Ver imágenes en "Faustino y los círculos de aire"

Etiquetas

miércoles, 30 de noviembre de 2011

A LA ALTURA DEL AIRE-30

Juan decidió entonces exponer sus ideas, como siempre sin orden ni concierto, como si viviera todavía en medio de las Vanguardias:

—El paradigma de ella era neo-minimalista y absolutamente ultra-post-moderno, tan pro-contemporáneo que a él no le había dado tiempo siquiera a cazarlo ni a ficharlo. El modelo de él, por el contrario, era como poco, del siglo XIX, un seudo-romanticismo tan tardío como trasnochado que a ella le parecía tan insostenible como cargante.
Él, en su delirio mega-expresionista, quiso aligerar la carga de su amor estridentiano y se mostró neo-cinético y hasta algo post-surrealista y creacionista; pero ella, siempre ultraconceptual, lo pillaba en todos sus intentos de multisentimentalismo epicúreo y neoclásico.
Coincidieron un tiempo en un formato meta-dionisíaco, pero el hiper-suprematismo microconstructivista de ella pudo más que todos los rodeos y coartadas hiperbarrocas que él le proponía.
Al final, y dado que las condiciones se estaban poniendo muy fauvistas, ella se mostró partidaria del situacionismo post-mínimal, mientras que él apenas llegó a una especie de empanadismo mentalista en el que tenían cabida tanto el circunstancialismo ambientalista, el hiper-hedonismo calderiano, el omniplatonismo idealizante y hasta unas migas de desordenismo nietzscheano.
En estas coordenadas, y dado que ya nadie entendía nada, lo mejor que podía hacerse era apuntarse al onirismo post-traumático o, lo que casi viene a ser lo mismo, soñar despiertos.
Ella se refugió en el desaparicionismo y él se sorprendía a veces a sí mismo por la calle con una sonrisa que surgía del interior de su cuerpo y se dibujaba en su estómago y llenaba sus pulmones de alegría y lo iluminaba por dentro como si todas las cosas mil gracias le fueran refiriendo.


Ignacio, a veces melancólico, a veces burlón, les comentaba:

—Entonces no sabía distinguir ni separar la apariencias de la realidad, ni la realidad de lo que era esencial; no era capaz de desprenderse de sus ojos para verla mejor... prefería la realidad aumentada, la inteligencia amistosa, el ser de gracia amorosa con la mejor colección de emociones en desarrollo, capaz de mantener intactos todos los componentes de la alegría...
Ya no puede llover ni llorar más, el mar estaba lleno...
No sé si aceptarán hoy en día en el catálogo general de excentricidades poéticas la de aquel hombre enamorado del Sol naciente, que esperaba ensimismado a que llegara el viento del este o del oeste para acariciar el aire jugando con sus brazos, con un esmero de seda y esa lentitud que ponen los orientales cuando se concentran en lo que quieren, todo para que cuando a ella le llegue el viento sea una brisa cariñosa, un alma en el aire o algo parecido a una sonrisa aérea.
Alarga sus manos al aire, extiende sus brazos, y nadie sabe si está acariciando o pidiendo ayuda a las estrellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario