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martes, 8 de noviembre de 2011

A LA ALTURA DEL AIRE-10

Miguel, siempre enamorado, contestó:

Alguien tendría que explicarnos su secreto, ¿cómo logra ser y estar resplandeciente, radiante, hermosísima y elegantísima vestida de negro?, ¡cómo es!, ¡siempre juega con ventaja!, ¡va a acabar con nosotros!, ¿tú crees que un corazón normal puede resistir estos embates de pura belleza?; recuerda que, aunque no lo parezca, yo también soy inmortal. Y si los emperadores romanos, en el momento de la coronación, tenían cerca a un filósofo estoico que les recordaba que eran mortales, yo te tengo a ti, filósofa y palabrista hedonista, que me recuerdas siempre que soy irreal, perdón, quería decir, material.

Sé que apenas entiendo nada, tal vez haya algo de trampa en el amor y sé que tú no quieres caer en ella; pero también tienes que saber que no soy trampero ni tramposo ni cazador furtivo (¿o sí?), que no quiero cazarte ni pescarte. No, no quiero que caigas en mis redes aunque tú me hayas dado el filtro de amor más hermoso; no quiero que dejes de ser libre aunque a mí me hayas regalado el mejor de los proyectos vitales; no quiero que seas lo que no quieres.
Sí, debes hacer lo que te dé la gana y, es cierto, eres Gioconda Belli en ese poema, lo has escrito tú, eres tú, la diosa más valiente y decidida, la más libre y aérea. ¡Ojalá yo pudiera ofrecerte un panorama a tu altura!
El problema es que a mí, como a la mayoría de los demás hombres y mujeres, nos habían contado esta historia de otra manera y todavía no hemos asimilado la nueva era del amor alegresférico, todavía no hemos logrado separar el amor mágico y desmayante de los vínculos familiares a largo plazo.
Pero me empeño en superarme y, aunque sé que lo estropeo sólo por decírtelo (por eso no pienso decirlo, escrito aquí tiene menos valor; ya que así lo decido y lo declaro). Sí, el delirio de placeres espirituales que me regalas no me deja ninguna opción, está claro y obscuro a la vez, y todo tiene al mismo tiempo mil colores, haga lo que haga y diga lo que diga siempre llego a lo mismo:
Me apetece y quiero estar contigo siempre; pero no te asustes, que eso no te lleve a pensar que tiene que cargar conmigo a todas partes. No, aunque note en cada segundo que estoy sin ti que me estoy perdiendo lo mejor del mundo, siempre respetaré tus aristocráticos sentimientos.


Sebastián confiesa:

—Me hablas de nuestra niña Magnolia y me dices que necesita aire libre, exactamente como tú. Me encanta saber que la cuidas tanto, la riegas, le hablas, te sonríe.
Ya no me atrevo a decirte que podías raptarme un poco, o secuestrarme unos años, ¡qué maravilloso síndrome de Estocolmo!, qué digo Estocolmo, ¡síndrome de Polombia!

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