El tercer día Luz intervino de nuevo y les explicó aquella especie de VIAJE CUÁNTICO:
—“No nos preguntéis cómo lo conocemos ni por qué, no sabríamos deciros nada con claridad. Sólo podemos hacer lo que nos han encargado, que os anunciemos que hay un universo paralelo en el que P sigue formándose, en el que siguen apareciendo y aportándose todos los deleites para hacer del mundo la excelencia del ser, en el que las más perfectas sonrisas de la diosa más exigente dan su aprobación a todo lo creado.
También nos dijeron que el problema es que no hay aviones ni barcos, ni carreteras ni coches, ni siquiera hay cayucos para llegar a P; si los hubiera, aunque nos costase toda la vida, nos embarcaríamos hacía allí sin pensárnoslo dos veces, porque ya lo hemos pensado miles de veces.
Tampoco sabemos a qué distancia estamos de su grado de existencia, si es real lo que imaginamos todos los días sobre las virtudes de su presencia, si lo que soñamos cada noche se sostiene al día siguiente, si los textos alegres que leemos se corresponden a una clara esperanza, si lo que escribimos es verosímil, si lo que deseamos es lógico, si lo que esperamos es cierto... no sabemos cuándo estamos más cerca de lo esencial, dónde reside su autenticidad, cómo se aprende a mirar, a entender, a tocar, a amar, a sentir, a extasiar... cómo se alcanza ese nivel supremo de empatía...
Todos hemos leído que nada más llegar lleva un tiempo adaptarse a las nuevas condiciones de amabilidad y levedad que reinan en la Real República de P, que hasta que no sales de este mundo y llegas allí no puedes entender El Dorado; y damos por hecho que es otro mundo y otra vida en la que hay que aprenderlo todo de nuevo... y tenemos tanto miedo a equivocarnos. Dicen que allí la Piedra Filosofal es una colibrí y que el Santo Grial es una sonrisa apasionada permanente. Y es tan complicado merecer tanta fortuna...
Pero no se trata sólo de llegar o de que te den la bienvenida, después tienes que convencer para que te dejen quedar y es tan difícil... porque nunca sabemos qué tenemos que olvidar al presentarnos.
Tampoco debe ser fácil vivir el final antes de haber empezado, situarse en el medio sin conocer el planteamiento, adivinar el desarrollo sin saber el nudo final, vivir sin desenlace, sin llenarse, crecer sin completar la ilusión... y todavía es más complicado colgar el personaje de enamorado como si los que amamos pudiéramos hacerlo en horas precisas. Tampoco sabemos si sería mejor entrar y creer al pie de la letra y sentirlo todo como la primera vez.
Todos los días te examinan de todo, de la manera de sentarte o de invitar a otra persona a dar un paseo, del juego entre todos los miembros seleccionados, de la vida romántica, de las miradas cambiantes, de la interpretación de las palabras... y no podíamos prepararnos, no sabíamos en qué iban a fijarse, en las vidas cometidas, en los placeres logrados, en la biografía de las ideas compartidas...
Que adivinasen lo que estábamos pensando no era nada nuevo, no somos capaces de disimular el entusiasmo cuando estamos tan cerca de la Belleza... seguro que ahora mismo saben con qué ganas empezaríamos a hablar de todo lo que sentimos, pero nos lo han prohibido, se nos recomienda el silencio, la autenticidad de lo simple, el minimalismo de la forma, la esfera más cúbica en el hexaedro más redondeado, una gama pura de colores, una vida liviana para sentirlos... dicen los que antes han pasado por esto, que tenemos para toda la vida, que nos queda una progresión infinita antes de alcanzar nuestros sueños, que hemos de vencer soledades a chorros, silencios de espesura, la tentación de hablar incluso con los muertos o de darle la razón al primero que pase y perderla y sentirte ya completamente loco y capaz de todos los extravíos...
También nos obligan a terminar todos los relatos, los aforismos y los fragmentos con puntos suspensivos, debemos sentir la ligereza de lo que flota, el inmenso esfuerzo del colibrí para ser ágil y ligero...
