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viernes, 28 de octubre de 2011

La superficie de las nubes-24

22. NO PUEDE PASAR

“Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros.” (Así habló Zaratustra)

“— ¿Es usted el hombre de Afuera?— me preguntó.
— Casi infinitamente de afuera – le aseguró él.”
Aldous Huxley: “La isla”

Sebastián siguió caminando, días y días, seguía amaneciendo en la misma quietud de siempre, seguía anocheciendo con la misma magia. Un día leyó un cartel que ponía “NO PUEDE PASAR” y le pareció algo extraño, sabía que también se refería a él.
Caminaba por la pasarela y se encontró con un cruce de caminos, en uno de los caminos había un segundo cartel que ponía “NO PUEDE PASAR POR LAS DUNAS” y una persona que le dice:

— ¡No puede pasar!
— ¿Por qué?, ¿quiero saberlo?, puede decírmelo.
— Sí, por supuesto, podemos decírselo, vaya al “Departamento de Rechazados”.
— ¿Eso es lo que soy yo para ustedes, un “rechazado”?
— No sabría explicárselo bien, vaya y se lo dirán, allí le atenderán mejor –le indica con la mano, se dirige donde le han señalado y se encuentra con una persona que parece satisfecha por el simple hecho de estar instalada en su ridículo despacho sobre la pasarela.
— ¡Buenos días!
— ¡Buenos días!
— Me han dicho que venga aquí si quiero saber ...
— Interrumpiéndole— Sí, aquí es, si quiere saber por qué no lo admiten este es el lugar indicado.
— Bien, pues quiero que me lo expliquen.
— No hay ningún problema, como sabe perfectamente no todos los seres, en concreto los seres humanos, salen bien y usted es uno de los más raros que ha nacido.
— ¿A qué se refiere?
— Según consta en su expediente y en todos los informes acumulados por esta Agencia y por este Departamento: me refiero a todo, a su razón eternamente incompleta e insatisfecha, a sus emociones inmaduras y poco exactas,...
— Pero, ¿cómo quiere que una emoción sea exacta?
— Mire, las emociones deben ser también claras y distintas.
— Eso lo dijo Descartes sobre las ideas y sobre el conocimiento, pero las emociones, los sentimientos y las pasiones son más libres, más espontáneas, afortunadamente. Es imposible explicar, contar, narrar nada con ese grado de precisión que proponía la Iª Regla del Método. Más bien nuestras vidas caminan sin demasiada claridad ni distinción.
— Eso es lo peor de usted, se cree con derecho a sentir lo que quiera, se cree que eso que siente es verdadero, en fin, es un poco ingenuo y caótico.
— Puede ser que sea un poco caótico, pero eso no explica que no pueda pasar, que me excluyan, que me rechacen.
— Mire, usted sabe perfectamente que es casi un peligro teórico para la sociedad, lo rechaza todo, lo critica todo, casi todo le parece insuficiente, insatisfactorio, mal hecho,... además también es un engreído y un soberbio.
— ¿A qué se refiere?
— A muchas cosas que ha escrito y publicado, a las que ha dicho y pensado.
— Tiene razón en algunas cosas, muchas veces pienso y compongo frases en las que me comparo con Dios y me digo que a mí me pasa como a él, que soy un chapuzas; que quiero vivir como Dios, desentendiéndome de todo y de todos; también creo que me parezco a él en que me sale mal casi todo el bien que intento y que me sale bien el mal que no he premeditado; en fin, puede ser verdad eso que dice, pero no creo que sea motivo para impedirme el paso.
— Por eso no puede entrar.
— ¡Debo entrar!
— No puede, no insista. Usted lo desarticula todo, interiormente no acepta nada del sistema establecido, la familia le parece en demasiadas ocasiones un disparate neurótico y un invento maligno de alguien que tenía bien poco que hacer.
— Eso es cierto, pienso que se podría organizar y vivir mejor.
