacar el carnet de conducir.
Los niños son la ilusión a tiempo completo, pero: ¿alguien en su sano juicio puede asegurar que esto es un buen “negocio”?, ¿quién necesita a los hijos, los padres o la sociedad entera?, ¿se necesitan para mantener las futuras pensiones o para mantener los inmensos beneficios de los propietarios de la sociedad de consumo masivo?, ¿quién los necesita, qué hacen los hijos verdaderamente por sus padres? Aquella historia tan hermosa de que cuidaban de los padres cuando fuesen mayores ya está en declive. Hoy existe la seguridad Social, pensiones de jubilación, residencias de la tercera edad,... ¡Curioso alarde masoquista!, ¡curioso cariño!, ¡curiosa afectividad humana! Está claro que aquí sucede algo extraño, al menos hay alguna contradicción porque todo esta historia de los hijos va contra la lógica del capitalismo; que alguien dedique esfuerzos, vida, tiempo y dinero a algo dudosamente rentable, y sin que nadie garantice el éxito, no es una inversión muy inteligente; y que conste que mi compañero no defiende el capitalismo. Nuestra sociedad sólo hace publicidad de los maravillosos valores hedonistas, del placer sensorial, de las vacaciones, del éxito, del dinero, del entretenerse, del egoísmo, de la felicidad, de la diversión constante y hace muy poco o nada por valores como el esfuerzo, el estudio, el sacrificio, la resignación, la paciencia, el amor, la pedagogía y la buena educación. Si de verdad algo es considerado “valioso” en esta sociedad, entonces cuesta dinero, ¿cómo se valora y se paga el “valor” de tener hijos?, ¿cuántos hijos son rentables?, ¿cuántos padres están realmente satisfechos pasados cinco, diez, quince, treinta años?, ¿cuántos padres estarán avergonzados o arrepentidos?, ¿cuántos reclamarían, si pudieran, la devolución del tiempo y del dinero invertidos y gastados?, ¿cuántos acudirían, si existiese, a la Oficina de Reclamaciones?, ¿cuántos habrán pensado alguna vez que podían vivir o podrían haber vivido muchísimo mejor y, desde luego, con menos problemas sin hijos?, ¿sería más rentable ser “egoísta” sin niños? Los niños son los seres perfectos en el entusiasmo, pero también se trata de acertar o de fracasar como padre, se trata de no idealizar, de no contar sólo la parte estética, utópica y publicitaria, que también es cierta. El bebé que juega, la sonrisa que nos derrite, las fotos cariñosas, los abrazos de una niña preciosa que es “ricitos de oro”, las primeras palabras graciosas,... Y que conste que todo eso es cierto, y es verdad que los queremos muchísimo, intensamente, antes se decía que más que a nada en el mundo, y puede que sea verdad. Pero se trata de no olvidar siempre la parte que nadie quiere confesar. Si de verdad los padres fuesen sinceros y se atreviesen a contar todo lo que les pasa, ¿qué porcentaje sería positivo y negativo?, ¿merecerán la pena?, ¿nos arrepentiríamos de haberlos tenido?, ¿y de no haberlos tenido?, ¿habrán compensado? Se trata de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, incluidos los aspectos menos positivos y agradables. Los niños son ángeles inmerecidos, a los que hacemos torpemente humanos. Lo cierto es que nuestros padres nos cuidaron y que lo hicieron casi todo por nosotros, pero, seamos sinceros, ¿cuánto se lo agradecemos?, ¿y por eso estamos obligados a repetir las mismas escenas?, ¿los hemos cuidado como se merecían?, ¿lo harán con nosotros? No soporto que nadie me repita ese cuento sobre el deber de prolongar la especie. Como diría Groucho Marx: ¿qué ha hecho la posteridad y la especie por nosotros? Los niños son inmensamente felices y contagian su dicha, pero ¡cuánta metafísica!, peor aún ¡cuánta metafísica infantil existe!, ¡cuánta idealización!, ¡cuántas medias verdades!, ¡cuántas realidades ocultas y no confesadas!, ¡cuántas palabras sobre transfiguración y transustanciación y qué pocas sobre la cruda realidad de todos los días! Los niños son una bendición, pero no dejan de dar sus problemas y de crear sus propias complicaciones. "¿Qué es la substancia?", se preguntaban John Locke y David Hume; ¿qué es un hijo?, podemos preguntarnos nosotros. Vayamos a los hechos, a lo comprobable, a lo que todo el mundo puede verificar. ¿Por qué, si los niños son tan buenos, en cuanto hay métodos anticonceptivos en cualquier país, desciende el número de hijos?, ¿qué ayudas tienen las madres y los padres trabajadores?, ¿qué permisos de maternidad les dan?, ¡qué estabilidad laboral?, ¿qué ayudas económicas reciben?, ¿qué guarderías?, ¿qué prestaciones?,... ¿por qué otros se atreven, los más católicos, a afirmar que tienen hijos “para” Dios?, ¿es que Dios tiene pocos hijos?, ¿es que sólo se fija en los hijos de buena familia? Ya es sospechoso que ese Dios, del que afirman que es “padre” de todos, sólo haya tenido un hijo, Jesucristo (extraña coincidencia con los comunistas materialistas chinos exigiendo el hijo único por pareja). ¿Por qué no tuvo familia numerosa?, ¿por qué se lo dejó a su madre y él no hizo prácticamente nada? Así cualquiera es padre (por la Universidad a distancia), por cierto ¿ese es el modelo de padre que debemos seguir?, ¿por qué dice su hijo: “Padre, por qué me has abandonado”? También dice “No lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos” (San Lucas, 23, 