Óscar quiere ahora leerles sus Impresiones de Nueva York. Ningún poeta en NY:
—En la gran tarta rallada se olvidaron de rellenar los vacíos verticales con sonrisas de humanos entusiastas, hay bombillas y nubes y ventanas y hasta alguna alta esfera cristalina pero por ningún lado está la Luz verdadera.
La vida de todos los edificios es la altura, el nacimiento de todos los cielos emerge sobre el mar, pero todos carecen de los requisitos necesarios para ser Cielo y Paraíso y Sonrisa Perfecta y Holgura Vital y Libertad Móvil Calderiana.
En la Gran Manzana la provocación del Bien tiene forma de ausencia y ninguna rueda de ningún taxi amarillo adivina lo que es un coche perfecto, redondeado por fuera, de nubes por dentro.
Y hay, es verdad, millones de acciones, de dedicaciones, de motivaciones, pero ninguna llega a ser alma de colibrí que se sostiene en los edificios verticales para señalar ventanas en el cielo que es de aire que es móvil que es verano que es gracia y jardín y amabilidad y encanto y...
Cuando anochece en Manhattan los puentes se oxidan rápidamente, envejecen un siglo de repente y huyen de la luz de los directores de cine; quieren ser como son, piezas inevitables del inmenso mecanismo que sostiene a los ríos que fluyen.
Nietzsche sería feliz en esta inmensa acumulación de barbaridades, aquí desde hace más de cien años están consentidas todas las alturas y todos los atrevimientos, aquí aparecen las afirmaciones de unos delirios verticales de luces y de sueños, la vida es neoyorquina, y no disimula su amor al exceso.
Hay espejos para todos lo públicos y los arquitectos se entretienen en terminar de todas las maneras imaginables sus rascacielos. Porque de eso se trata, de rascar, de arañar, de subir, de bajar, de brillar hasta el cielo, de llenar de colores una esquina del tiempo. Por eso no tienen complejos y sus impresiones se agitan, se lanzan hacia arriba y siempre logran aire para sus atrevidas afirmaciones.
Aquí la vida casi nunca se detiene, no tiene complejos, ensaya todas las formas posibles para elevarse del suelo y en todos los cruces unas flechas dirigen el tráfico con la palabra ONLY YOU. Sólo la vida podría resistir este delirio, sólo emerger de este modo, con este ímpetu, es importante, aunque todos sabemos que, por mucho que lo intentan, no logran estar a la altura.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
A LA ALTURA DEL AIRE-32
Federico, en un arrebato de furor dionisiaco muy amable, les dijo que no debería existir Ni en un sueño más.
—Termina la reunión y todos van saliendo con el estilo desenfadado que se adopta en estas circunstancias, es casi el final y tienen ganas de bromear.
Quedan para verse en la cafetería, pero allí no se ven.
De repente todo el pasillo está lleno, se buscan en un edificio abarrotado de personas, las clases se han terminado y todos parecen ir hacia la salida.
Se buscan en el aparcamiento, algo despacio, sorteando estudiantes, no se ven, él se adelanta, llega al lugar donde debería estar y observa que estás en la calle exterior al recinto, dentro de su coche redondeado, dando marcha atrás; le haces señas para que le siga.
Él va corriendo a su despacho, abre la puerta y observa ropa usada tirada, hay camisas encima de la mesa, algunas en los armarios, desconoce cómo han llegado hasta ahí, suele ser ordenado; tiene que vestirse bien, una camisa limpia, una chaqueta y, antes de salir, tiene que despedirse con cierto protocolo del director, que lleva una extraña chaqueta confeccionada con partes de telas de diferentes colores, y de otros profesores de la Universidad. Evidentemente, y por ser amable y educado, entre las sonrisas de todos, le dice que está muy elegante, y eso debe repetírselo a todos, a pesar de la prisa que tiene.
Busca su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón y se encuentra con uno que no es el suyo, es de un extraño color dorado y con un diseño plano y rarísimo. No lo reconoce, no sabe cómo se usa, además está apagado; lo manipula, se enciende y de repente aparece conectado a internet, aparecen extractos de correos electrónicos que no entiende ni reconoce como suyos. Después se convierte en un MP-3 mucho más pequeño, no puede llamar ni localizar a nadie, tampoco escucha música.
Sale a buscar su coche que, en teoría, debería estar en al aparcamiento, pero ahora lo ve en otra zona de la ciudad, de alguna extraña manera puedo visualizar su posición como si sobrevolase el plano o una fotografía aérea.
En sus manos aparece una gran lechuga, una coliflor y varias hortalizas grandes; parece que debe llevárselas de regalo. Intenta correr por las calles para llegar al coche, sabe dónde está, pero sus movimientos cada vez son más lentos, ridículos e impotentes.
Pasa al lado de tres chicos que se dedican a repartir verduras con mucha desgana, bromean entre ellos, en teoría tienen que ponerlas en un remolque, se ríen de su propia pereza. Ni siquiera se fijan en él y en sus extraños intentos de avanzar sin moverme apenas.
Intenta seguir corriendo, cada vez el aire es menos fluido y sus movimientos más lentos, una rara densidad le impide caminar. Se empuja a sí mismo, parece que tiene artrosis o dificultades gravísimas para avanzar. Anda de lado, retorciéndose, sin dolor, hacia atrás ahora, está en el suelo y se empuja de espaldas con las piernas como si resbalase sobre una tapa de plástico, se desvía hacia las aceras y las casas. Mira a ver si vienen coches por la calle, es de noche, todos los coches están aparcados.
La calle cada vez es más larga, un extraño efecto óptico la estira, le estará esperando y nunca llega a moverse ni logra acercarse al lugar donde está aparcado su coche.
Se has ido y no puede alcanzar nada ni en sueños.
—Termina la reunión y todos van saliendo con el estilo desenfadado que se adopta en estas circunstancias, es casi el final y tienen ganas de bromear.
Quedan para verse en la cafetería, pero allí no se ven.
De repente todo el pasillo está lleno, se buscan en un edificio abarrotado de personas, las clases se han terminado y todos parecen ir hacia la salida.
Se buscan en el aparcamiento, algo despacio, sorteando estudiantes, no se ven, él se adelanta, llega al lugar donde debería estar y observa que estás en la calle exterior al recinto, dentro de su coche redondeado, dando marcha atrás; le haces señas para que le siga.
Él va corriendo a su despacho, abre la puerta y observa ropa usada tirada, hay camisas encima de la mesa, algunas en los armarios, desconoce cómo han llegado hasta ahí, suele ser ordenado; tiene que vestirse bien, una camisa limpia, una chaqueta y, antes de salir, tiene que despedirse con cierto protocolo del director, que lleva una extraña chaqueta confeccionada con partes de telas de diferentes colores, y de otros profesores de la Universidad. Evidentemente, y por ser amable y educado, entre las sonrisas de todos, le dice que está muy elegante, y eso debe repetírselo a todos, a pesar de la prisa que tiene.
Busca su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón y se encuentra con uno que no es el suyo, es de un extraño color dorado y con un diseño plano y rarísimo. No lo reconoce, no sabe cómo se usa, además está apagado; lo manipula, se enciende y de repente aparece conectado a internet, aparecen extractos de correos electrónicos que no entiende ni reconoce como suyos. Después se convierte en un MP-3 mucho más pequeño, no puede llamar ni localizar a nadie, tampoco escucha música.
Sale a buscar su coche que, en teoría, debería estar en al aparcamiento, pero ahora lo ve en otra zona de la ciudad, de alguna extraña manera puedo visualizar su posición como si sobrevolase el plano o una fotografía aérea.
En sus manos aparece una gran lechuga, una coliflor y varias hortalizas grandes; parece que debe llevárselas de regalo. Intenta correr por las calles para llegar al coche, sabe dónde está, pero sus movimientos cada vez son más lentos, ridículos e impotentes.
Pasa al lado de tres chicos que se dedican a repartir verduras con mucha desgana, bromean entre ellos, en teoría tienen que ponerlas en un remolque, se ríen de su propia pereza. Ni siquiera se fijan en él y en sus extraños intentos de avanzar sin moverme apenas.
Intenta seguir corriendo, cada vez el aire es menos fluido y sus movimientos más lentos, una rara densidad le impide caminar. Se empuja a sí mismo, parece que tiene artrosis o dificultades gravísimas para avanzar. Anda de lado, retorciéndose, sin dolor, hacia atrás ahora, está en el suelo y se empuja de espaldas con las piernas como si resbalase sobre una tapa de plástico, se desvía hacia las aceras y las casas. Mira a ver si vienen coches por la calle, es de noche, todos los coches están aparcados.
La calle cada vez es más larga, un extraño efecto óptico la estira, le estará esperando y nunca llega a moverse ni logra acercarse al lugar donde está aparcado su coche.
Se has ido y no puede alcanzar nada ni en sueños.
A LA ALTURA DEL AIRE-31
Óscar quiso entonces sacarlos de su ensimismamiento y les leyó LAS PIRÁMIDES ALADAS.
—Descubrió la pirámide de Maslow y, en principio, le pareció interesante la idea de establecer una jerarquía entre las necesidades, los deseos, anhelos, motivos, significados y sentidos que nos llenan la vida: desde respirar, comer, beber agua, calor, dormir, aseo, salud... hasta la aceptación, el juego, autorrealizarse, la paz, la belleza, el conocimiento, el arte, el placer, la alegría, la felicidad, la iluminación... todo eso...
También le pareció oportuno considerar que, por altas que sean nuestras aspiraciones, siempre hay necesidades básicas que hay que tener solucionadas para poder ascender a un nivel más alto (como si la educación o la vida fuesen ese camino que va desde la educación infantil hasta Wittgenstein), algo que ya habían tenido en cuenta tanto Aristóteles como Epicuro.
En los días siguientes consideró que la pirámide podía completarse con más ideas que las que usó Maslow, más necesidades y deseos, más motivaciones e incentivos, más sentencias y axiomas, tantas como quisiera, tantas como aparecen en los mejores relatos y en las vidas humanas más excelentes (siempre difíciles porque hay que reconocer lo que se deja sin contar y que no sabemos muy bien detectar el silencio).
En las semanas siguientes pensó que casi todos los seres humanos, o todos, podían encajar en una pirámide de ese estilo, con 40 ó 50 peldaños, con cien o con cien mil niveles, con miles o millones de grados de una exigente evolución estética. Algunos podrían saltarse algún nivel pero, en general, todos tendrían que completar más o menos toda la tabla de ausencias y presencias; le parecía que todos podrían recorrer los mismos parámetros vitales, aunque no todos llegasen a las mismas metas.
En los meses siguientes se dio cuenta de que tal vez las cosas no eran tan fáciles, que tal vez no había sólo una cara en la pirámide (en tal caso sería un simple triángulo), que era posible que la pirámide fuese de base triangular o de base cuadrada, o hexagonal o de cien lados y que, por tanto, tendría muchas caras triangulares, cada una con su propia escala; lo que explicaría muy bien las diferencias entre los seres humanos, sus comportamientos y actitudes, sus vidas y hasta el nivel de sus sonrisas. También podría ayudar a entender "El lado obscuro de la Luna", el inconsciente, lo dionisíaco, la pasión del éxtasis, el arte creativo...
En los años siguientes amplió sus consideraciones sobre la pirámide hasta imaginarla con una base de innumerables lados (como el Dios de Espinosa, con sus infinitos atributos, tal y como le corresponde a una substancia infinita); y pensando llegó a sospechar que tal vez la pirámide no fuese regular (con todas las caras iguales, ni siquiera con todos los niveles de la misma altura, ni los mismos colores y texturas); que podía haber otra pirámide invertida y subterránea tan grande como la que sobresalía hacia arriba (Freud), que la base soportaba todas las infraestructuras de las alturas desde abajo hasta llegar al vértice de la superestructura superior (Marx) o que el vértice supremo ni siquiera existía y había muerto (Nietzsche).
En las décadas siguientes fue algo más lejos, la pirámide ya tenía innumerables niveles que, además, podían ser irregulares en altura y con un infinito número de caras; ahora estaba descubriendo que podía haber millones de pirámides en el mundo, cada una de las cuales tenía su propia jerarquía, establecía sus órdenes, organizaba sus niveles libremente, clasificaba sus preferencias y desarrollaba sus cánones. Entendió por qué se le llamaba la "pirámide de Maslow", era la suya, pero también estaba la pirámide de Heráclito, la de Sócrates, la de Platón, la de Aristóteles, la de Epicuro, la de Nietzsche, la de Calder, la de Ortega, la de J. S. Bach, la de Cervantes y otras muchas, tantas como personas interesantes.
En los siglos siguientes su teoría se fue complicando aún más, había pirámides pequeñas separadas y pirámides rascacielos que se aproximaban unas a otras; pirámides extensas con una base como el gran desierto del Sahara con todas sus dunas, y pirámides reducidas como pequeños atolones que rodean Tetiaroa y otros inmensos archipiélagos del Pacífico; pirámides transparentes y opacas, pirámides placenteras, alegres y felices y pirámides exigentes, adustas, geométricas y tan serias que casi podían parecer antipáticas; las había inmóviles (la mayoría) y móviles y aladas (una exquisita minoría muy selecta), y él se sentía afortunado porque en una ocasión pudo conocer a una de estas aristocráticas pirámides anemófilas.
En milenios sucesivos fue descubriendo que además las pirámides podían estar compuestas de dioses, de agua, de ápeiron, de aire, de fuego, de los cuatro elementos, de átomos, de substancias, de esencias, de materia, de alegría... así llegó a saber que había pirámides en todos los leptones y quarks del universo, leptones en todos los protones y electrones, protones y electrones en todos los átomos, átomos en todas las moléculas, moléculas en toda la materia conocida y materia en todas los universos piramidales imaginables.
Durante su vida eterna consideró la posibilidad de que las pirámides se comunicasen entre sí, que mantuviesen relaciones de amistad y atracción, que algunas tuviesen descendencia y que sus herederos fuesen pirámides más aptas, evolucionadas y felices, que pudieran llegar a ser magnolios alabeantes o esferas majestuosas, móviles calderianos ingrávidos o puentes enamorados, o árboles en flor o humanos divinos; aunque esta última parte le costó mucho trabajo encajarla en su teoría, y no sin vencer grandes dificultades, dada la excentricidad de algunos seres humanos y su propensión a salirse con la suya por cualquier pretexto.
A punto de concluir su primera eternidad, vio todo más claro, las pirámides diosas eran altas y resplandecientes, pero tan transparentes que casi nadie las veía, aunque de vez en cuando se hacían artistas, músicas, escritoras, escultoras cinéticas o pintoras de esmerada y animada alegría; incluso a veces se hacían pasar por seres humanos tan puros que no sentían culpa por vivir intensamente, con toda la pasión imaginable, los inescrutables designios de sus emocionantes e inolvidables abrazos.
Después de recorrer el infinito, en el principio y el final, la eternidad era ese instante en que se conocieron, el tiempo que compartieron; ahora vive con superabundancia de fuerzas y una salud envidiable su eterno retorno a los mismos días, a los mismos lugares, a los mismos recuerdos. Y ya no desea aquel contenido inicial de la pirámide, porque eso ya está hecho; ahora que ya lo sabe casi todo, lo que quiere es ser a su lado, pero ha pasado tanto tiempo...
—Descubrió la pirámide de Maslow y, en principio, le pareció interesante la idea de establecer una jerarquía entre las necesidades, los deseos, anhelos, motivos, significados y sentidos que nos llenan la vida: desde respirar, comer, beber agua, calor, dormir, aseo, salud... hasta la aceptación, el juego, autorrealizarse, la paz, la belleza, el conocimiento, el arte, el placer, la alegría, la felicidad, la iluminación... todo eso...
También le pareció oportuno considerar que, por altas que sean nuestras aspiraciones, siempre hay necesidades básicas que hay que tener solucionadas para poder ascender a un nivel más alto (como si la educación o la vida fuesen ese camino que va desde la educación infantil hasta Wittgenstein), algo que ya habían tenido en cuenta tanto Aristóteles como Epicuro.
En los días siguientes consideró que la pirámide podía completarse con más ideas que las que usó Maslow, más necesidades y deseos, más motivaciones e incentivos, más sentencias y axiomas, tantas como quisiera, tantas como aparecen en los mejores relatos y en las vidas humanas más excelentes (siempre difíciles porque hay que reconocer lo que se deja sin contar y que no sabemos muy bien detectar el silencio).
En las semanas siguientes pensó que casi todos los seres humanos, o todos, podían encajar en una pirámide de ese estilo, con 40 ó 50 peldaños, con cien o con cien mil niveles, con miles o millones de grados de una exigente evolución estética. Algunos podrían saltarse algún nivel pero, en general, todos tendrían que completar más o menos toda la tabla de ausencias y presencias; le parecía que todos podrían recorrer los mismos parámetros vitales, aunque no todos llegasen a las mismas metas.
En los meses siguientes se dio cuenta de que tal vez las cosas no eran tan fáciles, que tal vez no había sólo una cara en la pirámide (en tal caso sería un simple triángulo), que era posible que la pirámide fuese de base triangular o de base cuadrada, o hexagonal o de cien lados y que, por tanto, tendría muchas caras triangulares, cada una con su propia escala; lo que explicaría muy bien las diferencias entre los seres humanos, sus comportamientos y actitudes, sus vidas y hasta el nivel de sus sonrisas. También podría ayudar a entender "El lado obscuro de la Luna", el inconsciente, lo dionisíaco, la pasión del éxtasis, el arte creativo...
En los años siguientes amplió sus consideraciones sobre la pirámide hasta imaginarla con una base de innumerables lados (como el Dios de Espinosa, con sus infinitos atributos, tal y como le corresponde a una substancia infinita); y pensando llegó a sospechar que tal vez la pirámide no fuese regular (con todas las caras iguales, ni siquiera con todos los niveles de la misma altura, ni los mismos colores y texturas); que podía haber otra pirámide invertida y subterránea tan grande como la que sobresalía hacia arriba (Freud), que la base soportaba todas las infraestructuras de las alturas desde abajo hasta llegar al vértice de la superestructura superior (Marx) o que el vértice supremo ni siquiera existía y había muerto (Nietzsche).
En las décadas siguientes fue algo más lejos, la pirámide ya tenía innumerables niveles que, además, podían ser irregulares en altura y con un infinito número de caras; ahora estaba descubriendo que podía haber millones de pirámides en el mundo, cada una de las cuales tenía su propia jerarquía, establecía sus órdenes, organizaba sus niveles libremente, clasificaba sus preferencias y desarrollaba sus cánones. Entendió por qué se le llamaba la "pirámide de Maslow", era la suya, pero también estaba la pirámide de Heráclito, la de Sócrates, la de Platón, la de Aristóteles, la de Epicuro, la de Nietzsche, la de Calder, la de Ortega, la de J. S. Bach, la de Cervantes y otras muchas, tantas como personas interesantes.
En los siglos siguientes su teoría se fue complicando aún más, había pirámides pequeñas separadas y pirámides rascacielos que se aproximaban unas a otras; pirámides extensas con una base como el gran desierto del Sahara con todas sus dunas, y pirámides reducidas como pequeños atolones que rodean Tetiaroa y otros inmensos archipiélagos del Pacífico; pirámides transparentes y opacas, pirámides placenteras, alegres y felices y pirámides exigentes, adustas, geométricas y tan serias que casi podían parecer antipáticas; las había inmóviles (la mayoría) y móviles y aladas (una exquisita minoría muy selecta), y él se sentía afortunado porque en una ocasión pudo conocer a una de estas aristocráticas pirámides anemófilas.
En milenios sucesivos fue descubriendo que además las pirámides podían estar compuestas de dioses, de agua, de ápeiron, de aire, de fuego, de los cuatro elementos, de átomos, de substancias, de esencias, de materia, de alegría... así llegó a saber que había pirámides en todos los leptones y quarks del universo, leptones en todos los protones y electrones, protones y electrones en todos los átomos, átomos en todas las moléculas, moléculas en toda la materia conocida y materia en todas los universos piramidales imaginables.
Durante su vida eterna consideró la posibilidad de que las pirámides se comunicasen entre sí, que mantuviesen relaciones de amistad y atracción, que algunas tuviesen descendencia y que sus herederos fuesen pirámides más aptas, evolucionadas y felices, que pudieran llegar a ser magnolios alabeantes o esferas majestuosas, móviles calderianos ingrávidos o puentes enamorados, o árboles en flor o humanos divinos; aunque esta última parte le costó mucho trabajo encajarla en su teoría, y no sin vencer grandes dificultades, dada la excentricidad de algunos seres humanos y su propensión a salirse con la suya por cualquier pretexto.
A punto de concluir su primera eternidad, vio todo más claro, las pirámides diosas eran altas y resplandecientes, pero tan transparentes que casi nadie las veía, aunque de vez en cuando se hacían artistas, músicas, escritoras, escultoras cinéticas o pintoras de esmerada y animada alegría; incluso a veces se hacían pasar por seres humanos tan puros que no sentían culpa por vivir intensamente, con toda la pasión imaginable, los inescrutables designios de sus emocionantes e inolvidables abrazos.
Después de recorrer el infinito, en el principio y el final, la eternidad era ese instante en que se conocieron, el tiempo que compartieron; ahora vive con superabundancia de fuerzas y una salud envidiable su eterno retorno a los mismos días, a los mismos lugares, a los mismos recuerdos. Y ya no desea aquel contenido inicial de la pirámide, porque eso ya está hecho; ahora que ya lo sabe casi todo, lo que quiere es ser a su lado, pero ha pasado tanto tiempo...
A LA ALTURA DEL AIRE-30
Juan decidió entonces exponer sus ideas, como siempre sin orden ni concierto, como si viviera todavía en medio de las Vanguardias:
—El paradigma de ella era neo-minimalista y absolutamente ultra-post-moderno, tan pro-contemporáneo que a él no le había dado tiempo siquiera a cazarlo ni a ficharlo. El modelo de él, por el contrario, era como poco, del siglo XIX, un seudo-romanticismo tan tardío como trasnochado que a ella le parecía tan insostenible como cargante.
Él, en su delirio mega-expresionista, quiso aligerar la carga de su amor estridentiano y se mostró neo-cinético y hasta algo post-surrealista y creacionista; pero ella, siempre ultraconceptual, lo pillaba en todos sus intentos de multisentimentalismo epicúreo y neoclásico.
Coincidieron un tiempo en un formato meta-dionisíaco, pero el hiper-suprematismo microconstructivista de ella pudo más que todos los rodeos y coartadas hiperbarrocas que él le proponía.
Al final, y dado que las condiciones se estaban poniendo muy fauvistas, ella se mostró partidaria del situacionismo post-mínimal, mientras que él apenas llegó a una especie de empanadismo mentalista en el que tenían cabida tanto el circunstancialismo ambientalista, el hiper-hedonismo calderiano, el omniplatonismo idealizante y hasta unas migas de desordenismo nietzscheano.
En estas coordenadas, y dado que ya nadie entendía nada, lo mejor que podía hacerse era apuntarse al onirismo post-traumático o, lo que casi viene a ser lo mismo, soñar despiertos.
Ella se refugió en el desaparicionismo y él se sorprendía a veces a sí mismo por la calle con una sonrisa que surgía del interior de su cuerpo y se dibujaba en su estómago y llenaba sus pulmones de alegría y lo iluminaba por dentro como si todas las cosas mil gracias le fueran refiriendo.
Ignacio, a veces melancólico, a veces burlón, les comentaba:
—Entonces no sabía distinguir ni separar la apariencias de la realidad, ni la realidad de lo que era esencial; no era capaz de desprenderse de sus ojos para verla mejor... prefería la realidad aumentada, la inteligencia amistosa, el ser de gracia amorosa con la mejor colección de emociones en desarrollo, capaz de mantener intactos todos los componentes de la alegría...
Ya no puede llover ni llorar más, el mar estaba lleno...
No sé si aceptarán hoy en día en el catálogo general de excentricidades poéticas la de aquel hombre enamorado del Sol naciente, que esperaba ensimismado a que llegara el viento del este o del oeste para acariciar el aire jugando con sus brazos, con un esmero de seda y esa lentitud que ponen los orientales cuando se concentran en lo que quieren, todo para que cuando a ella le llegue el viento sea una brisa cariñosa, un alma en el aire o algo parecido a una sonrisa aérea.
Alarga sus manos al aire, extiende sus brazos, y nadie sabe si está acariciando o pidiendo ayuda a las estrellas.
—El paradigma de ella era neo-minimalista y absolutamente ultra-post-moderno, tan pro-contemporáneo que a él no le había dado tiempo siquiera a cazarlo ni a ficharlo. El modelo de él, por el contrario, era como poco, del siglo XIX, un seudo-romanticismo tan tardío como trasnochado que a ella le parecía tan insostenible como cargante.
Él, en su delirio mega-expresionista, quiso aligerar la carga de su amor estridentiano y se mostró neo-cinético y hasta algo post-surrealista y creacionista; pero ella, siempre ultraconceptual, lo pillaba en todos sus intentos de multisentimentalismo epicúreo y neoclásico.
Coincidieron un tiempo en un formato meta-dionisíaco, pero el hiper-suprematismo microconstructivista de ella pudo más que todos los rodeos y coartadas hiperbarrocas que él le proponía.
Al final, y dado que las condiciones se estaban poniendo muy fauvistas, ella se mostró partidaria del situacionismo post-mínimal, mientras que él apenas llegó a una especie de empanadismo mentalista en el que tenían cabida tanto el circunstancialismo ambientalista, el hiper-hedonismo calderiano, el omniplatonismo idealizante y hasta unas migas de desordenismo nietzscheano.
En estas coordenadas, y dado que ya nadie entendía nada, lo mejor que podía hacerse era apuntarse al onirismo post-traumático o, lo que casi viene a ser lo mismo, soñar despiertos.
Ella se refugió en el desaparicionismo y él se sorprendía a veces a sí mismo por la calle con una sonrisa que surgía del interior de su cuerpo y se dibujaba en su estómago y llenaba sus pulmones de alegría y lo iluminaba por dentro como si todas las cosas mil gracias le fueran refiriendo.
Ignacio, a veces melancólico, a veces burlón, les comentaba:
—Entonces no sabía distinguir ni separar la apariencias de la realidad, ni la realidad de lo que era esencial; no era capaz de desprenderse de sus ojos para verla mejor... prefería la realidad aumentada, la inteligencia amistosa, el ser de gracia amorosa con la mejor colección de emociones en desarrollo, capaz de mantener intactos todos los componentes de la alegría...
Ya no puede llover ni llorar más, el mar estaba lleno...
No sé si aceptarán hoy en día en el catálogo general de excentricidades poéticas la de aquel hombre enamorado del Sol naciente, que esperaba ensimismado a que llegara el viento del este o del oeste para acariciar el aire jugando con sus brazos, con un esmero de seda y esa lentitud que ponen los orientales cuando se concentran en lo que quieren, todo para que cuando a ella le llegue el viento sea una brisa cariñosa, un alma en el aire o algo parecido a una sonrisa aérea.
Alarga sus manos al aire, extiende sus brazos, y nadie sabe si está acariciando o pidiendo ayuda a las estrellas.
martes, 29 de noviembre de 2011
A LA ALTURA DEL AIRE-29
Óscar siempre estaba atento para recordarnos a todos que no podemos ni debemos reírnos de las confesiones de los demás, tantas veces ridículas, casi siempre demasiado humanas. De todos modos no se olvidaba de La solidez del aire, una especie de entrevista sin ser.
—Cuando me encargaron entrevistar a... no pensé que las cosas pudieran llegar tan lejos, en principio todo parecía fácil, inocente, un puro trámite...
P (periodista)—¿Podría decirme su nombre?
A (anónimo)—No, no puedo.
P—Por qué no puede?
A—En realidad puedo, pero no quiero.
P—¿Por qué no quiere?
A—No es importante saber quien soy o quien dejo de ser.
P—¿Por qué considera que no es importante conocer quién es y lo que hace?
A—Hay miles de millones de seres humanos en este planeta, no es muy relevante saber lo que hace uno en concreto.
P—Parece un comentario muy escéptico.
A—Es posible, vivir un cierto número de años nos hace algo descreídos.
P—A mí me habían dicho que era el campeón del optimismo.
A—Hubo momentos así, fui, he sido, era, soy, tal vez seré siempre uno de los seres más felices y dichosos entre todos los que hayan nacido en este mundo.
P—Entonces, ¿a qué vienen esas dudas?
A—A que a veces lo mejor se acaba y no hay consuelo y lo más sólido es el aire y sientes que te caes constantemente.
P—¿Un desengaño amoroso?
A—No, una verdad amorosa, afectiva, sensitiva, gozosa, alegre, sensual, feliz, placentera...
P—¿A qué viene ese tono de tristeza?
A—Melancolía, parálisis existencial, pérdida de sentido, falta de estabilidad, inconsistencia de las palabras, vida insostenible, caída imparable...
P—Vamos, que está pasando por una mala temporada.
A—Digamos que sí, una mala racha la tiene cualquiera.
P—No lo entiendo, a mí me dijeron que viniera a hacerle una entrevista a la persona más feliz, alegre y placentera y me encuentro a un ser decaído, cabizbajo, apagado y sin ganas.
A—Tal vez sean compatibles ambas posturas.
P—No lo entiendo.
A—Yo tampoco.
P—Me vendría bien comprender algo, ¿te importa si hablamos algo más sobre este asunto?
A—Supongo que la base es absolutamente feliz y dichosa...
P—¿Tu base?
A—Sí, es fundamentalmente alegre, porque cuando conoces la perfección todo está a salvo, todo lo das, todo lo recibes...
P—Parece muy religioso...
A—Suena religioso, pero es terrenal, tan místico como material, humano y perfecto.
P—Una combinación difícil de encontrar.
A—A veces aparece y nada hay más hermoso en el mundo que dejarse llevar por ese horizonte de belleza.
P—Bien, sí, y qué pasó después.
A—Que la dicha absoluta se disolvió en el aire, que la felicidad no quiere explicarse, que igual que llegó se fue, que del mismo modo que me inundó de alegría se llevó mi sonrisa más profunda, que de la misma manera que me otorgó un alma adorable huyó con todo mi ser...
P—¿Y ahora?
A—Ahora nada, creo que ni siquiera llego a ser, no sé si consisto en algo, tal vez sólo este permanecer en la languidez más superficial.
P—Parece autocompasión pura y dura.
A—Puede ser, no me veo muy maduro que digamos.
P—Pero, veamos a ver, tengo aquí anotado, y por eso me han enviado aquí desde la redacción del periódico, que eras el teórico del equilibrio...
A—Sí, es posible, en los buenos tiempos
P—¿Y ahora?
A—Lo que se da puede regresar.
P—No me refiero a lo que puede o no puede ocurrir, estamos hablando de afirmaciones, de posiciones que se defienden, no de posibilidades inciertas.
A—Esto es lo que sabemos.
P—¿Qué es lo que sabes?
A—Que aunque no sepamos nada tenemos que seguir viviendo como si conociéramos el secreto...
P—Pero, ¿lo conoces?
A—Sí, lo conozco.
P—¿Y cuál es el secreto?
A—¡Vivir!
P—Sí, muy bien, pero ¿cómo se vive cuando se ha descubierto?
A—En un equilibrio ambivalente, en una inestabilidad constante, en una iluminación apagada, en medio de una tormenta de lucidez, en un cambiante fluir, en un continuar incesante...
P—¿No puedes concretar más?
A—Sí puedo, sería trabajar como si no nos importase mucho la ambición o el ascenso, como si no necesitáramos recompensas y no existiese el dinero, como si todo lo hiciéramos para los demás.
P—Es difícil.
A—Es amar como si nunca nos hubieran abandonado, como si no hubiese espadas esperando y fuésemos inmunes a la destrucción, como si no existiesen las heridas ni el abandono ni el desamor ni el sufrimiento.
P—Eso no parece muy fácil de hacer.
A—Sería bailar como nunca se ha danzado, expandiéndonos, sin ser conscientes, sin sentido del ridículo, como si se celebrase el ritual de la vida, como si nadie estuviera mirando, como si ya nada nos diera vergüenza.
P—¡Eso suena bien!
A—Cantar para el mundo, para restablecer la armonía, no para ganar dinero ni para obtener éxito ni para ser conocido, cantar anónimamente para la curación de los océanos, para restablecer el Paraíso Perdido.
P—Eso suena muy delicado, me gusta.
A—Vivir como si ya estuviésemos en el Cielo, como si la salvación dependiese de nuestra sonrisa, como si la amabilidad fuese nuestra sustancia eterna.
P—Eso me recuerda al Dalai Lama.
A—Puede ser, es como un continuo despertar sin tarea urgente, un permanecer abierto a ese guiño constante de la luz. La mente está atenta al momento presente y, a la vez, conecta con el pasado y el futuro; sin distracciones ni accidentes, sin tensiones emocionales que nos desmotiven o desvíen, es cuando estamos llenos de energía, relajados, sensibles y abiertos a la vida.
P—Eso parece el nirvana.
A—O el satori, o el orgasmo, o la risa compartida con los mejores amigos, o la unión mística con los dioses en el Absoluto...
P—Eso suponiendo que exista tal Absoluto.
A—Tienes razón, suponiendo que exista; en cualquier caso sería lo que los humanos, dentro de nuestras limitaciones, podemos reconocer por Infinito.
P—Eso es mucho suponer.
A—Pues supongamos menos, lo que quieras. No es tan importante que exista o no ese nivel exagerado de perfección.
P—Sí que importa, si no existe, qué pintamos aquí preparándonos...
A—Aunque no exista nada perfecto, es suficiente el anhelo de perfección que alguien pueda tener...
P—Eso parece una respuesta muy fácil, así podríamos admitir cualquier cosa, bastaría con creerlo, desearlo, esperarlo...
A—Algo así, eso es lo más que podemos ser, creer que podemos desear, que podemos esperar...
P—No me convence, hay que luchar para cambiar el mundo aquí y ahora e intentar hacerlo mucho mejor de lo que es, esa posición tan meliflua es insostenible, no nos sirve.
A—Cada día estoy menos seguro de esas afirmaciones tan categóricas, ya no sé lo que sirve, es posible que la mirada tranquila de un niño que descubre unos simples reflejos en el agua sean más importantes que las decisiones de los altos gobernantes.
P—¿En qué sentido?
A—Puede estar descubriendo la superficie, las apariencias, el truco que nos tiene atrapados a las cavernas virtuales.
P—¿Desconfías de lo que vemos?
A—Digamos que no me fío del todo, ya sabemos bastante de engaños, mentiras, simulacros, ilusiones, manipulaciones, artificios...
P—De algo tendremos que fiarnos.
A—Por supuesto, de esta conversación, de las miradas sinceras, de los buenos sentimientos, de las palabras cargadas de sentido...
P—¿Aunque no duren?
A—Aunque se esfumen en la niebla gris, aunque sólo nos dejen un recuerdo de lo que fue dorado y brillante y hermoso hasta la extenuación.
P—Y sólo por eso...
A—Sólo por eso todo queda justificado.
P—¿Y la guerra y la miseria y el sufrimiento de millones?
A—No, eso nadie puede justificarlo, quedará en la conciencia miserable de los que se atrevieron a perder de vista la inocencia.
P—¿Qué es lo que queda justificado, entonces?
A—Los pequeños dramas de cada día, las vidas de todos, los amores y desamores, las pequeñas conquistas cotidianas, los encuentros y los abandonos, las ilusiones y las angustias, las esperanzas y las desilusiones...
P—Bueno, en realidad todo esto no parece mucho más que cierto hedonismo epicúreo con una pequeña dosis de resignación estoica.
A—Un hedonismo utópico, universal, de largo alcance, que no dejase a nadie tirado en el camino, que otorgase riqueza, educación, atención sanitaria, sonrisas y cariño.
P—¡Muy fácil para escribir!
A—Muy difícil si no se empieza por saber lo que queremos, cuáles son nuestros objetivos y proyectos.
P—¿Es necesario proponerse algún objetivo?
A—No lo sé, pero si alguien siente la necesidad de saber para qué o para quién vive, no estaría mal que estuviera seguro de algo.
P—Eso le ayudaría a explorar el presente que se nos va.
A—Eso le ayudaría a vivir, a explorar todos los abismos, también lo que se nos va y parece que nunca regresa, no sé, es todo tan confuso.
P—Pues para no saber parece que algo tiene que decir.
A—¡Palabras, sólo palabras! Los que de verdad saben apenas hablan y todavía se atreven menos a pontificar sobre cualquier cosa.
P—¡Los que saben!
A—Sí, los que conocen, los que sienten, los que viven desde la intensidad de su ser, saben que cuanto más hablamos menos sabemos, que cuanto más gordo es el libro menos literatura contiene, que todo lo nuestro es extraño.
—Cuando me encargaron entrevistar a... no pensé que las cosas pudieran llegar tan lejos, en principio todo parecía fácil, inocente, un puro trámite...
P (periodista)—¿Podría decirme su nombre?
A (anónimo)—No, no puedo.
P—Por qué no puede?
A—En realidad puedo, pero no quiero.
P—¿Por qué no quiere?
A—No es importante saber quien soy o quien dejo de ser.
P—¿Por qué considera que no es importante conocer quién es y lo que hace?
A—Hay miles de millones de seres humanos en este planeta, no es muy relevante saber lo que hace uno en concreto.
P—Parece un comentario muy escéptico.
A—Es posible, vivir un cierto número de años nos hace algo descreídos.
P—A mí me habían dicho que era el campeón del optimismo.
A—Hubo momentos así, fui, he sido, era, soy, tal vez seré siempre uno de los seres más felices y dichosos entre todos los que hayan nacido en este mundo.
P—Entonces, ¿a qué vienen esas dudas?
A—A que a veces lo mejor se acaba y no hay consuelo y lo más sólido es el aire y sientes que te caes constantemente.
P—¿Un desengaño amoroso?
A—No, una verdad amorosa, afectiva, sensitiva, gozosa, alegre, sensual, feliz, placentera...
P—¿A qué viene ese tono de tristeza?
A—Melancolía, parálisis existencial, pérdida de sentido, falta de estabilidad, inconsistencia de las palabras, vida insostenible, caída imparable...
P—Vamos, que está pasando por una mala temporada.
A—Digamos que sí, una mala racha la tiene cualquiera.
P—No lo entiendo, a mí me dijeron que viniera a hacerle una entrevista a la persona más feliz, alegre y placentera y me encuentro a un ser decaído, cabizbajo, apagado y sin ganas.
A—Tal vez sean compatibles ambas posturas.
P—No lo entiendo.
A—Yo tampoco.
P—Me vendría bien comprender algo, ¿te importa si hablamos algo más sobre este asunto?
A—Supongo que la base es absolutamente feliz y dichosa...
P—¿Tu base?
A—Sí, es fundamentalmente alegre, porque cuando conoces la perfección todo está a salvo, todo lo das, todo lo recibes...
P—Parece muy religioso...
A—Suena religioso, pero es terrenal, tan místico como material, humano y perfecto.
P—Una combinación difícil de encontrar.
A—A veces aparece y nada hay más hermoso en el mundo que dejarse llevar por ese horizonte de belleza.
P—Bien, sí, y qué pasó después.
A—Que la dicha absoluta se disolvió en el aire, que la felicidad no quiere explicarse, que igual que llegó se fue, que del mismo modo que me inundó de alegría se llevó mi sonrisa más profunda, que de la misma manera que me otorgó un alma adorable huyó con todo mi ser...
P—¿Y ahora?
A—Ahora nada, creo que ni siquiera llego a ser, no sé si consisto en algo, tal vez sólo este permanecer en la languidez más superficial.
P—Parece autocompasión pura y dura.
A—Puede ser, no me veo muy maduro que digamos.
P—Pero, veamos a ver, tengo aquí anotado, y por eso me han enviado aquí desde la redacción del periódico, que eras el teórico del equilibrio...
A—Sí, es posible, en los buenos tiempos
P—¿Y ahora?
A—Lo que se da puede regresar.
P—No me refiero a lo que puede o no puede ocurrir, estamos hablando de afirmaciones, de posiciones que se defienden, no de posibilidades inciertas.
A—Esto es lo que sabemos.
P—¿Qué es lo que sabes?
A—Que aunque no sepamos nada tenemos que seguir viviendo como si conociéramos el secreto...
P—Pero, ¿lo conoces?
A—Sí, lo conozco.
P—¿Y cuál es el secreto?
A—¡Vivir!
P—Sí, muy bien, pero ¿cómo se vive cuando se ha descubierto?
A—En un equilibrio ambivalente, en una inestabilidad constante, en una iluminación apagada, en medio de una tormenta de lucidez, en un cambiante fluir, en un continuar incesante...
P—¿No puedes concretar más?
A—Sí puedo, sería trabajar como si no nos importase mucho la ambición o el ascenso, como si no necesitáramos recompensas y no existiese el dinero, como si todo lo hiciéramos para los demás.
P—Es difícil.
A—Es amar como si nunca nos hubieran abandonado, como si no hubiese espadas esperando y fuésemos inmunes a la destrucción, como si no existiesen las heridas ni el abandono ni el desamor ni el sufrimiento.
P—Eso no parece muy fácil de hacer.
A—Sería bailar como nunca se ha danzado, expandiéndonos, sin ser conscientes, sin sentido del ridículo, como si se celebrase el ritual de la vida, como si nadie estuviera mirando, como si ya nada nos diera vergüenza.
P—¡Eso suena bien!
A—Cantar para el mundo, para restablecer la armonía, no para ganar dinero ni para obtener éxito ni para ser conocido, cantar anónimamente para la curación de los océanos, para restablecer el Paraíso Perdido.
P—Eso suena muy delicado, me gusta.
A—Vivir como si ya estuviésemos en el Cielo, como si la salvación dependiese de nuestra sonrisa, como si la amabilidad fuese nuestra sustancia eterna.
P—Eso me recuerda al Dalai Lama.
A—Puede ser, es como un continuo despertar sin tarea urgente, un permanecer abierto a ese guiño constante de la luz. La mente está atenta al momento presente y, a la vez, conecta con el pasado y el futuro; sin distracciones ni accidentes, sin tensiones emocionales que nos desmotiven o desvíen, es cuando estamos llenos de energía, relajados, sensibles y abiertos a la vida.
P—Eso parece el nirvana.
A—O el satori, o el orgasmo, o la risa compartida con los mejores amigos, o la unión mística con los dioses en el Absoluto...
P—Eso suponiendo que exista tal Absoluto.
A—Tienes razón, suponiendo que exista; en cualquier caso sería lo que los humanos, dentro de nuestras limitaciones, podemos reconocer por Infinito.
P—Eso es mucho suponer.
A—Pues supongamos menos, lo que quieras. No es tan importante que exista o no ese nivel exagerado de perfección.
P—Sí que importa, si no existe, qué pintamos aquí preparándonos...
A—Aunque no exista nada perfecto, es suficiente el anhelo de perfección que alguien pueda tener...
P—Eso parece una respuesta muy fácil, así podríamos admitir cualquier cosa, bastaría con creerlo, desearlo, esperarlo...
A—Algo así, eso es lo más que podemos ser, creer que podemos desear, que podemos esperar...
P—No me convence, hay que luchar para cambiar el mundo aquí y ahora e intentar hacerlo mucho mejor de lo que es, esa posición tan meliflua es insostenible, no nos sirve.
A—Cada día estoy menos seguro de esas afirmaciones tan categóricas, ya no sé lo que sirve, es posible que la mirada tranquila de un niño que descubre unos simples reflejos en el agua sean más importantes que las decisiones de los altos gobernantes.
P—¿En qué sentido?
A—Puede estar descubriendo la superficie, las apariencias, el truco que nos tiene atrapados a las cavernas virtuales.
P—¿Desconfías de lo que vemos?
A—Digamos que no me fío del todo, ya sabemos bastante de engaños, mentiras, simulacros, ilusiones, manipulaciones, artificios...
P—De algo tendremos que fiarnos.
A—Por supuesto, de esta conversación, de las miradas sinceras, de los buenos sentimientos, de las palabras cargadas de sentido...
P—¿Aunque no duren?
A—Aunque se esfumen en la niebla gris, aunque sólo nos dejen un recuerdo de lo que fue dorado y brillante y hermoso hasta la extenuación.
P—Y sólo por eso...
A—Sólo por eso todo queda justificado.
P—¿Y la guerra y la miseria y el sufrimiento de millones?
A—No, eso nadie puede justificarlo, quedará en la conciencia miserable de los que se atrevieron a perder de vista la inocencia.
P—¿Qué es lo que queda justificado, entonces?
A—Los pequeños dramas de cada día, las vidas de todos, los amores y desamores, las pequeñas conquistas cotidianas, los encuentros y los abandonos, las ilusiones y las angustias, las esperanzas y las desilusiones...
P—Bueno, en realidad todo esto no parece mucho más que cierto hedonismo epicúreo con una pequeña dosis de resignación estoica.
A—Un hedonismo utópico, universal, de largo alcance, que no dejase a nadie tirado en el camino, que otorgase riqueza, educación, atención sanitaria, sonrisas y cariño.
P—¡Muy fácil para escribir!
A—Muy difícil si no se empieza por saber lo que queremos, cuáles son nuestros objetivos y proyectos.
P—¿Es necesario proponerse algún objetivo?
A—No lo sé, pero si alguien siente la necesidad de saber para qué o para quién vive, no estaría mal que estuviera seguro de algo.
P—Eso le ayudaría a explorar el presente que se nos va.
A—Eso le ayudaría a vivir, a explorar todos los abismos, también lo que se nos va y parece que nunca regresa, no sé, es todo tan confuso.
P—Pues para no saber parece que algo tiene que decir.
A—¡Palabras, sólo palabras! Los que de verdad saben apenas hablan y todavía se atreven menos a pontificar sobre cualquier cosa.
P—¡Los que saben!
A—Sí, los que conocen, los que sienten, los que viven desde la intensidad de su ser, saben que cuanto más hablamos menos sabemos, que cuanto más gordo es el libro menos literatura contiene, que todo lo nuestro es extraño.
A LA ALTURA DEL AIRE-28
Sebastián recordaba que, por mal que le fuesen las cosas, siempre nos quedaba el sublime deleite de escuchar “la danza de los bienaventurados” de la ópera “Orfeo y Euridice” de Gluck, o habitar La casa de la poeta:
—Es posible encontrar alguna sugerencia alucinada, sobre "La casa del poeta":
Hay pocas evidencias en una buena casa de poeta, pero una de ellas es que se entra por la salida, hasta ahí todo parece claro. Más difícil es explicar que a veces los verdaderos poetas no tienen casa, porque su hogar reside en el arcoiris, en la tímida lluvia o en el viento que recuerda.
No es imprescindible que tenga la forma de un hexaedro apolíneo o cubo minimalista, ni que haya depurado su estilo hasta escribir sólo micropoemas perfectos; ni siquiera es necesario que viva consagrada a un único árbol, que podría ser un magnolio soulangiana que cada invierno le regalase flores impagables , ni que todas las aves de la comarca sean colibríes simpáticos y resplandecientes. Sin embargo para llegar a su casa siempre es necesario atravesar un puente sonriente -también serviría el de Manhattan- y saber disfrutar hasta la médula de los móviles de Calder. Si alguien no supera esta prueba -y seguro que en esto sería casi inflexible- ya no entendería nada de lo que allí se escriba. Y hasta es posible que valore como nadie los buenos comentarios entre jardineros: "disfrutemos mientras podamos".
Nuestro poeta es muy exigente y sólo admite la Pasión superlativa, la belleza que se alabea y la sabiduría del dinamismo solar y de la vitalidad más radiantes; por eso en su casa no entrará nada que le recuerde lo que ha perdido, ni el dolor ni la ausencia, ni siquiera el silencio extravagante, sabe que hasta lo peor que pueda ocurrir se da en medio de una existencia alegre. Nuestro poeta no renuncia al placer ni al deseo apoteósicos, por eso diseña su casa con sumo cuidado, sabe que debe ser proporcional a sus latidos de puro optimismo cinético y de una alegría imparable.
El gozo debe respirarse desde la misma entrada en la que una luz pequeña y difusa puede dibujar el divino gozo epicúreo de la santa sensualidad de todos los detalles.
La mayor virtud del pasillo será que nos deje pasar por la vida para recibir todas las sobredosis de eutaraxias.
La cocina será la sede de la felicidad planetaria y le dará sabor y alimento y bondad y calor a los días.
La sala de bienestar contará con las luces adecuadas, los sofás más blancos y cómodos del mundo y así se hará evidente, al instante, la diferencia entre nuestra poeta protagonista y los distintos actores secundarios. Un inmenso ventanal desde el que se divisará el mejor paisaje disponible indicará que vive la vida como si hubiera nacido para dirigirlo todo y divertirse, para cambiar de aires o para pensar en otra cosa que vuele de forma ingrávida.
Es seguro que una poeta no nos enseñaría toda la casa en la primera visita, es posible que le diese vergüenza estar o mostrarse enferma, por nada del mundo querría aguarles la fiesta a los demás o haber fallado ese día con su ánimo; a una poeta -como la poesía manda- sólo se le ocurriría expandir su sonrisa, nunca su melancolía, siempre extranjera en su alma.
Su habitación sería el mayor secreto, allí descansa su genio y duerme su alma ensimismada, allí reposa la imaginación más delicada que juega con esferas de colores.
Una poeta casi nunca se hace mayor pero, si lo hiciese, sólo sería magnánima y comprensiva con todas las pequeñeces humanas. Y siempre sonreiría como si justificase todas las escalas del alma, y mantendría una disposición metafísica para invertir en regalos.
La casa del poeta puede estar en cualquier parte porque siempre estaría en Venecia, tendría la forma de la torre de Pisa o de un iceberg en la entrada de la Antártida, se situaría cerca de la alegresfera, en plena inmersión vital con todos los fiordos tropicales.
Y al acabar la fiesta seguro que nuestra poeta casi levitaría, y no se despediría.
La casa de una poeta nunca es evidente ni lógica, a veces se llena de cronopios y las risas se escuchan en los dos hemisferios de la Tierra, en ella nadie se priva de ser ocurrente y, por supuesto, tampoco usan calculadoras, porque todos se atreven a ser anuméricos inocentes y encantadores, y se visten de rojo si quieren y lo que haga falta.
La casa de un poeta a veces contiene todos los lujos del espíritu más refinado, la filosofía más abierta al estilo festivo de los dioses corintios, las columnas solemnes de los templos egipcios, el ritmo encantado de las músicas inspiradas en Venecia y, aunque nadie lo crea, en el patio del sur a veces crece un magnolio-sequoia y las ardillas sienten vértigo ante la altura de las veletas situadas en la cima de sus versos.
La casa de una poeta está hecha de papel y de palabras saltarinas, por eso ninguna molécula de niobio, de tecnecio o de paladio se aleja de sus hallazgos, por nada del mundo quisieran perderse ni un minuto de la elegancia de sus ojos tan risueños.
La casa de una poeta es un planeta habitado por miles de millones de cometas, cada una sostiene las ilusiones de los niños que siempre siguen siendo niños en el interior de todos sus adentros.
La casa de una poeta tiene un estanque de lotos y de nenúfares del cielo y las mariposas gigantes, que hablan idiomas tan inverosímiles como el colorio, se posan suavemente sobre sus estambres fotogénicos. Si existe un volcán a mil kilómetros a la redonda podéis estar seguros de que se acercará al interior de los cimientos de su casa, aunque sólo sea para emocionarse; y si hay terremotos inmutables seguro que mezclarán las palabras en el interior de sus libros cerrados y, poco a poco, hasta mejorarán algunos textos que a veces se quedaron incompletos.
No es necesario que la casa del poeta tenga ventanas hacia el exterior porque tiene miles de aberturas hacia el cielo y, si un sólo fotón brillase en el mundo, podéis estar seguros de que toda la casa se iluminaría por pura simpatía ya que las poetas son seres tan extraños e infrecuentes que hasta a ellas mismas les da cierta vergüenza contarse todo lo que sueñan e imaginan.
A veces su casa es voladora como alfombra de mil noches de amor y a veces hace viajes submarinos o se dirige hacia el centro de la Tierra de la mano de Orfeo, de Dante o de Epicuro.
La casa de una poeta debe ser declarada lo antes posible Reserva de la Alegresfera por la UNESCO, Patrimonio Cultural de la Humanidad por la ONU, o esfinge eterna por el Parlamento Europeo, y debe hacerse antes de que se desvanezca.
Si te dan la dirección y no la encuentras no es que te hayan engañado, es que se ha mudado y ha elegido otro destino entre todos los disponibles, porque has de saber que los poetas de los sueños viven en la cumbre de las más altas montañas, en la desembocadura de los ríos caudalosos o en el castillo encantado de los dulces sueños del mañana.
—Es posible encontrar alguna sugerencia alucinada, sobre "La casa del poeta":
Hay pocas evidencias en una buena casa de poeta, pero una de ellas es que se entra por la salida, hasta ahí todo parece claro. Más difícil es explicar que a veces los verdaderos poetas no tienen casa, porque su hogar reside en el arcoiris, en la tímida lluvia o en el viento que recuerda.
No es imprescindible que tenga la forma de un hexaedro apolíneo o cubo minimalista, ni que haya depurado su estilo hasta escribir sólo micropoemas perfectos; ni siquiera es necesario que viva consagrada a un único árbol, que podría ser un magnolio soulangiana que cada invierno le regalase flores impagables , ni que todas las aves de la comarca sean colibríes simpáticos y resplandecientes. Sin embargo para llegar a su casa siempre es necesario atravesar un puente sonriente -también serviría el de Manhattan- y saber disfrutar hasta la médula de los móviles de Calder. Si alguien no supera esta prueba -y seguro que en esto sería casi inflexible- ya no entendería nada de lo que allí se escriba. Y hasta es posible que valore como nadie los buenos comentarios entre jardineros: "disfrutemos mientras podamos".
Nuestro poeta es muy exigente y sólo admite la Pasión superlativa, la belleza que se alabea y la sabiduría del dinamismo solar y de la vitalidad más radiantes; por eso en su casa no entrará nada que le recuerde lo que ha perdido, ni el dolor ni la ausencia, ni siquiera el silencio extravagante, sabe que hasta lo peor que pueda ocurrir se da en medio de una existencia alegre. Nuestro poeta no renuncia al placer ni al deseo apoteósicos, por eso diseña su casa con sumo cuidado, sabe que debe ser proporcional a sus latidos de puro optimismo cinético y de una alegría imparable.
El gozo debe respirarse desde la misma entrada en la que una luz pequeña y difusa puede dibujar el divino gozo epicúreo de la santa sensualidad de todos los detalles.
La mayor virtud del pasillo será que nos deje pasar por la vida para recibir todas las sobredosis de eutaraxias.
La cocina será la sede de la felicidad planetaria y le dará sabor y alimento y bondad y calor a los días.
La sala de bienestar contará con las luces adecuadas, los sofás más blancos y cómodos del mundo y así se hará evidente, al instante, la diferencia entre nuestra poeta protagonista y los distintos actores secundarios. Un inmenso ventanal desde el que se divisará el mejor paisaje disponible indicará que vive la vida como si hubiera nacido para dirigirlo todo y divertirse, para cambiar de aires o para pensar en otra cosa que vuele de forma ingrávida.
Es seguro que una poeta no nos enseñaría toda la casa en la primera visita, es posible que le diese vergüenza estar o mostrarse enferma, por nada del mundo querría aguarles la fiesta a los demás o haber fallado ese día con su ánimo; a una poeta -como la poesía manda- sólo se le ocurriría expandir su sonrisa, nunca su melancolía, siempre extranjera en su alma.
Su habitación sería el mayor secreto, allí descansa su genio y duerme su alma ensimismada, allí reposa la imaginación más delicada que juega con esferas de colores.
Una poeta casi nunca se hace mayor pero, si lo hiciese, sólo sería magnánima y comprensiva con todas las pequeñeces humanas. Y siempre sonreiría como si justificase todas las escalas del alma, y mantendría una disposición metafísica para invertir en regalos.
La casa del poeta puede estar en cualquier parte porque siempre estaría en Venecia, tendría la forma de la torre de Pisa o de un iceberg en la entrada de la Antártida, se situaría cerca de la alegresfera, en plena inmersión vital con todos los fiordos tropicales.
Y al acabar la fiesta seguro que nuestra poeta casi levitaría, y no se despediría.
La casa de una poeta nunca es evidente ni lógica, a veces se llena de cronopios y las risas se escuchan en los dos hemisferios de la Tierra, en ella nadie se priva de ser ocurrente y, por supuesto, tampoco usan calculadoras, porque todos se atreven a ser anuméricos inocentes y encantadores, y se visten de rojo si quieren y lo que haga falta.
La casa de un poeta a veces contiene todos los lujos del espíritu más refinado, la filosofía más abierta al estilo festivo de los dioses corintios, las columnas solemnes de los templos egipcios, el ritmo encantado de las músicas inspiradas en Venecia y, aunque nadie lo crea, en el patio del sur a veces crece un magnolio-sequoia y las ardillas sienten vértigo ante la altura de las veletas situadas en la cima de sus versos.
La casa de una poeta está hecha de papel y de palabras saltarinas, por eso ninguna molécula de niobio, de tecnecio o de paladio se aleja de sus hallazgos, por nada del mundo quisieran perderse ni un minuto de la elegancia de sus ojos tan risueños.
La casa de una poeta es un planeta habitado por miles de millones de cometas, cada una sostiene las ilusiones de los niños que siempre siguen siendo niños en el interior de todos sus adentros.
La casa de una poeta tiene un estanque de lotos y de nenúfares del cielo y las mariposas gigantes, que hablan idiomas tan inverosímiles como el colorio, se posan suavemente sobre sus estambres fotogénicos. Si existe un volcán a mil kilómetros a la redonda podéis estar seguros de que se acercará al interior de los cimientos de su casa, aunque sólo sea para emocionarse; y si hay terremotos inmutables seguro que mezclarán las palabras en el interior de sus libros cerrados y, poco a poco, hasta mejorarán algunos textos que a veces se quedaron incompletos.
No es necesario que la casa del poeta tenga ventanas hacia el exterior porque tiene miles de aberturas hacia el cielo y, si un sólo fotón brillase en el mundo, podéis estar seguros de que toda la casa se iluminaría por pura simpatía ya que las poetas son seres tan extraños e infrecuentes que hasta a ellas mismas les da cierta vergüenza contarse todo lo que sueñan e imaginan.
A veces su casa es voladora como alfombra de mil noches de amor y a veces hace viajes submarinos o se dirige hacia el centro de la Tierra de la mano de Orfeo, de Dante o de Epicuro.
La casa de una poeta debe ser declarada lo antes posible Reserva de la Alegresfera por la UNESCO, Patrimonio Cultural de la Humanidad por la ONU, o esfinge eterna por el Parlamento Europeo, y debe hacerse antes de que se desvanezca.
Si te dan la dirección y no la encuentras no es que te hayan engañado, es que se ha mudado y ha elegido otro destino entre todos los disponibles, porque has de saber que los poetas de los sueños viven en la cumbre de las más altas montañas, en la desembocadura de los ríos caudalosos o en el castillo encantado de los dulces sueños del mañana.
A LA ALTURA DEL AIRE-27
Simón, el santo, les dijo:
—Los paraísos siempre se pierden, demasiados infiernos nos acechan y algunos están a punto de abrirse, existen demasiadas realidades grises, monótonas y aburridas, demasiados seres adormecidos, demasiada tristeza y muy poco significativa, demasiadas molestias...
Más tarde les leyó este fragmento:
DESCUBRIR LA ALEGRÍA
—Ahora voy descubriendo que no se puede vivir sólo con la virtud (Aristóteles) ni sólo con la verdad (Nietzsche), que no se puede seguir adelante sólo con el amor ni sólo con el arte, que tampoco se puede existir plenamente sólo con el placer ni con el alma ni siquiera con el tiempo, ni el pensamiento ni... tal vez sólo con la alegría.
Los hechos y la realidad no tenían muy buena pinta, sospechamos y empezamos a buscar otro punto de vista, pensamos en levantar la alfombra y verlo todo desde otra perspectiva, pero el revés también estaba enrevesado.
Desinventamos el dinero, dejamos de utilizar los sellos, nos olvidamos de casi todas las palabras, y ahora, ajenos ya a todo ese torbellino de objetos y tráfico incansable de cosas y más cosas, estamos por fin en silencio, solos, pero en nuestro interior sigue latiendo la inmensidad del Paraíso Perdido; no sabemos si existió, pero lo deseamos.
De repente ya todo estaba acabado, no había incómodos andamios ni obras interminables ni desvíos provisionales, pero esa versión definitiva del cosmos nos dejó sin ritmo y sin vida, como si haberlo terminado todo no fuese más que un nuevo peldaño.
Hay tantas y, a la vez, tan pocas personas interesantes, tantas cosas que ver y, simultáneamente, tan pocas que nos emocionen y nos encanten.
Como buen surrealista metódico es posible que no entendiese nada.
Juan le contesta:
—Siempre se vive y se ama demasiado poco, que la vida siempre aspira a más, a lo más alto, a lo más grande, a lo más hermoso, que VIVIR ES SAGRADO.
En Polombia todos, incluso los que se sienten abandonados, se mantienen en la dulce esperanza de una vida mejor. Sonríen como si lo que más desean estuviese a punto de llegar, albergan su ilusión en el interior de su corazón y no permiten que se ensucien ni envejezcan sus pasiones entusiastas; los extranjeros que llegan no acaban de entender este comportamiento tan extraño, este ser feliz a toda costa, este mostrarse alegres incluso en el peor de los momentos, reír como si fuera tan obligatorio como necesario, importante, lo más urgente, como si de ellos dependiese la estabilidad emocional del mundo.
Al ser preguntados se puede observar que son conscientes de que tal vez su actitud sea irrelevante en el Universo, que todo lo que acontece sea indiferente a su buena y hermosa voluntad, pero se sienten orgullosos de vivir gozosos, de cuidarse, de transformar en armonía tantos y tantos motivos de discordia y distanciamiento.
Tampoco pretenden convencer a nadie de sus propósitos, simplemente viven así, no se trata de hacer obligatorio ese modelo para cualquier espectador, ciudadano o visitante; cualquiera que esté algo atento sentirá una especie de encaje perfecto en esas vidas dedicadas a la serenidad de los deseos que se acarician, a la agradable tarea de vivir bien con los demás.
Saben que vivir así es casi sagrado, lo más cercano a la sencillez de la perfección. Caminar, hablar, sonreír, se cuentan cosas agradables, miran el lado positivo de la vida, recuerdan que en el mundo hay niños sensibles e inteligentes, y otras personas educadas, sintonizan con los enamorados y, en el fondo, toda su sociedad está organizada para que se ilumine el amor absoluto entre los humanos. Para conseguirlo procuran ser cuidadosos y sensibles, tiernos y delicados y algunos, los más brillantes, pueden llegar a ser como dioses sensuales y sólo verlos es el mayor placer que a uno le puede ser concedido.
Miguel recuerda aquellas palabras de Jacques Lacan: “amar es dar lo que no se tiene a quien no es”. Y pretende decirles algo SIN PRISAS:
—En Polombia aconsejan no recorrer en tres días el camino de Santiago, ni creer que es posible todo lo que uno se imagina; aconsejan aprender a esperar, dominar la ansiedad que nos produce no haber conseguido lo que tanto perseguíamos, es posible que también insinúen que no es conveniente necesitar demasiado.
La Dirección General de Tránsito de este país poblado de diosas, dioses y colibríes, sugiere que correr mucho no es importante, que lo decisivo es llegar a uno mismo procurando alegría a todos los seres con los que nos encontremos en el largo camino.
También se sabe que hay algo imposible, que cuando los dioses se enamoran es mejor ponerse a salvo, tales y tan inmensas locuras se les ocurren que lo más prudente es no ponerse en su trayectoria; no es que sean egoístas, es que no ven más allá de sus ojos y es tal la intensidad de los desatinos que viven y provocan que nadie querría perdérselo por nada del mundo. No es que los envidien, los estudian, los admiran, toman nota y así se van preparando para cuando les toque protagonizar el ritual de los excesos.
En Polombia no aconsejan vivir toda la vida de repente, recomiendan dejar algo de infinito para el próximo encuentro, entonces, con la vida ya preparada, todo es posible y amanecen los placeres gloriosos y llega la Alta Comisión de los Gozos Unidos y el mundo está lleno de una luz exquisita.
Dicen en los países nórdicos que el mejor modelo de vida está en ese territorio situado al Sur de las sonrisas, ellos no quieren reconocerlo, no les gusta presumir de lo que han conseguido, simplemente son y se transforman y festejan y celebran y se alegran y conmemoran cada enamoramiento, cada ritual de la perfección. Sólo por eso merecerían ser nombrados Seres Superiores del Universo.
También admiten a gente despistada, seres un poco alocados y perdidos, artistas del corazón y palabristas que lanzan sus escrittos al Olimpo.
Algunos dibujan y pintan para curarse, porque siempre han amado demasiado y han acabado por estropearlo todo, sin mala intención, pero lo cierto es que todo lo que empiezan termina saliéndoles regular o mal; sospechan que algo en ellos no debe estar bien constituido o que deben relajarse...
Pero, como en cualquier otro lugar, para perderse bien en Polombia es necesario un plano, y para planificarlo es preciso dedicar toda una vida a calmarse y a encontrarse.
Alejandro quería contarles la historia de aquel profesor que pensaba que no debería enseñarse el amor, el encanto, la esperanza, la ilusión... porque así ni sus alumnos ni nadie se desilusionaría. De todos modos el optimismo le podía y a la mínima hablaba de la próxima INAUGURACIÓN:
—Polombia se inauguró cuando llegasteis, cuando se mencionó la palabra y la risa os inundó de felicidad, cuando las manos os llevaron al éxtasis divino de los cuerpos. Empezó siendo una palabra fantástica, después fue un reino irreal, más tarde navegaba entre los países de geografía más literaria; ahora está situada en la desembocadura de un hermoso río sobre el que cruza un puente santo, hay islas poéticas apenas separadas por un mar indeciso que va y viene, como todos, y que en sus mareas no sabe si es playa o coral.
También es la interpretación más bondadosa de la realidad
—Los paraísos siempre se pierden, demasiados infiernos nos acechan y algunos están a punto de abrirse, existen demasiadas realidades grises, monótonas y aburridas, demasiados seres adormecidos, demasiada tristeza y muy poco significativa, demasiadas molestias...
Más tarde les leyó este fragmento:
DESCUBRIR LA ALEGRÍA
—Ahora voy descubriendo que no se puede vivir sólo con la virtud (Aristóteles) ni sólo con la verdad (Nietzsche), que no se puede seguir adelante sólo con el amor ni sólo con el arte, que tampoco se puede existir plenamente sólo con el placer ni con el alma ni siquiera con el tiempo, ni el pensamiento ni... tal vez sólo con la alegría.
Los hechos y la realidad no tenían muy buena pinta, sospechamos y empezamos a buscar otro punto de vista, pensamos en levantar la alfombra y verlo todo desde otra perspectiva, pero el revés también estaba enrevesado.
Desinventamos el dinero, dejamos de utilizar los sellos, nos olvidamos de casi todas las palabras, y ahora, ajenos ya a todo ese torbellino de objetos y tráfico incansable de cosas y más cosas, estamos por fin en silencio, solos, pero en nuestro interior sigue latiendo la inmensidad del Paraíso Perdido; no sabemos si existió, pero lo deseamos.
De repente ya todo estaba acabado, no había incómodos andamios ni obras interminables ni desvíos provisionales, pero esa versión definitiva del cosmos nos dejó sin ritmo y sin vida, como si haberlo terminado todo no fuese más que un nuevo peldaño.
Hay tantas y, a la vez, tan pocas personas interesantes, tantas cosas que ver y, simultáneamente, tan pocas que nos emocionen y nos encanten.
Como buen surrealista metódico es posible que no entendiese nada.
Juan le contesta:
—Siempre se vive y se ama demasiado poco, que la vida siempre aspira a más, a lo más alto, a lo más grande, a lo más hermoso, que VIVIR ES SAGRADO.
En Polombia todos, incluso los que se sienten abandonados, se mantienen en la dulce esperanza de una vida mejor. Sonríen como si lo que más desean estuviese a punto de llegar, albergan su ilusión en el interior de su corazón y no permiten que se ensucien ni envejezcan sus pasiones entusiastas; los extranjeros que llegan no acaban de entender este comportamiento tan extraño, este ser feliz a toda costa, este mostrarse alegres incluso en el peor de los momentos, reír como si fuera tan obligatorio como necesario, importante, lo más urgente, como si de ellos dependiese la estabilidad emocional del mundo.
Al ser preguntados se puede observar que son conscientes de que tal vez su actitud sea irrelevante en el Universo, que todo lo que acontece sea indiferente a su buena y hermosa voluntad, pero se sienten orgullosos de vivir gozosos, de cuidarse, de transformar en armonía tantos y tantos motivos de discordia y distanciamiento.
Tampoco pretenden convencer a nadie de sus propósitos, simplemente viven así, no se trata de hacer obligatorio ese modelo para cualquier espectador, ciudadano o visitante; cualquiera que esté algo atento sentirá una especie de encaje perfecto en esas vidas dedicadas a la serenidad de los deseos que se acarician, a la agradable tarea de vivir bien con los demás.
Saben que vivir así es casi sagrado, lo más cercano a la sencillez de la perfección. Caminar, hablar, sonreír, se cuentan cosas agradables, miran el lado positivo de la vida, recuerdan que en el mundo hay niños sensibles e inteligentes, y otras personas educadas, sintonizan con los enamorados y, en el fondo, toda su sociedad está organizada para que se ilumine el amor absoluto entre los humanos. Para conseguirlo procuran ser cuidadosos y sensibles, tiernos y delicados y algunos, los más brillantes, pueden llegar a ser como dioses sensuales y sólo verlos es el mayor placer que a uno le puede ser concedido.
Miguel recuerda aquellas palabras de Jacques Lacan: “amar es dar lo que no se tiene a quien no es”. Y pretende decirles algo SIN PRISAS:
—En Polombia aconsejan no recorrer en tres días el camino de Santiago, ni creer que es posible todo lo que uno se imagina; aconsejan aprender a esperar, dominar la ansiedad que nos produce no haber conseguido lo que tanto perseguíamos, es posible que también insinúen que no es conveniente necesitar demasiado.
La Dirección General de Tránsito de este país poblado de diosas, dioses y colibríes, sugiere que correr mucho no es importante, que lo decisivo es llegar a uno mismo procurando alegría a todos los seres con los que nos encontremos en el largo camino.
También se sabe que hay algo imposible, que cuando los dioses se enamoran es mejor ponerse a salvo, tales y tan inmensas locuras se les ocurren que lo más prudente es no ponerse en su trayectoria; no es que sean egoístas, es que no ven más allá de sus ojos y es tal la intensidad de los desatinos que viven y provocan que nadie querría perdérselo por nada del mundo. No es que los envidien, los estudian, los admiran, toman nota y así se van preparando para cuando les toque protagonizar el ritual de los excesos.
En Polombia no aconsejan vivir toda la vida de repente, recomiendan dejar algo de infinito para el próximo encuentro, entonces, con la vida ya preparada, todo es posible y amanecen los placeres gloriosos y llega la Alta Comisión de los Gozos Unidos y el mundo está lleno de una luz exquisita.
Dicen en los países nórdicos que el mejor modelo de vida está en ese territorio situado al Sur de las sonrisas, ellos no quieren reconocerlo, no les gusta presumir de lo que han conseguido, simplemente son y se transforman y festejan y celebran y se alegran y conmemoran cada enamoramiento, cada ritual de la perfección. Sólo por eso merecerían ser nombrados Seres Superiores del Universo.
También admiten a gente despistada, seres un poco alocados y perdidos, artistas del corazón y palabristas que lanzan sus escrittos al Olimpo.
Algunos dibujan y pintan para curarse, porque siempre han amado demasiado y han acabado por estropearlo todo, sin mala intención, pero lo cierto es que todo lo que empiezan termina saliéndoles regular o mal; sospechan que algo en ellos no debe estar bien constituido o que deben relajarse...
Pero, como en cualquier otro lugar, para perderse bien en Polombia es necesario un plano, y para planificarlo es preciso dedicar toda una vida a calmarse y a encontrarse.
Alejandro quería contarles la historia de aquel profesor que pensaba que no debería enseñarse el amor, el encanto, la esperanza, la ilusión... porque así ni sus alumnos ni nadie se desilusionaría. De todos modos el optimismo le podía y a la mínima hablaba de la próxima INAUGURACIÓN:
—Polombia se inauguró cuando llegasteis, cuando se mencionó la palabra y la risa os inundó de felicidad, cuando las manos os llevaron al éxtasis divino de los cuerpos. Empezó siendo una palabra fantástica, después fue un reino irreal, más tarde navegaba entre los países de geografía más literaria; ahora está situada en la desembocadura de un hermoso río sobre el que cruza un puente santo, hay islas poéticas apenas separadas por un mar indeciso que va y viene, como todos, y que en sus mareas no sabe si es playa o coral.
También es la interpretación más bondadosa de la realidad
A LA ALTURA DEL AIRE-26
Federico les dijo entonces muy convencido:
DISFRUTAD TODO LO QUE PODÁIS
—Después de muchos años había empezado a entender los errores cometidos, tal vez eso sea inevitable ya que tampoco los humanos vamos a descubrirlo todo de repente.
Había creído, desde la primera mañana en que se habían conocido, que amar sin medida era lo que quería, podía, sabía y debía hacer; que darlo todo era tan vital como necesario, que sólo apostando al límite de lo imposible sabrían los dos que no había mentira ni cálculo interesado, que ni siquiera estaba preparado un plan B de retirada para un hipotético naufragio.
Se había olvidado de tomar precauciones, cuando se juega a ser un dios exagerado no se suelen escuchar los consejos de la prudencia ni las recomendaciones a la sensatez de la Dirección General de Tránsito, esas que anunciaban en sus campañas constantemente frases del mismo estilo: "En el mismo fin de semana del año pasado se separaron 52 parejas", "Respete la debida distancia personal de seguridad", "La velocidad excesiva en el amor es la principal causa de confusiones", "Utilice el presente como cinturón de seguridad"..
Ella se había dado cuenta muy pronto de que todas sus explosiones de pavo-supernova no eran más que una muestra de barroquismo infantil, una falta de estilo claro y definido o, peor aún, un indicio de churrigueresquismo inmaduro, por no decir directamente un churro.
Mientras que para ella menos era más, para él, tan elemental y simple como sencillo, más era lo máximo, y aún más si se pudiera; y así no se producían opciones para la armonía.
No es que ella utilizase siempre una hoja de cálculo, es que él se excedía en el fondo y en la forma y siempre, "siempre" -que ya hay que ser atrevido- estaba dispuesto y se olvidaba de que su amor podría tener, como muchos, la misma caducidad que los permisos de circulación de sentimientos humanos
No es que él tuviese un pelo de tonto, ni de listo -para ser sinceros y exactos hay que decir que iba camino de no tener ni un solo pelo-, es que al encontrarla no cabía en sí de gozo, no podía dejar de festejarlo y de celebrarlo, y todo sin orden ni equilibrio ni concierto, sin ajustarse a las dosis prescritas y adecuadas por los sabios imperturbables, sin pensar que cada día tenía sus afanes y sus horas, que seguro que no serían muchas más de 44.
Y mientras ella sentía su amor como una invasión en toda regla y pensaba: ¡por favor, no me des tanto, no lo necesito, no soy tan pobre!; ¡no lo quiero todo, déjame respirar y desahogarme!; ¡no me acompañes siempre, quiero ser la que soy, sin perder voluntariamente mi libertad!; ¡no me transformes, no quiero anularme!; ¡no me invadas ni siquiera de dulzura, déjame vivir a mi aire!; ¡no me quieras tanto, el amor pesa demasiado!; ¡no te entregues tanto, reserva algo para tus propios desafíos!... él seguía buscando metáforas infinitas en el eco del Big Bang.
Han tenido que pasar años y 20 años más para que por fin llegase a cierta sensación de sencillez y de rejuvenecimiento, cuantos más años cumple más ligero se siente, más libre y hasta se arregla con menos equipaje conceptual.
Ahora entiende el consejo que le habían dado, que debía estar dispuesto para el amor, pero no para amar como una avalancha que impide la levitación, como cuando todos deseamos ser un colibrí.
Ahora recuerda que nadie debe cargarse de razón; no entendemos tanto de lo esencial, no lo sabemos todo, ignoramos tanto que lo más lógico es la humildad del que habla sin ofender, del que sólo expone su punto de vista.
Ahora ya es capaz de apreciar la delicadeza del que sabe que no debe inundarse a nadie de deber, que el amor absoluto es una especie de carga absoluta o de pérdida inmensa de libertad y que no se le puede pedir a nadie que sea lo que no quiere, ni que cargue con otro ser que se ofrece de tal modo que más que invitar a vivir parece un minusválido necesitado de constantes atenciones.
DISFRUTAD TODO LO QUE PODÁIS
—Después de muchos años había empezado a entender los errores cometidos, tal vez eso sea inevitable ya que tampoco los humanos vamos a descubrirlo todo de repente.
Había creído, desde la primera mañana en que se habían conocido, que amar sin medida era lo que quería, podía, sabía y debía hacer; que darlo todo era tan vital como necesario, que sólo apostando al límite de lo imposible sabrían los dos que no había mentira ni cálculo interesado, que ni siquiera estaba preparado un plan B de retirada para un hipotético naufragio.
Se había olvidado de tomar precauciones, cuando se juega a ser un dios exagerado no se suelen escuchar los consejos de la prudencia ni las recomendaciones a la sensatez de la Dirección General de Tránsito, esas que anunciaban en sus campañas constantemente frases del mismo estilo: "En el mismo fin de semana del año pasado se separaron 52 parejas", "Respete la debida distancia personal de seguridad", "La velocidad excesiva en el amor es la principal causa de confusiones", "Utilice el presente como cinturón de seguridad"..
Ella se había dado cuenta muy pronto de que todas sus explosiones de pavo-supernova no eran más que una muestra de barroquismo infantil, una falta de estilo claro y definido o, peor aún, un indicio de churrigueresquismo inmaduro, por no decir directamente un churro.
Mientras que para ella menos era más, para él, tan elemental y simple como sencillo, más era lo máximo, y aún más si se pudiera; y así no se producían opciones para la armonía.
No es que ella utilizase siempre una hoja de cálculo, es que él se excedía en el fondo y en la forma y siempre, "siempre" -que ya hay que ser atrevido- estaba dispuesto y se olvidaba de que su amor podría tener, como muchos, la misma caducidad que los permisos de circulación de sentimientos humanos
No es que él tuviese un pelo de tonto, ni de listo -para ser sinceros y exactos hay que decir que iba camino de no tener ni un solo pelo-, es que al encontrarla no cabía en sí de gozo, no podía dejar de festejarlo y de celebrarlo, y todo sin orden ni equilibrio ni concierto, sin ajustarse a las dosis prescritas y adecuadas por los sabios imperturbables, sin pensar que cada día tenía sus afanes y sus horas, que seguro que no serían muchas más de 44.
Y mientras ella sentía su amor como una invasión en toda regla y pensaba: ¡por favor, no me des tanto, no lo necesito, no soy tan pobre!; ¡no lo quiero todo, déjame respirar y desahogarme!; ¡no me acompañes siempre, quiero ser la que soy, sin perder voluntariamente mi libertad!; ¡no me transformes, no quiero anularme!; ¡no me invadas ni siquiera de dulzura, déjame vivir a mi aire!; ¡no me quieras tanto, el amor pesa demasiado!; ¡no te entregues tanto, reserva algo para tus propios desafíos!... él seguía buscando metáforas infinitas en el eco del Big Bang.
Han tenido que pasar años y 20 años más para que por fin llegase a cierta sensación de sencillez y de rejuvenecimiento, cuantos más años cumple más ligero se siente, más libre y hasta se arregla con menos equipaje conceptual.
Ahora entiende el consejo que le habían dado, que debía estar dispuesto para el amor, pero no para amar como una avalancha que impide la levitación, como cuando todos deseamos ser un colibrí.
Ahora recuerda que nadie debe cargarse de razón; no entendemos tanto de lo esencial, no lo sabemos todo, ignoramos tanto que lo más lógico es la humildad del que habla sin ofender, del que sólo expone su punto de vista.
Ahora ya es capaz de apreciar la delicadeza del que sabe que no debe inundarse a nadie de deber, que el amor absoluto es una especie de carga absoluta o de pérdida inmensa de libertad y que no se le puede pedir a nadie que sea lo que no quiere, ni que cargue con otro ser que se ofrece de tal modo que más que invitar a vivir parece un minusválido necesitado de constantes atenciones.
A LA ALTURA DEL AIRE-25
Óscar confesaba sus pensamientos más íntimos:
NO LE DIGAS NADA A NADIE
—La ciudad terminaba de repente, más allá se extendía un inmenso desierto plano por el que se movían sin orden ni armonía miles de automóviles y camiones de mayor o menor tamaño; no había semáforos ni señales ni líneas en el suelo que definiesen los carriles de circulación, por eso cada uno circulaba como quería, sin respetar límites de velocidad y adelantamiento de ninguna clase.
Caminar fuera era peligroso, siempre lo habían dicho, pero no en el sentido más habitual del término, no le impresionaba demasiado el peligro físico de ser atropellado por un personaje creativo, lo que más le preocupaba era la circulación salvaje de libros y escritores. Podía soportar los atascos de información, la proliferación de sistemas de lectura, hasta los cruces irracionales de palabras, pero lo que le daba verdadero pánico eran los relatos con vida propia, los que pasaban velozmente por todas partes, casi rozándole y le dejaban la impresión de mundos completos; los distintos cuentos le añadían desconcierto, alguna confusión y la incertidumbre de estar ya para siempre lejos de lo más importante.
Caminar por la zona literaria más transitada de la Tierra tenía sus peligros, por allí viajaban las novelas jugándose la vida, los aforismos parecían kamikazes, podías empezar a leer con cierta tensión una colección de relatos breves y terminar leyendo tu propio epitafio. Menos mal que siempre me acompañaba mi pequeño colibrí, sin él hace mucho que me habría perdido poéticamente.
NO LE DIGAS NADA A NADIE
—La ciudad terminaba de repente, más allá se extendía un inmenso desierto plano por el que se movían sin orden ni armonía miles de automóviles y camiones de mayor o menor tamaño; no había semáforos ni señales ni líneas en el suelo que definiesen los carriles de circulación, por eso cada uno circulaba como quería, sin respetar límites de velocidad y adelantamiento de ninguna clase.
Caminar fuera era peligroso, siempre lo habían dicho, pero no en el sentido más habitual del término, no le impresionaba demasiado el peligro físico de ser atropellado por un personaje creativo, lo que más le preocupaba era la circulación salvaje de libros y escritores. Podía soportar los atascos de información, la proliferación de sistemas de lectura, hasta los cruces irracionales de palabras, pero lo que le daba verdadero pánico eran los relatos con vida propia, los que pasaban velozmente por todas partes, casi rozándole y le dejaban la impresión de mundos completos; los distintos cuentos le añadían desconcierto, alguna confusión y la incertidumbre de estar ya para siempre lejos de lo más importante.
Caminar por la zona literaria más transitada de la Tierra tenía sus peligros, por allí viajaban las novelas jugándose la vida, los aforismos parecían kamikazes, podías empezar a leer con cierta tensión una colección de relatos breves y terminar leyendo tu propio epitafio. Menos mal que siempre me acompañaba mi pequeño colibrí, sin él hace mucho que me habría perdido poéticamente.
A LA ALTURA DEL AIRE-24
Luis confesó sus penas:
DÉJATE LLEVAR POR LA BRISA
—Si te vas, no apagues todas las luces del Universo, déjame algo de materia, aunque sea obscura y lineal y recta y sin escalas; no desconectes el sentido de la Tierra y, si puedes, haz como que olvidas una fotografía de cuando eras la sonrisa, la luz, la belleza y el alma más tierna y sublime, de cuando todas las diosas estabais reunidas en tu impulso, en la Vida.
Si te vas, no te olvides de llevarte la gravedad de las palabras, déjame al menos libre de adjetivos y equipajes; estaría bien que te llevases también mi memoria, es para no padecer de nuevo la destructiva intermitencia de los sucesivos Big Bang del sufrimiento.
Si te vas, llévate todo y déjame vivo pasando páginas en la inmensa soledad del muestrario de mundos y de cosmos; ordena las palabras de otra forma, por colores, por alegrías, por tamaños y, por favor, rodea con un círculo rojo las que no puedo volver a utilizar si no quiero morir en el intento.
Si te vas, coloca en tu maleta mi alma y mi sonrisa, ya nunca las volveré a usar en tu sentido.
Si te vas, déjame al menos contemplando muestrarios de abundancias, es para relativizar mejor lo que siento; inventa para mí un cielo despiadado en el que desfilen incansables días sin afán que pretenden llamar la atención desde el vacío de un desierto desolado.
Si te vas, también podría irme, pero no sabría cómo ni de qué manera, ni con quién ni por qué ni para qué, ni adónde ni cuándo. Si te vas, llévame contigo y deposítame con cuidado en el santuario del mar del no ser ni haber sido ni tener idea de futuro.
Recuerdo cuando los días eran largos y anchos y densos, y tenían el sentido expansivo de la altura, y nos entregábamos al alma inocente de la vida, mientras el más inocente y rubio de los colibríes vivía sobrevolándonos.
DÉJATE LLEVAR POR LA BRISA
—Si te vas, no apagues todas las luces del Universo, déjame algo de materia, aunque sea obscura y lineal y recta y sin escalas; no desconectes el sentido de la Tierra y, si puedes, haz como que olvidas una fotografía de cuando eras la sonrisa, la luz, la belleza y el alma más tierna y sublime, de cuando todas las diosas estabais reunidas en tu impulso, en la Vida.
Si te vas, no te olvides de llevarte la gravedad de las palabras, déjame al menos libre de adjetivos y equipajes; estaría bien que te llevases también mi memoria, es para no padecer de nuevo la destructiva intermitencia de los sucesivos Big Bang del sufrimiento.
Si te vas, llévate todo y déjame vivo pasando páginas en la inmensa soledad del muestrario de mundos y de cosmos; ordena las palabras de otra forma, por colores, por alegrías, por tamaños y, por favor, rodea con un círculo rojo las que no puedo volver a utilizar si no quiero morir en el intento.
Si te vas, coloca en tu maleta mi alma y mi sonrisa, ya nunca las volveré a usar en tu sentido.
Si te vas, déjame al menos contemplando muestrarios de abundancias, es para relativizar mejor lo que siento; inventa para mí un cielo despiadado en el que desfilen incansables días sin afán que pretenden llamar la atención desde el vacío de un desierto desolado.
Si te vas, también podría irme, pero no sabría cómo ni de qué manera, ni con quién ni por qué ni para qué, ni adónde ni cuándo. Si te vas, llévame contigo y deposítame con cuidado en el santuario del mar del no ser ni haber sido ni tener idea de futuro.
Recuerdo cuando los días eran largos y anchos y densos, y tenían el sentido expansivo de la altura, y nos entregábamos al alma inocente de la vida, mientras el más inocente y rubio de los colibríes vivía sobrevolándonos.
A LA ALTURA DEL AIRE-23
Juan les cuenta ahora su delirio:
—EL COLIBRÍ DE GRECIA
De esta forma la amaban todos, a todos les regalaba su alegría, era un placer para todos estar con ella y contemplarla. Sin ella todos notaban que el vaso no estaba lleno ni vacío, simplemente no estaba, que el espíritu no estaba saciado porque no existía, que el alma no estaba tranquila, no se manifestaba, y que el corazón no estaba silencioso, no latía.
Su sonrisa era mi alma, su alma era todo mi mundo, éramos el arco y la flecha, el blanco y la diana y la infalibilidad de cada tiro.
Por eso no queríamos vaciarnos de deseo ni de sueño ni de alegría, queríamos encontrar la paz en nuestro corazón, estar abiertos a nuestro milagro constante; sabíamos y sabemos que sin ese anhelo y ese impulso nos callaríamos y seríamos un dormir definitivo y el temor a no despertarnos nunca más, a no descubrir lo más íntimo del ser, el gran misterio encantado.
Si un colibrí volaba sobre un bosque de bambúes, ella era el alma del colibrí, volaba sobre el bosque y las montañas, se convertía en trayectoria de mimos astronómicos y mejoraba su vuelo infinito. Así, contemplándola, nos hacíamos más sabios y ascendíamos miles de peldaños en su cariñoso aprendizaje; caminábamos en círculos, formábamos espirales, ascendíamos por el tiempo y ya casi sabíamos que nada se puede aprender sólo mediante palabras. Lo más esencial, lo más venerable y sagrado, lo más santo era su sonrisa, su serenidad, sus manos pacíficas y perfectas que ya no buscaban nada más que dar; a su lado se respiraba una inmarchitable luz que desmayaba. Cada parte de su cuerpo era un sistema filosófico perfecto, una doctrina estética lograda, cada parte de cada dedo de sus manos manifestaba la verdad; era verdadera desde el principio hasta en el más mínimo gesto.
La vida era buena y bella a su lado, ni la casualidad ni los dioses se atrevían a perturbarla, todo lo bueno estaba conectado a su mirada, todo resplandecía para que ella viviese su lección diaria de paraíso.
Con ella no eran necesarias doctrinas ni liberaciones, sistemas ni sabidurías, era suficiente mirarla para saber; no había engaño en su ser, a su lado todos eran más grandes, perfectos y sonrientes. A mí me gustaría poder mirar y sonreír como ella, sentarme como ella, tan majestuosa y tan clara, tan inocentemente bella. Sólo cuando has logrado entrar en lo más íntimo del éxtasis puedes aparecer tan bella y radiante, allí donde nada ni nadie se pierde, donde los sentimientos son conocimiento, donde el brillo de la vida es real.
El rojo es rojo, el negro es oro en su cuerpo, el mundo se transfigura en su presencia, como si de verdad se arrepintiese de todo lo malo que ha ocurrido hasta ahora, todo estaba en su sitio.
Los ojos se liberaban de lo visible y se adentraban en el más allá de una sonrisa perfecta, bello era todo el universo cuando se lograba mirar así, sin buscar ni necesitar nada, tan sencilla, perfecta, ingenua e infantilmente como un niño feliz en sus brazos. Bello era vivir así, amable era caminar a su lado por el mundo, todo despertaba a la grandeza de lo que se aproxima a la confianza; lo inexpresable lo expresaba con claridad, el misterio se descubría en sus ojos, todo podía transfigurarlo sólo con su presencia y su figura.
Ella me enseño la lección del amor, cuanto más amas, más recibes; cuanto más das, más te devuelven; cada caricia, cada gesto, cada beso, cada contacto, cada mirada ardiente, cada parte del cuerpo es el secreto del cosmos que despierta al placer del que se ha iniciado.
Así aprendíamos a jugar con la vida, nos divertíamos con todo, con el corazón y con el nuevo sabor de los días; vivíamos con pasión infantil, con la verdad del que goza completamente sus instantes, sin ser nunca más simples espectadores. Era el Cielo y no otra cosa, la paz y el refugio de todas las alturas que penetran en la serenidad.
No había envidias, sólo alegría apasionada, eterno enamoramiento de la primavera, de los pequeños y grandes placeres de la satisfacción.
Estaban de camino a la perfección, sin doctrinas ni palabras, sintiendo un alegre amor por todo lo que existía, redimiendo de una vez para siempre la realidad entera.
Le había ayudado a pensar sin fisuras, a esperar la flor verdadera y a ayunar todo lo posible.
Ya no había desesperación, ni en su ausencia; no existía el hastío, seguían vivos en el colibrí y en las fuentes, en las palabras mimosas que empleaban y en los puentes de cariño que trazaban cada día para conocerse, en el resplandor de sus risa, en sus cabellos de oro de seda.
Ya no esperaban un mundo perfecto, lo vivían sin impaciencia, sin elogios, sin vanidad y sin soberbia; ahora no había impedimentos, los ríos eran también felices y escuchan a las barcas.
El corazón ya estaba tranquilo, el alma se abría a las magnolias, no hay desilusión, sólo pasión y deseo perfectos.
Buscaban la verdad y la alcanzaron, abrazados, sin doctrinas justificatorias, sin aclaraciones ni interpretaciones. El que ha sentido la perfección no necesita ya nada más, puede considerar buenas todas las palabras, todos los caminos, las metas, las uniones, las eternidades, la divinidad.
Lo vivido ya era indestructible, cada instante ya era eterno a su lado, su sonrisa bondadosa era más fuerte que la dureza más exigente, el amor más eficaz que la violencia.
El gozo no debía ser expiado, el dolor no debía ser padecido, todas las locuras que elevaban el mundo tenían que ser cometidas.
La unidad de toda la vida se daba en ella; la disposición de su alma era la clave, su arte secreto, ella podía pensar en cualquier momento, en medio de su vida, en la unidad respirada, por eso resplandecía en su sonrisa y con ella declaraba toda la inocencia del devenir, la perfección del mundo que no querían ver los violentos, los ambiciosos, los contaminados por lo más bajo, los miopes de espíritu.
Su llama nunca se apagaba, no luchaba contra ningún destino, ella estaba por encima de esos juegos. En su sonrisa se manifestó de nuevo la serenidad del saber más dulce y exquisito al que ninguna voluntad se opone, que conoce la perfección del que sabe dejarse llevar al amor, que está de acuerdo con el río del tiempo, con la corriente de la existencia, que se compadece de todo, reconoce los ojos que brillan y brinda de satisfacción.
Cuando alguien busca sólo tiene ojos para el ser que anda buscando y por eso no se da la oportunidad de ver nada más. Buscar significa tener algo que hacer, encontrar es ser libre, y ella estaba abierta a todos los secretos.
La sabiduría no se puede comunicar, no se deja traducir a palabras; pero podríamos decir que todo es bueno y perfecto, que todo lo que existe debe ser cuidado, necesita nuestra aprobación y consentimiento, no nuestra crítica constante. Habría que saber aceptar lo que es, amar lo que es y pertenecer gustosamente a ella.
Y ser extravagante y tener más que palabras, tener por ejemplo la paz del que sabe respirar. Lo que amas es igual que tú, lo que veneras se hace perfecto; el amor es el motivo de todo, amar todo en ella, hasta su engañosa ausencia, reconocer como sublime todas las acciones de la vida, la sonrisa de la perfección, de la simultaneidad.
Agradeció íntimamente con todas las fuerzas de su ser el haber merecido la bendición de ser amado por ella, en su rostro veneró todo lo amable de la Vida, todo lo que podía ser valioso, santo, digno, irrepetible.
—EL COLIBRÍ DE GRECIA
De esta forma la amaban todos, a todos les regalaba su alegría, era un placer para todos estar con ella y contemplarla. Sin ella todos notaban que el vaso no estaba lleno ni vacío, simplemente no estaba, que el espíritu no estaba saciado porque no existía, que el alma no estaba tranquila, no se manifestaba, y que el corazón no estaba silencioso, no latía.
Su sonrisa era mi alma, su alma era todo mi mundo, éramos el arco y la flecha, el blanco y la diana y la infalibilidad de cada tiro.
Por eso no queríamos vaciarnos de deseo ni de sueño ni de alegría, queríamos encontrar la paz en nuestro corazón, estar abiertos a nuestro milagro constante; sabíamos y sabemos que sin ese anhelo y ese impulso nos callaríamos y seríamos un dormir definitivo y el temor a no despertarnos nunca más, a no descubrir lo más íntimo del ser, el gran misterio encantado.
Si un colibrí volaba sobre un bosque de bambúes, ella era el alma del colibrí, volaba sobre el bosque y las montañas, se convertía en trayectoria de mimos astronómicos y mejoraba su vuelo infinito. Así, contemplándola, nos hacíamos más sabios y ascendíamos miles de peldaños en su cariñoso aprendizaje; caminábamos en círculos, formábamos espirales, ascendíamos por el tiempo y ya casi sabíamos que nada se puede aprender sólo mediante palabras. Lo más esencial, lo más venerable y sagrado, lo más santo era su sonrisa, su serenidad, sus manos pacíficas y perfectas que ya no buscaban nada más que dar; a su lado se respiraba una inmarchitable luz que desmayaba. Cada parte de su cuerpo era un sistema filosófico perfecto, una doctrina estética lograda, cada parte de cada dedo de sus manos manifestaba la verdad; era verdadera desde el principio hasta en el más mínimo gesto.
La vida era buena y bella a su lado, ni la casualidad ni los dioses se atrevían a perturbarla, todo lo bueno estaba conectado a su mirada, todo resplandecía para que ella viviese su lección diaria de paraíso.
Con ella no eran necesarias doctrinas ni liberaciones, sistemas ni sabidurías, era suficiente mirarla para saber; no había engaño en su ser, a su lado todos eran más grandes, perfectos y sonrientes. A mí me gustaría poder mirar y sonreír como ella, sentarme como ella, tan majestuosa y tan clara, tan inocentemente bella. Sólo cuando has logrado entrar en lo más íntimo del éxtasis puedes aparecer tan bella y radiante, allí donde nada ni nadie se pierde, donde los sentimientos son conocimiento, donde el brillo de la vida es real.
El rojo es rojo, el negro es oro en su cuerpo, el mundo se transfigura en su presencia, como si de verdad se arrepintiese de todo lo malo que ha ocurrido hasta ahora, todo estaba en su sitio.
Los ojos se liberaban de lo visible y se adentraban en el más allá de una sonrisa perfecta, bello era todo el universo cuando se lograba mirar así, sin buscar ni necesitar nada, tan sencilla, perfecta, ingenua e infantilmente como un niño feliz en sus brazos. Bello era vivir así, amable era caminar a su lado por el mundo, todo despertaba a la grandeza de lo que se aproxima a la confianza; lo inexpresable lo expresaba con claridad, el misterio se descubría en sus ojos, todo podía transfigurarlo sólo con su presencia y su figura.
Ella me enseño la lección del amor, cuanto más amas, más recibes; cuanto más das, más te devuelven; cada caricia, cada gesto, cada beso, cada contacto, cada mirada ardiente, cada parte del cuerpo es el secreto del cosmos que despierta al placer del que se ha iniciado.
Así aprendíamos a jugar con la vida, nos divertíamos con todo, con el corazón y con el nuevo sabor de los días; vivíamos con pasión infantil, con la verdad del que goza completamente sus instantes, sin ser nunca más simples espectadores. Era el Cielo y no otra cosa, la paz y el refugio de todas las alturas que penetran en la serenidad.
No había envidias, sólo alegría apasionada, eterno enamoramiento de la primavera, de los pequeños y grandes placeres de la satisfacción.
Estaban de camino a la perfección, sin doctrinas ni palabras, sintiendo un alegre amor por todo lo que existía, redimiendo de una vez para siempre la realidad entera.
Le había ayudado a pensar sin fisuras, a esperar la flor verdadera y a ayunar todo lo posible.
Ya no había desesperación, ni en su ausencia; no existía el hastío, seguían vivos en el colibrí y en las fuentes, en las palabras mimosas que empleaban y en los puentes de cariño que trazaban cada día para conocerse, en el resplandor de sus risa, en sus cabellos de oro de seda.
Ya no esperaban un mundo perfecto, lo vivían sin impaciencia, sin elogios, sin vanidad y sin soberbia; ahora no había impedimentos, los ríos eran también felices y escuchan a las barcas.
El corazón ya estaba tranquilo, el alma se abría a las magnolias, no hay desilusión, sólo pasión y deseo perfectos.
Buscaban la verdad y la alcanzaron, abrazados, sin doctrinas justificatorias, sin aclaraciones ni interpretaciones. El que ha sentido la perfección no necesita ya nada más, puede considerar buenas todas las palabras, todos los caminos, las metas, las uniones, las eternidades, la divinidad.
Lo vivido ya era indestructible, cada instante ya era eterno a su lado, su sonrisa bondadosa era más fuerte que la dureza más exigente, el amor más eficaz que la violencia.
El gozo no debía ser expiado, el dolor no debía ser padecido, todas las locuras que elevaban el mundo tenían que ser cometidas.
La unidad de toda la vida se daba en ella; la disposición de su alma era la clave, su arte secreto, ella podía pensar en cualquier momento, en medio de su vida, en la unidad respirada, por eso resplandecía en su sonrisa y con ella declaraba toda la inocencia del devenir, la perfección del mundo que no querían ver los violentos, los ambiciosos, los contaminados por lo más bajo, los miopes de espíritu.
Su llama nunca se apagaba, no luchaba contra ningún destino, ella estaba por encima de esos juegos. En su sonrisa se manifestó de nuevo la serenidad del saber más dulce y exquisito al que ninguna voluntad se opone, que conoce la perfección del que sabe dejarse llevar al amor, que está de acuerdo con el río del tiempo, con la corriente de la existencia, que se compadece de todo, reconoce los ojos que brillan y brinda de satisfacción.
Cuando alguien busca sólo tiene ojos para el ser que anda buscando y por eso no se da la oportunidad de ver nada más. Buscar significa tener algo que hacer, encontrar es ser libre, y ella estaba abierta a todos los secretos.
La sabiduría no se puede comunicar, no se deja traducir a palabras; pero podríamos decir que todo es bueno y perfecto, que todo lo que existe debe ser cuidado, necesita nuestra aprobación y consentimiento, no nuestra crítica constante. Habría que saber aceptar lo que es, amar lo que es y pertenecer gustosamente a ella.
Y ser extravagante y tener más que palabras, tener por ejemplo la paz del que sabe respirar. Lo que amas es igual que tú, lo que veneras se hace perfecto; el amor es el motivo de todo, amar todo en ella, hasta su engañosa ausencia, reconocer como sublime todas las acciones de la vida, la sonrisa de la perfección, de la simultaneidad.
Agradeció íntimamente con todas las fuerzas de su ser el haber merecido la bendición de ser amado por ella, en su rostro veneró todo lo amable de la Vida, todo lo que podía ser valioso, santo, digno, irrepetible.
A LA ALTURA DEL AIRE-22
Federico sigue con su guión:
CIERRA LENTAMENTE LOS OJOS
—Dicen que el nombre de Polombia se lo debemos a una niña pequeña de cuatro o cinco años que, con su prodigiosa fantasía -que espero que sus profesores y el sistema educativo no hayan apagado y malogrado del todo- creaba palabras nuevas en su casa para regocijo de sus hermanos mayores, de sus padres y de su tía, que era escritora y palabrista, es decir, que jugaba a hacer equilibrios con las palabras.
Muchos nos reíamos inventando cómo sería ese cálido Imperio, si sería un Reino de pura imaginación o una República real situada en algún punto intermedio entre Amúropa y Eumérica; a ese lugar, estado y condición referíamos toda suerte de bendiciones, goces, placeres, alegrías y felicidades de todo tipo. En aquel tiempo todavía era posible imaginar y reír al mismo tiempo. Así eran las cosas en el Universo de la Dicha.
A cada uno hay que concederle lo que se le debe y corresponde, lo que le pertenece por derecho propio, por eso hemos empezado reconociendo con profundo agradecimiento el origen de la palabra que da nombre a nuestro territorio, tan ficticio como real, tan utópico e ilusorio como figurativo, en el que transcurrirá parte de nuestra historia. La que comienza cuando llegó a nuestro conocimiento que en el territorio de Polombia eran posibles todo tipo de sueños imposibles, y eso, evidentemente, era y sigue siendo algo tan maravilloso y atractivo, que no nos podíamos contener ni dejar de contarlo.
Al principio pensamos que Polombia debería ser un Reino encantado, un país de las maravillas más afortunadas, un esmerado lugar que compartiese todas las virtudes del Jardín de Epicuro y del Jardín de las Delicias de El Bosco. Pero también éramos conscientes de que aquello podía ser exagerado. Tantos bienes poéticos, tantas fantasías realizadas, tanto bienestar celeste podían poner en peligro nuestros peculiar mundo de Yuppi y hasta nuestra ya precaria estabilidad mental. Por eso rebajamos muy pronto nuestras pretensiones iniciales de crear un mundo perfecto y nos conformamos con una utopía amorosa más o menos irrealizable.
Polombia era entonces, en el momento de nuestra historia, en el siglo I d. d. C., un país paradisíaco, lleno de bosques naturales y poblado por miles de especies de animales y de aves, las más abundantes eran los colibríes, los había de todas clases, desde el zunzuncito o elfo de las abejas hasta el colibrí espada, pasando por el colibrí ruiseñor, el rojizo mexicano, el colibrí golondrina y el rutilante, el colibrí topacio y el rubí, el caribeño y el coqueta adornada y también el adorable, el portacintas piquirrojo, el colibrí insigne y el esmeralda bronceada, el amazilia amable y el de Sibila, el cometa y el colibrí hada oriental, el admirable y el ardiente... en fin, que entre los magnolios, las orquídeas y los colibríes aquello parecía más un paraíso mágico que uno simplemente terrenal.
Los habitantes eran pacíficos y sonrientes, tan amables y educados que llamaban la atención de todos los visitantes; cuando llegamos nos recibieron con las sonrisas más sinceras y cordiales que pueda imaginarse; nos invitaron a sus casas y fueron tan atentos y complacientes que todavía hoy, años después, no sabemos muy bien cómo agradecérselo.
Acostumbraban a ser refinados y, después de una larga y variada evolución cultural, llegaron hasta el más exquisito y humilde de los minimalismos, valorando sobre todo lo que siendo muy sencillo lograba expresar todo el alma del mundo. Un poco zen nos parecieron al principio sus jardines de piedras blancas y de agua, después nos explicaron que en realidad eran esquemas de sus vidas, que pretendían ser puras y plácidas. Pintaban hermosos cuadros para adornar sus estancias y en los techos casi siempre colocaban alguna versión de los móviles calderianos, siempre tan inocentes y tan cálidos como alegres y sonrientes.
Apenas trabajaban, sólo se dedicaban a lo que más les gustaba, cuidarse unos a otros, sorprenderse con magníficos regalos que, siempre debían cumplir una condición estricta que a muchos puede parecerles extraña, no podían costar dinero alguno. Y así se regalaban lecturas de relatos con finales sorprendentes, besos buscados, no furtivos, y abrazos sinceros, saludos en idiomas desconocidos para ellos, poemas sinfónicos para formar tardes perfectas, canciones que acunaban, músicas para el amanecer del alma, ramas alabeadas que descubrían en sus frecuentes paseos por el bosque, excursiones a las cascadas de agua y luz más alejadas, experiencias místicas deseadas, sonrisas perfectas, cariños indecibles, atenciones humanas, amor a manos llenas, placeres envolventes, miradas embelesadas... en fin, cualquier cosa que encontrasen en su curioso quehacer cotidiano.
CIERRA LENTAMENTE LOS OJOS
—Dicen que el nombre de Polombia se lo debemos a una niña pequeña de cuatro o cinco años que, con su prodigiosa fantasía -que espero que sus profesores y el sistema educativo no hayan apagado y malogrado del todo- creaba palabras nuevas en su casa para regocijo de sus hermanos mayores, de sus padres y de su tía, que era escritora y palabrista, es decir, que jugaba a hacer equilibrios con las palabras.
Muchos nos reíamos inventando cómo sería ese cálido Imperio, si sería un Reino de pura imaginación o una República real situada en algún punto intermedio entre Amúropa y Eumérica; a ese lugar, estado y condición referíamos toda suerte de bendiciones, goces, placeres, alegrías y felicidades de todo tipo. En aquel tiempo todavía era posible imaginar y reír al mismo tiempo. Así eran las cosas en el Universo de la Dicha.
A cada uno hay que concederle lo que se le debe y corresponde, lo que le pertenece por derecho propio, por eso hemos empezado reconociendo con profundo agradecimiento el origen de la palabra que da nombre a nuestro territorio, tan ficticio como real, tan utópico e ilusorio como figurativo, en el que transcurrirá parte de nuestra historia. La que comienza cuando llegó a nuestro conocimiento que en el territorio de Polombia eran posibles todo tipo de sueños imposibles, y eso, evidentemente, era y sigue siendo algo tan maravilloso y atractivo, que no nos podíamos contener ni dejar de contarlo.
Al principio pensamos que Polombia debería ser un Reino encantado, un país de las maravillas más afortunadas, un esmerado lugar que compartiese todas las virtudes del Jardín de Epicuro y del Jardín de las Delicias de El Bosco. Pero también éramos conscientes de que aquello podía ser exagerado. Tantos bienes poéticos, tantas fantasías realizadas, tanto bienestar celeste podían poner en peligro nuestros peculiar mundo de Yuppi y hasta nuestra ya precaria estabilidad mental. Por eso rebajamos muy pronto nuestras pretensiones iniciales de crear un mundo perfecto y nos conformamos con una utopía amorosa más o menos irrealizable.
Polombia era entonces, en el momento de nuestra historia, en el siglo I d. d. C., un país paradisíaco, lleno de bosques naturales y poblado por miles de especies de animales y de aves, las más abundantes eran los colibríes, los había de todas clases, desde el zunzuncito o elfo de las abejas hasta el colibrí espada, pasando por el colibrí ruiseñor, el rojizo mexicano, el colibrí golondrina y el rutilante, el colibrí topacio y el rubí, el caribeño y el coqueta adornada y también el adorable, el portacintas piquirrojo, el colibrí insigne y el esmeralda bronceada, el amazilia amable y el de Sibila, el cometa y el colibrí hada oriental, el admirable y el ardiente... en fin, que entre los magnolios, las orquídeas y los colibríes aquello parecía más un paraíso mágico que uno simplemente terrenal.
Los habitantes eran pacíficos y sonrientes, tan amables y educados que llamaban la atención de todos los visitantes; cuando llegamos nos recibieron con las sonrisas más sinceras y cordiales que pueda imaginarse; nos invitaron a sus casas y fueron tan atentos y complacientes que todavía hoy, años después, no sabemos muy bien cómo agradecérselo.
Acostumbraban a ser refinados y, después de una larga y variada evolución cultural, llegaron hasta el más exquisito y humilde de los minimalismos, valorando sobre todo lo que siendo muy sencillo lograba expresar todo el alma del mundo. Un poco zen nos parecieron al principio sus jardines de piedras blancas y de agua, después nos explicaron que en realidad eran esquemas de sus vidas, que pretendían ser puras y plácidas. Pintaban hermosos cuadros para adornar sus estancias y en los techos casi siempre colocaban alguna versión de los móviles calderianos, siempre tan inocentes y tan cálidos como alegres y sonrientes.
Apenas trabajaban, sólo se dedicaban a lo que más les gustaba, cuidarse unos a otros, sorprenderse con magníficos regalos que, siempre debían cumplir una condición estricta que a muchos puede parecerles extraña, no podían costar dinero alguno. Y así se regalaban lecturas de relatos con finales sorprendentes, besos buscados, no furtivos, y abrazos sinceros, saludos en idiomas desconocidos para ellos, poemas sinfónicos para formar tardes perfectas, canciones que acunaban, músicas para el amanecer del alma, ramas alabeadas que descubrían en sus frecuentes paseos por el bosque, excursiones a las cascadas de agua y luz más alejadas, experiencias místicas deseadas, sonrisas perfectas, cariños indecibles, atenciones humanas, amor a manos llenas, placeres envolventes, miradas embelesadas... en fin, cualquier cosa que encontrasen en su curioso quehacer cotidiano.
A LA ALTURA DEL AIRE-21
Federico también quiso ayudar:
Curso de Filosofía para seres avanzados
—Al nuevo curso acuden amigos del alma, almas gemelas, espíritus puros, físicos de las más elevadas capas de la atmósfera, poetas sin domicilio fijo delicados y silenciosos, seres iluminados pero no fanáticos, hombres y mujeres que amaban demasiado y una diosa despierta, iluminada, adorable, que no se reconoce a sí misma.
En ese curso de Filosofía tan especial podemos empezar por cualquier parte, entre todos llegaríamos siempre a lo esencial. El profesor no enseña, sólo sugiere algunos temas o textos que, entre todos deben ser comentados e interpretados para el bienestar de toda la Humanidad.
En algún momento aparece el primer texto, para empezar a conocernos:
"No nos preocupa lo que perdimos ni lo que no tenemos ahora presente, sino las maravillas que no nos van a ocurrir juntos, las sensaciones que no vamos a disfrutar, las audacias que no se nos van a ocurrir, los delirios que no vamos a poder compartir, los mundos que no vamos a explorar ni a sentir, los relatos que no vamos a escribir, las alegrías que no se van a realizar, las músicas que no van a sonar, los capítulos que no se van a escribir..."
Habían llegado, se instalaron en sus habitaciones a su gusto, desayunan, comen y cenan juntos, preparan el plan, descansan cuando quieren, después de la cena elaboran sus discursos sobre el amor e intentan siempre que nada sea previsible.
Días después todos querían fugarse con ella, pero ella ya no quería irse con nadie, había conseguido todo lo que puede dar un hombre, todo excepto el amor total y entregado, sin fisuras; de todos modos, cuando lo encontró, salió huyendo, o tal vez ya no le importaba casi nada. Él espera, ella ya no espera. Como el Dios de Aristóteles, ya es todo en acto..
Curso de Filosofía para seres avanzados
—Al nuevo curso acuden amigos del alma, almas gemelas, espíritus puros, físicos de las más elevadas capas de la atmósfera, poetas sin domicilio fijo delicados y silenciosos, seres iluminados pero no fanáticos, hombres y mujeres que amaban demasiado y una diosa despierta, iluminada, adorable, que no se reconoce a sí misma.
En ese curso de Filosofía tan especial podemos empezar por cualquier parte, entre todos llegaríamos siempre a lo esencial. El profesor no enseña, sólo sugiere algunos temas o textos que, entre todos deben ser comentados e interpretados para el bienestar de toda la Humanidad.
En algún momento aparece el primer texto, para empezar a conocernos:
"No nos preocupa lo que perdimos ni lo que no tenemos ahora presente, sino las maravillas que no nos van a ocurrir juntos, las sensaciones que no vamos a disfrutar, las audacias que no se nos van a ocurrir, los delirios que no vamos a poder compartir, los mundos que no vamos a explorar ni a sentir, los relatos que no vamos a escribir, las alegrías que no se van a realizar, las músicas que no van a sonar, los capítulos que no se van a escribir..."
Habían llegado, se instalaron en sus habitaciones a su gusto, desayunan, comen y cenan juntos, preparan el plan, descansan cuando quieren, después de la cena elaboran sus discursos sobre el amor e intentan siempre que nada sea previsible.
Días después todos querían fugarse con ella, pero ella ya no quería irse con nadie, había conseguido todo lo que puede dar un hombre, todo excepto el amor total y entregado, sin fisuras; de todos modos, cuando lo encontró, salió huyendo, o tal vez ya no le importaba casi nada. Él espera, ella ya no espera. Como el Dios de Aristóteles, ya es todo en acto..
Construir un universo
Cuando estaban construyendo su universo a medias, uno de los dos abandonó el proyecto y los andamios empezaron a tambalearse, hacían falta como mínimo cuatro manos para darle firmeza a la estructura y todo estuvo a punto de venirse abajo.
Sin saber cómo aparecieron algunos funámbulos que ayudaron a fijar la construcción a las nubes mediante cables de seda, por las noches también se acercaron las luciérnagas para que la obscuridad no borrase del todo la ilusión ya iniciada.
Con esfuerzo se mantenía el equilibrio, con grúas de papel alquiladas al viento, con cables atirantados que sujetaban las hojas del otoño a los prepararativos de la nieve.
Sin saber cómo aparecieron algunos funámbulos que ayudaron a fijar la construcción a las nubes mediante cables de seda, por las noches también se acercaron las luciérnagas para que la obscuridad no borrase del todo la ilusión ya iniciada.
Con esfuerzo se mantenía el equilibrio, con grúas de papel alquiladas al viento, con cables atirantados que sujetaban las hojas del otoño a los prepararativos de la nieve.
Eduardo Galeano cada día
En uno de los últimos programas de "Buscamundos" de TVE, dedicado a Buenos Aires, los presentadores "coincidieron" con Eduardo Galeano al salir de la librería "El Paraíso", una librería instalada en un antiguo teatro.
Galeano les contaba que muchas veces, al salir de la librería, unas mujeres se empeñaban en leerle las líneas de la mano y adivinarle el futuro y que él se negaba sonriendo. No recuerdo exactamente su respuesta pero creo que les decía que, por favor, les pagaría porque no lo hiciesen, porque le permitieran vivir y jugar cada día sin saber lo que iba a pasarle, que le dejasen su futuro lleno de inocencia, no marcado por predicciones ni augurios.
Y así cada día puede ser una fuente de sorpresas, sin demasiadas inercias...
Galeano les contaba que muchas veces, al salir de la librería, unas mujeres se empeñaban en leerle las líneas de la mano y adivinarle el futuro y que él se negaba sonriendo. No recuerdo exactamente su respuesta pero creo que les decía que, por favor, les pagaría porque no lo hiciesen, porque le permitieran vivir y jugar cada día sin saber lo que iba a pasarle, que le dejasen su futuro lleno de inocencia, no marcado por predicciones ni augurios.
Y así cada día puede ser una fuente de sorpresas, sin demasiadas inercias...
viernes, 25 de noviembre de 2011
A LA ALTURA DEL AIRE-20
Miguel les cuenta cómo debían ser las casas de los poetas:
—Real República de Polombia
Ministerio de Viviendas Encantadas
Dirección General de Casas con Duende
Departamento de Recursos Poéticos
Ley 1/11/2111
Habiendo tenido constancia este Ministerio de las dificultades que atraviesan algunas poetas para construir y organizar su casa, esta Dirección General se considera obligada a emitir los siguientes preceptos sobre edificabilidad alegresférica que serán de voluntario y gozoso cumplimiento.
Art. 1. Todas las casas de poetas se construirán con materiales etéreos, atmosféricos, alados, anemófilos y alabeantes, lo que incluye tanto el vidrio cristalino como las cortinas de agua. Se prohibirá, por tanto, la pesadez decimonónica, los muros que dividen e incomunican y hasta la gravedad de las construcciones inarmónicas.
Art. 2. Todas las poetas podrán utilizar legalmente el mundo entero como su propia casa y se acepta que las más exquisitas se traigan anillos de Saturno para situar en órbita alrededor de sus estancias. Eso que ganaremos todos.
Art. 2.1. La Luna se declara espacio estrictamente poético, por lo que se considera que no debería ser propiedad de ningún poeta en particular; es decir, cada reflejo lunar en la casa de cada uno y la Luna en la de todos, y aquí paz y después gloria, y salga el Sol por Antequera, que seguro que también existirán allí dignos representantes que se dejan llevar por las musas poéticas.
Art. 3. Las casas poéticas no pagarán más impuestos que los que se desprendan de su misma condición; de todos modos una casa de sonetos deberá someterse al control del nivel de rima de sus consonantes, una de metáforas grandilocuentes no podrá dar sombra con sus excesos a casas de poetas más terrenales; incluso consideramos que debería ser motivo de alegría, orgullo y reflexión en toda la comunidad el curioso capricho que tienen muchas poetas de disponer, guardar, conservar y consultar cientos y hasta miles de libros en sus bibliotecas y todo por sentir que viven cuando entran con bastante confianza en casa poéticas ajenas.
Art. 3.1. No es necesario insistir en que debe seguir cumpliéndose la Ley C de Newton, que demuestra que la adecuada y libre disposición de las paredes que forman las palabras de una casa con duende son directamente proporcionales al producto de sus gracias e inversamente proporcionales al cuadrado de sus distancias.
Art. 3.2. Ha de investigarse con seriedad la ligereza que pueden soportar los cimientos del cielo ya que, por más que se diga en voz baja y nadie lo vaya a negar ahora, a vivir siempre se está aprendiendo y algunos, quien más, quien menos, cumplen 50 años y todavía están negociando la compra de un terreno donde se pueda edificar un alma sonriente.
Art. 4. La casa de las poetas no debe disimular su múltiple y constante alegría y, ya que nos regala frutos celestiales, deberíamos considerar la posibilidad de que viviese en el Pritaneo (a costa del Estado), como pedía Sócrates.
Art. 4.1. Todos los ciudadanos del Estado Mental de Polombia pueden sentirse dichosos sólo por serlo o, simplemente, por haber tenido el privilegio de visitar su capìtal en algunas ocasiones. En cualquier caso, de todos es sabido que nadie desearía ningún mal a los habitantes, a las ciudades y a los países en los que uno ha sido feliz. por eso se dijo, y no sin razón, que el anterior presidente de EEUU no habría invadido Irak ni habría bombardeado Bagdag si hubiese ido de viaje de bodas a su capital o hubiese leído y disfrutado con provecho y delectación alguna historia de "Las mil y una noches".
Art. 4.2. No es competencia de este Ministerio legislar compulsivamente para obligar a todos las poetas a ajustarse a nuestros reales o imaginarios decretos, sino la de agradecer la ampliación que hacen con sus obras al universo, tan real como ficticio, en el que habitamos.
Art. 4.3. Este Ministerio debe, por tanto, premiar con todos los honores imaginables a todas las poetas que han donado a la Humanidad los sagrados derechos de seguir imaginando.
Art. 5. En nombre de todos los seres humanos consideramos que la afirmación de Joan Miró sobre su amigo Alexander Calder en la que decía que era "un gigante con alma de ruiseñor", debe ser completada y mejorada con la que algún admirador afirma sobre los dos artistas, que eran "pasión máxima con alma de colibrí".
Art. 6. Este Ministerio concluye que es poéticamente irremediable que algunas poetas quieran empezar su casa por el tejado, es más, hasta es posible que sólo quieran hacer el tejado y dejarlo ahí como protección para sus palabras; no sería una mala perspectiva divisar una avenida llena de obabaobabs y tejados flotantes calderianos.
Art. 6.1. Las casas de las poetas son como la mente de Nelson Mandela y realizan una extraordinaria combinación de inteligencia, elegancia, bondad y astucia, sin olvidarse del milagro del carisma, del júbilo que despiertan con su presencia y su figura, del desbordamiento emocional que procuran, de la magia y del aura que las rodea y que provoca que, en su presencia y contacto, nos salga siempre lo mejor: la bondad, la belleza, la humanidad. Su empatía es absoluta, generan confianza sin soberbia ni arrogancia, seducen y sacan lo óptimo de cada uno, apelan a la parte buena, tienen capacidad para unir, para comprender y para perdonar, son reconciliadoras, poseen el toque humano perfecto.
Art. 7. Las Naciones Unidas del planeta de Polombia aprueban por unanimidad esta declaración, tan real como simbólica, de los derechos Poéticos de todos los Humanos.
Art. 8. Ningún artículo de la presente declaración podrá ser interpretado en contra del espíritu gozoso, alegre, inocente y feliz que nos reconforta a todos.
Art. 9. Este Ministerio, no sabiendo cómo terminar la redacción de estas proclamas tan optimistas, siente el placer de comunicar a todos los lectores del Boletín Poético del Estado que la presente Ley seguirá ampliando su redacción indefinidamente...
... (108 años después)...
Art. 45.200.052. Se solicita urgentemente una propuesta de minimalismo burocrático que nos permita detener este torrente legislativo y disfrutar, de una vez por todas, la libertad de las poetas, con y sin casa, para que escriban, vivan, piensen y sientan como quieran.
—Real República de Polombia
Ministerio de Viviendas Encantadas
Dirección General de Casas con Duende
Departamento de Recursos Poéticos
Ley 1/11/2111
Habiendo tenido constancia este Ministerio de las dificultades que atraviesan algunas poetas para construir y organizar su casa, esta Dirección General se considera obligada a emitir los siguientes preceptos sobre edificabilidad alegresférica que serán de voluntario y gozoso cumplimiento.
Art. 1. Todas las casas de poetas se construirán con materiales etéreos, atmosféricos, alados, anemófilos y alabeantes, lo que incluye tanto el vidrio cristalino como las cortinas de agua. Se prohibirá, por tanto, la pesadez decimonónica, los muros que dividen e incomunican y hasta la gravedad de las construcciones inarmónicas.
Art. 2. Todas las poetas podrán utilizar legalmente el mundo entero como su propia casa y se acepta que las más exquisitas se traigan anillos de Saturno para situar en órbita alrededor de sus estancias. Eso que ganaremos todos.
Art. 2.1. La Luna se declara espacio estrictamente poético, por lo que se considera que no debería ser propiedad de ningún poeta en particular; es decir, cada reflejo lunar en la casa de cada uno y la Luna en la de todos, y aquí paz y después gloria, y salga el Sol por Antequera, que seguro que también existirán allí dignos representantes que se dejan llevar por las musas poéticas.
Art. 3. Las casas poéticas no pagarán más impuestos que los que se desprendan de su misma condición; de todos modos una casa de sonetos deberá someterse al control del nivel de rima de sus consonantes, una de metáforas grandilocuentes no podrá dar sombra con sus excesos a casas de poetas más terrenales; incluso consideramos que debería ser motivo de alegría, orgullo y reflexión en toda la comunidad el curioso capricho que tienen muchas poetas de disponer, guardar, conservar y consultar cientos y hasta miles de libros en sus bibliotecas y todo por sentir que viven cuando entran con bastante confianza en casa poéticas ajenas.
Art. 3.1. No es necesario insistir en que debe seguir cumpliéndose la Ley C de Newton, que demuestra que la adecuada y libre disposición de las paredes que forman las palabras de una casa con duende son directamente proporcionales al producto de sus gracias e inversamente proporcionales al cuadrado de sus distancias.
Art. 3.2. Ha de investigarse con seriedad la ligereza que pueden soportar los cimientos del cielo ya que, por más que se diga en voz baja y nadie lo vaya a negar ahora, a vivir siempre se está aprendiendo y algunos, quien más, quien menos, cumplen 50 años y todavía están negociando la compra de un terreno donde se pueda edificar un alma sonriente.
Art. 4. La casa de las poetas no debe disimular su múltiple y constante alegría y, ya que nos regala frutos celestiales, deberíamos considerar la posibilidad de que viviese en el Pritaneo (a costa del Estado), como pedía Sócrates.
Art. 4.1. Todos los ciudadanos del Estado Mental de Polombia pueden sentirse dichosos sólo por serlo o, simplemente, por haber tenido el privilegio de visitar su capìtal en algunas ocasiones. En cualquier caso, de todos es sabido que nadie desearía ningún mal a los habitantes, a las ciudades y a los países en los que uno ha sido feliz. por eso se dijo, y no sin razón, que el anterior presidente de EEUU no habría invadido Irak ni habría bombardeado Bagdag si hubiese ido de viaje de bodas a su capital o hubiese leído y disfrutado con provecho y delectación alguna historia de "Las mil y una noches".
Art. 4.2. No es competencia de este Ministerio legislar compulsivamente para obligar a todos las poetas a ajustarse a nuestros reales o imaginarios decretos, sino la de agradecer la ampliación que hacen con sus obras al universo, tan real como ficticio, en el que habitamos.
Art. 4.3. Este Ministerio debe, por tanto, premiar con todos los honores imaginables a todas las poetas que han donado a la Humanidad los sagrados derechos de seguir imaginando.
Art. 5. En nombre de todos los seres humanos consideramos que la afirmación de Joan Miró sobre su amigo Alexander Calder en la que decía que era "un gigante con alma de ruiseñor", debe ser completada y mejorada con la que algún admirador afirma sobre los dos artistas, que eran "pasión máxima con alma de colibrí".
Art. 6. Este Ministerio concluye que es poéticamente irremediable que algunas poetas quieran empezar su casa por el tejado, es más, hasta es posible que sólo quieran hacer el tejado y dejarlo ahí como protección para sus palabras; no sería una mala perspectiva divisar una avenida llena de obabaobabs y tejados flotantes calderianos.
Art. 6.1. Las casas de las poetas son como la mente de Nelson Mandela y realizan una extraordinaria combinación de inteligencia, elegancia, bondad y astucia, sin olvidarse del milagro del carisma, del júbilo que despiertan con su presencia y su figura, del desbordamiento emocional que procuran, de la magia y del aura que las rodea y que provoca que, en su presencia y contacto, nos salga siempre lo mejor: la bondad, la belleza, la humanidad. Su empatía es absoluta, generan confianza sin soberbia ni arrogancia, seducen y sacan lo óptimo de cada uno, apelan a la parte buena, tienen capacidad para unir, para comprender y para perdonar, son reconciliadoras, poseen el toque humano perfecto.
Art. 7. Las Naciones Unidas del planeta de Polombia aprueban por unanimidad esta declaración, tan real como simbólica, de los derechos Poéticos de todos los Humanos.
Art. 8. Ningún artículo de la presente declaración podrá ser interpretado en contra del espíritu gozoso, alegre, inocente y feliz que nos reconforta a todos.
Art. 9. Este Ministerio, no sabiendo cómo terminar la redacción de estas proclamas tan optimistas, siente el placer de comunicar a todos los lectores del Boletín Poético del Estado que la presente Ley seguirá ampliando su redacción indefinidamente...
... (108 años después)...
Art. 45.200.052. Se solicita urgentemente una propuesta de minimalismo burocrático que nos permita detener este torrente legislativo y disfrutar, de una vez por todas, la libertad de las poetas, con y sin casa, para que escriban, vivan, piensen y sientan como quieran.
A LA ALTURA DEL AIRE-19
Ignacio estaba confuso:
—¡No te lo vas a creer! resulta que me ha llegado una notificación de la Agencia Tributaria para que vaya preparándome para pagar los impuestos por la inmensa fortuna disfrutada este año. ¡Qué tíos! ¿Cómo se habrán enterado?
Además insinúan que tendré que pagar más que Emilio Botín, y eso que es el Presidente del Banco de Santander. ¡Si no lo veo, no lo creo!
Te copio la notificación (por si lo dudas):
Por el presente escrito le comunicamos que, según consta en nuestros archivos informáticos, durante el presente año usted ha desarrollado actividades vitales de alto rendimiento por las que ha obtenido una gran fortuna, además de inmensas satisfacciones, felicidades sin número (o con un número bien alto), placeres sin cuento (es decir, con unos cuentos espléndidos), gozos superlativos y hasta una más que indisimulada alegría.
Dado que hasta la fecha no se ha dignado a liquidar el IIVA (Impuesto sobre la Infinita Vida Añadida), nos vemos en la dichosa obligación de recordarle que, como ciudadano y contribuyente, tiene el deber de contribuir al desarrollo general del Estado de Bienestar.
Pronto recibirá un informe detallado de todas las operaciones felices y transacciones vitales que ha realizado con tan buen tino y, si está de acuerdo con nuestra liquidación, puede ingresar esa dicha sobreabundante en la cuenta que la Agencia Tributaria tiene abierta en el Banco de Santander, nº 1113144552.
Si está en desacuerdo puede interponer Recurso Contencioso Hedonistativo ante el Tribunal Superior de Justicia Amistosa de Polombia.
Asimismo nos permitimos felicitarle por los logros obtenidos, ya que no deja de ser un placer para nosotros comprobar que, por primera vez desde que tenemos noticia, un ciudadano que no es empresario logra superar en ingresos gloriosos a Emilio Botín, Amancio Ortega o a las hermanas Koplowitz. Al final hasta puede ser cierto que todos somos iguales pero unos mucho más iguales que otros.
Reino de Polombia
Ministerio de Economía y Hadas Encantadas
Agencia Tributaria de Logros Placenteros
Administración de Bienes Móviles y Cambiantes
—¡No te lo vas a creer! resulta que me ha llegado una notificación de la Agencia Tributaria para que vaya preparándome para pagar los impuestos por la inmensa fortuna disfrutada este año. ¡Qué tíos! ¿Cómo se habrán enterado?
Además insinúan que tendré que pagar más que Emilio Botín, y eso que es el Presidente del Banco de Santander. ¡Si no lo veo, no lo creo!
Te copio la notificación (por si lo dudas):
Por el presente escrito le comunicamos que, según consta en nuestros archivos informáticos, durante el presente año usted ha desarrollado actividades vitales de alto rendimiento por las que ha obtenido una gran fortuna, además de inmensas satisfacciones, felicidades sin número (o con un número bien alto), placeres sin cuento (es decir, con unos cuentos espléndidos), gozos superlativos y hasta una más que indisimulada alegría.
Dado que hasta la fecha no se ha dignado a liquidar el IIVA (Impuesto sobre la Infinita Vida Añadida), nos vemos en la dichosa obligación de recordarle que, como ciudadano y contribuyente, tiene el deber de contribuir al desarrollo general del Estado de Bienestar.
Pronto recibirá un informe detallado de todas las operaciones felices y transacciones vitales que ha realizado con tan buen tino y, si está de acuerdo con nuestra liquidación, puede ingresar esa dicha sobreabundante en la cuenta que la Agencia Tributaria tiene abierta en el Banco de Santander, nº 1113144552.
Si está en desacuerdo puede interponer Recurso Contencioso Hedonistativo ante el Tribunal Superior de Justicia Amistosa de Polombia.
Asimismo nos permitimos felicitarle por los logros obtenidos, ya que no deja de ser un placer para nosotros comprobar que, por primera vez desde que tenemos noticia, un ciudadano que no es empresario logra superar en ingresos gloriosos a Emilio Botín, Amancio Ortega o a las hermanas Koplowitz. Al final hasta puede ser cierto que todos somos iguales pero unos mucho más iguales que otros.
Reino de Polombia
Ministerio de Economía y Hadas Encantadas
Agencia Tributaria de Logros Placenteros
Administración de Bienes Móviles y Cambiantes
A LA ALTURA DEL AIRE-18
Ignacio no entendía nada, pero les contó:
—Hay que volver al trabajo como si estuviera vivo, como si no hubiera pasado nada, como si volviera...
El primer profeta que llegó a Polombia se dejó llevar por sus inclinaciones poéticas y, más que ayudarnos a resolver los problemas que teníamos, se limitó a disfrutar de los hilos del aire y de los caprichos del viento. En realidad nos encantaba que nos visitaran porque ninguno de nosotros pretendía conocer el secreto del saber vivir mejor que los demás. Por eso, que alguien nos contase sus sueños, nos abriese su corazón o nos regalase el relato de sus ilusiones, sólo nos hacía bien. Por supuesto a nadie se le ocurría pensar que su historia o su cuento o su interpretación de la vida y los hechos era mejor que las de los otros. Simplemente vivíamos y el hecho de conocer otras formas de escribir y de respirar en el mundo, lo considerábamos una fortuna inmensa, una de las cosas más valiosas de nuestra curiosa civilización a la que algunos llamaban respetuosa y tolerante y otros, más lúcidos, denominaban civilización humana, verdaderamente humana.
Otros poetas nos contaron la evolución en el arte de la pintura y en el de la escultura, era maravilloso.
Sebastián insistía en poner títulos: “A escala de la estrella roja”:
—A su escala también el micrometeorito reflejaba el impacto que sufrió al acercarse tanto a la explosión de la gran supernova roja; ahora en el centro de su alma se aprecia una especie de cráter circular con fondo plano. Si se presta mucha atención se puede notar la vibración de una especie de latido constante, un ritmo que manifiesta una vida que de ninguna manera quiere renunciar a seguir existiendo, a pesar de que ahora apenas pueda disfrutar de los placeres espaciales, de las alegrías planetarias o de las felicidades terrenales y cósmicas; aunque ahora apenas se divierta en su nueva y excéntrica órbita y todo se parezca cada día más a un prosaico aburrimiento interestelar.
Si de mí dependiese el mundo sería para la belleza. Sí, sé que no soy capaz de ser atractivo ni prudente ni sabio, que el día que empiece voy a estar diez horas seguidas llorando...
Yo también era uno de esos imbéciles que creía que los niños debían sacar buenas notas y no mojarse ni ensuciarse...
Podría hablar años seguidos de lo que siento.
Miguel les propone a todos una aventura literaria:
—En Polombia, cuando querían empezar a contar una historia, siempre se permitían el lujo de introducir ciertas expresiones escépticas sobre la importancia que se le suele conceder a la relación causa-efecto, sobre la línea imaginaria que uniría hechos probados y consecuencias e, incluso, sobre las célebres unidades de acción, espacio y tiempo.
Vivir tantos años y en tantos lugares, asistir a tantos acontecimientos, moverse tanto por el mundo... suele dar una perspectiva un poco más dinámica de la existencia, poco respetuosa con la uniformidad de los modelos vigentes y bastante inclinada hacia el relativismo de cualquier principio sostenido con insistencia. Por eso, cuando quiso relatar lo sucedido, no podía ni quería ni sabía, si hemos de ser sinceros, seguir las indicaciones que, a este respecto, habían propuesto Homero, Shakespeare y Cervantes; ni siquiera le servirían en esta ocasión las de algunos más contemporáneos, como Italo Calvino. Borges, García Márquez o Luis Landero.
Se necesitaba ser casi del todo inconsciente (cosa que él conseguía con mucha facilidad), dejarse llevar por la historia, seguir la vida sin indicaciones, porque cualquier darse cuenta de la posición de un adjetivo, cualquier advertencia de la falta de subordinación de una frase, cualquier vacilación semántica... haría imposible describir lo que se intenta.
Sabíamos todos que tenían la cabeza llena de palabras, de hermosas palabras juguetonas, de libros eminentes, de ideas brillantes, de imágenes, de películas emocionantes, de paisajes y de viajes perfectos... y que eran demasiadas; sabíamos que nadie puede digerir tantos estímulos sin ser palabrista o constructor de móviles neocalderianos; sabíamos que, tal vez, no estaban predestinados el uno para el otro pero que, cuando se conocieron, se estremecieron todos los orígenes del cosmos y todos los asientos.
Como personas curtidas por la vida, ya habían pasado por la ingenuidad y la poesía adolescente, por la madurez y la sensibilidad, por el placer y la dicha, por la alegría y la felicidad, y todo eso les había hecho merecer ser como dioses en la tierra, sin perder la inocencia más profunda, ya que sus desengaños no habían afectado todavía al alma de los colores y podían sentir aún latidos de entusiasmo entre los días que se alargan con el cariño más atento de las manos perfectas.
Es cierto que él la miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo, pero también lo es que ella era tan maravillosa que le devolvía abrazos con los ojos. No negaremos que comieron juntos y que, desde el primer día, ella decidió que se debía brindar mirándose tierna e intensamente a los ojos; también está probado que la lluvia no perjudicó su primer café en el que aprendieron a descifrar sus palabras y a acompañarse con exquisita atención, ya que estaba cerca el hermoso delirio de las luces de navidad y recordaban los dos que los niños y los seres más deliciosos disfrutan incluso de lo que no puede entenderse. Comieron juntos y se dieron la mano en los postres, él le regaló entonces un puente sonriente para poder estar siempre en contacto. Poco después ella ya lo sostenía completamente y él le construyó un mundo alegre y dionisíaco, un Universo feliz y lleno de colores que quería ser la cartografía de su sonrisa espléndida. Desde allí pasearon juntos por el viento, se besaron como huracanes contenidos y se amaron como volcanes tiernos. Todo hacía suponer que aquel nuevo inicio sería recordado durante siglos y milenios, que los proyectos para vivir en un hexaedro minimalista con luz angelical sería acompañado de un traslado de todos los libros y discos y pañuelos para su cuello sensible y delicado. Todo apuntaba a una reunión definitiva del alma con el cuerpo, a un estallido general de la razón, al encuentro armonioso con Godot, a la lectura atenta de todos los cuentos y relatos; tenían tanto que vivir que ahora no había tiempo para escribirse demasiado, sentían tanto placer juntos que casi no había momentos para leerse; incluso su felicidad se reflejaba en aquella camarera tan atenta que les atendía siempre sonriente al lado del mar.
Y, sin embargo, algo no salió bien del todo, un exceso de atención, una sobredosis de dedicaciones... él no lo sabía, él no lo entendía, sólo lo sentía.
Alejandro recordaba el consejo de no excederse de Italo Calvino:
—Después de todos los excesos cometidos en épocas anteriores, en Polombia decidieron poner límites a la creatividad expansiva de algunos escritores y una ley limitó a una página al día -en claro homenaje a Flaubert- lo que podían escribir y publicar cada uno de los contadores de historias del país, que allí, como en otros lugares del mundo, se denominaban historistas, o grandes relatistas, y palabristas, según se dejasen guiar e inspirar más o menos por las musas del entusiasmo o por las de la ley de la razón. Y esto, evidentemente, no quiere decir que no hubiese más tendencias que las ya citadas, ya que también había ensayistas, poetas, guionistas, novelistas, comediógrafos, cuentistas, dramaturgos, descuentistas y hasta microrrelatistas y nanorrelatistas..
Al principio los partidarios de los grandes relatos, los historistas, se enfadaron muchísimo y pensaron que esa limitación no era más que otra forma de represión y censura; pero cuando entablaron conversaciones cordiales con algunas palabristas, se dieron cuenta de que, incluso, podría llegar a ser una ventaja, así no tendrían que detenerse a describir cosas que ya todos conocían por lecturas y experiencias anteriores, o bien por el cine, la tele o la publicidad directa e indirecta.
Las palabristas tampoco quedaron muy convencidas ya que, por principio, se dejaban conducir por la prudencia de la razón sintáctica y no abusaban prácticamente nunca de la libre disposición de las palabras -casi siempre al alcance de cualquiera-, por lo que consideraban que la ley era redundante y, al menos para ellas, absolutamente innecesaria.
Peor suerte corrieron ambos colectivos cuando a la semana siguiente el Ministro de Cultura Literaria ordenó que cualquier relato debería ser escrito al menos por dos escritores, uno de cada tendencia dominante. Eso fue todo un reto para ellos, acostumbrados como estaban a hacer lo que les daba la gana en cuestiones de palabras. De todos modos no tardaron en acostumbrarse a este nuevo capricho de la historia e hicieron de su necesidad de escribir algo parecido a un pacto entre virtudes opuestas.
Tal vez porque había que justificar el cargo, por abuso evidente de poder, porque era necesario poner algo de orden en el panorama de las letras o por cualquier otro motivo, entre los que no descartamos la pura ocurrencia o el repentino enamoramiento de algún alto cargo del Ministerio, no extrañó demasiado que, semanas después, llegaran nuevas imposiciones y restricciones legales; que si las historias que se contasen deberían ser siempre optimistas, que tenían que ser enérgicas y voluntariosas, que deberían difundir la alegre lucha contra el cambio climático o seguir haciendo el eterno menosprecio del éxito editorial y la alabanza de los relatos y blogs rurales.
A algunos escritores, muy comprometidos con sus propios desengaños, la orden de escribir en plan optimista era superior a sus fuerzas, por eso tuvieron que disimular con títulos vitalistas o neutrales su constante escepticismo sobre las cuestiones y relaciones humanas e, incluso, si existiesen, sobre las divinas y livianas.
Lo que no pudieron tolerar fue aquel edicto ministerial que les conminaba a saber siempre qué hacer con su pasado; eso fue la gota que colmó y desbordó el párrafo, el texto y hasta el vaso, lo que nos hace pensar que la gota debía de ser bien gorda y el asunto muy grave.
Hasta ese día cada escritor había hecho con su pasado lo que había querido, sabido o podido, unos transformándolo en memoria interesada, otros en imaginación poética, los más atrevidos traían el pretérito al presente más o menos impacientes, otros disimulaban como podían su inclinación a adorarlo o a perderlo de vista. Había pasados y casos para todos los gustos y, sobra decirlo, gustos para todos los escritores, y escritores para todos los públicos y...
Suele decirse, y no sin motivos: ¡lo que son las cosas!, y es cierto que podríamos repetir aquí que las cosas son, que van siendo como son, como nos parece que son y hasta como vamos haciendo que sean; y todo esto viene a cuento -nunca mejor dicho- de los tremendos trabajos que alguna escritora y algún escritor tuvieron que realizar para metamorfosear su pasado y convertirlo en fortuna de los dioses del jardín de Epicuro o en la agradable necesidad de tener buen tino para andar estas jornadas sin errar demasiado.
Ser hedonista no estaba prohibido todavía, por eso los dos protagonistas de esta historia tuvieron que hacer maravillas, cada uno a su manera, para no herir a los demás con el peso sobrehumano que se destila de la dicha, para sobrevivir a un pasado perfecto del que, sin duda, sería un exceso insinuar que no debería cambiarse ni una coma (ya que podrían cambiarse al menos algunos paréntesis para hacerlo todavía mejor). Los dos consideraban que aquel Cántico Espiritual vivido era una de las cimas de su inesperado idioma, los dos lo conocían y sabían interpretar las preguntas del alma enamorada, pero tenían mucho cuidado en no utilizarlo como arma arrojadiza ni mostrar el terrible enfado de San Juan de la Cruz, literaria y literalmente Santo, cuando se siente tan perdido en el divino y complicado juego del escondite que te deja clamando.
No es malo mejorar, sino creerse mejores, solía decir Rousseau; no es malo saber algo, lo malo es creerse superiores, decía él, pensando que, al menos en su caso, no había peligro de exceso de orgullo ni de soberbia, porque lo poco que había aprendido, por simple acumulación, y que había formado un ligero barniz interior, se estaba desmoronando en una especie de liberación verborreica por falta de la fecundidad vital adecuada, de las ausencias del movimiento o de las palabras que ya no iban por él pasando ni mil y una gracias derramando. El gozo infinito que vivieron era ahora un divino recuerdo para ellos, un agradecimiento constante para él que, en algunos momentos, se encontraba mucho más débil de lo que quisiera reconocer ante cualquiera e incluso ante sí mismo, y eso suponiendo que él fuese algo parecido a sí mismo, cosa harto complicada de comprobar y hasta imposible, como insinuó, también con gran fortuna literaria y filosófica, el gran Heráclito de Éfeso. Es posible que él haya cambiado cuando hayamos escrito todo esto, y ante las posibles preguntas de los pocos, escogidos y queridos lectores sobre si esos cambios serían para mejor, no podemos más que insinuar que los tiempos, como las ciencias, adelantan que es una barbaridad, y que él, aunque aparenta ser muy formal, alberga en su interior suficiente caos y deseo como para crear millones de mundos que compongan miles de universos que puedan constituir un Cosmos copiado al pie de su letra, siempre redondeada y sensual.
Es necesario advertir a cualquiera que desee imaginar desarrollos alegres con finales dichosos, que no parece estar ahora el horno preparado para estos laberintos y, por lo que conocemos de los grandes escritores del pasado, no es prudente lanzar felices augurios al aire en nuestro caso, ya que los noemas no se amelan como desearían ni las ramas de los árboles navideños se alabean como sería menester en este asunto.
No es inverosímil ahora recordar e imaginar que nuestro escritor más grande haya comenzado su obra maestra queriendo olvidar el nombre del lugar de la gran mancha o que otro jugase con el telescopio y el hielo recordados muchos años después frente al pelotón de aspavientos o que un tercero hubiera imaginado ciudades indiscernibles en las que se hubiera podido vivir hasta el amor más invisible, o que otro, al bajar una escalera, encontrase el aleph de la Gran Biblioteca en la que estaba todo escrito y en la que, por nada del mundo, los que esto escriben quisieran entrar y saber, ya que si en este estado y condición la vida no nos ofrece las recompensas a las que aspiramos, no queremos imaginar la frustración que nos causaría leer y saberlo todo y quedarnos sólo en eso, en haberlo sabido y leído todo, sin vivirlo, sin celebrarlo, sin respirarlo, sin sentirlo, sin acariciarlo, sin transformarlo en Mayúsculas y en Colores de la Existencia.
El escritor que no sabe terminar su relato, ni despedirse, seguramente sigue siendo un ser inmaduro, incapaz de aceptar que casi todo lo bueno se acaba y que la ausencia perdura; que los ríos van a dar a la mar, que es el vivir sin amar; que dos menos dos no deberían ser cuatro y que por eso no nos interesa restar ni dividir; que no toda la vida es bella, pero que podría hacerse mucho más en la realidad; que tal vez tuviera razón Aquiles, antes de operarse de la rotura de su famoso tendón, cuando decía que los dioses nos envidian porque para nosotros cada momento es único e irrepetible. Pero qué laborioso es seguir esperando esos momentos y seguir viviendo con zapatillas y con televisión, aunque sepamos que no se pueda salir indemne del hermoso contacto con un ser superior. Y el escritor, siempre verde o pocho, no acierta a despedirse ni a alejarse y se queda, así, amando y bien amado, en estado de gracia, aunque con una dificilísima falta de sintonía con lo que la mayoría diría que es la vida real. Y es que la devoción no suele permitir fácilmente la analgesia del cuerpo ni la serenidad del ánimo.
El resto es silencio de segunda mano, palabras gastadas y un estar absurdamente alegres y un verse dominados por unas ganas infinitas de reír, de reír como nunca se ha reído antes de ahora, como si se quisiera regalarlo todo y empezar de nuevo en un paraíso terrenal donde no sea necesario ni vestirse, ya que la amable brisa es cálida también en la noche y el mar es dulce y todo aparece vestido de su hermosura.
—Hay que volver al trabajo como si estuviera vivo, como si no hubiera pasado nada, como si volviera...
El primer profeta que llegó a Polombia se dejó llevar por sus inclinaciones poéticas y, más que ayudarnos a resolver los problemas que teníamos, se limitó a disfrutar de los hilos del aire y de los caprichos del viento. En realidad nos encantaba que nos visitaran porque ninguno de nosotros pretendía conocer el secreto del saber vivir mejor que los demás. Por eso, que alguien nos contase sus sueños, nos abriese su corazón o nos regalase el relato de sus ilusiones, sólo nos hacía bien. Por supuesto a nadie se le ocurría pensar que su historia o su cuento o su interpretación de la vida y los hechos era mejor que las de los otros. Simplemente vivíamos y el hecho de conocer otras formas de escribir y de respirar en el mundo, lo considerábamos una fortuna inmensa, una de las cosas más valiosas de nuestra curiosa civilización a la que algunos llamaban respetuosa y tolerante y otros, más lúcidos, denominaban civilización humana, verdaderamente humana.
Otros poetas nos contaron la evolución en el arte de la pintura y en el de la escultura, era maravilloso.
Sebastián insistía en poner títulos: “A escala de la estrella roja”:
—A su escala también el micrometeorito reflejaba el impacto que sufrió al acercarse tanto a la explosión de la gran supernova roja; ahora en el centro de su alma se aprecia una especie de cráter circular con fondo plano. Si se presta mucha atención se puede notar la vibración de una especie de latido constante, un ritmo que manifiesta una vida que de ninguna manera quiere renunciar a seguir existiendo, a pesar de que ahora apenas pueda disfrutar de los placeres espaciales, de las alegrías planetarias o de las felicidades terrenales y cósmicas; aunque ahora apenas se divierta en su nueva y excéntrica órbita y todo se parezca cada día más a un prosaico aburrimiento interestelar.
Si de mí dependiese el mundo sería para la belleza. Sí, sé que no soy capaz de ser atractivo ni prudente ni sabio, que el día que empiece voy a estar diez horas seguidas llorando...
Yo también era uno de esos imbéciles que creía que los niños debían sacar buenas notas y no mojarse ni ensuciarse...
Podría hablar años seguidos de lo que siento.
Miguel les propone a todos una aventura literaria:
—En Polombia, cuando querían empezar a contar una historia, siempre se permitían el lujo de introducir ciertas expresiones escépticas sobre la importancia que se le suele conceder a la relación causa-efecto, sobre la línea imaginaria que uniría hechos probados y consecuencias e, incluso, sobre las célebres unidades de acción, espacio y tiempo.
Vivir tantos años y en tantos lugares, asistir a tantos acontecimientos, moverse tanto por el mundo... suele dar una perspectiva un poco más dinámica de la existencia, poco respetuosa con la uniformidad de los modelos vigentes y bastante inclinada hacia el relativismo de cualquier principio sostenido con insistencia. Por eso, cuando quiso relatar lo sucedido, no podía ni quería ni sabía, si hemos de ser sinceros, seguir las indicaciones que, a este respecto, habían propuesto Homero, Shakespeare y Cervantes; ni siquiera le servirían en esta ocasión las de algunos más contemporáneos, como Italo Calvino. Borges, García Márquez o Luis Landero.
Se necesitaba ser casi del todo inconsciente (cosa que él conseguía con mucha facilidad), dejarse llevar por la historia, seguir la vida sin indicaciones, porque cualquier darse cuenta de la posición de un adjetivo, cualquier advertencia de la falta de subordinación de una frase, cualquier vacilación semántica... haría imposible describir lo que se intenta.
Sabíamos todos que tenían la cabeza llena de palabras, de hermosas palabras juguetonas, de libros eminentes, de ideas brillantes, de imágenes, de películas emocionantes, de paisajes y de viajes perfectos... y que eran demasiadas; sabíamos que nadie puede digerir tantos estímulos sin ser palabrista o constructor de móviles neocalderianos; sabíamos que, tal vez, no estaban predestinados el uno para el otro pero que, cuando se conocieron, se estremecieron todos los orígenes del cosmos y todos los asientos.
Como personas curtidas por la vida, ya habían pasado por la ingenuidad y la poesía adolescente, por la madurez y la sensibilidad, por el placer y la dicha, por la alegría y la felicidad, y todo eso les había hecho merecer ser como dioses en la tierra, sin perder la inocencia más profunda, ya que sus desengaños no habían afectado todavía al alma de los colores y podían sentir aún latidos de entusiasmo entre los días que se alargan con el cariño más atento de las manos perfectas.
Es cierto que él la miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo, pero también lo es que ella era tan maravillosa que le devolvía abrazos con los ojos. No negaremos que comieron juntos y que, desde el primer día, ella decidió que se debía brindar mirándose tierna e intensamente a los ojos; también está probado que la lluvia no perjudicó su primer café en el que aprendieron a descifrar sus palabras y a acompañarse con exquisita atención, ya que estaba cerca el hermoso delirio de las luces de navidad y recordaban los dos que los niños y los seres más deliciosos disfrutan incluso de lo que no puede entenderse. Comieron juntos y se dieron la mano en los postres, él le regaló entonces un puente sonriente para poder estar siempre en contacto. Poco después ella ya lo sostenía completamente y él le construyó un mundo alegre y dionisíaco, un Universo feliz y lleno de colores que quería ser la cartografía de su sonrisa espléndida. Desde allí pasearon juntos por el viento, se besaron como huracanes contenidos y se amaron como volcanes tiernos. Todo hacía suponer que aquel nuevo inicio sería recordado durante siglos y milenios, que los proyectos para vivir en un hexaedro minimalista con luz angelical sería acompañado de un traslado de todos los libros y discos y pañuelos para su cuello sensible y delicado. Todo apuntaba a una reunión definitiva del alma con el cuerpo, a un estallido general de la razón, al encuentro armonioso con Godot, a la lectura atenta de todos los cuentos y relatos; tenían tanto que vivir que ahora no había tiempo para escribirse demasiado, sentían tanto placer juntos que casi no había momentos para leerse; incluso su felicidad se reflejaba en aquella camarera tan atenta que les atendía siempre sonriente al lado del mar.
Y, sin embargo, algo no salió bien del todo, un exceso de atención, una sobredosis de dedicaciones... él no lo sabía, él no lo entendía, sólo lo sentía.
Alejandro recordaba el consejo de no excederse de Italo Calvino:
—Después de todos los excesos cometidos en épocas anteriores, en Polombia decidieron poner límites a la creatividad expansiva de algunos escritores y una ley limitó a una página al día -en claro homenaje a Flaubert- lo que podían escribir y publicar cada uno de los contadores de historias del país, que allí, como en otros lugares del mundo, se denominaban historistas, o grandes relatistas, y palabristas, según se dejasen guiar e inspirar más o menos por las musas del entusiasmo o por las de la ley de la razón. Y esto, evidentemente, no quiere decir que no hubiese más tendencias que las ya citadas, ya que también había ensayistas, poetas, guionistas, novelistas, comediógrafos, cuentistas, dramaturgos, descuentistas y hasta microrrelatistas y nanorrelatistas..
Al principio los partidarios de los grandes relatos, los historistas, se enfadaron muchísimo y pensaron que esa limitación no era más que otra forma de represión y censura; pero cuando entablaron conversaciones cordiales con algunas palabristas, se dieron cuenta de que, incluso, podría llegar a ser una ventaja, así no tendrían que detenerse a describir cosas que ya todos conocían por lecturas y experiencias anteriores, o bien por el cine, la tele o la publicidad directa e indirecta.
Las palabristas tampoco quedaron muy convencidas ya que, por principio, se dejaban conducir por la prudencia de la razón sintáctica y no abusaban prácticamente nunca de la libre disposición de las palabras -casi siempre al alcance de cualquiera-, por lo que consideraban que la ley era redundante y, al menos para ellas, absolutamente innecesaria.
Peor suerte corrieron ambos colectivos cuando a la semana siguiente el Ministro de Cultura Literaria ordenó que cualquier relato debería ser escrito al menos por dos escritores, uno de cada tendencia dominante. Eso fue todo un reto para ellos, acostumbrados como estaban a hacer lo que les daba la gana en cuestiones de palabras. De todos modos no tardaron en acostumbrarse a este nuevo capricho de la historia e hicieron de su necesidad de escribir algo parecido a un pacto entre virtudes opuestas.
Tal vez porque había que justificar el cargo, por abuso evidente de poder, porque era necesario poner algo de orden en el panorama de las letras o por cualquier otro motivo, entre los que no descartamos la pura ocurrencia o el repentino enamoramiento de algún alto cargo del Ministerio, no extrañó demasiado que, semanas después, llegaran nuevas imposiciones y restricciones legales; que si las historias que se contasen deberían ser siempre optimistas, que tenían que ser enérgicas y voluntariosas, que deberían difundir la alegre lucha contra el cambio climático o seguir haciendo el eterno menosprecio del éxito editorial y la alabanza de los relatos y blogs rurales.
A algunos escritores, muy comprometidos con sus propios desengaños, la orden de escribir en plan optimista era superior a sus fuerzas, por eso tuvieron que disimular con títulos vitalistas o neutrales su constante escepticismo sobre las cuestiones y relaciones humanas e, incluso, si existiesen, sobre las divinas y livianas.
Lo que no pudieron tolerar fue aquel edicto ministerial que les conminaba a saber siempre qué hacer con su pasado; eso fue la gota que colmó y desbordó el párrafo, el texto y hasta el vaso, lo que nos hace pensar que la gota debía de ser bien gorda y el asunto muy grave.
Hasta ese día cada escritor había hecho con su pasado lo que había querido, sabido o podido, unos transformándolo en memoria interesada, otros en imaginación poética, los más atrevidos traían el pretérito al presente más o menos impacientes, otros disimulaban como podían su inclinación a adorarlo o a perderlo de vista. Había pasados y casos para todos los gustos y, sobra decirlo, gustos para todos los escritores, y escritores para todos los públicos y...
Suele decirse, y no sin motivos: ¡lo que son las cosas!, y es cierto que podríamos repetir aquí que las cosas son, que van siendo como son, como nos parece que son y hasta como vamos haciendo que sean; y todo esto viene a cuento -nunca mejor dicho- de los tremendos trabajos que alguna escritora y algún escritor tuvieron que realizar para metamorfosear su pasado y convertirlo en fortuna de los dioses del jardín de Epicuro o en la agradable necesidad de tener buen tino para andar estas jornadas sin errar demasiado.
Ser hedonista no estaba prohibido todavía, por eso los dos protagonistas de esta historia tuvieron que hacer maravillas, cada uno a su manera, para no herir a los demás con el peso sobrehumano que se destila de la dicha, para sobrevivir a un pasado perfecto del que, sin duda, sería un exceso insinuar que no debería cambiarse ni una coma (ya que podrían cambiarse al menos algunos paréntesis para hacerlo todavía mejor). Los dos consideraban que aquel Cántico Espiritual vivido era una de las cimas de su inesperado idioma, los dos lo conocían y sabían interpretar las preguntas del alma enamorada, pero tenían mucho cuidado en no utilizarlo como arma arrojadiza ni mostrar el terrible enfado de San Juan de la Cruz, literaria y literalmente Santo, cuando se siente tan perdido en el divino y complicado juego del escondite que te deja clamando.
No es malo mejorar, sino creerse mejores, solía decir Rousseau; no es malo saber algo, lo malo es creerse superiores, decía él, pensando que, al menos en su caso, no había peligro de exceso de orgullo ni de soberbia, porque lo poco que había aprendido, por simple acumulación, y que había formado un ligero barniz interior, se estaba desmoronando en una especie de liberación verborreica por falta de la fecundidad vital adecuada, de las ausencias del movimiento o de las palabras que ya no iban por él pasando ni mil y una gracias derramando. El gozo infinito que vivieron era ahora un divino recuerdo para ellos, un agradecimiento constante para él que, en algunos momentos, se encontraba mucho más débil de lo que quisiera reconocer ante cualquiera e incluso ante sí mismo, y eso suponiendo que él fuese algo parecido a sí mismo, cosa harto complicada de comprobar y hasta imposible, como insinuó, también con gran fortuna literaria y filosófica, el gran Heráclito de Éfeso. Es posible que él haya cambiado cuando hayamos escrito todo esto, y ante las posibles preguntas de los pocos, escogidos y queridos lectores sobre si esos cambios serían para mejor, no podemos más que insinuar que los tiempos, como las ciencias, adelantan que es una barbaridad, y que él, aunque aparenta ser muy formal, alberga en su interior suficiente caos y deseo como para crear millones de mundos que compongan miles de universos que puedan constituir un Cosmos copiado al pie de su letra, siempre redondeada y sensual.
Es necesario advertir a cualquiera que desee imaginar desarrollos alegres con finales dichosos, que no parece estar ahora el horno preparado para estos laberintos y, por lo que conocemos de los grandes escritores del pasado, no es prudente lanzar felices augurios al aire en nuestro caso, ya que los noemas no se amelan como desearían ni las ramas de los árboles navideños se alabean como sería menester en este asunto.
No es inverosímil ahora recordar e imaginar que nuestro escritor más grande haya comenzado su obra maestra queriendo olvidar el nombre del lugar de la gran mancha o que otro jugase con el telescopio y el hielo recordados muchos años después frente al pelotón de aspavientos o que un tercero hubiera imaginado ciudades indiscernibles en las que se hubiera podido vivir hasta el amor más invisible, o que otro, al bajar una escalera, encontrase el aleph de la Gran Biblioteca en la que estaba todo escrito y en la que, por nada del mundo, los que esto escriben quisieran entrar y saber, ya que si en este estado y condición la vida no nos ofrece las recompensas a las que aspiramos, no queremos imaginar la frustración que nos causaría leer y saberlo todo y quedarnos sólo en eso, en haberlo sabido y leído todo, sin vivirlo, sin celebrarlo, sin respirarlo, sin sentirlo, sin acariciarlo, sin transformarlo en Mayúsculas y en Colores de la Existencia.
El escritor que no sabe terminar su relato, ni despedirse, seguramente sigue siendo un ser inmaduro, incapaz de aceptar que casi todo lo bueno se acaba y que la ausencia perdura; que los ríos van a dar a la mar, que es el vivir sin amar; que dos menos dos no deberían ser cuatro y que por eso no nos interesa restar ni dividir; que no toda la vida es bella, pero que podría hacerse mucho más en la realidad; que tal vez tuviera razón Aquiles, antes de operarse de la rotura de su famoso tendón, cuando decía que los dioses nos envidian porque para nosotros cada momento es único e irrepetible. Pero qué laborioso es seguir esperando esos momentos y seguir viviendo con zapatillas y con televisión, aunque sepamos que no se pueda salir indemne del hermoso contacto con un ser superior. Y el escritor, siempre verde o pocho, no acierta a despedirse ni a alejarse y se queda, así, amando y bien amado, en estado de gracia, aunque con una dificilísima falta de sintonía con lo que la mayoría diría que es la vida real. Y es que la devoción no suele permitir fácilmente la analgesia del cuerpo ni la serenidad del ánimo.
El resto es silencio de segunda mano, palabras gastadas y un estar absurdamente alegres y un verse dominados por unas ganas infinitas de reír, de reír como nunca se ha reído antes de ahora, como si se quisiera regalarlo todo y empezar de nuevo en un paraíso terrenal donde no sea necesario ni vestirse, ya que la amable brisa es cálida también en la noche y el mar es dulce y todo aparece vestido de su hermosura.
"Melancolía"
Hace poco he visto una película muy interesante y demoledora, "Melancholia", de Lars Von Trier. Más que un director de cine me parece que es un poeta que ha creado un sueño tan enigmático que puede ser a la vez atractivo y diabólico.
Desde el comienzo se respira la fascinación de unas imágenes que muestran al planeta Melancholia que se acerca peligrosamente a la Tierra, como una amenaza física y metafísica, hasta que choca con nuestro planeta; y otras escenas de la novia enredada en un laberinto de raíces que le impiden moverse, la caída de un caballo...
No es un documental de ciencia ni una película de ciencia-ficción, pero logra ser poética y maravillosa, sugerente como pocas.
Parece un relato sobre el amor y la vida, el desamor y la misteriosa irrupción de la melancolía que, según Savater, es el único sentimiento que piensa y, según Aristóteles, es propio de personas dedicadas a labores intelectuales y creativas.
Ese impactante apocalipsis se muestra a través de la historia de dos hermanas cuyos padres se han divorciado, con una madre amargada que asiste a disgusto al banquete nupcial de una de sus hijas y que no cree en el matrimonio, y un padre que está en la ceremonia en plan hedonista vulgar, acompañado por dos mujeres.
La primera parte cuenta la historia de Justine que está celebrando su banquete de bodas (una especie de mujer angelical, rubia, sonriente a veces y deprimida en otros momentos, muy atractiva y con un vestido de novia que casi recuerda al ángel del grabado "Malancolía" de Alberto Durero, absorto en la contemplación de una gran esfera y rodeado de números e instrumentos geométricos). Pero todo es extraño y esa misma noche su marido acaba marchándose de su lado porque ella parece que no puede o no sabe estar con él. Un extraño mensaje para la humanidad, las parejas ya no llegan ni a la noche de bodas.
En la segunda parte su hermana Claire, casada con un millonario que tiene un palacio de ensueño y un campo de golf que parece un escenario surrealista para vivir ensueños placenteros, tampoco parece estar a salvo del desastre. Tiene miedo de ese planeta amenazante e intenta proteger a su hijo pequeño y a su hermana Justine que parece absolutamente desamparada, tal vez tanto como la Humanidad entera.
Como diría Platón cuando empieza a relatar el mito de la caverna: "¡Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros son esos! Iguales que nosostros". Tal vez somos nosotros, los humanos, los que vamos a la deriva, los que nos tememos la gran catástrofe.
Las imágenes son alucinantes y es una lástima que el director sea tan pesimista y considere que el único final posible para este planeta y esta humanidad sea el desastre total. El choque del planeta puede ser un símbolo de una amenaza planetaria (sea el cambio climático, la contaminación, el colapso económico del capitalismo, las endebles relaciones humanas...).
Desde el comienzo se respira la fascinación de unas imágenes que muestran al planeta Melancholia que se acerca peligrosamente a la Tierra, como una amenaza física y metafísica, hasta que choca con nuestro planeta; y otras escenas de la novia enredada en un laberinto de raíces que le impiden moverse, la caída de un caballo...
No es un documental de ciencia ni una película de ciencia-ficción, pero logra ser poética y maravillosa, sugerente como pocas.
Parece un relato sobre el amor y la vida, el desamor y la misteriosa irrupción de la melancolía que, según Savater, es el único sentimiento que piensa y, según Aristóteles, es propio de personas dedicadas a labores intelectuales y creativas.
Ese impactante apocalipsis se muestra a través de la historia de dos hermanas cuyos padres se han divorciado, con una madre amargada que asiste a disgusto al banquete nupcial de una de sus hijas y que no cree en el matrimonio, y un padre que está en la ceremonia en plan hedonista vulgar, acompañado por dos mujeres.
La primera parte cuenta la historia de Justine que está celebrando su banquete de bodas (una especie de mujer angelical, rubia, sonriente a veces y deprimida en otros momentos, muy atractiva y con un vestido de novia que casi recuerda al ángel del grabado "Malancolía" de Alberto Durero, absorto en la contemplación de una gran esfera y rodeado de números e instrumentos geométricos). Pero todo es extraño y esa misma noche su marido acaba marchándose de su lado porque ella parece que no puede o no sabe estar con él. Un extraño mensaje para la humanidad, las parejas ya no llegan ni a la noche de bodas.
En la segunda parte su hermana Claire, casada con un millonario que tiene un palacio de ensueño y un campo de golf que parece un escenario surrealista para vivir ensueños placenteros, tampoco parece estar a salvo del desastre. Tiene miedo de ese planeta amenazante e intenta proteger a su hijo pequeño y a su hermana Justine que parece absolutamente desamparada, tal vez tanto como la Humanidad entera.
Como diría Platón cuando empieza a relatar el mito de la caverna: "¡Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros son esos! Iguales que nosostros". Tal vez somos nosotros, los humanos, los que vamos a la deriva, los que nos tememos la gran catástrofe.
Las imágenes son alucinantes y es una lástima que el director sea tan pesimista y considere que el único final posible para este planeta y esta humanidad sea el desastre total. El choque del planeta puede ser un símbolo de una amenaza planetaria (sea el cambio climático, la contaminación, el colapso económico del capitalismo, las endebles relaciones humanas...).
A LA ALTURA DEL AIRE-17
Federico, recuerda:
—Como dice Savater, piense lo que quiera, pero piénselo; lo digo porque como hay expertos en hacer lo que les da la gana y lo que quieren, pues eso, que disfrutan con su libertad.
Manuel Vicent (¡qué bien escribe este hombre!) contaba hace poco la vida del poeta Rainer María Rilke y de "su forma particular de conquista. Una primera aproximación a través de la ternura, unos versos incandescentes y cuando la caza ya estaba entregada el poeta huyó sin dejar de inundarla de bellos recuerdos a través de cartas y mensajes, de regresos y partidas". Por cierto, ¿Rilke no se habrá reencarnado?
Poco después nuestro poeta conoce a Lou Andreas Salomé, "esta mujer se dedicaba a probar hombres de máximo nivel, a sobrevolarlos, a enamorarlos y a abandonarlos sin dejar de hacerse inolvidable. Por su vida pasarían Nietzsche, Freud y Mahler... Ella y Rilke usaban la misma forma de amar". Por cierto, ¿Lou Salomé no se habrá reencarnado?
Rilke fue "abducido" por esta mujer libre, mayor que él. "Entre los dos compusieron una pasión intelectual, una complicidad amorosa, y al mismo tiempo una sumisión atemperada por la admiración y una locura andrógina, que al final se transformó, como en otros casos, en una amistad estética. Vivieron juntos. Viajaron juntos... y no se sabe qué les producía a ambos más placer si encontrarse o buscar cada uno por su lado la soledad". Por cierto, ¿existe el Reino de Polombia?
De esa pasión surgió un poema precioso: "Apágame los ojos y te seguiré viendo, cierra mis oídos y te seguiré oyendo, sin pies te seguiré, sin boca te seguiré invocando".
Empezamos a mantener conversaciones jocosas, divertidas, lúdicas, entretenidas y hasta erótico-festivas; aunque lo más atrevido fueron los planes que hacíamos para acabar la noche en una "bañera". En fin, reír nos reímos todo lo que quisimos. Y luego, como en el poema de Cervantes, Al túmulo de Felipe II en Sevilla, "fuese y no hubo nada".
Miguel les da la razón:
—Tenías razón, escribir también es un acto de narcisismo, de megalomanía, de hybris desatada, de descontrol existencial... pero no puedo evitarlo, constantemente mi mente se escapa, mi alma sigue siendo una sonrisa y, por eso, tengo el alma tan separada de mí, a cientos de kilómetros, y mi espíritu se aleja nada más verme. Ya me diréis qué se puede hacer en y con estas circunstancias.
Sonrío, es cierto, es lo menos que podemos hacer por los demás y por el mundo, es lo que le debemos a los que nos rodean; también quiero ser filósofo del optimismo, experto en períodos interglaciares, amante de los pañuelos vaporosos... era un dios incandescente... cuando éramos dioses infinitos teníamos la habilidad de ser a todas horas... y vivíamos en Izzi, la capital de Polombia, la ciudad de las sonrisas...
Es como si existiera en mí la certeza de que la risoterapia sirve para algo. Desayuno ese vitalismo, esperando, seguramente -me temo- esperaré siempre y, a la vez, confío en que alguien llegue en cualquier momento.
Tengo que pasar por cada hora de este día, debo recorrer cada minuto sin la luz adecuada, y llego a soportar la existencia de cada jornada. Ya es hora de que deje de preparar las palabras para decirlas, es posible que ya nadie quiera escucharlas, aunque es posible que alguien quiera retirarse para meditar.
Ayer fui a una charla sobre Risoterapia, tenía razón la pedagoga del optimismo, los niños ríen y nos dan alegría, pero todo conspira para hacerlos irreversiblemente serios.
Y también ayer terminé de leer Las intermitencias de la muerte, de Saramago. Me gusta, sobre todo la idea de que la muerte no pueda matar a un hombre, se convierta en mujer, lo seduzca, se acueste con él y, por eso, deje de ser muerte y deje de matar. El amor y el placer curan todos los males, el placer quiere eternidad, profunda eternidad (Nietzsche).
En mi interior -suponiendo que tenga algo parecido a un interior- habita un niño pequeño que quiere ser abrazado, que pasa los días esperando, complaciéndose hasta en las peticiones más extrañas; le han dicho que se quede ahí quieto y callado, que no moleste, y no molesta, aunque todo le inquiete, y no llama a nadie, aunque anhela profundamente, y no escribe, aunque a su manera sigue garabateando letras y componiendo palabras y no las envíe, y no dice nada, aunque siempre está pensando. Ahora mismo me susurra estas palabras:
¡Curiosa estrella danzarina la que se aleja de la Tierra y la deja en la penumbra más difusa!, ¿acaso no sabe que sin ella no es posible ni la más mínima razón para existir?, ¿es que no siente la indolencia de las flores, el desánimo generalizado de los magnolios, la risa apagada del puente sonriente, el universo casi marchito que se había diseñado con todo detalle para su deleite?, ¡tan difícil es imaginar la necesidad de luz y de ternura!
Un abrazo al aire, en el aire.
Sebastián insiste en empezar de nuevo:
—Vuelvo a empezar: Cuando éramos dioses infinitos teníamos la habilidad de ser a todas horas... y tú vivías la ciudad de las sonrisas eternas... y yo me dedicaba enteramente a tu servicio...
Luis confiesa:
—Ayer volví a ver por tercera vez la película El jardinero fiel, ahora ya sé por qué me gusta tanto la vitalidad de Tessa, me hace recordar la verdad de cada sonrisa, de cada abrazo acogedor, de su compromiso con las causas justas, de su sabia disposición para disfrutar de la vida...
Ayer escribía Vargas Llosa sobre la crisis económica internacional y decía, con palabras de largo alcance, algo muy interesante:"Fuera de la novela y el arte, vivir en la ficción, sea en política o en economía, es un suicidio". Sin embargo me veo viviendo en plena ficción, eso sí, sin ánimos suicidas.
No era sólo eso, eran los cuerpos sensuales, siempre elevados, me gustaba el mundo porque sabíamos girar hacia la alegría en cada cruce, queríamos enamorar a la noche y lo conseguíamos, sonreíamos y brillaban con más fuerza las luciérnagas y a mí ya no me importaba otra cosa que la luz.
No era sólo eso, era el alma entrelazada con las felicidades más sutiles, que sabía llenar el tiempo de mensajes duraderos y hacía crecer el infinito, y hasta hacíamos imposible cualquier tipo de envejecimiento.
No era sólo eso, era todo lo que hacíamos para regresar de la nada, el negro que resplandecía, el rojo que alcanzaba su mayor potencia, el blanco que no podía ser más inmaculado.
Debían ser más cosas, las curvas que inauguraban la sublime voluptuosidad del gozo, las letras del amor, todas las letras: A: Álabe, amor, alma, ailanto, anemófila, aérea, alegría, Alina. B: Belli. C: Calder, calderiana. D: Delicadeza. E: Elevación. F: Felicidad. G: Gracinante, Gioconda, gozo. H: Hijo. I: Inmersión, Iyi, Izzi. J: Juan Sebastián Bach. K: Kilómetros. L: Logros. M: Magnolio, Mallorca. N: Nietzsche, Nenúfar. O: Oriente. P: Puente sonriente, Polombia, placer. Q: R: S: Satisfacción. T: Turismo natural. U: Universo. V: Volkswagen, viajes. W: X: Y:
Z: Zinnia.
Y eso que dicen que sólo recordamos el 5% de lo que vemos, el 2% de lo que oímos, el 1% de lo que tocamos y el 35% de lo que olemos, y con esos porcentajes somos capaces de recordar toda la vida.
—Como dice Savater, piense lo que quiera, pero piénselo; lo digo porque como hay expertos en hacer lo que les da la gana y lo que quieren, pues eso, que disfrutan con su libertad.
Manuel Vicent (¡qué bien escribe este hombre!) contaba hace poco la vida del poeta Rainer María Rilke y de "su forma particular de conquista. Una primera aproximación a través de la ternura, unos versos incandescentes y cuando la caza ya estaba entregada el poeta huyó sin dejar de inundarla de bellos recuerdos a través de cartas y mensajes, de regresos y partidas". Por cierto, ¿Rilke no se habrá reencarnado?
Poco después nuestro poeta conoce a Lou Andreas Salomé, "esta mujer se dedicaba a probar hombres de máximo nivel, a sobrevolarlos, a enamorarlos y a abandonarlos sin dejar de hacerse inolvidable. Por su vida pasarían Nietzsche, Freud y Mahler... Ella y Rilke usaban la misma forma de amar". Por cierto, ¿Lou Salomé no se habrá reencarnado?
Rilke fue "abducido" por esta mujer libre, mayor que él. "Entre los dos compusieron una pasión intelectual, una complicidad amorosa, y al mismo tiempo una sumisión atemperada por la admiración y una locura andrógina, que al final se transformó, como en otros casos, en una amistad estética. Vivieron juntos. Viajaron juntos... y no se sabe qué les producía a ambos más placer si encontrarse o buscar cada uno por su lado la soledad". Por cierto, ¿existe el Reino de Polombia?
De esa pasión surgió un poema precioso: "Apágame los ojos y te seguiré viendo, cierra mis oídos y te seguiré oyendo, sin pies te seguiré, sin boca te seguiré invocando".
Empezamos a mantener conversaciones jocosas, divertidas, lúdicas, entretenidas y hasta erótico-festivas; aunque lo más atrevido fueron los planes que hacíamos para acabar la noche en una "bañera". En fin, reír nos reímos todo lo que quisimos. Y luego, como en el poema de Cervantes, Al túmulo de Felipe II en Sevilla, "fuese y no hubo nada".
Miguel les da la razón:
—Tenías razón, escribir también es un acto de narcisismo, de megalomanía, de hybris desatada, de descontrol existencial... pero no puedo evitarlo, constantemente mi mente se escapa, mi alma sigue siendo una sonrisa y, por eso, tengo el alma tan separada de mí, a cientos de kilómetros, y mi espíritu se aleja nada más verme. Ya me diréis qué se puede hacer en y con estas circunstancias.
Sonrío, es cierto, es lo menos que podemos hacer por los demás y por el mundo, es lo que le debemos a los que nos rodean; también quiero ser filósofo del optimismo, experto en períodos interglaciares, amante de los pañuelos vaporosos... era un dios incandescente... cuando éramos dioses infinitos teníamos la habilidad de ser a todas horas... y vivíamos en Izzi, la capital de Polombia, la ciudad de las sonrisas...
Es como si existiera en mí la certeza de que la risoterapia sirve para algo. Desayuno ese vitalismo, esperando, seguramente -me temo- esperaré siempre y, a la vez, confío en que alguien llegue en cualquier momento.
Tengo que pasar por cada hora de este día, debo recorrer cada minuto sin la luz adecuada, y llego a soportar la existencia de cada jornada. Ya es hora de que deje de preparar las palabras para decirlas, es posible que ya nadie quiera escucharlas, aunque es posible que alguien quiera retirarse para meditar.
Ayer fui a una charla sobre Risoterapia, tenía razón la pedagoga del optimismo, los niños ríen y nos dan alegría, pero todo conspira para hacerlos irreversiblemente serios.
Y también ayer terminé de leer Las intermitencias de la muerte, de Saramago. Me gusta, sobre todo la idea de que la muerte no pueda matar a un hombre, se convierta en mujer, lo seduzca, se acueste con él y, por eso, deje de ser muerte y deje de matar. El amor y el placer curan todos los males, el placer quiere eternidad, profunda eternidad (Nietzsche).
En mi interior -suponiendo que tenga algo parecido a un interior- habita un niño pequeño que quiere ser abrazado, que pasa los días esperando, complaciéndose hasta en las peticiones más extrañas; le han dicho que se quede ahí quieto y callado, que no moleste, y no molesta, aunque todo le inquiete, y no llama a nadie, aunque anhela profundamente, y no escribe, aunque a su manera sigue garabateando letras y componiendo palabras y no las envíe, y no dice nada, aunque siempre está pensando. Ahora mismo me susurra estas palabras:
¡Curiosa estrella danzarina la que se aleja de la Tierra y la deja en la penumbra más difusa!, ¿acaso no sabe que sin ella no es posible ni la más mínima razón para existir?, ¿es que no siente la indolencia de las flores, el desánimo generalizado de los magnolios, la risa apagada del puente sonriente, el universo casi marchito que se había diseñado con todo detalle para su deleite?, ¡tan difícil es imaginar la necesidad de luz y de ternura!
Un abrazo al aire, en el aire.
Sebastián insiste en empezar de nuevo:
—Vuelvo a empezar: Cuando éramos dioses infinitos teníamos la habilidad de ser a todas horas... y tú vivías la ciudad de las sonrisas eternas... y yo me dedicaba enteramente a tu servicio...
Luis confiesa:
—Ayer volví a ver por tercera vez la película El jardinero fiel, ahora ya sé por qué me gusta tanto la vitalidad de Tessa, me hace recordar la verdad de cada sonrisa, de cada abrazo acogedor, de su compromiso con las causas justas, de su sabia disposición para disfrutar de la vida...
Ayer escribía Vargas Llosa sobre la crisis económica internacional y decía, con palabras de largo alcance, algo muy interesante:"Fuera de la novela y el arte, vivir en la ficción, sea en política o en economía, es un suicidio". Sin embargo me veo viviendo en plena ficción, eso sí, sin ánimos suicidas.
No era sólo eso, eran los cuerpos sensuales, siempre elevados, me gustaba el mundo porque sabíamos girar hacia la alegría en cada cruce, queríamos enamorar a la noche y lo conseguíamos, sonreíamos y brillaban con más fuerza las luciérnagas y a mí ya no me importaba otra cosa que la luz.
No era sólo eso, era el alma entrelazada con las felicidades más sutiles, que sabía llenar el tiempo de mensajes duraderos y hacía crecer el infinito, y hasta hacíamos imposible cualquier tipo de envejecimiento.
No era sólo eso, era todo lo que hacíamos para regresar de la nada, el negro que resplandecía, el rojo que alcanzaba su mayor potencia, el blanco que no podía ser más inmaculado.
Debían ser más cosas, las curvas que inauguraban la sublime voluptuosidad del gozo, las letras del amor, todas las letras: A: Álabe, amor, alma, ailanto, anemófila, aérea, alegría, Alina. B: Belli. C: Calder, calderiana. D: Delicadeza. E: Elevación. F: Felicidad. G: Gracinante, Gioconda, gozo. H: Hijo. I: Inmersión, Iyi, Izzi. J: Juan Sebastián Bach. K: Kilómetros. L: Logros. M: Magnolio, Mallorca. N: Nietzsche, Nenúfar. O: Oriente. P: Puente sonriente, Polombia, placer. Q: R: S: Satisfacción. T: Turismo natural. U: Universo. V: Volkswagen, viajes. W: X: Y:
Z: Zinnia.
Y eso que dicen que sólo recordamos el 5% de lo que vemos, el 2% de lo que oímos, el 1% de lo que tocamos y el 35% de lo que olemos, y con esos porcentajes somos capaces de recordar toda la vida.
jueves, 24 de noviembre de 2011
Vida
Escribe Ricardo Menéndez Salmón sobre el libro "La liebre en la patagonia" de Claude Lanzmann:
"En un último párrafo escrito en estado de gracia, habla de la "encarnación", del momento en que el hombre y el mundo coinciden en un mismo lugar, en un preciso instante, se "saben juntos", ese minuto de asombrosa clarividencia, tan parecido a una epifanía, en que la vida, y por extensión quien la contempla, se manifiesta joven, eterna, inmortal, segura de hacernos sentir que, después de todo, y a pesar de los pesares, merece ser apurada y celebrada hasta las heces."
"En un último párrafo escrito en estado de gracia, habla de la "encarnación", del momento en que el hombre y el mundo coinciden en un mismo lugar, en un preciso instante, se "saben juntos", ese minuto de asombrosa clarividencia, tan parecido a una epifanía, en que la vida, y por extensión quien la contempla, se manifiesta joven, eterna, inmortal, segura de hacernos sentir que, después de todo, y a pesar de los pesares, merece ser apurada y celebrada hasta las heces."
Amancio Prada
El sábado 19, en el Centro Cultural "Valey" de Piedras Blancas, actuó Amancio Prada, tuvo la semsibilidad y la inmensa generosidad de ofrecernos un concierto maravilloso. No se olvidó de cantar a nuestro San Juan de la Cruz (1542-1591, en concreto su poema "Llama de amor viva":
"¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
¡Oh cauterio süave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con estraños primores
color y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!"
"¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
¡Oh cauterio süave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con estraños primores
color y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!"
Suscribirse a:
Entradas (Atom)