— Y piensa que la sociedad es un conjunto indescifrable de ambiciones, caos desorganizados, injusticias, chapuzas, maldades, insolidaridades, egoísmos y materialismos groseros y ramplones.
— Es verdad.
— Pues entonces cómo cree que le vamos a dejar pasar; usted mismo debería ser consciente de que su pretensión es imposible y como es lúcido debería renunciar coherentemente a entrar.
— Simplemente quiero entrar a ver qué hay.
— Eso no es posible, usted no es normal, tal vez sea genial, extraordinario, maravilloso, extravagante, infrecuente, raro,... pero no va a encajar aquí.
— Es que yo no quiero que me metan en una caja,...
— Interrumpiéndolo— No me haga chistes fáciles.
— No quiero que me cataloguen ni que me ordenen ni que me clasifiquen.
— Por eso no puede pasar, por eso debe permanecer al margen.
— Marginado.
— No, en el margen, aparte, en el exterior, afuera.
— Pero no se da cuenta de que quiero entrar, de que lo necesito.
— Puede que lo necesite pero debe entender que es imposible.
— Pero, por qué.
— Por heterodoxo, por hereje y por atrevido, por distinto y diferente, por no sentirse casi nunca a gusto, por ser sociable entre los solitarios y desear vivir aislado entre el bullicio social.
— Lo de la “sociable insociabilidad” ya lo dijo Kant.
— Pues eso, además con pretensiones filosóficas; no se da cuenta de que su propuesta de entrar es descabellada, inadecuada e incoherente.
— ¡Quiero entrar!, ¿qué hay de inadecuado e incoherente en esto?
— Que ni usted mismo sabe si es una necesidad, un capricho intelectual, un sinsentido, un gesto provocador, un descanso.
— Pero, aunque ni yo mismo lo sepa si quiero entrar no entiendo por qué no me dejan.
— Lo sabe perfectamente, no puede, es demasiado crítico entre los asimilados, normales o integrados y es demasiado acrítico consigo mismo y con los heterodoxos, con los artistas más vanguardistas, con los apocalípticos, con los diferentes.
— Eso es cierto, pero no veo por qué eso ha de ser inconveniente para que yo no pueda entrar.
— Parece como si no quisiera entender. No se aclara, tiene tantas dudas como certezas, elimina y acepta cualquier cosa, es melancólico, impresionable, demasiado sensible, hedonista, escéptico y con pretensiones místicas y, a la vez, es materialista, tal vez de izquierdas y con una confusión mental impresionante.
— ¿Y eso qué tiene que ver?
— Todo, ¿usted cree que aquí puede entrar alguien que rechaza, critica y se aparta de los gustos dominantes, sean programas de televisión, música popular, entretenimientos cotidianos y que acepta a los lobos esteparios, a los sidhartas, a los exquisitos, a los refinados y sensibles, a Juan Sebastián Bach, a Alexander Calder, a Ives Tanguy, a El Bosco, por ejemplo?
— El ejemplo de Bach es definitivo y debería servirme para entrar en cualquier lugar, incluido el cielo mismo, para abrirme todas las puertas, para ser bien recibido en todas partes.
— Pues no es así, puede que le abra algunas puertas que alguien llamaría del conocimiento, pero no las de aquí.
— Pero, ¿qué época es ésta en la que la simple mención de Bach no permite franquear todos los pasos y dificultades?
— Es la que es, es así.
— Mire, yo no quiero instalarme dentro, sólo quiero entrar, ver y mirar, conocer.
— Otra razón más para no permitírselo, usted no aprecia ni valora nuestras instalaciones, nuestra moda, nuestro modo de vida efímero, provisional, contingente, cambiante, en constante movimiento, en ebullición ,... no acepta la caducidad de la vida ni de las cosas, no soporta que todo se deteriore, se agriete, envejezca y necesite renovación y mantenimiento constantes.
— Cierto, me gusta lo definitivo y lo eterno en unos ojos, lo que nace con pretensiones de durar para siempre.
— Otra de las condiciones que incumple.
— ¿Cuál?