28). Casi nada. Verdaderamente ese hijo merecería un padre mejor. “Que buen vasallo si hubiera buen señor”. Los niños son la definición del juego, sí. Y, en definitiva, dijo para concluir, dejándonos a todos ya extenuados con su contundencia, habría que informarse bien antes de meterse en ciertos líos. Y saber que los hijos pueden ser, y son montones de veces, maravillosos; pero también pueden ser torbellinos implacables, pueden llenarnos de orgullo o arrastrarnos a la crispación. Una difícil apuesta. Ser padre es convertirse en un hedonista cansado. Por supuesto, añadió mi compañero, las mujeres, en concreto las mujeres españolas, que parece que no quieren tener muchos hijos, me parecen muy inteligentes. También me lo parecen los hombres y mujeres que no quieren ser tan responsables como para ser padres. ¿Qué sobredosis de orgullo y vanidad nos lleva a creer que podemos ser artífices y responsables de alguien? Y además de alguien al que no conoces; al fin y al cabo, bien, mal o regular, uno elige a su pareja, pero no a sus hijos, y no me refiero sólo a si es niño o niña, rubia o moreno, alta o bajo,... me refiero a su carácter, inteligencia, honradez, capacidad de trabajo, sociabilidad, encanto,... Curiosa lotería, tener hijos a los que nadie conoce. No olvidemos tampoco, como reflexión más profunda, aquellas palabras de Ciorán en las que decía, más o menos, que atreverse a ser padre es el único asesinato imperdonable. Y quitando todo esto, los niños bien, gracias. La familia bien, “siempre que no entremos en detalles”. Todo Bien, pero la felicidad es más complicada; o todo Regular, pero con cierto estrés familiar; o todo menos que Regular, pero con problemas, ansiedades, inseguridades. Riéndose, ya al final, añadió: "Proletarios del mundo unios, al menos para poner una guardería".
Lo que está claro es que a mi compañero el amor hacia sus hijos no le impedía ser lúcido y crítico, ni le hacía cerrar los ojos ante las evidencias de lo que significa ser padre; porque si eres padre no puedes parar, siempre eres responsable, siempre tienes que seguir cuidando, siempre estás preocupado.
Y todavía añadió: “Si queréis creerme, bien ...” imaginemos un mundo y una vida tan distinta y tan diferente a la nuestra en la que todo el mundo nace casado y con hijos, y lo que pueden hacer a lo largo de su vida, normalmente en su juventud avanzada, es decidir si quieren separarse o divorciarse o seguir casados como nacieron, también pueden decidir si siguen teniendo hijos o no, es decir, pueden escoger y determinar si “destienen”, si desean “destener”, si quieren “destener” a sus hijos. Un mundo así, a pesar de que nos puede parecer tan extraño, sería tan exótico como el nuestro, pero a la inversa, lo que se podría es dejar de tener, lo que no deja de ser curioso.
Un mundo más extraordinario y difícil sería aquel en el que se pudiese estar soltero o vivir en pareja (casado o como se quiera llamar) a voluntad, en el que el simple hecho de pensarlo con la fuerza suficiente hiciese cumplir el deseo, tanto en las intenciones de vivir o de no vivir en pareja como en las de tener o no tener hijos.
Sin embargo, por más exótico que nos parezca, son los hijos “destenidos” los que introducen las novedades más filosóficas en esta nueva manera de plantearse la vida. Sin duda cuando se rompe una convivencia, pareja, amor,... la memoria y los recuerdos nos harán pasar por malos momentos; destener un amor es siempre doloroso, pero ¿qué supone destener un hijo?, ¿cómo se hace?, ¿desearías no tenerlo o no haberlo tenido y desaparece?; y en el recuerdo, ¿continuará creciendo y viviendo?; ¿les pasa eso a nuestras antiguas relaciones?, ¿se va a detener el hijo o la hija o los hijos en el tiempo?, ¿dejaron de existir?, ¿nunca existieron?, ¿podrían volver a existir si lo deseases de nuevo?, ¿recuperarían el tiempo perdido?, ¿se pueden desinventar los hijos?
También se puede imaginar otro mundo donde los mayores sean padres adoptivos de los niños y jóvenes que les gusten, con los que se lleven bien. Serían los hijos más deseados.
Ninguna solución es buena, todas tienen efectos no deseados, pero la situación actual, natural, no deja de dar y de crear sus problemas. Decía el psiquiatra Carlos castilla del Pino “vienen padres machacados por los hijos” a mi consulta; también decía “desde luego, los hijos son un incordio”.

(...
—Es complicado este tema.
—Difícil de conjugar y de resolver.
—Pero lo cierto es que nos gusta vivir acompañados, y tener niños y quererlos y tu amigo Sebastián es demasiado duro.
—¡Bien acompañados! Y sin violencia doméstica.
—Eso se puede solucionar, hasta que cambie la sociedad, con protección policial; igual que los concejales amenazados por grupos terroristas tienen escoltas, también deberían tenerlos las personas, sobre todo las mujeres, amenazadas por esos otros terroristas machistas. De todos modos es difícil sacar un “10” en esta asignatura.
—Si el resultado es feliz y amable y cariñoso, bienvenido sea.
—Alguien podría decir: ¡Bienaventurados sean los seres complacientes!
—¡Bienaventurados sean los seres amorosos!
—¡Bienaventurados los seres verdaderamente humanos!
—¡Bienaventurados los ángeles humanos que viven con nosotros en la Tierra!
...)

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