Óscar confesaba sus pensamientos más íntimos:
NO LE DIGAS NADA A NADIE
—La ciudad terminaba de repente, más allá se extendía un inmenso desierto plano por el que se movían sin orden ni armonía miles de automóviles y camiones de mayor o menor tamaño; no había semáforos ni señales ni líneas en el suelo que definiesen los carriles de circulación, por eso cada uno circulaba como quería, sin respetar límites de velocidad y adelantamiento de ninguna clase.
Caminar fuera era peligroso, siempre lo habían dicho, pero no en el sentido más habitual del término, no le impresionaba demasiado el peligro físico de ser atropellado por un personaje creativo, lo que más le preocupaba era la circulación salvaje de libros y escritores. Podía soportar los atascos de información, la proliferación de sistemas de lectura, hasta los cruces irracionales de palabras, pero lo que le daba verdadero pánico eran los relatos con vida propia, los que pasaban velozmente por todas partes, casi rozándole y le dejaban la impresión de mundos completos; los distintos cuentos le añadían desconcierto, alguna confusión y la incertidumbre de estar ya para siempre lejos de lo más importante.
Caminar por la zona literaria más transitada de la Tierra tenía sus peligros, por allí viajaban las novelas jugándose la vida, los aforismos parecían kamikazes, podías empezar a leer con cierta tensión una colección de relatos breves y terminar leyendo tu propio epitafio. Menos mal que siempre me acompañaba mi pequeño colibrí, sin él hace mucho que me habría perdido poéticamente.
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