— La palabra “siempre”, aquí no deseamos la presencia de personas de este tipo, no queremos tener ningún contacto con ese concepto.
— ¿A qué se refiere?
— A que hemos aceptado que los seres humanos son mortales y que envejecen, a que sabemos que todo cambia, que nada permanece y más con nuestro actual sistema científico—tecnológico.
— ¡Siempre!, es fácil pronunciar esta palabra y es difícil de entender; parece que es una versión nueva de la inscripción que había a la entrada del infierno de Dante: Abandonad todos los siempres, todos los anhelos nobles, espirituales y excelentes del ser humano, toda esperanza.
— Algo parecido.
— ¿Por qué?
— Porque para entrar aquí no sólo hay que aceptar el reino de lo efímero...
— Yo lo acepto –interrumpe.
— Sino que también hay que renunciar a las antiguas pretensiones de sentido, dirección, racionalidad, coherencia, intemporalidad, eternidad,... no sé si me explico.
— Algo voy entendiendo, pero yo no soy el mejor ejemplo de espécimen que tenga claro el sentido, la coherencia, la racionalidad,...
— Puede ser, pero hemos detectado que no ha aceptado definitivamente el mundo de la provisionalidad y que no se está preparando para abandonar totalmente el mundo de la explicación y del significado.
— ¡Es que soy un ser humano!
— Ese es el peligro, el tipo de ser que es. Y usted no es un ser humano cualquiera, es ridículo, pretencioso, grandilocuente, vanidoso, orgulloso, soberbio, frustrado, egocéntrico y, sobre todo, con pretensiones artísticas, hasta pretende escribir una especie de novela filosófica como las de Unamuno.
— No pretendo copiar a Unamuno.
— Tal vez esté siguiendo su estela.
— Sí, es posible, pero también sigo a Juan Sebastián Bach,...
— ¡Otra vez Bach!, ¿no se cansa de mencionarlo a todas horas?
— También a Calder,...
— ¿Otra vez Calder?
— A Tanguy,...
— ¿Tanguy otra vez?
— A César Manrique, a Fidias, a Miguel Ángel Buonaroti, a Leonardo da Vinci, a Peter Brueghel, a Lucas Cranach el viejo y su serie de “melancolías”, a Catulo, a Sócrates y a Epicuro, a Wittgenstein, a Italo Calvino, a Miguel de Cervantes, a Saramago, a Antonio López, a ...
— Otro punto en contra de su entrada.
— ¿Cuál?
— La melancolía.
— ¡Vaya!, parece que todo lo que digo puede ser usado en mi contra.
— Más o menos.
— Pero, ¿ qué le pasa a la melancolía?
— ¿Cree realmente que un partidario, un usuario, que alguien que la acepta puede entrar a nuestro mundo feliz?
— Aristóteles mencionó algo sobre los hombres superiores y la melancolía.
— Y Nietzsche.
— Es cierto, y por eso no encuentro en la melancolía nada despreciable, al contrario, es un elemento imprescindible del ser humano. Fíjese que no digo tristeza ni depresión ni abatimiento, hablo de melancolía, de la que Savater dice que “es el único sentimiento que piensa”.
— No nos interesa lo que hayan dicho Aristóteles, Nietzsche o Savater.
— ¿Qué les interesa a ustedes?
— Ese no es el problema, ¿o es que desea adaptarse para que le dejen entrar?
— ¡No!
— Entonces esa no es la cuestión.
— ¿Cuál es la cuestión, entonces?
— Lo que le interesa a usted.
— ¡No tienen derecho a examinarme!
— No lo estamos haciendo.
— ¡Me están impidiendo el acceso!
— Eso no quiere decir que lo hayamos examinado a fondo, no nos interesa.
— ¡Me están despreciando!
— No.
— ¿Qué están haciendo entonces?
— Nada, nosotros estamos aquí.
— Pero yo quiero entrar y no me lo permiten.
— Se lo hemos explicado.
— No me han convencido.
— Lo lamentamos mucho, no sé qué podemos decirle más.
— Díganme con claridad por qué no me dejan entrar.
— Toda la conversación que hemos mantenido ha sido para explicarle por qué no se puede consentir su entrada.
— Esta conversación es un intento de explicar algo pero no ha logrado darme ni una verdadera razón que explique esta exclusión.
— Lo sabe usted mismo, lo sabe perfectamente, usted es distinto, no sabemos si para bien o para mal, pero es distinto,...
— ¿Y?
— Está claro que toda sociedad requiere, puede, sabe y debe protegerse de lo que es distinto y diferente, de lo que parece que amenaza o puede constituir un peligro.
— ¡Qué desatino!, ¿en qué puedo amenazar yo a nadie?
— Su mirada, sus pensamientos, su manera de pensar,...
— Pero, ¿qué les pasa aquí?, ¿se han vuelto locos?
— Esa es la típica reacción que impide su entrada.
— Son insoportables, diga lo que diga y haga lo que haga, no hay nada que tengan en cuenta.
— Se lo tenemos todo en cuenta, puede estar seguro.
— No ve que da lo mismo ser educado y culto que grosero y violento, no son razonables, no tienen argumentos ni posiciones adecuadas, nada les hace entrar en razón.
— Creo que se equivoca, nosotros tenemos una razón social que usted no quiere entender y se niega a aceptar.
— Yo sólo quiero entrar y me encuentro ante este Departamento kafkiano.
— Se confunde usted, esto de kafkiano no tiene nada.
— Totalmente kafkiano insisto, burocrático, impersonal, absurdo, demoledor, es como una inmensa maquinaria aparentemente educada pero que esconde en su interior una negativa absoluta a cualquier iniciativa humana.
— Nosotros sólo somos un Departamento, una sección que explica con la mayor amabilidad, con la más exquisita educación y con todo el tiempo del mundo, por qué algunos no son admitidos.
— No pueden reservarse el derecho de admisión, es inconstitucional, incumple todos los derechos humanos de todas las declaraciones universales.
— Nosotros no hacemos declaraciones.
— Ya lo creo que las hacen, lleva todo este tiempo haciéndolas.
— No, perdone, esto es un diálogo mediante el cual intentamos explicarle las razones por las que no puede,...
— Interrumpe— ¡No, no y mil veces no!, esto no es un diálogo, ustedes no intentan convencer sino vencer por agotamiento, se permiten el lujo de rechazarme para demostrarse su actual omnipotencia en el reino de la realidad social, del dinero convertido en el argumento definitivo.
— No sé de qué me está hablando.
— Lo sabe perfectamente.
— No lo sabemos.
— Lo saben y lo niegan todo, y si no lo sabe usted lo sabrá su jefe o superior jerárquico en este Departamento, y si él no lo sabe lo sabrá el Director General, el Ministro, el Presidente del Gobierno o el Emperador, alguien tiene que saber por qué están haciendo esto.
— Es mucho más sencillo, usted no coincide con el perfil adecuado para entrar.
— Pero, ¡es que no se quiere enterar!, ¡ yo no quiero coincidir con nada ni con nadie!, aunque la verdad es que hago alguna excepción; ¡no quiero adecuarme a nada!, ¡no quiero ser una llave fabricada para que encaje a la perfección y en cada una de sus partes en la cerradura!, ¡no quiero que me diseñen a su imagen y semejanza!
— Usted mismo lo ha dicho, nos está rechazando.
— No, quiero entrar y conocer, quiero saber lo que existe ahí dentro guardado como si fuese un secreto.
— Lo único que quiere es mirar con aire de superioridad lo que se hace aquí y eso no está permitido.
— ¿Qué está permitido aquí?
— ¿Quiere que le conteste?
— Por supuesto.
— Mire, es muy fácil, aquí está permitido entrar para vivir como los demás, para respirar y trabajar, para comer y dormir, para ganar dinero y tener ambiciones, para cumplir algunos deseos,...
— Lo sabía, ustedes no son más que unos vulgares fabricantes de necesidades y de deseos artificiales.
