Federico, recuerda:
—Como dice Savater, piense lo que quiera, pero piénselo; lo digo porque como hay expertos en hacer lo que les da la gana y lo que quieren, pues eso, que disfrutan con su libertad.
Manuel Vicent (¡qué bien escribe este hombre!) contaba hace poco la vida del poeta Rainer María Rilke y de "su forma particular de conquista. Una primera aproximación a través de la ternura, unos versos incandescentes y cuando la caza ya estaba entregada el poeta huyó sin dejar de inundarla de bellos recuerdos a través de cartas y mensajes, de regresos y partidas". Por cierto, ¿Rilke no se habrá reencarnado?
Poco después nuestro poeta conoce a Lou Andreas Salomé, "esta mujer se dedicaba a probar hombres de máximo nivel, a sobrevolarlos, a enamorarlos y a abandonarlos sin dejar de hacerse inolvidable. Por su vida pasarían Nietzsche, Freud y Mahler... Ella y Rilke usaban la misma forma de amar". Por cierto, ¿Lou Salomé no se habrá reencarnado?
Rilke fue "abducido" por esta mujer libre, mayor que él. "Entre los dos compusieron una pasión intelectual, una complicidad amorosa, y al mismo tiempo una sumisión atemperada por la admiración y una locura andrógina, que al final se transformó, como en otros casos, en una amistad estética. Vivieron juntos. Viajaron juntos... y no se sabe qué les producía a ambos más placer si encontrarse o buscar cada uno por su lado la soledad". Por cierto, ¿existe el Reino de Polombia?
De esa pasión surgió un poema precioso: "Apágame los ojos y te seguiré viendo, cierra mis oídos y te seguiré oyendo, sin pies te seguiré, sin boca te seguiré invocando".
Empezamos a mantener conversaciones jocosas, divertidas, lúdicas, entretenidas y hasta erótico-festivas; aunque lo más atrevido fueron los planes que hacíamos para acabar la noche en una "bañera". En fin, reír nos reímos todo lo que quisimos. Y luego, como en el poema de Cervantes, Al túmulo de Felipe II en Sevilla, "fuese y no hubo nada".
Miguel les da la razón:
—Tenías razón, escribir también es un acto de narcisismo, de megalomanía, de hybris desatada, de descontrol existencial... pero no puedo evitarlo, constantemente mi mente se escapa, mi alma sigue siendo una sonrisa y, por eso, tengo el alma tan separada de mí, a cientos de kilómetros, y mi espíritu se aleja nada más verme. Ya me diréis qué se puede hacer en y con estas circunstancias.
Sonrío, es cierto, es lo menos que podemos hacer por los demás y por el mundo, es lo que le debemos a los que nos rodean; también quiero ser filósofo del optimismo, experto en períodos interglaciares, amante de los pañuelos vaporosos... era un dios incandescente... cuando éramos dioses infinitos teníamos la habilidad de ser a todas horas... y vivíamos en Izzi, la capital de Polombia, la ciudad de las sonrisas...
Es como si existiera en mí la certeza de que la risoterapia sirve para algo. Desayuno ese vitalismo, esperando, seguramente -me temo- esperaré siempre y, a la vez, confío en que alguien llegue en cualquier momento.
Tengo que pasar por cada hora de este día, debo recorrer cada minuto sin la luz adecuada, y llego a soportar la existencia de cada jornada. Ya es hora de que deje de preparar las palabras para decirlas, es posible que ya nadie quiera escucharlas, aunque es posible que alguien quiera retirarse para meditar.
Ayer fui a una charla sobre Risoterapia, tenía razón la pedagoga del optimismo, los niños ríen y nos dan alegría, pero todo conspira para hacerlos irreversiblemente serios.
Y también ayer terminé de leer Las intermitencias de la muerte, de Saramago. Me gusta, sobre todo la idea de que la muerte no pueda matar a un hombre, se convierta en mujer, lo seduzca, se acueste con él y, por eso, deje de ser muerte y deje de matar. El amor y el placer curan todos los males, el placer quiere eternidad, profunda eternidad (Nietzsche).
En mi interior -suponiendo que tenga algo parecido a un interior- habita un niño pequeño que quiere ser abrazado, que pasa los días esperando, complaciéndose hasta en las peticiones más extrañas; le han dicho que se quede ahí quieto y callado, que no moleste, y no molesta, aunque todo le inquiete, y no llama a nadie, aunque anhela profundamente, y no escribe, aunque a su manera sigue garabateando letras y componiendo palabras y no las envíe, y no dice nada, aunque siempre está pensando. Ahora mismo me susurra estas palabras:
¡Curiosa estrella danzarina la que se aleja de la Tierra y la deja en la penumbra más difusa!, ¿acaso no sabe que sin ella no es posible ni la más mínima razón para existir?, ¿es que no siente la indolencia de las flores, el desánimo generalizado de los magnolios, la risa apagada del puente sonriente, el universo casi marchito que se había diseñado con todo detalle para su deleite?, ¡tan difícil es imaginar la necesidad de luz y de ternura!
Un abrazo al aire, en el aire.
Sebastián insiste en empezar de nuevo:
—Vuelvo a empezar: Cuando éramos dioses infinitos teníamos la habilidad de ser a todas horas... y tú vivías la ciudad de las sonrisas eternas... y yo me dedicaba enteramente a tu servicio...
Luis confiesa:
—Ayer volví a ver por tercera vez la película El jardinero fiel, ahora ya sé por qué me gusta tanto la vitalidad de Tessa, me hace recordar la verdad de cada sonrisa, de cada abrazo acogedor, de su compromiso con las causas justas, de su sabia disposición para disfrutar de la vida...
Ayer escribía Vargas Llosa sobre la crisis económica internacional y decía, con palabras de largo alcance, algo muy interesante:"Fuera de la novela y el arte, vivir en la ficción, sea en política o en economía, es un suicidio". Sin embargo me veo viviendo en plena ficción, eso sí, sin ánimos suicidas.
No era sólo eso, eran los cuerpos sensuales, siempre elevados, me gustaba el mundo porque sabíamos girar hacia la alegría en cada cruce, queríamos enamorar a la noche y lo conseguíamos, sonreíamos y brillaban con más fuerza las luciérnagas y a mí ya no me importaba otra cosa que la luz.
No era sólo eso, era el alma entrelazada con las felicidades más sutiles, que sabía llenar el tiempo de mensajes duraderos y hacía crecer el infinito, y hasta hacíamos imposible cualquier tipo de envejecimiento.
No era sólo eso, era todo lo que hacíamos para regresar de la nada, el negro que resplandecía, el rojo que alcanzaba su mayor potencia, el blanco que no podía ser más inmaculado.
Debían ser más cosas, las curvas que inauguraban la sublime voluptuosidad del gozo, las letras del amor, todas las letras: A: Álabe, amor, alma, ailanto, anemófila, aérea, alegría, Alina. B: Belli. C: Calder, calderiana. D: Delicadeza. E: Elevación. F: Felicidad. G: Gracinante, Gioconda, gozo. H: Hijo. I: Inmersión, Iyi, Izzi. J: Juan Sebastián Bach. K: Kilómetros. L: Logros. M: Magnolio, Mallorca. N: Nietzsche, Nenúfar. O: Oriente. P: Puente sonriente, Polombia, placer. Q: R: S: Satisfacción. T: Turismo natural. U: Universo. V: Volkswagen, viajes. W: X: Y:
Z: Zinnia.
Y eso que dicen que sólo recordamos el 5% de lo que vemos, el 2% de lo que oímos, el 1% de lo que tocamos y el 35% de lo que olemos, y con esos porcentajes somos capaces de recordar toda la vida.
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