Ya todos sabemos que habéis sostenido posiciones de un optimismo estremecedor, que ninguna mujer inteligente se fía ya del Paraíso, que hay muchos tipos de mujer y que ya no hay relato suficientemente hermoso para retener a Sherezade mucho tiempo en el mismo sitio”.
Federico, con cierta timidez, les leyó:
—“Tal vez tendríamos que olvidar todo lo que hemos escrito y pensado sobre aquella dorada historia y recordar ahora sólo lo que eran cuando llegaron volando a Polombia. Aunque, para ser sinceros, en realidad la escritora era ella, él era simplemente su acompañante, el Sol salía para ella, el mundo existía para ella, la diosa era ella, él simplemente era un observador que miraba la dulce irrealidad del mundo desde la torre más alta y amenazada de Troya.
Cuando llegaron quiso desmayarse, pero no pudo, por eso escribió aquello de Lou Andreas Salomé:
“¡Canta, oh diosa, la alegría de Venus; alegría gozosa que causó infinitos bienes a los humanos y elevó al Olimpo muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo merecedores de la mejor voluntad de Zeus..!.”. Sí, ya sé que esta no es la mejor versión sobre lo sucedido, que todos conocen que la vida puede derrumbarse hasta ser poco más que un electroencefalograma horizontal, aunque pocos saben que escondía el mayor tesoro, la mejor altura, la máxima dimensión, la perfecta certidumbre...”.
Miguel decidió contarnos los cuentos que quería que le escribieran:
—“El niño pequeño va en la silla empujada por su madre y ve fascinado las maravillosas luces de Navidad con las que están engalanadas las calles. Y piensa (monólogo interior) algo así como: “No entiendo lo que pasa, pero me encanta” (¿no es precioso eso de no entender nada y que te encante?)”
Un profesor que lee lo suficiente como para creer en las palabras (pienso en Gustavo Martín Garzo) recuerda lo que decían Stendhal y Nietzsche, que la belleza es una promesa de felicidad; entonces siente que cuando piensa, cosa que le ocurre muy a menudo, se cumple esa superabundancia de felicidad extrema.
Él piensa sobre aquel texto de Umberto Eco en el que afirmaba que, a partir de cierto nivel de conocimiento y de lecturas, ya no se podían usar esos términos tan gastados de los que se abusa el 14 de febrero; por eso pensaba:
—“S¬i tuviera más tiempo te leería muy despacio, lentamente, para hacer posible la pequeña eternidad del infinito y después creo que te miraría con atención y, antes de desmayarme, te abrazaría”.
Ella seguro que pensaría: —“¡Qué poco originales son los hombres!”.
Federico dijo:
—“Si la vida fuese una línea recta, no podría vivir”.
Ignacio decidió que era el momento de hablar:
—“Debéis saber que estaba pensando, que he soñado, que hubo jornadas que me creía capaz de contestar con ironía sus mensajes... quería crear las condiciones que hicieran posible que todos los días fuesen buenos, suaves y cariñosos, como Ayer... También estaba dulcemente agotado, viajar tan bien acompañado era siempre una experiencia de máximo disfrute, siempre aparecían los colibríes y las magnolias, siempre atravesábamos puentes que sonreían, siempre florecía la vida y se hacían bien las cosas y tomaba las decisiones más oportunas y adecuadas. Me encantaba, mis ojos estaban bien -porque veía-, su suavidad hacía prodigios y a mí sólo se me ocurría desmayarme y prolongar la intensa felicidad de esas horas que me parecieron días amplísimos abiertos a horizontes cálidos y agradables. Entonces las diosas eran enteramente divinas. Y todavía no sé cómo agradecerles los mimos y los detalles que tenían conmigo, me encantaba su manera de vestirse, los colores divertidos y las formas de campanilla, que fuesen ligeros y vaporosos, insinuantes y elegantísimos, que les quedasen tan bien y que me lo "regalasen". Creo que nunca nadie me había tratado tan bien, eran tan exquisitamente sensibles como gozosas, la verdad de mis sentidos, la ternura del mundo. Coquetas y comodonas, siempre admirables”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario