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martes, 29 de noviembre de 2011

A LA ALTURA DEL AIRE-26

Federico les dijo entonces muy convencido:

DISFRUTAD TODO LO QUE PODÁIS

—Después de muchos años había empezado a entender los errores cometidos, tal vez eso sea inevitable ya que tampoco los humanos vamos a descubrirlo todo de repente.
Había creído, desde la primera mañana en que se habían conocido, que amar sin medida era lo que quería, podía, sabía y debía hacer; que darlo todo era tan vital como necesario, que sólo apostando al límite de lo imposible sabrían los dos que no había mentira ni cálculo interesado, que ni siquiera estaba preparado un plan B de retirada para un hipotético naufragio.
Se había olvidado de tomar precauciones, cuando se juega a ser un dios exagerado no se suelen escuchar los consejos de la prudencia ni las recomendaciones a la sensatez de la Dirección General de Tránsito, esas que anunciaban en sus campañas constantemente frases del mismo estilo: "En el mismo fin de semana del año pasado se separaron 52 parejas", "Respete la debida distancia personal de seguridad", "La velocidad excesiva en el amor es la principal causa de confusiones", "Utilice el presente como cinturón de seguridad"..
Ella se había dado cuenta muy pronto de que todas sus explosiones de pavo-supernova no eran más que una muestra de barroquismo infantil, una falta de estilo claro y definido o, peor aún, un indicio de churrigueresquismo inmaduro, por no decir directamente un churro.
Mientras que para ella menos era más, para él, tan elemental y simple como sencillo, más era lo máximo, y aún más si se pudiera; y así no se producían opciones para la armonía.
No es que ella utilizase siempre una hoja de cálculo, es que él se excedía en el fondo y en la forma y siempre, "siempre" -que ya hay que ser atrevido- estaba dispuesto y se olvidaba de que su amor podría tener, como muchos, la misma caducidad que los permisos de circulación de sentimientos humanos
No es que él tuviese un pelo de tonto, ni de listo -para ser sinceros y exactos hay que decir que iba camino de no tener ni un solo pelo-, es que al encontrarla no cabía en sí de gozo, no podía dejar de festejarlo y de celebrarlo, y todo sin orden ni equilibrio ni concierto, sin ajustarse a las dosis prescritas y adecuadas por los sabios imperturbables, sin pensar que cada día tenía sus afanes y sus horas, que seguro que no serían muchas más de 44.
Y mientras ella sentía su amor como una invasión en toda regla y pensaba: ¡por favor, no me des tanto, no lo necesito, no soy tan pobre!; ¡no lo quiero todo, déjame respirar y desahogarme!; ¡no me acompañes siempre, quiero ser la que soy, sin perder voluntariamente mi libertad!; ¡no me transformes, no quiero anularme!; ¡no me invadas ni siquiera de dulzura, déjame vivir a mi aire!; ¡no me quieras tanto, el amor pesa demasiado!; ¡no te entregues tanto, reserva algo para tus propios desafíos!... él seguía buscando metáforas infinitas en el eco del Big Bang.
Han tenido que pasar años y 20 años más para que por fin llegase a cierta sensación de sencillez y de rejuvenecimiento, cuantos más años cumple más ligero se siente, más libre y hasta se arregla con menos equipaje conceptual.
Ahora entiende el consejo que le habían dado, que debía estar dispuesto para el amor, pero no para amar como una avalancha que impide la levitación, como cuando todos deseamos ser un colibrí.
Ahora recuerda que nadie debe cargarse de razón; no entendemos tanto de lo esencial, no lo sabemos todo, ignoramos tanto que lo más lógico es la humildad del que habla sin ofender, del que sólo expone su punto de vista.
Ahora ya es capaz de apreciar la delicadeza del que sabe que no debe inundarse a nadie de deber, que el amor absoluto es una especie de carga absoluta o de pérdida inmensa de libertad y que no se le puede pedir a nadie que sea lo que no quiere, ni que cargue con otro ser que se ofrece de tal modo que más que invitar a vivir parece un minusválido necesitado de constantes atenciones.

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