— Nosotros estamos vivos, usted está fuera.
— Se equivocan, creen que sólo hay vida dentro de su sistema, quieren cortar y recortar a las personas a su medida, quieren definir y decidir lo que se admite y lo que no, quieren controlarlo todo; siento decirles que no son muy inteligentes.
— Lamento informarle que es usted el que no puede entrar.
— Siento comunicarles que no son muy tolerantes ni civilizados.
— Lamento tener que confirmarle que su solicitud de entrada ha sido rechazada de nuevo y con más motivos.
— Siento reiterarle que me parecen ustedes unos impresentables.
— Lamento decirle que aquí los que decidimos somos nosotros.
— Creen que viven en el país de las maravillas como Alicia y no se han enterado de que su ficción es irreal, es una quimera construida con entretenimientos, distracciones, diversiones, inconsciencias y mucho consumo.
— Usted cree que vive en un mundo auténtico, más puro y racional y no se ha enterado de que eso ya ha pasado a la historia, que ya no se lleva, que está desfasado, que ya no se estila, que se ha superado.
— No se puede superar la humanidad.
— Todo puede ser superado.
— No, la dignidad humana no puede ser superada.
— Puede y debe ser realizada a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, tecnológicos y de evolución del mercado social.
— No, la humanidad es la que es y no pueden superarse la compasión ni la admiración de los valores superiores.
— De eso sabemos nosotros bastante, nos compadecemos de los que no pueden entrar aquí y admiramos a los que más tienen, a los que más consumen, a los que más presumen, a los que más gastan y a los que más disfrutan de la vida.
— Sólo valoran las tarjetas que permiten entrar aquí, las tarjetas electrónicas o biológicas de bronce, de plata, de oro, de platino, de titanio o de cualquier material que pongan de moda.
— Los tiempos mandan.
— No. Los “tiempos” se fabrican para que la mayoría obedezca y desee lo que le mandan y ofrecen.
— Pero, ¿usted qué quiere?, nos está rechazando mientras solicita entrar y quiere entrar mientras nos está criticando y rechazando.
— Lo que quiera o no quiera es cosa mía, pero ahora deseo entrar.
— Sabe que no puede.
— Sabe que lo necesito.
— Sabe perfectamente que, aunque lo necesite, no puede entrar.
— Sabe usted perfectamente que, precisamente porque lo necesito, quiero y debo entrar.
— Debería saber usted que, en este lugar, no es suficiente con necesitar algo para que eso se logre y quede satisfecho.
— Y ustedes deberían saber que la curiosidad humana no se va a detener nunca y que, por tanto, tarde o temprano, acabaremos entrando.
— No va a entrar, es imposible.
— ¡Eso sí que no!, cómo va a ser imposible una cosa tan sencilla como permitir el paso y entrar.
— Entrar es sencillo, pero para usted no es posible.
— ¿Por qué?
— ¡Otra vez!, ¿no se cansa nunca?
— ¡Nunca!
— Se lo diré de una vez: aquí dentro no se valora como es debido la presencia de personas como usted.
— ¡Qué expresión más rebuscada!, pero lo que yo quiero no es un clase de retórica ni de habilidades sociales, ¡quiero entrar!, ¿me entiende?
— No sé cuántas veces tendré que decirle que no puede.
— No sé cuántas veces tendré que repetirle que debo pasar.
— Este juego de repetir frases empieza a cansarme, además, en el fondo, usted no quiere entrar, se encuentra bastante a gusto en este rechazo, en este juego de sentirse fuera, heterodoxo, distinto, radical,...
— Hábil respuesta, lástima que sea falsa.
— Según nuestros informes usted es un ser lleno de disonancias.
— Como todo el mundo.
— Pero no todo el mundo, afortunadamente, hace alarde, ostentación y exhibición de sus incongruencias y contradicciones.
— No creo que sea para tanto.
— Para esto y para más, presume de ser vulnerable y sensible pero, a la vez, es el más ambicioso de los humanos.
— ¿Y qué hay de malo en ello?
