16. YO QUIERO VIVIR COMO UN SABIO DESPISTADO
“Mas nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres, y por eso queremos el reino de la tierra.”
(Así habló Zaratustra)
Sebastián siguió caminando, pensando en la extraña serenidad del mar, llevaba meses caminando y no había observado tormentas ni olas ni vientos, no había marejadas ni temporales ni corrientes ni fríos ni calores excesivos. Era un enigma. Al final de cada día dormía directamente sobre la pasarela de madera, desenrollaba su fino colchón laminado y descansaba plácidamente dentro de su saco de dormir. Ninguna molestia, ninguna picadura de insectos, ningún cansancio al día siguiente, ningún mal olor corporal, ninguna suciedad, sin lluvia ni amenazas de mal tiempo y en su mochila, como por arte de una magia tan extraña como hermosa, siempre había algo apetitoso para comer. Era como si todo fuese más despacio, más lento, más tranquilo, como si vivir fuera del sistema automático fuese lo más recomendable, como si ya tuviese derecho a despistarse para concentrarse en lo esencial.
(...
—A mí no me importaría vivir como un sabio despistado y caminar a la deriva.
—¿A qué te refieres?
—A poder dedicarme sólo a lo que me interese, a lo que me preocupe, a lo que me guste o me llame la atención.
—Eso suena bastante egoísta, casi irresponsable, como si no te quisieras comprometer con nadie.
—No es eso, no, lo que digo es que me gustaría liberarme de muchas cosas que me dejan sin tiempo.
—El tiempo que dedicas a lo que no te gusta también es un tiempo humano, dedicado a otras cosas, pero humano.
—Sí, pero el hecho de dedicárselo a ir y a venir, a llevar, a traer, a preparar, a cuidar, ese tiempo no lo puedo emplear en leer, escribir, pintar, a volar en globo y en vuelo sin motor, a situarme por encima y muy lejos del alcance de la capacidad de controlar todo tecnológicamente; quiero explorar en las grutas de todos los placeres y descubrir paisajes que sólo desde cierta altura adquieren el significado y la perspectiva adecuada; quiero escuchar música, escribir, pintar, bailar, construir puentes y edificios inimaginables, hacer móviles, ir al cine, hablar, estar con los amigos, disfrutar de la vida, perseguir el “harmattan”, ese viento que sopla al sur del Sahara y perderme y encontrarme entre las nieves y las dunas, pero despacio, no como los del París—Dakar,...
—Todo eso es compatible. Piensa y prepara planes para pasártelo bien, procura no pensar sólo en lo que te pierdes, no debes plantearte sólo la pregunta sobre si tienes lo que quieres, la pregunta es si quieres lo que tienes.
—Eso es un juego de palabras.
—Sí, pero también es la prueba que te confirma si has acertado, si estás en el camino correcto, pensar si quieres lo que tienes, si lo deseas, si estarías dispuesto a repetirlo. Aceptarlo ya es mucho.
—Eso suena a resignación.
—No, es acogerse a todos los atrevimientos de la vida, a todos los caprichos de esta terapia que todavía no hemos entendido del todo.
—No estoy seguro.
—¿Qué te pasa?
—Que siento, pienso, anhelo, aspiro a más de lo que logro o me toca vivir, no me conformo con lo mucho que tengo, y no me refiero a cosas materiales, sino a los sueños completos, a la utopía vital; porque has de saber—como diría Don Quijote— que lo que muchos denominan fantasía sexual no es más que una parte de las fantasías vitales que, a su vez, no son más que una sección de la utopía vital que, tal vez, sólo sea un fragmento de un plan general del universo para engendrar más alegría, belleza y felicidad...
—Todos sentimos que nos falta algo, nadie es feliz de modo completo.
—Pero si vieras al alcance de tu mano la felicidad, ¿no desearías con todas tus fuerzas, con toda tu alma o con todas tus almas, alcanzarla?
—Por supuesto, pero eso no te asegura nada, siempre se te escaparía algo, siempre dejarías algo atrás, no lo tendrías todo.
—Creo que no, siento que no, sé que no, sé que sería tan superlativo que me inundaría por completo de alegría infinita.
—Entonces, ¿a qué esperas?
—No espero, lo intento pero no lo consigo. “Los cielos cuentan la gloria de Dios”, es el título de la Cantata nº 78 de J. S. Bach, los días cuentan la gloria que es posible, mi mente imagina la gloria que es real.
—¿No consigues llegar hasta la felicidad? Normal, eso nos pasa a todos. La felicidad debe ser parecida a la música, cuando la estás disfrutando ya se está marchando, ya se aleja.
—Sí, pero te deja el recuerdo de la inmersión completa en el equilibrio, en el éxtasis, en el estremecimiento, en el puro placer de todas y cada una de las almas en cada sentido. Y puedes volver a escucharla con toda tu atención.
—¡Pues sí que has llegado tú lejos!
—No, pero cuando la has visto tan cerca, todo lo demás, todos los lujos, placeres, sensaciones, tranquilidades, estímulos,... cualquier cosa de la vida que te rodea, todo te parece insignificante, insuficiente, insípido.
