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martes, 29 de noviembre de 2011

A LA ALTURA DEL AIRE-28

Sebastián recordaba que, por mal que le fuesen las cosas, siempre nos quedaba el sublime deleite de escuchar “la danza de los bienaventurados” de la ópera “Orfeo y Euridice” de Gluck, o habitar La casa de la poeta:

—Es posible encontrar alguna sugerencia alucinada, sobre "La casa del poeta":

Hay pocas evidencias en una buena casa de poeta, pero una de ellas es que se entra por la salida, hasta ahí todo parece claro. Más difícil es explicar que a veces los verdaderos poetas no tienen casa, porque su hogar reside en el arcoiris, en la tímida lluvia o en el viento que recuerda.

No es imprescindible que tenga la forma de un hexaedro apolíneo o cubo minimalista, ni que haya depurado su estilo hasta escribir sólo micropoemas perfectos; ni siquiera es necesario que viva consagrada a un único árbol, que podría ser un magnolio soulangiana que cada invierno le regalase flores impagables , ni que todas las aves de la comarca sean colibríes simpáticos y resplandecientes. Sin embargo para llegar a su casa siempre es necesario atravesar un puente sonriente -también serviría el de Manhattan- y saber disfrutar hasta la médula de los móviles de Calder. Si alguien no supera esta prueba -y seguro que en esto sería casi inflexible- ya no entendería nada de lo que allí se escriba. Y hasta es posible que valore como nadie los buenos comentarios entre jardineros: "disfrutemos mientras podamos".

Nuestro poeta es muy exigente y sólo admite la Pasión superlativa, la belleza que se alabea y la sabiduría del dinamismo solar y de la vitalidad más radiantes; por eso en su casa no entrará nada que le recuerde lo que ha perdido, ni el dolor ni la ausencia, ni siquiera el silencio extravagante, sabe que hasta lo peor que pueda ocurrir se da en medio de una existencia alegre. Nuestro poeta no renuncia al placer ni al deseo apoteósicos, por eso diseña su casa con sumo cuidado, sabe que debe ser proporcional a sus latidos de puro optimismo cinético y de una alegría imparable.

El gozo debe respirarse desde la misma entrada en la que una luz pequeña y difusa puede dibujar el divino gozo epicúreo de la santa sensualidad de todos los detalles.

La mayor virtud del pasillo será que nos deje pasar por la vida para recibir todas las sobredosis de eutaraxias.

La cocina será la sede de la felicidad planetaria y le dará sabor y alimento y bondad y calor a los días.

La sala de bienestar contará con las luces adecuadas, los sofás más blancos y cómodos del mundo y así se hará evidente, al instante, la diferencia entre nuestra poeta protagonista y los distintos actores secundarios. Un inmenso ventanal desde el que se divisará el mejor paisaje disponible indicará que vive la vida como si hubiera nacido para dirigirlo todo y divertirse, para cambiar de aires o para pensar en otra cosa que vuele de forma ingrávida.

Es seguro que una poeta no nos enseñaría toda la casa en la primera visita, es posible que le diese vergüenza estar o mostrarse enferma, por nada del mundo querría aguarles la fiesta a los demás o haber fallado ese día con su ánimo; a una poeta -como la poesía manda- sólo se le ocurriría expandir su sonrisa, nunca su melancolía, siempre extranjera en su alma.

Su habitación sería el mayor secreto, allí descansa su genio y duerme su alma ensimismada, allí reposa la imaginación más delicada que juega con esferas de colores.

Una poeta casi nunca se hace mayor pero, si lo hiciese, sólo sería magnánima y comprensiva con todas las pequeñeces humanas. Y siempre sonreiría como si justificase todas las escalas del alma, y mantendría una disposición metafísica para invertir en regalos.

La casa del poeta puede estar en cualquier parte porque siempre estaría en Venecia, tendría la forma de la torre de Pisa o de un iceberg en la entrada de la Antártida, se situaría cerca de la alegresfera, en plena inmersión vital con todos los fiordos tropicales.

Y al acabar la fiesta seguro que nuestra poeta casi levitaría, y no se despediría.

La casa de una poeta nunca es evidente ni lógica, a veces se llena de cronopios y las risas se escuchan en los dos hemisferios de la Tierra, en ella nadie se priva de ser ocurrente y, por supuesto, tampoco usan calculadoras, porque todos se atreven a ser anuméricos inocentes y encantadores, y se visten de rojo si quieren y lo que haga falta.

La casa de un poeta a veces contiene todos los lujos del espíritu más refinado, la filosofía más abierta al estilo festivo de los dioses corintios, las columnas solemnes de los templos egipcios, el ritmo encantado de las músicas inspiradas en Venecia y, aunque nadie lo crea, en el patio del sur a veces crece un magnolio-sequoia y las ardillas sienten vértigo ante la altura de las veletas situadas en la cima de sus versos.

La casa de una poeta está hecha de papel y de palabras saltarinas, por eso ninguna molécula de niobio, de tecnecio o de paladio se aleja de sus hallazgos, por nada del mundo quisieran perderse ni un minuto de la elegancia de sus ojos tan risueños.

La casa de una poeta es un planeta habitado por miles de millones de cometas, cada una sostiene las ilusiones de los niños que siempre siguen siendo niños en el interior de todos sus adentros.

La casa de una poeta tiene un estanque de lotos y de nenúfares del cielo y las mariposas gigantes, que hablan idiomas tan inverosímiles como el colorio, se posan suavemente sobre sus estambres fotogénicos. Si existe un volcán a mil kilómetros a la redonda podéis estar seguros de que se acercará al interior de los cimientos de su casa, aunque sólo sea para emocionarse; y si hay terremotos inmutables seguro que mezclarán las palabras en el interior de sus libros cerrados y, poco a poco, hasta mejorarán algunos textos que a veces se quedaron incompletos.

No es necesario que la casa del poeta tenga ventanas hacia el exterior porque tiene miles de aberturas hacia el cielo y, si un sólo fotón brillase en el mundo, podéis estar seguros de que toda la casa se iluminaría por pura simpatía ya que las poetas son seres tan extraños e infrecuentes que hasta a ellas mismas les da cierta vergüenza contarse todo lo que sueñan e imaginan.

A veces su casa es voladora como alfombra de mil noches de amor y a veces hace viajes submarinos o se dirige hacia el centro de la Tierra de la mano de Orfeo, de Dante o de Epicuro.

La casa de una poeta debe ser declarada lo antes posible Reserva de la Alegresfera por la UNESCO, Patrimonio Cultural de la Humanidad por la ONU, o esfinge eterna por el Parlamento Europeo, y debe hacerse antes de que se desvanezca.

Si te dan la dirección y no la encuentras no es que te hayan engañado, es que se ha mudado y ha elegido otro destino entre todos los disponibles, porque has de saber que los poetas de los sueños viven en la cumbre de las más altas montañas, en la desembocadura de los ríos caudalosos o en el castillo encantado de los dulces sueños del mañana.

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