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martes, 11 de octubre de 2011

La superficie de las nubes-2

A las nubes, a los cielos y a las dunas, a las musas y a las flores, a las diosas y a las ondas, a las olas y a las neuronas, a las manos, a las alas y a los ojos, a los vientos, a las hadas y a las nieves, a las montañas, a todos los ángeles y a un colibrí.
A la nada, por su proverbial habilidad para permanecer serena, imperturbable, tímida, inmarcesible, inabarcable, inconmensurable e innombrable y por no ser ambiciosa, por tenerlo todo.
A todos los universos, mundos, cosmos, evoluciones, totalidades posibles e imposibles, probables e improbables, verdaderos y verosímiles, por ser, al menos, una oportunidad para que cualquier inteligencia se maraville, se asombre, se admire e imagine que puede salir de todos los teoremas y de todos los postulados, de todos los marcos de referencia, de todos los cierres categoriales, de todos los puntos cardinales, de todos los ejes cartesianos, de todos los límites conocidos, de todos los sistemas cerrados,... y porque no se dedican a los negocios,...
Al universo, y a los astrónomos que tanto han trabajado para contarnos como es este maravilloso ámbito en el que vamos, más o menos, viviendo, sobre todo de vez en cuando, sobre todo cuando estamos fascinados, en pleno regocijo,...
A nuestro cúmulo de galaxias, desde donde tan admirablemente circulamos, existimos, estamos, somos, respiramos, conocemos, contemplamos, gozamos, admiramos, recordamos, nos acercamos,...
A nuestra galaxia Vía Láctea por darnos la posibilidad de mirar muy lejos y de contemplar, de movernos y de viajar a velocidades astronómicas entre clepsidras de vacío, entre luces del Sur y restos de diosas y de dioses,...
A nuestro querido Brazo de Orión, tan lleno y tan vacío de estrellas, tan sugerente y tan misterioso, tan sutil y tan amazónico, tan presente y tan futuro, casi tan nuestro,... como si fuese una teoría y un acto de la perfección.
A nuestro sublime Sistema Solar por ser el espacio preferido por la alegría para materializarse en forma de sonrisas y de risas y, sobre todo, a los anillos de Saturno por reírse un poco más de la Ley de la Gravitación casi universal y atreverse a ser sólo una forma fascinante que juega a circular, que juega a abrazar, que juega al movimiento de las nubes y de las dunas de oro, a los móviles de Calder, a la música de Bach, a las pinturas de Tanguy, a la ternura apasionada, a las nubes de plata de mañana, a las eternas caricias móviles,...
A nuestro adorable planeta Tierra, “Bienvenidos al planeta Tierra”, decía Carl Sagan, por permitirnos admirar todas las maravillas de su naturaleza y por enseñarnos que es aquí y ahora donde tenemos la suerte de existir, de ser, de vivir, de convivir, de conocer y de reír. ¡Brindemos!, ¡alegrémonos!, ¡sonriamos por ello!
A la Vida, por toda la emoción que pone en cada ser, por todo el entusiasmo que coloca en cada latido, por toda la belleza que derrocha en cada beso, porque nunca le duele la cabeza, porque siempre dice sí y adelante,...
A la Luna en cuarto creciente, siempre creciendo y reproduciéndose hasta llenar de lunas el cielo, cientos, miles, millones de lunas de plata dedicadas a iluminar hermosas noches,...
A todos los desiertos llenos de dunas, inundados de arena, saciados de viento, dedicados a la sublime tarea de hacerse, de deshacerse y de rehacerse por fuera y por dentro, por arriba y por los sentimientos, por delante y por el horizonte, por la izquierda y por siempre,...
A todos los lugares donde alguien sonría y sea feliz, y ayude a ser feliz. Pero con una aclaración: lo mismo que nací en el Bierzo y vivo en Asturias podía haber nacido en Tahití o en Groenlandia, y vivir en Leipzig o en Suecia, por eso no me considero de otro género ni de otra especie; el azar del nacimiento y del lugar donde se vive no tiene la menor importancia, me gusta conocer gente y viajar por todo el mundo y no pienso molestar a nadie diciéndoles “es que nosotros los bercianos”, “es que los asturianos creemos”, “es que los españoles somos ...”, “es que los europeos valoramos ...”. Todos somos de algún lugar y de algún tiempo, me parece bastante minúsculo darle importancia a estos accidentes geográficos. Es que los terrestres somos así.
A todas las potencias de diez, de once y de cien, a todos los números y también al último número; a todas las potencias que sonríen para sentir más.
A todos los seres humanos que sean humanos y que dediquen sus trabajos, sus fuerzas, sus anhelos, sus felicidades, sus entusiasmos, sus ilusiones y sus energías a los demás o, al menos, no las dediquen a la guerra ni contra los demás.
Al pintor que nos seduce, a El Bosco, por su infinita habilidad para imaginar lo imposible y conjugarlo con lo real, por saber pintar como nadie, por conocernos, por ampliarnos como humanos.
A aquel habitante de la ciudad de Pisa que se inclina, se imperfecciona, se agrieta y no logra siempre materializar su ideal, pero se mantiene y no se derrumba, y continua siendo.
A Juan Sebastián Bach siempre, a Alexander Calder y a Yves Tanguy, “porque si volvieran, si vivieran, yo sería su escudero; que buenos caballeros eran”.
A Gustavo Martín Garzo por su capacidad para transmitir maravillas, narraciones, cuentos, “encargos”, ternuras e historias bellas y extraordinarias, y por hacerlo de forma generosa, sensible y elevada, por entender lo imposible y explicar lo que nos atrae y nos arrastra.
A todos los magnolios y orquídeas y nenúfares y ... perennemente en flor, a la flor que te di, a la mimosa que quieres plantar, a la suavidad, a la risa inconsolable, al don de la gracia y de la alegría, a la pasión inagotable que existe en contadas personas incontables.
A todos los paisajes no machacados por las intervenciones humanas y a los que deben recuperarse, regenerarse y desprenderse de su pasado tosco, explotado e industrial. A los jardines de Giverny de Monet porque así debería y podría ser este planeta, un jardín botánico-edénico-hedonista.
Al arte de verdad. A la delicada y cálida flor del arte, por existir.
A todos mis amigos, por ayudarme a vivir y porque cumplen a la perfección lo que decía Nietzsche de que los amigos deben educarse mutuamente y ayudarse a ser excelentes; por ser puntales, columnas, referencias, puntos cardinales, mapas, cordilleras y brújulas de mis alegres desvaríos, desde la juventud hasta hoy, hasta mañana, hasta pasado mañana, siempre.
Al que dice: “A pesar de todo se puede vivir, se debe vivir”. A los que se atreven a hacer siempre la interpretación más sugestiva, para que el cuerpo no esté triste y el alma esté alegre y el espíritu no se encoja y el ánimo se entusiasmo y la voluntad respire ciclones de bondad y el gozo se eleve y...
A los frescos de Fra Angélico (Beato Guido di Pietro da Mugello), milagro de los milagros, aventura del recogimiento, lo extraordinario en cada celda del monasterio de San Marcos de Florencia, la perfección por los siglos de los siglos.
A todo el genial atrevimiento de Nietzsche por su afirmación absoluta, rotunda e imparable de la vida, de la risa, de la alegría, por su santo decir SÍ y adelante. ¡Sí y adelante!, pase lo que pase.
A toda la música de Juan Sebastián Bach y, en este momento, a la Cantata 147, por ser abrumadoramente perfecta, sublime, superadora y reparadora de todo lo mezquino e inhumano, por el vuelo de sus afirmaciones, por el sueño de las montañas sonoras, por la elegancia de los sonidos que aspiran a recorrer todos los universos mentales, porque llena de luz y embriaga y porque nos permite descubrir que la alegría y la serenidad no son incompatibles con el infinito y la grandeza.
Al “Orden nº 13” de François Couperin por saber, adivinar y haber descubierto y explorado otros mundos, otros órdenes, otros colores, otras fascinaciones, otras formaciones, otras dunas.
A aquel poeta que perseguía el arco iris como si fuese necesario, porque quería vivir de verdad debajo de él, cobijado por sus colores y protegido por su tejado de cristal multicolor; porque quería verlo desde la cama, verlo variar y cambiar y porque cuando esto no era posible visitaba a los profesores de física y de óptica de los colegios, de los institutos y de las universidades para que le explicasen por qué y cómo surgía y porque no se olvidaba nunca de leer en todas las bibliotecas todos los libros que explicasen, de cualquier forma, este maravilloso fenómeno y porque tan absorto estaba en su estudio y en su contemplación que descuidó todo lo demás.
A Boscoe Pertwee por su frase: “Hace tiempo estaba indeciso, pero ahora ya no estoy tan seguro”.
A los que exageran por amistad, por amor, por optimismo, por simpatía, por buen humor, por agradar, y “para que se sepa”; a todos los exagerados bondadosos, ridículamente humanos, a Don Quijote de la Mancha por construir-idealizar-pensar-idear-formar a Dulcinea y por todas sus agradables y exageradas locuras. A Don Miguel de Cervantes Saavedra del que yo, humildemente, también quisiera ser su escudero.
A los manifestantes de todo el mundo por pedir la paz de forma alegre, educada, civilizada, hablada, orquestada, pacífica,... Bienaventurados los pacíficos, los pacifistas, los pacificadores, los apaciguadores, los apacibles, los antimilitaristas,... y no como otros, bienaventurados los que preparan paraísos y cielos terrestres para todos.
A aquel escritor que empezó a escribir un libro y se perdió en la primera frase, puso una nota a pie de página y allí sigue desde entonces sin saber salir de ese lío y ya va por la página... no sé, pero eran demasiadas páginas.
Al poeta Virgilio por decir “Navegar es necesario, vivir no”. Porque navegar es conocer, viajar, adentrarse en lo desconocido, atreverse a ir más allá, no conformarse con sobrevivir. Y al poeta Catulo, por todos los besos.
A los que nos ayudan a vivir en una “buena película”, a los que desean mirar a la alegría en sus propios ojos, a los espíritus radiantes, a Enrique Miret Magdalena por afirmar ,con toda la razón del mundo, que “Nosotros vivimos para el cielo”, el cielo que se da.
A Pep Bou y su “Ambrosía”, alimento de los dioses, burbujas del Paraíso, pompas de placer, caricias que flotan y levitan hasta alcanzar el éxtasis.
A las maravillosa jirafas, porque aspiran a lo más alto y porque, si las hubiera imaginado un artista, un escultor, un pintor, un poeta, casi nadie le habría creído.
A todos los que son lo bastante superficiales para ser profundos, a los que son tan profundos como para ser también superficiales.

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