1. ÉRASE UNA VEZ...
“¿No se les han regalado acaso a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte en las cosas? Una hermosa necedad es el hablar: al hablar el hombre baila sobre todas las cosas.
¡Qué agradables son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Con sonidos habla nuestro amor sobre multicolores arcos iris.”
(Nietzsche: "Así habló Zaratustra")
(...
—¡Necesito contártelo!
—¿Estás seguro?
—¡Tengo que contártelo para poder vivir!, ¡de verdad!
—¡Exageras!
—No exagero, es necesario que te lo cuente todo, para dejar de esperar, para empezar a vivir.
—No creo que sea para tanto, a mí también me gusta hablar contigo, pero no me pongo así.
—De verdad, si no te lo cuento me sentiría muy mal, lo estoy arriesgando todo para decírtelo, me juego la vida como Sherezade, si no te lo digo no podré seguir adelante.
—¡No te creo!, eres un exagerado.
—De verdad necesito contártelo.
—¿Qué necesitas contarme?
—Necesito contarte un cuento.
—¿Un cuento?
—Mejor dicho, la superficie de un cuento. Tengo que contarte la historia de alguien que decidió que el ser es para que exista la risa y la sonrisa, que sólo existía lo bueno y lo bello, lo interesante y lo placentero; decidió que sólo iba a prestarle atención a lo que le llenase de entusiasmo, así que para él el planeta estaría habitado por cien, como mucho por doscientas personas, a las que admiraría profundamente. No sería necesario que todo estuviese habitado, así podría sentirse un gran explorador, ni que todos los libros y grandes obras de arte estuviesen realizadas, así podría creerse un gran artista, ni que se hubiesen dado todas esas grandes historias de amor y pasión, así podría ser el gran enamorado y dedicarle el mundo entero a las nubes e inaugurar el romanticismo más excesivo y dar el primer paso de la historia y estrenar el placer y descubrir el hedonismo, y así superaría de una vez por todas a Platón porque sabría que si el arte es una imitación imperfecta de la naturaleza, la naturaleza es una imitación dudosa del mundo de las nubes y hasta el mundo de las nubes no sería más que una simulación inexacta de una sonrisa.
—Sí, debe ser un cuento.
--Un cuento en el que cuando alguien escribía pasión el papel era rojo y cuando escribía cielo el papel se volvía azul y cuando...:
“Teníamos un árbol mágico en el jardín, daba flores en pleno invierno, aunque lloviese, aunque nevase, aunque granizase e hiciese muchísimo frío. El árbol nos regalaba unas flores milagrosas de color blanco y rosa, y eran muchas flores, y durante más de dos meses del invierno nos llenaba de alegría. Después se marchitaban las flores y, una a una, salían unas hojas verdes muy delicadas. Pero lo más sorprendente ocurría en el verano, entonces el árbol volvía a florecer y de nuevo las flores flotaban sobre las hojas, en esos días las flores cambiaban de color, de posición en las ramas y, cuando estábamos durmiendo y soñando, se soltaban de las ramas, flotaban en el aire, volaban y giraban, jugaban con las hadas a perseguirse y se reían constantemente. La verdad es que a mí me apetecía mucho ser como una de esas flores y poder volar, flotar y cambiar de color y de condición y de ser y de...”
...)
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