A LA ALTURA DEL AIRE
Faustino López
Dice Fernando Savater que los únicos países que merecen la pena son los que inventan los niños.
“De inventarse un país, ¿por qué no inventarse uno que sea alegre y hospitalario, amigo a la vez de la razón y de los sueños?”
Gustavo Martín Garzo
Sobre todo para que lo más Divino sea la Comedia, para que la mejor Historia sea Interminable y para que el Paraíso nunca se haya Perdido.
A la perfección del proyecto del cubo minimalista, a lo maravillosamente raro que es vivir, a la ingravidez del vuelo del colibrí que llegaba a pesar sólo dos gramos, al sutil amanecer de los magnolios, a la forma y el sabor de los frixuelos, a la sonrisa capaz de crear almas, al color de las música de las alegres esferas, al valor de los puentes sonrientes, a la cumbre y el gozo absoluto de una biblioteca, a la longitud y latitud de la Real República de Polombia, a la belleza que surge de la obra de Zinnia Belli, a la bondad de la música para “Alina” de Arvo Pärt, a la abundancia de las palabras felices deslizantes, a la intensidad de las miradas que saben brindar por la vida, a la alegría de cada encuentro verdadero, al coche redondeado por el cariño, a la seducción de las botas italianas de alta costura, a la elegancia de los pañuelos ondulados, a la sensibilidad de un cuello delicado, a la serenidad de la seda cinematográfica, a los anillos y las lecturas de Saturno, a los cuentos sin descuento, a las gracias de cada día, a los bombones deliciosos con sorpresa, al universo móvil, a las esferas que cambian de color, a la extensión de todos los juegos, a la esfera armilar que nos contiene, a los jabones de frutas que huelen a divinidad, al candelabro del fantasma de la poeta, al gran libro de arquitectura interior, al cesto de mimbre en el que caben cosmos de ilusión, al juego en el que hay que regalar, a los ailantos del cielo en la tierra, a las velas de vainilla redondeada, a la crema de manos de crece en suavidad, al libro que escriben los padres para sus hijos, al Cántico Espiritual que no caduca, a la pamela dorada y a magnolias, a la música sin condiciones…
—¿De cuántas locuras estamos hablando?, preguntó.
—De todas las que seas capaz de realizar, le contestaron.
—De acuerdo, así sabré de una vez por todas lo que quiero, les dijo muy tranquilo.
—¿No sabes lo que quieres?, volvieron a preguntarle.
—Sí, pero también sé que es imposible.
—¿De momento?, le preguntaron de nuevo.
—No lo sé, en cualquier caso así podré ver de qué soy capaz, respondió con dignidad.
—Nadie sabe lo que puede llegar a hacer.
—Es posible, respondió con un aire un tanto escéptico.
—Tal vez lo que se nos da mal es la realidad.
—Eso explicaría muchas cosas.
—También que se nos dé tan bien hablar, soñar, imaginar, volar...
—Es posible que estemos enfermos de palabras que nos hacen sentirnos tan elevados, que seamos propensos a contraer todo tipo de ideales y que lleguemos a creer en todas las utopías.
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