— No sea ingenuo, usted es una mezcla de candidez y de carácter altivo, es un orgulloso y un soberbio superlativo, un “egoísta, ególatra y egocéntrico” como decía Juan Benet.
— De acuerdo, ¿y?
— Está en desacuerdo permanente con el mundo y con todo el mundo y se siente rechazado de una forma infantil e inmadura. Eso es, un inmaduro, sigue creyendo que el mundo tiene que estar a la altura de sus expectativas y el mundo, ya lo dijo Wittgenstein, “es independiente de mi voluntad”, el mundo es independiente de nuestros deseos.
— No es cierto que sea tan inmaduro y, si lo fuese, no estoy muy seguro que su madurez sea superior en nada a mis disquisiciones mentales.
— Lo es, nunca se ha atrevido a enfrentarse de forma digna con sus ambiciones, luchando por conquistar el puesto que merece.
— No me gusta la competición como forma de vida.
— No le gusta casi nada.
— Si, me gusta entrar.
— Es usted un inmaduro patológico, atrévase a ser una persona sensata, recapacite y compórtese como un ser humano digno.
— Ahora mismo mi dignidad me exige entrar y me obliga a decirles que su aparente sensatez no es más que una falsa composición, por debajo hay explotación, injusticia, inhumanidad, lo que debería ser el mundo y la vida pero al revés.
— Es preferible renunciar y aceptar con serenidad lo que es imposible a luchar incansablemente.
— Esto es como si me hubieran puesto ante un destino trágico como el de Sísifo, tendré que intentarlo una y otra vez, durante todo el tiempo disponible desde aquí hasta la eternidad; llegar, llamar, reclamar su atención y comprobar que nunca me abrirán, que nunca me permitirán conseguir mi meta.
— No empiece a citarme personajes de la antigüedad clásica.
— Haré lo que quiera, no van a definir ustedes también mis protestas, sólo les faltaba controlar también si me opongo bien, mal o regular.
— No me diga que ahora quiere manifestarse con una pancarta.
— Pues no sería mala idea, podría poner “¡QUIERO ENTRAR Y NO ME DEJAN PASAR!”.
— ¡Patético!
— Pero cierto.
— No lo es, usted se está inventando esta historia de desacuerdos y ahora quiere darle publicidad.
— Esto no es propaganda ni publicidad, en eso son ustedes auténticos especialistas y expertos, es una reclamación útil para la Historia.
— No sea grandilocuente, qué tiene que ver la historia con todo esto.
— Esta es la lucha de un individuo contra una organización o un sistema absoluto y aplastante que le impide la entrada y quiere cortarle la vida, y recortarla y acortarla.
— No haga mala literatura, no sabe usted ni dónde quiere entrar ni quiere ser coherente con lo que piensa; si el sistema fuese tan absoluto, absorbente y aplastante como dice, qué nos costaría dejarle entrar para aplastarlo y conformalo mejor.
— Sé perfectamente lo que pretenden.
— Explíquemelo.
— Sería una obviedad, usted lo sabe, todo el mundo sabe lo que hay, yo sólo quiero entrar.
— No lo sabe.
— Lo sé.
— Pues explíquemelo.
— No quiero.
— Ahora parece un niño caprichoso.
— Ahora parece un guardián, un vigilante, un policía pretencioso.
— Sabe que no me moveré de aquí, sabe que le aguantaré todas sus impertinencias, es mi obligación.
— Está bien eso de definir las obligaciones de cada uno, porque la mía es insistir lasta que logre entrar.
— Su objetivo está claro, pero nunca lo conseguirá.
— ¡Veremos!
— Lo veremos los dos, usted intentando entrar y yo impidiéndoselo.
— Tal vez se canse y pueda convencerlo.
— Quizás se agote antes usted y así podremos descansar y volver al estado anterior.
— Eso sí que no, ustedes lo que quieren es verme resignado, fuera, a la espera, al margen, sin fuerzas teóricas ni físicas para entrar.
— Lo que queremos es que nos deje en paz.
