6. AL ESTILO DE DON QUIJOTE
“Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente. ” (Así habló Zaratustra)
(..
— Ahora soy yo la que te voy a regalar algo, y espero que te guste.
— ¿Qué es?
— Algo que debes tener en consideración antes de seguir con este delirio de amores absolutos en el que andas envuelto y revuelto.
— ¿A qué te refieres?
— A que antes de que un cándido estudiante de Filosofía se dejase enredar en los beneficios indudables que procura el amor, Don Quijote ya se había enamorado platónicamente de Dulcinea, y Abelardo de Eloísa, y Romeo de Julieta, y Orfeo de Euridice, y Tristán de Isolda, y...
— ¿Y?
— Léelo y después me cuentas.
...)
—Y haré como Don Quijote y no te extrañe verme en mil aventuras si con solo una de ellas logro volver a verla. Porque has de saber que “contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante a volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean, cuanto más por las reinas de tan alta guisa y pro como es la Reina de Polmbia, a quien yo tengo particular afición por sus buenas partes.”
—Tal vez esté exagerando.
—“Y entiende con tus cinco sentidos que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere va muy puesto en razón y muy conforme a las reglas de caballería, que las sé mejor que cuantos caballeros las profesaron en el mundo.”
—Si lo dice, así será.
—Por eso, todo lo que te cuente de Sebastián lo he de hacer “no pintándolo ni descubriéndolo como fue, sino como había de ser, para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes.”
—Bien ha de ser si sirve para algo.
—Quiero ser como Amadis, como Don Quijote, como el joven Werther, “valientes y enamorados caballeros, haciendo aquí del desesperado, del sandío y del furioso. Y, puesto que yo no pienso imitar en todo a nadie, parte por parte, en todas las locuras que hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo como mejor pudiere en las que me pareciese ser más esenciales. Y podrá ser que viniere a contentarme con solo la imitación de Don Quijote, que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más.”
—Tenga cuidado vuestra merced no se vaya a pasar.
—No hay peligro, por esto no perdieron la razón ni el desengaño.
—Pero algunos de ellos “fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias y malabarismos e insolencias, pero vuestra merced ¿qué causa tiene para volverse loco?
—“Ahí está el punto y esa es la fineza de mi negocio, que volverse loco con causa, ni grado ni gracias, ni placer ni mérito tiene: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto ¿qué hiciera en mojado?” Y si todo resulta como espero, “acabarse ha mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, seré loco de veras y, siéndolo, no sentiré nada.”
—Muy lógico y bien pensado.
—“Ansí que de cualquier manera que responda, saldré del conflicto y trabajo en que me dejares, gozando el bien que me trujeres, por cuerdo, o no sintiendo el mal que me aportares, por loco.”
—“No puedo sufrir ni llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengo a imaginar que todo cuanto me dice debe ser cosa de viento y mentira.”
—“¿Es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros enamorados parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés? Y no porque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan, y las vuelven según su gusto y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos. Y fue rara providencia del sabio que es de mi parte hacer que parezca mujer a todos lo que real y verdaderamente es elfa, hada, ninfa, ángel, diosa del Olimpo, término y fin de toda humana hermosura y perfección, a causa que, siendo ella de tanta estima, todo el mundo me perseguiría por quitármela.”
—Exageráis, como siempre, y mucho.
—“Ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas en señal de rendición y darme de calabazadas por estas peñas, con otras causas de este jaez, que te han de admirar.”
—Deberíais contentaros con fingirlo.
—“Todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras, porque de otra manera sería contravenir a las órdenes de la verdad, la bondad y la belleza. Por eso han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico.”
—“Yo diré tales cosas de las necedades y locuras, que todo es uno, que vuestra merced ha hecho y queda haciendo.”
—Y harás bien, “porque mis amores y los suyos siempre han sido platónicos, sin extenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero, no la he visto cuatro veces, y aún podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba.”
—“No solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que con justo título puede desesperarse, que nadie habrá que lo sepa que no diga que no hizo demasiado de bien.”
—Debo convertir mi deber en placer y has de entender que “para lo que yo la quiero, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles, aunque ella es la más alta princesa de la tierra. Porque no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen.”