—¡Qué duro eres juzgando!, también pueden ser suficientes.
—¡Vale!, ¡de acuerdo!, también podrían ser suficientes, bienes, a veces notables, pero nunca sobresalientes, nunca perfectos, no llegan a ser diamantes de la máxima altura.
—¡No exageres!, siempre puede alcanzarse algo.
—No creas, puedes vivir con una persona sin llegar a comunicarle nunca tu verdadera naturaleza vulnerable al nirvana de cada gesto.
—¡Qué pena!, ¿por qué no te atreverías a decírselo?
—Porque puedes descubrir que hay personas que sólo llegan hasta los 2.000 metros de altura, ¡y todavía queda tanto por ascender!, ¡tanto por recorrer!, ¡tanto por elevarse!, ¡tanto por desorbitar!,...
—Tú sí que estás desorbitado.
—Sí, tienes razón, estoy fuera de las órbitas ordinarias, normales, cotidianas.
—Pero, ¿qué experiencia tan magnífica estás buscando?
—La que ya he encontrado y no logro realizar de forma duradera.
—A ti lo que te pasa es que estás aburrido, ocioso, si tuvieras que trabajar duramente no estarías así.
—No sé, tal vez tengas razón en todo y esté tan fuera de órbita como parezco estar, sin contrafuertes ni arbotantes, sin vigas ni columnas; pero siento que la vida diaria que tal vez les sirva, o con la que se conformen millones de personas, a mí me parece gris, pequeña, inhabitable.
—Escalar el Himalaya no es tarea de todos los días.
—Pero debe entenderse la pasión del que así lo siente, del que nota que los días le exigen irse a otras alturas, le piden otro régimen de ambiciones y proyectos, otro tono más elevado, otro altímetro, otro telémetro, otro variómetro, otro sistema de posición más rico en fantasías reales, en paisajes románticos, en sonidos virginales.
—Tú sí que eres un soñador de los que hacen época, un exagerado, un delicado y ridículo romántico en una época puñeteramente materialista.
—Puede ser, la vida hierve y me indica el volcán más elevado y la montaña más alta, la nieve más pura, el iceberg perenne, el silencio más confortable, la alegría más duradera.
—Vives embriagado, excitado, entusiasmado, estimulado por tus propias palabras y no pones los pies en la tierra.
—Si supieras que yo he visitado, paladeado, disfrutado, respirado, vivido,... el placer más divino y más humano, y que después de eso es inevitable descubrir que lo demás es menor, difuso, menguante, inconveniente, breve, mortal y tan poco.
—¿Qué quieres decir con “tan poco”?
—“Esto” es tan poco, lo que nos rodea, es tan poco oxígeno que casi me ahogo, es poco alimento para mis pretensiones, poca vida para el que se cree capaz de vivir más y más intensamente, poca capacidad para el infinito vislumbrado, poca densidad para lo que parece estar creado a mi medida.
—Por eso te es tan difícil vivir día a día.
—Por eso quiero elevarme de nuevo a su tono, esto es un oratorio hedonista, una oración gozosa, un “Officium” (como el de Jan Garbarek) luminoso y de alegría.
—Pero, ¿a qué te refieres?, ¿puedes ponerme un ejemplo más real?
—Sí, mira, en una ocasión, mientras paseaba con otras personas por un hayedo de Asturias, noté algo especial, soplaba algo de viento y no caía ninguna hoja a pesar de que estábamos en otoño; las hojas que deberían ser caducas decidieron unirse y formar un maravilloso entramado sobre el bosque de hayas, en vez de dejarse caer se unían unas a otras para hacer una especie de cúpula geodésica sobre los árboles, en vez de ser grávidas jugaban a enlazarse en un juego de colores anaranjados y amarillos, en vez de “lluvia amarilla” constituyeron un santuario vegetal en el que nosotros nos internábamos con agradecimiento, en vez de llenar el suelo de colores las hojas volaban agitándose y uniéndose unas a otras en su aéreo, global y áureo combate contra la ley de la Gravitación Universal. Pero hay días en los que todo es posible, igual que hay días en que todo se desmorona, y cuando sucede lo mejor, lo mínimo que podemos decir es que un sistema reverencial, tan hermético como sublime, se ha instalado por encima de nosotros: el templo vegetal, la bóveda otoñal, la atmósfera liviana del aire, un cuaderno lleno de hojas desplegadas hasta llenar todo el entorno de colores cálidos y agradables. No pude analizar la naturaleza de tan extraño fenómeno, pero supe que algo estaba a punto de llegar.
—Es curioso.
—No es sólo esperar más y ahora mismo; es como si lo que llevaba toda la vida esperando, después de tantos años, hubiese llegado o, al menos, empezase a anunciarse.
—Pero eso te desgasta emocionalmente, te agota, vivir siempre sintiendo que a todo le falta intensidad o calidad o color, no sé, lo veo poco inteligente.
—Sintiendo y presintiendo que hay algo más, que tenemos el derecho y el deber de más y mejor, que la realidad debe ser completada y mejorada.
...)
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