— ¿Por qué?
— No puede entrar, esa es la verdad.
— No me dejan pasar, esa es su versión de la paz y eso no es más que injusticia y discordia. Los denunciaré ante todos los Altos Tribunales de Justicia del mundo.
— No le dejarán pasar.
— Es posible, pero seguiré insistiendo.
— De nada le va a servir.
— Me va a servir para no rendirme jamás.
— Algún día se cansará.
— Espero que no. Nadie resiste tanto.
— Pues alguien tendrá que ser el primero.
— No empiece otra vez a presumir.
— Son ustedes los que tendrán que empezar a asumir que esto está cambiando y que no les vamos a seguir consintiendo cerrar el paso.
— ¡No puede pasar!
— Seguiré insistiendo.
— Insista todo lo que quiera.
— Gracias por el consejo, lo seguiré al pie de la letra.
— Allá usted.
— En efecto, aquí estoy yo y se van a enterar.
— ¡Ya nos hemos enterado!
— Pues seguirán enterándose, no pienso abandonar, seré como D. Quijote, un liberador de cadenas.
— Aquí no hay cadenas.
— Donde no se puede pasar siempre hay cadenas.
— Usted no está bien.
— Ustedes son los que no están bien, no se puede impedir el paso, sean dunas o rocas o hielos o suelos vegetales, los humanos tenemos, podemos y queremos descubrirlo todo.
— ¡Eso es demasiado!.
— Han cerrado este recinto y creen que han dominado algo.
— Lo creemos.
— Pero no conocen la naturaleza de los misterios ni el amor, no están iniciados y no pueden conocerlos.
— ¿Qué provecho obtendríamos conociéndolos y dejándole pasar?
— El provecho sería absoluto, pero les está prohibido conocerlo. Sólo saben cerrar, poner alambradas, fijar propiedades privadas, definir términos; son fanáticos de la lógica, que diría Nietzsche, y se les escapa la vida.
— Estamos vivos.
— Eso creen, están encerrados.

(...
—Qué cosas más raras le pasan.
—Sí, hay gente que se siente así a veces.
—A mí también me gustaría entrar, saber más.
—Tú siempre quieres saber más.
—Sí, pero eso no es malo.
—No, es muy recomendable, es humano y es necesario, es una de tus maravillosas virtudes.
—No es para tanto.
—No siempre se es consciente de los propios méritos y, por eso, tienen que ser los demás los que nos den algún tipo de reconocimiento.
—Desear más conocimiento y albergar la pretensión de saber más no es tan raro, ya decía Aristóteles que todos queremos saber.
—Sí, pero la mayoría se rinden pronto.
—No exageres, todos seguimos aprendiendo durante toda la vida.
—Es lo que me gustaría hacer a mí.
—Eso suena bastante bien.
—¿Y?
—No, nada, que eso es compartir la vida y la alegría, querer hablar siempre.
—Hablar siempre, juntos, compartiéndolo todo, sin llegar nunca a la desgana de muchas parejas erosionadas que ya no se hablan.
—¡Lo ves!, estamos de acuerdo.
—En teoría sí.
—¿Qué nos falta?
—La realidad, la práctica.
—La maravillosa realidad, la práctica que es magia de dioses traviesos.
—¡Ya estás tú con tus embellecimientos!
—¿Acaso no es así?
—Podría ser así.
—Sí, ya sé que a ti esto te parece insuficiente, pero no todos los ríos que lo desean pueden unirse.
—Lo penoso es que todos los ríos vayan a dar a la mar, que no se atrevan a remontarse a sí mismos, que no luchen contra todos los elementos.
—Lo aceptes o no es así.
—Te pareces un poco al personaje que no le deja pasar.
—¡No me digas eso!
—¡Lo siento!
—Aunque,... tal vez tengas razón.
—No es preciso que vayas siempre con el freno de mano echado, anclada, siempre segura.
—La vida nunca debería cortarse ni detenerse.
—La vida debería ser siempre perfecta.
...)

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