—¿No las tienen?
—“No, por cierto, sino que los más se las fingen por dar sujeto, materia y asunto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo.”
—¡Curiosa cuestión!
—“Porque has de saber, si no lo sabes, que dos cosas incitan a amar, más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente en ella, porque en ser hermosa, ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan.”
—Puede ser.
—“Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad.”
—“Y diga cada uno lo que quisiere.”
—Sí, “pues ha de ser la más alta cosa que jamás se ha oído. Quiero que me veas hacer una o dos docenas de locuras, que las haré en menos de media hora, porque, habiéndolas tú visto por tus ojos, puedas jurarlo, y asegúrote que no dirás tú tantas cuantas yo pienso hacer.”
—“¡Mal me conoce! ¡Pues a fe que si me conociese sabría que sólo diré la verdad!”
—“A lo que parece, que no estás tú más cuerdo que yo.”
—“Así me doy por contento y satisfecho y puedo jurar que queda loco.”
(...
—¡Muchas gracias por el regalo!
—De nada.
—¡Curiosa locura la de este hombre!
—¡La que tú pareces tener!
—No sé muy bien quién estará más loco, si Don Quijote con sus desvaríos o nosotros con nuestras seriedades y nuestros proyectos tan prosaicos.
—Parece que es Don quijote el que está más trastornado, no se puede crear a Dulcinea a partir de Aldonza, no se debe idealizar tanto.
—No estoy seguro de que su camino sea más erróneo que el nuestro, ¿acaso no tiene claro lo que pretende y lo que consigue?
—Pero él está loco.
—Sí, su locura es bien diferente a la nuestra y la nuestra es bastante más injusta, desilusionada, desesperanzada, resignada, gris, aburrida y torpe que la suya.
—¡Un desvarío!
—Ya sabes lo que decía Nietzsche.
—¡Ya salió otra vez Nietzsche!
—Pues sí, salió otra vez, y decía que es mejor estar loco de felicidad que de infelicidad.
—¡Estupendo!
—De acuerdo, ¡es estupendo!
—Lo decía con ironía, no ves que nadie querría padecer su grado de locura.
—Nadie debería conformarse con menos de lo que él aspira.
—Sé realista, es imposible vivir como Don Quijote, imposible vivir con Don Quijote.
—Sí, es imposible vivir de verdad deseando menos de lo que a él le inspira y luchando por algo inferior a las altas metas por las que él vive y lucha cada día. En cualquier caso Sancho sabía estar a su lado.
—¡No tienes remedio!
—Afortunadamente siempre habrá alguien, entre todos los humanos, que persiga lo más alto, lo más noble y lo más sublime.
—Si tú lo dices.
—No será porque yo lo diga, sino porque son los ideales de la humanidad.
—Los ideales de la Humanidad hay que construirlos cada día en cada casa, y a cada persona le toca su cuota.
—Pues animémonos y hagamos todo lo posible para ampliar todas las posibilidades de la alegría, del placer, de la euforia, como si fuéramos niños de vacaciones.
—¡Tú sí que estás de vacaciones, vacaciones mentales!
—¡Muy graciosa!
—¡Gracias!
—La “gracia” siempre es bienvenida en mi teoría.
—Exageras, como siempre; hay placeres mayores.
—Sí, tienes razón, pero ¿sabes una cosa? Tengo la sensación de que la vida a veces nos está contando un mal chiste.
—¿Qué chiste?
—Ese en el que están dos amigos y uno le dice al otro: “Creo que somos gilipollas” y el otro le dice: “Oye, no generalices”; “Vale, eres gilipollas”, contesta el primero.
—¿Y?
—Pues que creo que todos somos gilipollas si consentimos y permitimos y no luchamos hasta el final por ser absolutamente felices, inmensamente dichosos, gloriosamente hedonistas.
—Yo también lo deseo.
—Pero eres demasiado moderada.
—No lo soy.
—Creo que ahora sí, mira encontré la frase que te había comentado del Zaratustra de Nietzsche: “¡No vuestro pecado, vuestra moderación es lo que clama al cielo, vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!”
...)
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